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> PENYA RHIN , PEDRALBES , MONTJUÏCH ...
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Ayrton
mensaje Feb 26 2008, 10:47 PM
Publicado: #1


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Hola a todos,

ya sé que no es una contribución como "Ayrton en la fórmula uno" ni como "Hombres, mujeres y motores" , pero pensé que quizás a los nostálgicos (o a los ávidos de "como era")
pueda gustaros esta recopilación estilo hemeroteca. Es lo que he encontrado de Barcelona (Pedralbes y Montjuïch) y de Madrid (Jarama).Evidentemente hay más, y con tiempo,
también puedo incorporarlos si os interesa.
Vereis que algunas fechas en la cabecera del periódico, no son del día siguiente de la carrera. Esto es debido a que durante muchos años, el lunes no había "tirada", por lo que se
editaba el martes.
Si buscais por ahí obtendreis algunas web de interés tanto por "Peña Rhin" como por "Penya Rhin" (del catalán).
Espero que os guste.

Gana Rudy Caracciola/Tazio Nuvolari segundo
VI Penya Rhin 1935 pag01 (0.3MB) http://www.megaupload.com/?d=UJXDMTD2
VI Penya Rhin 1935 pag02 (0.3MB) http://www.megaupload.com/?d=RLFBCXGD
VI Penya Rhin 1935 pag03 (0.5MB) http://www.megaupload.com/?d=AMUTOVJ4
VI Penya Rhin 1935 pag04 (0.5MB) http://www.megaupload.com/?d=PBHC801O

Gana Bernd Rosemeyer/Tazio Nuvolari segundo
VII Penya Rhin 1936 pag01 (0.5MB) http://www.megaupload.com/?d=EI9RTJ8G
VII Penya Rhin 1936 pag02 (0.4MB) http://www.megaupload.com/?d=WEKFYHF9
VII Penya Rhin 1936 pag03 (0.6MB) http://www.megaupload.com/?d=LL6OX9E7
VII Penya Rhin 1936 pag04 (0.7MB) http://www.megaupload.com/?d=GT6XPJMY

Primer titulo mundial para J.M. Fangio
XI GP Penya Rhin 28-10-1951 pag01 (0.5MB) http://www.megaupload.com/?d=XPWRVIBN
XI GP Penya Rhin 28-10-1951 pag02 (0.5MB) http://www.megaupload.com/?d=A02F06IV
XI GP Penya Rhin 28-10-1951 pag03 (0.3MB) http://www.megaupload.com/?d=27QAKHWL

GP 26-10-1954 pag01 (1.8MB) http://www.megaupload.com/?d=XNNOGN8E
GP 26-10-1954 pag02 (0.4MB) http://www.megaupload.com/?d=RSYVH6RU
GP 26-10-1954 pag03 (0.3MB) http://www.megaupload.com/?d=0I38QGYF
GP 26-10-1954 pag04 (0.3MB) http://www.megaupload.com/?d=VN6BHV67
GP 26-10-1954 pag05 (0.3MB) http://www.megaupload.com/?d=CRBFQMYZ

GP 12-05-1968 pag01 (2.0MB) http://www.megaupload.com/?d=DDBQS7XI
GP 12-05-1968 pag02 (0.4MB) http://www.megaupload.com/?d=XZRVW7BR
GP 12-05-1968 pag03 (0.5MB) http://www.megaupload.com/?d=PEG5SES0





"...CUANDO TODO PASE, SER?S OTRO, PERTENECER?S A UNA CLASE DIFERENTE E INCOMPRENSIBLE DE HOMBRES, LA DE LOS QUE HAN CONDUCIDO UN FORMULA UNO..."


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Respuestas (1 - 99)
_Dani
mensaje Feb 26 2008, 10:52 PM
Publicado: #2


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ooooooooooooooooooooooooooooooooh

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Guest_lemec_*
mensaje Feb 26 2008, 11:07 PM
Publicado: #3





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yo pincho los links que pones pero no veo ná ... todos van a la misma pagina de hospedaje pero sin mostrar ningun fichero ????
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AC99
mensaje Feb 26 2008, 11:11 PM
Publicado: #4


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LEMEC, pones el código de validación y le das a descargar arriba a la derecha.

Saludos.


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Resistir es vencer, y en los momentos malos hay que ser, sobre todo,condenadamente optimista, hasta el final.
Sir. Ernest Shackleton.
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COSWORTH
mensaje Feb 26 2008, 11:30 PM
Publicado: #5


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Interesantísimo, fantástico.

Infinitas gracias, Ayrton.


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Eduardo Sanchez
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Raquel
mensaje Feb 26 2008, 11:51 PM
Publicado: #6


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Sin palabras...

MIL GRACIAS.


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KIT
mensaje Feb 27 2008, 12:05 AM
Publicado: #7


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Me tiemblan las piernas!!!

Gracias Ayrton!!!



Salu2 a todos y...
FOR?A PEDRO!!!


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Salu2 a todos y...
FOR?A PEDRO!!!
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COSWORTH
mensaje Feb 27 2008, 01:04 AM
Publicado: #8


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Por cierto, Raquel, en el 1935 sale la señorita Nice.


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Eduardo Sanchez
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tenista
mensaje Feb 27 2008, 01:08 AM
Publicado: #9


TENISTA
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Alucinante AYRTON.

AC99 has evitado que yo tambien lo pregunte.

Gracias a los dos.

Edited by - tenista on 26/02/2008 19:08:51


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"El Foro es y será, siempre, mi Segunda Casa"

"Modo Positivo ON"

"Pedro volverá"
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Raquel
mensaje Feb 27 2008, 01:35 AM
Publicado: #10


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quote:
Por cierto, Raquel, en el 1935 sale la señorita Nice.


"Un viraje de la señorita Helle Nice"

Ya imaginas, Cosworth, lo que me gusta y la ilusión que me hace todo esto.

¿Pero sabes qué pasa? Pues que Ayrton y yo estamos un poco "enfadados" y en polémica () porque resulta que "los de sus tierras" nos quitaron a "los de las mías" LA COPA CATALUNYA.
La I y II Copa Catalunya (1908-1909) se celebró en el circuito "Baix Penedès", es decir, SITGES.
Pero "los del Norte" consiguieron que la III Copa Catalunya se celebrara ya en su circuito, "Circuito de Levante" (el triángulo que describían en su emplazamiento las poblaciones de Mataró-Vilassar de Mar-Argentona).

Por si fuera poco, una década más tarde, intentaban también "quitarnos" el emplazamiento o lugar de ubicación del Autódromo de Sitges-Terramar. Pero eso no lo consiguieron


Edited by - raquel on 26/02/2008 20:06:53


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Raquel
mensaje Feb 27 2008, 01:57 AM
Publicado: #11


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Por cierto, ¿sabéis por qué se llamó "Penya Rhin" (o Peña Rhin).

