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Advanced Member ![]() ![]() ![]() Grupo: Members Mensajes: 253 Desde: 11-March 08 De: Spain Usuario No.: 766 ![]() |
dios que la largo ayrtonbueno voy a leerlo
Edited by - button on 23/08/2007 9:09:22 -------------------- ESPA?A NO SE NEGOCIA
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#2
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Advanced Member ![]() ![]() ![]() Grupo: Members Mensajes: 624 Desde: 11-March 08 De: Spain Usuario No.: 292 ![]() |
Bueno ya que hemos empezado a rememorar viejas hazañas y tragedias que se mezclan con la leyenda, yo me apunto con este viejo relato sobre el piloto que ha obtenido el mejor resultado español en la historia de la F-1 ( Esperemos que por poco tiempo, ¿verdad Pedro?)
LA ULTIMA CARRERA EN RUTA Robert Daley En Guidizzollo, en el valle del Po, la campiña se hace llana como la palma de la mano y la cinta estrecha de la carretera atraviesa como una lanza el poblado de piedras grises. Durante todo el día los lugareños han permanecido fuere de sus casas, atentos al paso de los bólidos, estremecidos por el rugido de las Mil Millas. Las Mil Millas: una carrera de 1600 Km por las carreteras italianas. Los coches han salido al alba de Brescia en el norte, para lanzarse hacia el sur a lo largo de la costa del Adriático, cruzar Roma y remontar la espina dorsal de los Apeninos hacia Brescia otra vez. Es el atardecer y solo faltan unos cuantos coches por pasar. Guidizzolo se halla únicamente a unos 50 Km de la línea de meta. Un muchacho es el primero en reparar en un punto en el horizonte que se agranda por momentos. "-¡Un Ferrari!", grita el muchacho. Las gentes de la aldea se agolpan a ambos lados de la carretera. El Ferrari ruge acercándose a mas de 240 Km/h. De repente, sin que nada parezca justificarlo, el coche empieza a zigzaguear. Con la cola golpea el bordillo izquierdo de la calzada, y arranca un mojón, guillotina un poste telegráfico, describe una vuelta en el aire y corta los hilos telegráficos por encima de las cabezas de todos. Convertido en un proyectil mortífero que escapa a todo control, carga contra la multitud congregada a la derecha de la carretera; por último, atraviesa otra vez la calzada para segar mas vidas a su izquierda. Solo han transcurrido unos instantes, pero 11 personas yacen muertas o moribundas, y el aire desgarra con gritos de horror y sufrimiento. El coche machacado ha quedado varado en una fosa de drenaje y allí yace medio enterrado a un lado de la carretera. En sus proximidades los hombres descubrirán el cuerpo (seccionado por la capota en dos mitades) de Alfonso de Portago, aristócrata español de 28 años, que pilotaba el vehículo, y su amigo y copiloto Gurner Nelson. Tan solo quedaba por notar amargamente desde las páginas de los rotativos que las "Mille Miglia" habían asesinado por última vez, ya que la indignación del país no podría permitir que escenas semejantes se repitieran en el futuro. Los días de las carreras en ruta habían tocado a su fin. Mirando atrás es obvio concluir que don Alfonso Cabeza de Vaca y Leighton, decimoséptimo marqués de Portago, era un loco, que corría desesperadamente hacia una muerte violenta con una mueca en el rostro y un cigarrillo en la comisura de los labios. Pero mientras vivió, uno tan solo se sentía inclinado a admirar su fe orgullosa en el derecho de todos los hombres a jugar a los dados de manera que les viniese en gana, a envidiar la emoción que experimentaba y a suponer de él que solo podía vivir de esta forma. Los más prudentes y los mas ancianos sabían que aquello no rea posible, pero unos lo respetaban por lo gallardo de su tentativa; otros, en cambio, gustaban de su falta de ataduras, de su valor, de su instinto. "Si muriera mañana", observó Portago en fecha próxima a su fin, "no habré dejado de vivir 28 años maravillosos". Hasta que le llegó en que tuvo que declararse vencido, fue posible creer que un hombre podía vivir de la forma en que él lo hacía, sin temor a sus consecuencias. O, quizá, sería mas cierto decir que uno quería creerlo y apostaba fervientemente por Portago en su permanente desafío de las leyes que los dioses habían dictado. Era un tipo gallardo de 1,80 de estatura, y osamenta proporcionada, impregnado todo él de una especie de magnetismo animal y de una arrogancia que no dejaba indiferente a las mujeres. Sus mujeres, las mujeres de Portago, estaban consideradas todas ellas auténticas bellezas y solían ser cuando menos 5 o mas años mayores que él. Sus compañeros de profesión