Yo lo descubrí no hace muchos días y supongo que muchos de vosotros lo sabías ya, pero a mí me hizo especial gracia porque no asociaba el nombre "Rhin" al origen del porqué de ese nombre para "la penya".

La asociación Penya Rhin estaba formada por un grupo de amigos que compartían un envidiable entusiasmo por los deportes del motor. Emprendedores, de carácter inquieto, ambiciosos... lograron con medios privados impulsar el automovilismo en Catalunya hasta las más altas metas del nivel de competición internacional.

Se reunían en un restaurante de Barcelona que se llamaba así, "Oro Rhin" y ya en 1916 decidieron "legitimar" dicha asociación o peña. Por ello adoptaron el nombre del lugar donde "maquinaban" sus deseos y ambiciones.


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Ayrton
mensaje Feb 27 2008, 01:49 PM
Publicado: #12


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Gracias por tu aportación Raquel.
Tal y como dices, en este enlace hace una referencia en 1916.
El contenido (por todo lo demás) no tiene desperdicio..."Enrique Granados muere por un torpedo", de entre otras noticias.
http://www.bcn.es/publicacions/bmm/46/cs_segle_cro.htm




"...CUANDO TODO PASE, SERÁS OTRO, PERTENECERÁS A UNA CLASE DIFERENTE E INCOMPRENSIBLE DE HOMBRES, LA DE LOS QUE HAN CONDUCIDO UN FORMULA UNO..."


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cies
mensaje Feb 27 2008, 06:09 PM
Publicado: #13


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¡¡que bueno lo del del anuncio!!
"mobiloil del bidon irrellenable"
tipica traduccion a la española de toda la vida: literal y a machete.

Algunas cosas nunca cambian:
"..se hicieron referencias al futuro coche español de carreras, incluso se precisaron fechas..".
Lo que tambien me recuerda al AVE.

Otras cosas si han cambiado a mal por desgracia, hay mucho periodista que debería tomar ejemplo de como hacer una cronica detallada y rigurosa.

Un millon de gracias Ayrton, m'as dejao tieso!!!


Edited by - cies on 27/02/2008 12:24:12


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Islas Cíes,
Paraíso natural frente a Vigo.


http://es.wikipedia.org/wiki/Islas_C%C3%ADes
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Raquel
mensaje Feb 27 2008, 09:45 PM
Publicado: #14


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"A orillas del Rhin"



" Entre los del equipo Mercedes, Rudolf Caracciola era el mejor.

KEN PURDY (Los Reyes de la ruta)






CAPÍTULO I



Opino que todo ser humano puede alcanzar la meta por la que se afana. También creo que todo el que ambiciona hacer algo determinado termina por hacerlo, por muchos rodeos que haya de dar para lograrlo.

Desde que cumplí los 14 años, mi mayor ilusión era ser conductor de automóviles de carreras. En el ambiente en el que me crié, un ambiente de clase media, las carreras de automóviles eran consideradas como una manía de gentes ricas, o como una rara clase de excentricidad, tal como, por ejemplo, danzar en la cuerda floja.

La ilusión de mi padre era que ingresara en la universidad; pero su plan fracasó cuando se hizo evidente que los libros de texto no armonizaban con lo que albergaba mi cabeza. Abandoné para siempre la escuela, provisto tan solamente de un certificado de estudios de 2ª enseñanza.

Poco tiempo después murió mi padre, y mi familia, reunida en consejo, decidió que había de encontrar algún hotel donde, sobre el terreno, aprender el oficio; así, una vez preparado, podría trabajar en el hotel instalado por mi padre a orillas del Rhin . Los miembros de la familia son empleados poco exigentes.

Pero yo anhelaba ser conductor de coches de carreras.

Por fin se llegó a un acuerdo. Ingresaría, como aprendiz, en la fábrica de automóviles Fafnir, de Aquisgrán. Quizás esta extraña indulgencia del consejo familiar se basaba en la suposición de que el aburrido trabajo en una fábrica me haría perder la afición a los automóviles y que, como hijo pródigo, volvería sumiso a integrarme en el limpio seno familiar.

Sin embargo, las cosas se desarrollaron de otro modo. Trabajé en aquella fábrica más de un año, y de no haber sucedido algo inesperado que me hizo dejarla de repente, y además en plena noche, seguramente habría proseguido, puesto que aquella ocupación me complacía. Todos mis compañeros eran gente honrada, íntegra, sin pizca de falsedad, con quienes siempre congenié.

Una noche, tres compañeros y la prometida de uno de nosotros, Kart Kruppke, fuimos al night-club Kadakú. La novia de mi amigo quería saber algo de la vida nocturna de Aquisgrán. El Kadakú rebosaba de gente que producía tal ruido que era imposible entenderse. Todo el mundo estaba apiñado, apretujado, y los sudorosos camareros se abrían paso con dificultad por entre el público.

No obstante, encontramos asientos en el palco tapizado de piel de color rojo. Al final del largo restaurante se hallaba una pista de baile donde tocaba la orquesta. Era posible ver a los músicos, pero raramente llegaba a nuestros oídos alguna nota del piano o algún quejido del saxofón. Parecía como si la orquesta tocase tras alguna pared de vidrio.

Pedimos al camarero un aperitivo para la muchacha y tres coñacs con soda para nosotros; es decir, las consumiciones más baratas. Kuppke fue a bailar con su novia. Era un chico algo gruñón, de piernas arqueadas, casi parecido a un fantasma amigable. Ella, más alta, le llevaba media cabeza. Cuando acabó el baile volvieron con nosotros. La joven se había ruborizado; lo cual, unido a su cabello rubio ceniza, la hacía parecer apetitosa de veras.

Tras nosotros se sentaban tres oficiales de las fuerzas de ocupación. Al empezar el siguiente baile, uno de ellos se acercó a nuestra mesa. Era belga, alto, flaco, de bigotillo negro y pálida faz, excepto por una rojiza cicatriz en la frente, como la que podría producir un sablazo.

- Disculpe, señor –murmuró mientras se inclinaba ante Kruppke.

Éste le miró fijamente, pero no respondió. El oficial se inclinó ante la muchacha, que dejó sobre la mesa su bolso de rojo charol, se alisó el cabello con la mano y se dispuso a levantarse. Entonces Kruppke, con voz áspera, exclamó:

- ¡No! –y otra vez con voz aún más fuerte - ¡No!

El oficial se volvió hacia él. Kruppke se irguió lentamente, las manos apoyadas en la mesa. Durante unos instantes se miraron mutuamente.

- Plait-il? Je ne comprends pas – dijo el belga algo azorado. La muchacha intervino:

- ¡Carlos, por favor, no te pongas así!

Su novio agitó la cabeza.