decían de él que era tenaz y temerario, y se sentían algo temerosos de su presencia en las competiciones porque nadie había deseado, como él, ser campeón del mundo, nadie era mas intrépido que Portago y nadie se atrevía a intentar lo que él intentaba en todo momento y ocasión. Había irrumpido en su mundo de manera bien resuelta y en menos de tres temporadas se había convertido en la personalidad mas conocida del ambiente automovilístico aunque no fuera ni con mucho el mejor de sus pilotos. A los ojos de los campeones de bobsleigh aparecía como un fenómeno, a causa de su habilidad para guiar un ingenio de media tonelada sobre las pistas heladas de competición, que le había llevado a dos dedos de arrebatar una medalla en los Juegos Olímpicos de invierno de 1956; los mismos hombres que se había burlado de su ineptitud una semana antes. Su irrupción en este deporte había sido sonada: al perder el control de su ingenio en una peligrosa curva y salir catapultado a 100 Km/h. Ante ello Portago tuvo que admitir que solo había entrenado dos o tres veces en Suiza antes de que se decidiera a adquirir un par de bobs a 1000 dólares la pieza y reclutara a unos cuantos de sus primos en Madrid e inscribiera un equipo en los Juegos en nombre de España. Una semana mas tarde era lo bastante bueno para obtener un cuarto puesto; lo que no dejó de ser una amarga desilusión para Portago al perder, por 17 centésimas de segundo la que hubiera sido la única medalla española. Para los periodistas, Portago era una mina de oro. A los 17 años había volado con un aeroplano prestado por debajo de un puente para ganar una apuesta. Mas tarde llegó a ser considerado el mejor jinete de obstáculos aficionado del mundo y en la última fase de su carrera automovilística escapó ileso a algunos de los accidentes mas espectaculares de su época. Como si Portago no le echara suficiente condimento a su vida, los periodistas llamaron la atención sobre el hecho de que su estilo personal era una especie de tradición familiar. Sus antepasados habían contribuido a la reconquista contra los árabes y después se habían hecho a la mar hacía el nuevo mundo. Uno de ellos, Núñez Cabeza de Vaca, habiendo naufragado en las costas de Florida en 1528, condujo su pequeña tropa a través de territorios desconocidos hasta alcanzar las colonias españolas en Mejico. Una epopeya que tardo ocho años en consumar. El propio padre de Portago durante la guerra civil había sido capaz de hundir un submarino republicano, llevando una bomba a nado. Portago era cortés con los periodistas y se desenvolvía con desparpajo en cuatro lenguas. Tenía también un porte curiosamente amable y modesto. La relación de sus hazañas provenían siempre de los demás y nunca de si mismo; por el contrario, cuando alguien hablaba de ellas parecía sentirse embarazado y poco dispuesto a dar detalles. Semana tras semana arriesgaba su vida. Era una necesidad que trataba de explicar asegurando que en los momentos de peligro todos los nervios de su cuerpo parecían tener vida propia, estar alerta de todas las sensaciones sonoras visuales y olfativas que le rodeaban. Pero su pasión por la velocidad era algo mas que la búsqueda de la emoción. "Un hombre tiene que encontrar aquello que puede hacer bien" insistía. "No solamente bien intrínsecamente, sino en relación a como lo hacen los demás. Y yo puedo conducir tan bien como cualquiera de ellos" Predijo que ganaría el campeonato del mundo para cuando cumpliera los 30; y, entonces, antes de llegar a los 35, dejaría de correr. ¿Y después de eso, que? "No se", me respondió nerviosamente. "Siempre hay donde elegir" A Portago le interesaba la política y había llegado al extremo de confesar a algunos de sus íntimos que con su nombre, posición y título de campeón del mundo podía aspirar a un puesto en el gobierno español. "Lo malo que tiene la vida", observó en cierta ocasión, "es que es demasiado corta; aunque yo naturalmente, no pienso pasarme el resto de mis día conduciendo coches de carreras" Llevaba una larga cabellera negra que le montaba por encima de las orejas. Con frecuencia se presentaba al público sin afeitar y con evidentes huellas de haber estado trabajando en el foso todo el día. No era un hombre preocupado por la ostentación. Tenía las cejas negras y ojos negros de una profundidad llameante. Fumaba sin descanso y solía vestirse de negro. Para muchos era la imagen de un pirata misterioso, un pirata que hablaba inglés con acento culto y ligeramente britanizado. No siempre se comportaba con la misma seriedad. En una