- Vete a casa. Mahler, acompáñala.

Su amigo, asimismo mecánico, se levantó inmediatamente, lo mismo que la muchacha, que insistió:

- ¡Pero Karl!

Tenía lágrimas en los ojos. La gente de las mesas contiguas había empezado a mirarnos. Algunos se pusieron en pie, y estiraron los cuellos para poder ver mejor en qué paraba todo aquello.

- Ven, salgamos –dijo Mahler. La tomó del brazo y se la llevó hacia la salida.

El belga continuaba en pie. Era obvio que comprendía lo que pasaba. Los demás clientes se apretujaban alrededor de nuestra mesa. De la de oficiales se levantó otro, que con un gesto enérgico apartó a la gente y se dirigió a nosotros.

- ¿Pero qué es lo que está pasando aquí? –preguntó un alemán duro y gutural.

Era un hombre maduro, tan alto como el teniente, pero macizo, de anchas espaldas, pesado. El teniente empezó a explicarse. Hablaba tan de prisa que no pude entender nada de lo que decía.

- ¿Por qué ha hecho irse a la señorita? –preguntó a Kruppke el segundo belga.

- Porque no quiero que mi novia baile con un belga.

- ¿Y por qué no?

- Pues porque es demasiado buena pasa eso.

Lo siguiente llegó con la rapidez del rayo. El belga levantó el puño para pegar, pero yo fui más rápido. Dando un brinco, le pegué en la cara de abajo a arriba. Intenté darle en la barbilla, pero le alcancé en la nariz. El golpe produjo un sonido ronco: aquel coloso se tambaleó y se estrelló en el suelo. Alguien gritó… y yo me quedé como atontado. Entonces Kruppker pasó a la acción. Volcó la mesa de una patada, me agarró del brazo y gritó:

- ¡Vámonos, salgamos de aquí!

Corrimos a lo largo del restaurante mientras la gente gritaba, atravesamos la puerta de cristal de la entrada y nos sumergimos en la oscuridad de la noche, y corrimos calle abajo hasta perder el aliento.

Estaba oscuro como boca de lobo, y además tan silencioso que podíamos oír los latidos de nuestros corazones. Nos detuvimos unos instantes para escuchar, pero no pudimos oír a nuestros perseguidores.

- Tienes que irte, Rudi, esta misma noche – me dijo mi compañero. Los dos, tranquilamente, nos dirigimos hacia la catedral, como si fuéramos dos pacíficos ciudadanos que diesen su acostumbrado paseo nocturno.

- Te buscarán hasta encontrarte, y después…

Kruppke calló.

- Fue en legítima defensa – le respondí.

Mi amigo se encogió de hombros."



(R. CARACCIOLA, "MI MUNDO. Vida de un piloto automovilístico")


Quizás otro día un poquito más...


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accitano
mensaje Feb 27 2008, 10:08 PM
Publicado: #15


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Que gran hilo!!!

Muchísimas gracias Ayrton y Raquel! Se echaba de menos un tema como este.

Saludos.

"Cada tanto viene bien una derrota" Frank Williams.
[/b] [/i]


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Saludos.

"Cada tanto viene bien una derrota" Frank Williams.
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Kashopi
mensaje Feb 27 2008, 10:38 PM
Publicado: #16


La cabra es mía
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Mooooola señores.
Por estas cosas vine aquí y por esto me quedo ahora
Gracias Ayrton, gran trabajo!!
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Ayrton
mensaje Feb 27 2008, 11:22 PM
Publicado: #17


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Vaya joya Raquel, bueno 2 joyas (tu y el relato)

...yo también, por estos, y por muchos otros me quedo... igual que muchos otros ¿verdad?






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Ayrton
mensaje Feb 27 2008, 11:33 PM
Publicado: #18


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Gracias a todos vosotros, sois los que verdaderamente haceis que el foro esté ahí.

Seguiremos




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ogledalo
mensaje Feb 27 2008, 11:43 PM
Publicado: #19


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Cómo me gusta este tema: soy el feliz poseedor de un libro titulado “Los grandes premios internacionales de la Penya Rhin”, con sus narraciones de carreras, sus fotos... su todo!
Ayrton, la próxima vez que nos veamos lo llevaré conmigo


--------------------
No por mucho amanecer madrugo más temprano.
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Ayrton
mensaje Feb 27 2008, 11:50 PM
Publicado: #20


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oooo, ogle, mira que lo he estado buscando tiempo, y no lo he encontrado.

dime donde comprarlo please, ASAP

si no, el tuyo, será carne de mi scanner, jejeje


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Raquel
mensaje Apr 14 2008, 01:00 PM
Publicado: #21


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Prometido es deuda. wink.gif

Y esa continuación del primer capítulo de la autobiografía de Caracciola va especialmente por ti, Tenista smile.gif

Sigo justo desde donde lo dejé hasta el final del capítulo:

...Un aire frio llegaba de los montes Eifel...

"(...pero al día siguiente ni su propia madre podía reconocerle.)

Era cierto. Había oído hablar de historias parecidas, cada una más espeluznante que la anterior.
- Y tú, ¿qué harás?
- Yo no le toqué. Todo el mundo lo vio.

En aquellos momentos una patrulla belga dio la vuelta a una esquina próxima. Desde bastante distancia habíamos oído cómo resonaban sobre los adoquines las botas claveteadas. Nos refugiamos en la sombra de un portal. Eran siete, contando el sargento. No nos vieron. Cuando pasaron por la calzada, con sus fusiles al hombro, pudimos ver cómo refulgía la luz de la luna en el acero de las bayonetas. Sus pasos fueron perdiéndose en la distancia; entonces abandonamos aquella sombra y reemprendimos el paseo.
- Tienes que salir de Aquisgrán insistió Kruppke-. Es forzoso que te vayas.
Al llegar a mi calle, vimos luz en el ático donde yo vivía. Nos detuvimos en seco, como si hubiésemos recibido una orden. Kruppke dijo concisamente:
- Puedes verlo: ya están aquí.
Dimos media vuelta y corrimos calle abajo. Kruppke vivía, con su hermano, encima de un garaje situado en un amplio patio de la calle Annunciatenbach. El patio estaba vacío y oscuro; sólo brillaba una débil luz rojiza sobre la puerta deslizante de hierro que daba entrada al garaje. Mi amigo desapareció en un pequeño pabellón y volvió trayendo una motocicleta, una NSU, de la que yo sabía estaba orgulloso.
- Ya me la devolverás cuando estés fuera de aquí.
Me estrechó la mano, sentí el crujir de unos billetes entre mis dedos diez mil marcos en papel, medio sueldo de una semana -. Se me hizo un nudo en la garganta. Bajo la débil luz del farol, su cara parecía macilenta.
- No puedo aceptarlos le dije.
- Por favor, no es éste momento para decir sandeces respondió casi enfadado.
Me acompañó hasta la calle; de nuevo nos dimos un apretón de manos en silencio, y entonces yo arranqué.
Me volví al llegar al fin de la calle. Aun estaba allí, pequeño, flaco, vencido por el trabajo, y me saludaba con sus grandes manos. Había trabajado con él solamente un año; pero al perderle me pareció que perdía a un hermano.
Fuera de la ciudad, la luz intensa de la luna iluminaba la carretera y un aire frío llegaba de los montes Eifel. Era marzo. Los árboles estaban todavía desnudos. Estaba helándome, pues llevaba el delgado traje azul de los domingos con que huí del Kakadu. Hacia las siete de la mañana llegué a Remaguen. La ciudad estaba aún semidormida. Los faroles de gas lucían lánguidamente, como si estuvieran a punto de apagarse. Las calles estaban desiertas, excepción hecha de unos pocos obreros que se apresuraban por llegar a su trabajo.
Bajé por la carretera, siguiendo el Rhin, hasta que paré frente a mi casa. Apoyé la moto en los peldaños, subí y tiré de la cuerda de la campanilla. Su sonido se oyé a través del silencioso vestíbulo. Al cabo de unos momentos oí algunos leves pasos, y una voz sobresaltada preguntó, tras la puerta:
- ¿Quién es?
- Soy Rudi.
La puerta se abrió. MI hermana estaba allí, en camisón y descalza.
- ¿Eres tú, Rudi? ¡Por amor de Dios! ¿Qué te pasa?
- Me peleé con un belga contesté al tiempo que entraba.
Me miró extrañada y al mismo tiempo admirada.
Desde arriba llegó la voz de mi madre:
- Herta, ¿quién es?
Corrí escaleras arriba, de tres en tres peldaños,, y en seguida nos hallamos uno en los brazos del otro. ¡Qué pequeña era! ¡Qué frágil! Tenía varios mechones blancos en el pelo. Más tarde vi que los había ocultado cuando se arregló para el día. Tomó mi cara con ambas manos y la alejó un poco de la suya.
- ¿Has cometido alguna locura, muchacho?
- Nada malo. Solamente una pequeña discusión privada con unos belgas
Pude ver cómo se hacían más profundas las arrugas alrededor de sus ojos.
- Bien, si es así, ¿por qué no te vas a tu habitación y te refrescas un poco? Dentro de media hora tendremos a punto el desayuno. Entonces me lo explicarás todo
Poco después estuvimos sentados alrededor de la mesa y expliqué lo sucedido. Cuando hube acabado, nadie abrió la boca. Por fin, mi hermano concretó.
- Parece que no te das cuenta de las consecuencias de tu acción. Desde luego, no puedes continuar en Remagen. También nosotros estamos en pleno territorio ocupado, y por ello puedes ocasionarnos las peores dificultades.
En aquel tiempo, mi hermano tenía veintiséis años, o sea, seis más que yo, y desde la muerte de mi padre era el que decidía en la casa. Hablaba con la suficiencia de un joven a quien el destino hubiese situado, algo prematuramente, en el puente de mando, como un capitán.
- Sí, Rudi, tienes que irte convino tristemente mi madre.
Entonces ella y mi hermana empezaron a tratar de mi futuro. ¿Podría aprender algo del negocio de vinos, o llegar a ser panadero, o debiera entrar de aprendiz en un hotel? Yo escuchaba sin decir nada. Miré hacia el Rhin, que discurría bajo los desnudos álamos. Si todo dependiese de mí, pensaba, mi vida estaría dedicada a conducir coches. Pero, desgraciadamente, esto no estaba considerado como una profesión. Finalmente, cuando las mujeres se cansaron de tanto hablar, se volvieron hacia mí para saber qué es lo que yo opinaba.
- Francamente les dije -, me gustaría continuar en los asuntos automovilísticos.
- ¿Crees que esto, hoy día, es fácil? me preguntó mi hermano.
Por mi parte me limité a encogerme de hombros.
- En el tren me encontré con un fabricante explicó mi hermana -. Estaba interesadísimo en todo lo relacionado con los automóviles. Espera un momento; te diré cómo se llama ese señor - Corrió escaleras arriba y regresó después con su bolso, del que extrajo una vieja tarjeta que rezaba:

SIEGFRIED THEODOR RATHMANN
FABRICANTE
Dresde
- Como podéis ver, debe de ser muy conocido, ya que no pone la dirección añadió orgullosamente Ylse.
El resultado fue que, dos días después, subí al tren con sesenta mil marcos en el bolsillo y con aquella dirección como toda esperanza para mi futuro."

(FIN, Cap. I)


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tenista
mensaje Apr 14 2008, 03:00 PM
Publicado: #22


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No se como agradecertelo, Raquel, deberas muchisimas gracias, no te imaginas la ilusion que me hace tu dedicatoria, espero que poco a poco me y nos sigas contando esta increible historia.

De nuevo muchas gracias, compañera wink.gif


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cies
mensaje Apr 14 2008, 03:14 PM
Publicado: #23


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rolleyes.gif
Soy Feliz.
Gracias Raquel.


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http://es.wikipedia.org/wiki/Islas_C%C3%ADes
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Raquel
mensaje Apr 14 2008, 03:18 PM
Publicado: #24


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¡Pues yo más! biggrin.gif

Ojalá fuese tan fácil hacer siempre felices a los demás como con esto. wink.gif
A vosotros gracias.

Seguiré...


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QUIQUE A.
mensaje Apr 14 2008, 04:07 PM
Publicado: #25


¡A ras!
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Gracias Raquel. Pena que el marcador de visitas del topic no se mueva del "cero". sad.gif
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juan lobo
mensaje Apr 14 2008, 05:29 PM
Publicado: #26


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Gracias Raquel smile.gif
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Raquel
mensaje Apr 14 2008, 10:54 PM
Publicado: #27


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Pues nos vamos cruzando, Juan Lobo... laugh.gif

Había puesto la directa a ver si así adelantaba un poco para ver a Caracciola en carrera, de modo que os dejo un capítulo más, el segundo.

... llegué a parar la fábrica de electricidad de Remagen.

"CAPÍTULO II


Desde la estación marché directamente a la casa de Rathmann. La fábrica estaba situada en la parte vieja de la ciudad de Dresde, y al verla sufrí una gran desilusión. Toda la empresa se reducía a tres habitaciones en la parte trasera de un gris edificio.

Un joven, de tupida cabellera rubia y ojos azules que parpadeaban detrás de las gafas, estaba sentado en el despacho.


- ¿Quién es usted? preguntó.

- Caracciola, de Remagen.

Se levantó y fue hacia mí con las manos extendidas.



- Su hermana ya me ha escrito hablándome de usted.