ocasión le pregunté dónde había conocido a su esposa, una rubia americana. "Uno no se encuentra con una chica americana", me replicó con una sonrisa. "Es ella la que busca a uno" El papel de aristócrata español se le hacía un tanto cómico, pero en ocasiones no desdeñaba la oportunidad de serlo. Aquel año, 1957, último de su vida, se venía saliendo de pista con frecuencia. Harry Schell, compañero de profesión e íntimo amigo suyo, le advirtió que se mataría si seguía arriesgándose de esa manera. Nelson, su coequipier en la carrera en la que ambos se mataron, predijo que Portago no viviría hasta los treinta: "Cada vez que vuelve de una carrera lo hace con el morro aplastado de apartar a otros coches de su camino a 200 Km/h. Pero Portago se veía cada vez mas cerca del título de campeón del mundo y hacía caso omiso de tanto consejo. Pasó un invierno agotador corriendo en Argentina, Nassau, Cuba y Florida. Finalmente volvió a Europa. Se escribieron docenas de artículos sobre su persona. El propio Portago llegó a escribir uno de ellos en el que calificaba las pruebas automovilísticas como de un vicio como otro cualquiera. El hombre que lo tenía ya no podía deshacerse de él. Los periódicos dieron buena cuenta de su amistad con la actriz Linda Christian. Ella había afirmado que Portago se divorciaría y contraería matrimonio con ella. Nadie le dio ningún crédito: había habido otras muchas mujeres antes que ella. Pasó Abril y los primeros días de Mayo. Portago no quería tomar parte en las Mil Millas. En primer lugar, porque no le gustaban las carreras largas y además, porque últimamente venían asaltándole negros presentimientos de los que no podía desembarazarse. Hizo un desmayado intento por eludir su participación pero la Ferrari reclamó su presencia alegando estar falta de pilotos. Portago optó por encogerse de hombros y acceder después de dejar varias cartas poniendo en orden su vida. En una de ellas observaba que su "próxima muerte" podía muy bien ser el próximo domingo. Pasó el viernes y el sábado. Los presentimientos de Portago debieron haber ganado intensidad, puesto que no resistió la tentación de confiarlos a varios amigos. Reservó billetes para Montecarlo donde debía correr el siguiente fin de semana, como si con los billetes en su bolsillo, se sintiera mas seguro con su vida. A medianoche del 12 de Mayo empezaron las Mil Millas, con salida a intervalos de un minuto de los primeros coches, los mas pequeños. Era de madrugada cuando Portago y Nelson llegaron a la línea de salida. En medio de aquella excitación Portago parecía recuperar su presencia de ánimo. Eran 301 vehículos inscritos en la prueba, que en aquellos momentos formaban ya una fila interminable en ruta hacia Roma. ¿Por qué él entre tantos tenía que ser el marcado por el destino? Tenía que conducir un Ferrari de 3,8 litros, con el número 531 pintado a ambos lados de la carrocería. Como su turno se iba aproximando, se puso al volante, dio la llava de contacto para ir calentando el motor mientras Nelson ocupaba su puesto junto a él. El coche que le precedía arrancó y Portago dirigió su Ferrari a la rampa de salida. A la señal de partida salió a la carretera cambiando rápidamente de velocidad sintiendo la potencia de la gran máquina sumisa. En aquellos instantes, en la misma medida en que la carrera hacía revivir en él viejas emociones, volvió sin duda a creerse inmortal. Se concentró en acelerar, frenar, cambiar de velocidades. La muerte no podría alcanzarle. Él era demasiado rápido para ello. Portago no hubiera completado jamás las Mil Millas y su recorrido le era apenas mas familiar de lo que pudiera serlo para cualquier turista que hubiera estudiado su trayectoria en un mapa. Para vencer sería preciso que apurara el margen de seguridad de sus acciones unas décimas mas que sus adversarios. Atravesó como una exalación Verona y Vicenza. A media mañana el Adriático surgió ante sus ojos como una luz azul resplandeciente. Por ahora estaba llevando bien la carrera; con un poco de suerte aquella podría ser una carrera ganada a lo gran campeón. Después del control de Pescara la carrera se iba hacia el oeste en dirección a los Apeninos y Roma. Portago iba muy bien clasificado. Había pasado a muchos coches que habían salido antes que él y no ignoraba que estaba haciendo un buen tiempo. Escaló los Apeninos sin dar punto de reposo a su coche. Iba en cuarto lugar, a solo un minuto y teinta segundos de Taruffi, probable vencedor. El camino bajaba hacia Roma y se le ofreció una vista de la ciudad en un amasijo de torres e