Le miré asombrado

- ¡Ah! Ya puedo verlo: soy yo, en persona. Sí, soy Rathmann dijo riendo.


Apartó de un manotazo unos cuerpos de muñeca que cubrían una silla y me ofreció asiento. Miré a mi alrededor. Era una habitación pequeña, mal alumbrada. En el centro, un anticuado escritorio sobre el que libros de comercio, restos de almuerzo y cuerpos de muñecas estaban dispuestos como al azar. En el suelo y en los estantes de las paredes, muchas muñecas de madera que me miraban fijamente con estúpidos ojos azules.


- Pues sí empezó en tono alegre -. Ahora me dedico a la fabricación de muñecas de madera. La semana pasada hacía palos para jugar a bolos. Más adelante, ¿qué haré? ¿Tapas para ataúd? ¡Quien sabe! En estos momentos hay que ser versátil. Me ofreció un cigarrillo. Pero, ahora, hablemos de usted. ¿A qué se ha dedicado usted?

Se lo expliqué.

- ¡Hum! murmuró cuando acabé de explicárselo todo -. Y, aparte de todo esto, ¿no tiene usted conocimientos técnicos sobre algo más que la mecánica de automóviles.

- Bueno, quizás sí le dije -. En cierta ocasión llegué a parar la fábrica de electricidad de Remagen.

- ¿Usted hizo eso? ¿Cómo se las arregló?


Le conté aquella historia. En el hotel de mi padre estaba instalada la central eléctrica que abastecía todo Remagen, incluido, naturalmente, el único cine de la ciudad. Pero este cine pertenecía al Centro Católico, y como yo era protestante, el sacerdote no me permitía asistir a las sesiones. Por esto, cuando iba a empezar sus sesiones, cortaba la electricidad. Lo hice varias veces. Al cabo de una semana me dio pases para mí y para mis hermanos, y poco tiempo después me convertí en el operador del centro católico.

A Rathmann le hizo mucha gracia la anécdota.


- Estupendo para empezar. Pero ahora, ¿qué?

Me encogí de hombros.

- Bien, ¿qué planes tiene usted?

- Mi ilusión es conducir automóviles de carreras le contesté -. Pero si no es posible, me dará igual hacer cualquier otra cosa.

- ¿Ha tomado ya parte en alguna carrera?

- Claro que sí. El pasado año gané el primer premio en la clase midgets del Premio Opel. Monté un Fafnir de litro y medio.

- ¡Formidable! exlamó Rathmann -. Esto es magnífico. Esta misma noche le presentaré a los miembros de nuestro grupo. Son grandes entusiastas del motor, pero ninguno ha ganado nunca un premio. Pero eso sí, son gente muy aficionada. Estoy seguro de que alguno de mis amigos podrá ayudarle.


Quedamos citados para el atardecer. Tenía que esperarle enfrente de Braustube, en cuyo restaurante tenía mesa reservada.

Llegó con media hora de retraso. En el piso de encima de su fábrica había reventado una cañería y el agua, al penetrar en su taller, mojó todas las muñecas. Tuvo que entretenerse secándolas, y aun así temía que las cabezas se hinchasen por causa de la humedad. Lo explicó como si se tratase de algo gracioso.

Entramos en el restaurante. En un rincón, bajo una verde lámpara, había una mesa redonda a cuyo alrededor se reunía aquel grupo de amigos. Estaban presentes tres, todos jóvenes: Prickel, tasador; Kleeberg, negociante, y Scholz, empleado de banca. Rathmann era el mayor, y me presentó a los otros:


- El señor Caracciola, vencedor del Premio Opel.

- Maravilloso dijo Prickel -. Yo he corrido alguna que otra vez. El pasado año, en la prueba en cuesta de Silesia

Le interrumpió Kleeberg diciendo:

- Llegó el octavo. Eran diez los inscritos, y tuvo la suerte de que a última hora se retiraran dos.

- En la carrera anterior también corrió Kleeberg, pero abandonó antes de arrancar. Dio la casualidad de que olvidó la llave de contacto contraatacó Prickel.

Todo el mundo estalló en risa.

- Caballeros, ahora es preciso hablar en serio dijo Rathmann golpeando la mesa con su anillo de sello -. Tenemos que ayudar a Caracciola.

Expuso mi situación. Se pusieron pensativos. No era nada agradable carecer de empleo en aquellos tiempos.

- ¿No sería mucho mejor que entrara en relación con la casa Fafnir? preguntó Scholz -. Quizás necesiten un representante en nuestra ciudad.

Rathmann se golpeó la frente y agregó:

- Naturalmente, ésta es la mejor solución: representante de la casa Fafnir. Un amigo mío representa otra marca. Empezó hace tres años y ha progresado tanto, que ya tiene negocio propio.

Kleeberg interrumpió para sugerir:

- ¿No sería lo mejor que el señor Caracciola escribiera cuanto antes a la casa Fafnir?

- ¿Cómo que cuanto antes? dijo Rathmann -. ¿Cuánto antes? ¡Va a escribir ahora mismo!

Pidió recado de escribir al camarero. Se lo trajo sobre un papel secante verde y, por orden de Rathmann, lo dispuso ante mí.

- Muy bien: empecemos ordenó Rathmann. Dio varias nerviosas chupadas a su cigarrillo y empezó a dictar:

- Querido señor director general.

Le interrumpí haciéndole notar que aquella firma tenía tan sólo un director.

- No importa: deja lo de director general. Eso le halagará y no le perjudica a usted.

- Yo pondría estimado opinó Kleeberg -. Así tiene un carácter más personal.

- Por mis amplias relaciones con el comercio y la industria de Dresde - continuó dictando Rathmann.

- y con las autoridades locales añadió Prickel, aludiéndose a su cargo de tasador.


En fin, todos cooperaron. Dos horas después quedó terminada la carta. Se tachó lo débil o lo que pudiera sonar a falso, y al final quedó reducida a cinco concisos párrafos en que solicitaba de aquella empresa ser aceptado como representante suyo; saber qué garantías podrían ofrecerme y cuánto percibiría en concepto de comisiones. La respuesta llegó al cabo de tres días. La casa Fafnir estaba dispuesta a nombrarme representante suyo, pero no ofrecía garantías, pues decía:


Vistas las buenas relaciones que tiene usted, le será muy fácil obtener elevadas comisiones, lo que hace superfluas las garantías de beneficios que pudiéramos ofrecerle.


De esta manera me encontré convertido en representante de la casa Fafnir. Hice imprimir tarjetas y papel de cartas, cuya cabecera proclamaba en enormes letras negras:


RUDOLF CARACCIOLA


REPRESENTANTE.

Fábrica de automóviles Fafnir.

Dresde. Reitergasse, 12.



Deseaba tener teléfono; pero, desgraciadamente, resultaba demasiado caro para mí. Hube de conformarme con mandar cartas de saludo, con aquel membrete, a mis amigos y familiares. Durante mis paseos depositaba tarjetas comerciales en los buzones de correo de la gente acomodada. Y, sentado en mi habitación, esperaba. Pero no venía nadie.


Los tiempos eran difíciles. El fajo de billetes que traje, y que guardé en una cajita metálica, adelgazaba día a día. Le pegaba metafóricos mordisquitos; por otra parte, le devoraba la inflación, y ésta tiene dientes muy aguzados. Para ahorrarme el desayuno me levantaba a las doce, y así iba directamente a comer. La casa Fafnir me escribió varias veces, extrañada de que no hiciera ninguna venta. Al principio contestaba con diversas explicaciones referentes a las dificultades que era preciso vencer. Después, ni tan siquiera contestaba.


Tan sólo una vez logré vender un coche. El comprador era un carnicero, en cuya tienda se enteró Kleeberg de que deseaba comprar uno. Me lo dijo y le llevé mis catálogos. El presunto cliente los miró, escogió un modelo; abrió la cartera y lo pagó al contado. Cuando recibió el automóvil, con aquel dinero no habría tenido sino lo justo para pagar la bocina y un par de faros.


La casa se las compuso para llamarme por teléfono desde Aquisgrán. Un malhumorado caballero me preguntó si no sabía aún lo de la inflación, o si es que era tan tonto que no podía comprenderla. En lo futuro, me indicó, solamente podría vender sobre la base del pago en dólares. Pero con aquella base no vendí ningún coche más."

PD: lo que no me gustaría con ello es desvirtuar el contenido de este fabuloso tema de Ayrton. smile.gif Pero como lo empecé por aquí, pues así lo he seguido. Que él decida wink.gif


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tenista
mensaje Apr 15 2008, 08:43 AM
Publicado: #28


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Raquel
mensaje Apr 17 2008, 08:27 PM
Publicado: #29


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Esto no es un coche; ¡Es una bañera con cuatro ruedas!

"CAPÍTULO III



Una tarde Prickel me dijo cuando llegó a nuestra reunión:



- Quizás le interese esto, Caracciola.



Me entregó un diario en el aparecía la noticia de que el Automóvil Club de Alemania había organizado una carrera de coches de pequeña cilindrada, en el Stadion de Berlín. Me encogí de hombros y le devolví el periódico:



- Como no dejen correr a pie

- ¿Y no cree usted que la casa Fafnir?

- Ni soñarlo repuse-, después del asunto del automóvil del carnicero.



Intervino Kleeberg:



- Creo que puedo conseguir un coche.

- ¿Y cuánto costaría?

- Nada respondió-. Wuesthoff, un viejo camarada mío de guerra, tiene un pequeño coche, marca Ego, y no dudo de que si yo se lo pido se lo prestará. Estoy completamente seguro.



El domingo siguiente visité a Wuethoff en Chemnitz. Tenía el aspecto de un joven señor feudal; pero el gran corazón y la mano abierta de un viejo soldado.



- Puede disponer, naturalmente, de mi viejo Ego.



Acto seguido nos dirigimos al garaje. Durante el camino me dio algunos consejos. Había de llevarlo a la fábrica, en Berlín, para dejarlo en condiciones de tomar parte en la carrera



- Tal como se encuentra ahora, como mucho, podría usted competir en velocidad con un cortejo fúnebre comentó.



No despedimos y volví a Dresde en el auto de Wuesthoff. Al anochecer fui recibido calurosamente por los del grupo. Apostaron un barrilito de cerveza por mi victoria y me llenaron de buenos consejos. Rathmann me regaló una pequeña muñeca tuerta para que me sirviera de mascota, y Kleeberg me recomendó que no durmiera con la ventana abierta, no fuera a pillar un resfriado en vísperas del gran día. Todos pensaban ir a Berlín para presenciar la carrera.



- Sólo para darle ánimos después dijo Prikel con una sonrisa amistosa.



La carrera tendría lugar a últimos de abril. Partí una semana antes, para disponer de suficiente tiempo para la puesta a punto del motor. La fábrica de aviones Merkur que construía el Ego estaba situada en la parte este de las afueras de Berlín. Temía hallar una serie de dificultades, pero todo se desarrolló de muy distinta manera. El jefe de ventas, un hombre jovial, de enhiesto mostacho, había sido avisado por Wuesthoff. Me recibió con magnífico buen humor.



- ¿Con que usted es nuestro campeón de la carrera del sábado? Bien, reconozco que usted es un hombre valiente; ¿pero quién va a pagar el trabajo?

Iba a responder me acalló con un gesto.

- No se preocupe; eso nos pasa a todos. Se lo pondremos muy barato. Tengo esta idea: si usted vence con el Ego, no tendrá que pagar nada; si pierde, tendrá que pagar los repuestos utilizados en el reajuste.



Le di las gracias y cerramos el trato con un apretón de manos.

Pasé en la fábrica los siguientes días, trabajando desde la mañana hasta la noche. En unión del copiloto, puesto a mi disposición por la empresa, me afané en preparar el automóvil. Mi ayudante era un alegre chico berlinés.



- Alardee del coche tanto como quiera; en cuanto vea los otros autos podrá echarse a dormir tranquilo. Esto no es un coche; ¡Es una bañera con cuatro ruedas!



Se habían inscrito muchos automóviles pequeños, por lo que habían de celebrarse tres eliminatorias el sábado por la tarde. Los vencedores tomarían parte en la final del domingo. El estadio parecía una enorme piscina vacía, que brillaba con rutilante blancura a la luz del sol. Las tribunas y graderíos estaban casi vacíos. Solamente había en los box algunos pequeños grupos de gente esparcidos acá y acullá. En aquel gran espacio parecían perdidos, como paraguas olvidados.

Casi todos los conductores eran jóvenes ansiosos de recibir el espaldarazo que les convirtiera en auténticos pilotos. Muchos se habían vestido de modo impresionante, con cascos y enormes gafas que no se quitaban ni tan siquiera para tomar café en el bar.

Discutían en voz alta, casi a gritos, las distintas tácticas que se podían seguir. En la curva norte de la pista, Cervezas Patzenhofer había instalado un colosal anuncio con grandiosas letras blancas y se debatía si era aconsejable enfocar la recta a la altura de la P o de la A. Un hombre se mantenía apartado de aquellas conversaciones: un caballero de nariz achatada, con alto cuello duro y largas patillas.



- Es el ingeniero Niedlich, y conduce un modelo especial de la casa Grade me apuntó mi copiloto. Observé con temeroso respeto cómo aquel hombre paseaba majestuosamente arriba y abajo, con los brazos cruzados. Su automóvil tenía la forma de un bote de fondo llano. En la popa, un enorme tubo de escape sobresalía amenazadoramente, como si fuese el tubo de un lanzatorpedos.