iglesias, de ruinas monumentales. Portago debió sentirse tremendamente en armonía con todo lo que le rodeaba. Tenía algo bello y veloz entre las manos y el amor en su punto de destino. Entre la multitud congregada al paso de la carrera en Roma, Linda Christian le hizo una señal con la mano a su paso. Entonces Portago hizo algo que no parecía propio de él. Detuvo el coche en una crispación de frenos y un remolino de polvo; y cuando Linda llegó a su lado, la atrajo hacia sí y la besó mientras le murmuraba algo a su oído. Pérdida de segundos inapreciables; qizas un minuto habría pasado antes de que el bólido recobrara su velocidad. ¿Por qué se detendría, él precisamente que ansiaba vencer por encima de todas las cosas? ¿Por qué perder unos segundos, que en pasadas ediciones, habían significado la diferencia entre la victoria y la derrota? Podría haberse tratado de un gesto de cara a la galería, pues Portago siempre fue consciente de su público. O quizás un sexto sentido la había indicado que aquel último beso era demasiado precioso para despreciarlo. Miss Christian le dijo adiós con la mano hasta que su figura se perdió en el horizonte. Un silencio repentino llenó el aire A lo largo del camino los tilos estaban el flor. Sus pétalos revoloteaban en su caída. El coche de Portago enfiló al norte hacia Guidizzollo. Otra vez en terreno montañoso, escaló la fragmentada espina dorsal de Italia, voló a través de los sinuosos desfiladeros de Futa y Raticosa, hasta que por fin el camino volvió a ser descendiente. Corría hacia Bolonia a través de una campiña fértil faltádole escasamente unos 300 Km para el fin de la carrera y con una parada de avituallamiento prevista para todos los Ferrari. En el punto indicado detuvo el coche y salió de él de un salto. Los macánicos de la casa se agolparon ante su coche comprobando el gas, los neumáticos... "¿En que lugar voy?" "Quinto" "¿A que diferencia?" Se lo dijeron. Solo unos segundos: y dos de los coches que iban delante parecían en dificultades. Posiblemente no acabarían. Ya había repostado. Un mecánico cubierto de sudor y grasa, salía retorciéndose de debajo de su auto. "Miren esto", gritó, enseñándoles algo. "El árbol que aguanta la rueda delantera izquierda está roto, y el neumático roza contra el chasis" "Toqué una acera", explicó Portago impaciente. Había cubierto ya más de las tres cuartas partes de la carrera. Había dejado atrás las amenazadoras montañas y apenas le quedaban dos horas al volante para concluir la carrera. Ante él se extendía una llanura tan plana que casi se podía divisra desde allí los Alpes. El neumático aguantaría siempre aguantaban. El mismo se había encontrado en este caso muchas veces. "No tenemos tiempo ahora de arreglarlo", dijo, y volvió a sentarse ante el volante. El tubo de escape retumbó y su Ferrari saltó de nuevo a la carretera. Y así atravesó el valle bañado de sol. En Parma rebasó al Ferrari averiado de Peter Collins, inmóvil junto a la carretera y se colocó en cuarto lugar. A la altura de Cremona se puso tercero al superar el tiempo de Gendebien. ¿A que distancia se hallaban los restantes? Atravesó Mantua como una tromba, enfilando el tramo en que la carretera se vuelve hacia el norte como si se tratara del codo de un brazo femenino que hace su peinado. Momentos mas tarde cruzó el puente angosto a la entrada de Goito y, en la recta que sigue, pisó el acelerador a fondo. Ante él ya surgían las grises murallas de Guidizzollo, con la meta a menos de 50 Km. Las "Mille Miglia" murieron con Portago de la misma forma que la Paris-Madrid muriera con Marcel Renault cincuenta y cuatro primaveras antes. Al celebrarse su entierro en el panteón familiar de Madrid, hubo duelo en las cinco partes del mundo. Jean Behra, el corredor francés que había de morir también en una carrera, dijo: "Solo los que permanecen inactivos viven sin riesgo, pero ¿es que acaso no están muertos?" Alfonso de Portago escribió "Quizás nosotros apreciamos mas la vida porque vivimos mas cerca de la muerte" Extraido del libro "The international Grnad Prix book of Motor Racing" de Michael Frewin publicado en 1965; compendio de múltiples relatos anécdotas comentadas y escritas por gente de la época como Enzo Ferrari, Colin Chapman, Jim Clark, Denis Jenkinson, Mike Hawthorn.... por 1000 míseras ptas en el mercado de San Antonio de BCN A veces me alegro de que el futbol siga mandando.... Un saludo -------------------- "And now, Alain is commanding the race on the second position" Murray Walker
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