Por medio de un sorteo se repartió en tres grupos a los corredores. Niedlich quedó situado en el primero, y me alegró no tener que competir entonces con aquel peligroso piloto.

Lo primeros vehículos se aprestaron para la salida. Roncaron los motores y mis narices absorbieron el cálido olor del combustible. El coche de Niedlich rugía tanto como los otros tres juntos. Llenaba de atronador ruido la inmensa olla de cemento del estadio, y su enorme tubo de escape despedía nubes de gas pestilente.

Estaban en plena lucha. Niedlich iba en cabeza. Corrían por la recta, llegaban a la lejana curva parecían moscas que pasasen sobre el anuncio de la cerveza Patzenhofer -, y daban y regresaban zumbando y tosiendo. Junto a mí se hallaba un periodista. Por encima de su hombro pude ver cómo anotaba: Un espectáculo que deja sin aliento. Los coches se persiguen en las ceñidas curvas a setenta y cinco kilómetros por hora

Niedlich ganó la primera eliminatoria.

Me dirigí con los de mi grupo a la línea de salida. Dos de mis contrincantes conducían coches de la marca Coco, y el otro un Omikron. Cuando me senté al volante sentí una extraña sensación en el estómago; la misma extraña sensación que experimentaba cuando al terminar el año escolar, por Pascua, era llamado al despacho del director después de los exámenes.

Un caballero vestido con un levita de flotantes faldones dio la salida y arrancamos. Había que dar cuarenta vueltas, o sea 26´6 km. La pista estaba dividida en cuatro bandas por medio de tres rayas blancas. Casi todos los conductores tenían la costumbre de derrapar en las curvas y después, como halcones, enfilar la recta. Esto resultaba muy emocionante, pero hacía perder mucho tiempo. Por ello decidí ir siempre por el centro, pues por la parte interior las curvas no permitían mayor velocidad. Oprimí a fondo el acelerador y el indicador se estremeció al señalar más de 77 km. Después de la sexta vuelta, mi copiloto me gritó:



- ¡Afloje! Hemos dejado atrás a los otros.



Disminuí la velocidad y me mantuve en 70 por hora hasta el final feliz de la carrera. Al llegar a la meta me felicitaron unas cuantas personas, y tuve que deletrear mi nombre a un periodista. Saltamos del coche y mi ayudante revisó el motor. El aceite se había calentado demasiado y, chirriando, se salía por las válvulas.



- Bueno dije a Schulz- ; no te queda más remedio que trabajr con la bomba durante toda la carrera.



Asintió resignadamente con un movimiento de cabeza.



* * *

Por fin llegó el día de la carrera.

Camino del estadio pude ver que aquello iba a convertirse en un verdadero acontecimiento. Parecía como si todos los berlineses se dirigieran hacia allá, con sus esposas, sus hijos y sus paquetes de bocadillos. El estadio parecía un grandioso cráter invadido por insectos blancos y negros. En el cielo un sol ardiente se ocultaba a veces tras nubes de tormenta.



Primero corrieron las motos. En otras circunstancias, aquella carrera me habría interesado enormemente; pero en aquel momento tan sólo deseaba que llegara el momento de estar en pista y arrancar.

Finalmente llegó la orden esperada: Preparados para la salida.

?ramos cuatro. Niedlich con su grade; Huettner con un Omikron, Hoffman, con un Coco y yo, con el Ego de Wuesthoff. Los conductores eran tan poco conocidos como las marcas de los vehículos. En la salida estaban unos cuantos periodistas y el caballero de los faldones flotantes, cuyo aspecto hacía pensar en un escarabajo que anduviese con las patas traseras. Nos llenó de advertencias, como por ejemplo, que debíamos dar paso al compañero que lo pidiese, y que si se producía alguna irregularidad tendría que dejarse la protesta para después de la carrera. Apenas escuchábamos y montamos en los coches. A mi lado estaba Niedlich, sentado inmóvil al volante, mirando con fijeza hacia delante.

Los motores empezaron a roncar; y de nuevo el Grade de Niedlich hizo más ruido que los otros tres juntos. Y arrancamos por fin.

Tenía una idea fija: tomar la delantera, conservarla y permanecer siempre en el centro de la pista.

Por el espejo retrovisor pude ver a Niedlich en su rabioso coche, envuelto en una nube de humo; una especie de llameante volcán sobre ruedas. A mi lado Shulz, sudoroso, jadeante, no paraba de hacer funcionar la bomba.

Poco después el Grade desapareció del pequeño espejo y fue sustituido por el Coco de Hoffman. Aceleré y también desapareció el Coco.



- ¡No puedo más! me gritó, agotado, Shulz-. ¡Mi brazo!

- ¡Tienes que aguantar! le contesté. Entonces reapareció Niedlich. Se ceñía sobre mí como un halcón en la ceñida curva. Aceleré tanto como pude y Shulz, a pesar de su cansancio, trabajó como un marino que achica agua en una barca que naufraga. Al entrar de nuevo en la misma curva alcancé la P cuando Niedlich atravesaba la A. Así fui luchando: letra por letra.

- ¿Qué vuelta es ésta? pregunté.

- La treinta y ocho.

- No; la treinta y siete contesté. Pero Shulz movió la cabeza y apretó los dientes.



Al cabo de dos vueltas más, el caballero de los faldones saltó a la pista y agitó una bandera. ¡El final!

Le pasamos rugiendo y nos dirigimos a los box. Frené. Paramos el motor.



- Ya lo ve: ¡era la treinta y ocho! exclamó Shulz.



Un momento después nos sumergimos en una muchedumbre. Las gentes se apretujaban alrededor del coche, reían, nos daban la mano, nos daban palmadas en la espalda y gritaban tanto que se nos hacía imposible entender nada de lo que nos decían. El patilludo director de la Ergo atravesó el gentío como si fuera un nadador. Se me acercó, me ayudó a salir del coche, me abrazó y rozó mi mejilla con su bigote.



- Fabuloso, muchacho me dijo-. Eso es fabuloso. Si algún día montamos una sección de carreras, cuente con ser nuestro conductor.



En aquel preciso momento, el Grade de Niedlich se aproximó roncando. Paró justamente a mi lado. Vi cómo subía el respaldo del asiento y oí cómo explicaba a voces:



- Si el mecánico no se hubiese olvidado de aflojar el freno de mano, el señor Caracciola no estaría ahora aquí victorioso. Desgraciadamente no me di cuenta del descuido hasta después de las tres cuartas partes de la primera vuelta.



Descendió de su automóvil y desapareció entre la multitud.

De repente, mis amigos de la peña hicieron su aparición. Habían venido de4 la tribuna. Kleeberg y Shulz colocaron sobre el radiador una enorme corona de laurel. Luego se adelantó Rathmann, me entregó un abono para doce comidas y dijo:



- Rudolf Caracciola, primero fuiste una rama extraña en nuestro árbol. Pero desde hoy eres uno de nosotros. Puedes considerarte no tan sólo un verdadero sajón, sino también un auténtico ciudadano de Dresde



No pudo terminar el discurso, pues obligaron a despejar la pista y teníamos que dar la vuelta de honor. La dimos muy despacio, alrededor del enorme óvalo, entonces alegre y cordial bajo la luz de un esplendoroso sol. ¡Cómo se divertía la gente! Saltaba de sus asientos, se agitaba, gritaba; un ramo de flores me dio en la cabeza. Estaba contento y emocionado. Me dijo Shulz que en su vida sólo había disfrutado de un momento más feliz.

Tras la vuelta de honor salimos del estadio por un túnel. Hacía mucho frío allí y todo estaba en silencio. Se interpuso en nuestro camino una sombra que brotó de la oscuridad.



- Un momento, por favor.



Paramos.

Un alto caballero, severamente vestido de negro, vino hacia el coche; puso una mano en el volante, me saludó con una inclinación y me dijo:



- Pertenezco al comité de dirección de la carrera. Se ha presentado una seria objeción a su victoria.

- ¿Qué? ¿Cómo? repuse asombrado.

- Le he dicho -añadió en tono más solemne- que ha habido una protesta por su victoria.

- ¿Quién ha protestado?

- No puedo decírselo. A fin de cuentas, se sospecha que no ha registrado usted correctamente la cubicación del motor del coche. ¿Tiene la amabilidad de seguirme?



Se adelantó y le seguimos con lentitud. Shulz maldecía en voz baja. A la salida del túnel nuestro guía giró a la izquierda y nos condujo a un oscuro patio para reparaciones, donde nos esperaban otros dos caballeros. Tuvimos que bajar del coche, abrir la cubierta del motor y desmontar la culata.

Uno de ellos se acercó lentamente, con precisos pasos, e introdujo en un cilindro un instrumento de medición. Lo extrajo, lo miró atentamente a contraluz y dirigió un gesto de condolencia a alguien que se hallaba tras de mí. Me volví y aún pude distinguir los bigotes de Niedlich en el momento en que desaparecía.

El primer caballero se volvió hacia nosotros.



- Les presentamos nuestras excusas dijo-. Fuimos lamentablemente mal informados. La cubicación declarada por usted era la correcta.



Los tres se inclinaron a un mismo tiempo como marionetas y desaparecieron por una puerta situada en el fondo de aquel patio.



- Niedlich conduce un grade muy decente, pero él se conduce como un indecente me dijo Shulz, con malicia, mientras atornillábamos la culata. Yo estaba un poco deprimido. Aquel incidente empañaba el goce de la victoria. Pero cuando volvimos a estar bajo la luz del sol, entre los amigos que nos esperaban y junto al barrilito de cerveza, olvidamos todo en seguida.



Era joven y había vencido."


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tenista
mensaje Apr 17 2008, 08:42 PM
Publicado: #30


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IV, IV, IV, IV, IV, IV, que grande Rauqel, ya estoy como loco, muchas gracias, comapñera. ohmy.gif


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accitano
mensaje Apr 17 2008, 10:46 PM
Publicado: #31


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ohmy.gif ohmy.gif ohmy.gif

Muchísimas gracias, Raquel, por el trabajo que te estas tomando.


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Saludos.

"Cada tanto viene bien una derrota" Frank Williams.
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Raquel
mensaje Apr 17 2008, 11:01 PM
Publicado: #32


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A vosotros. smile.gif
Es un placer.


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Raquel
mensaje Apr 18 2008, 03:58 PM
Publicado: #33


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Especialmente dedicado a COSWORTH. smile.gif
Seguro que él sabe por qué... wink.gif

(Porque le "debo" muchas cosas. Por todas sus sonrisas...)

Era uno de aquellos hombres duros de la vieja guardia...



CAPÍTULO IV



Contemplaba la puerta tapizada de cuero castaño por la que hacía desaparecido Herzing. Hacía más de media hora que me había dejado y me parecía difícil soportar aquella espera durante más tiempo.

La rubia secretaria parecía muy ocupada, o por lo menos intentaba aparentarlo. Escribía, apuntaba algo en un libro, buscó un fechador, volvió a sentarse ante la máquina de escribir. Era muy bonita y bastante altanera. Parecía que no se diese cuenta de mi presencia.

Llovía. Veía chocar las gotas en los cristales de la ventana, ante la cual un álamo se encorvaba por la lluvia, todas sus hojas temblando bajo el agua.

Desde mi asiento podía distinguir parte de la fábrica: tres largos cobertizos de techo de cristal que desde aquella distancia semejaban invernaderos.

Todo había acontecido con tal rapidez que yo fui el primer sorprendido. Un día Wuesthoff me presentó al señor Herzing, director de la casa Daimler. Alguien dijo que mi ilusión era, por encima de todo, convertirme en conductor de automóviles y conducir para la casa Daimler.

Y por ello me hallaba esperando en la fábrica, en Untertuerkheim.

La tapizada puerta parecía pesada y severa, como la del consultorio de un doctor. Y tras ella los directores Herzing y Gross moldeaban mi destino.



- Señorita, ¿no cree que podría preguntar?

- Señorita Schroeder dijo la rubia secretaria mirándome severamente-. ¡No! El director, Sr. Gross, ordena que no se le moleste durante ninguna conferencia.



Me habló por encima de la máquina de escribir, mientras colocaba una nueva hoja. Después volvió a teclear. No parecía dispuesta a hablar de nuevo conmigo.

De la pared de enfrente pendían un cuadro y un gran calendario. Aquél era el retrato de un caballero de luenga barba, sin duda alguna, el fundador de la casa. El calendario me dijo que era el 11 de junio. Se acercaba el cumpleaños de mi madre. Hubiera sido muy hermoso que pudiera decirle aquel día: Mira, mamá, ahora soy piloto de la casa Mercedes. Mil marcos al mes para empezar y, aparte, naturalmente, primas de salida y premios. Mi madre se conmovería tanto que lloraría, aunque estoy seguro de que lloraría con sólo saber qué era de mí.

Era una lástima que no pudiera defender mi causa al otro lado de aquella puerta. Era posible que Herzing vacilase al hallar la menor resistencia. Yo hubiera procedido de muy distinto modo.



- Señor director diría-. Confíeme por una sola vez uno de sus coches, una sola vez siquiera, y puede estar seguro de que regresaré vencedor. Si no es así, nunca más volveré a tomar parte en ninguna competición.



Sonó el teléfono, la rubia secretaria descolgó el teléfono, escuchó, dijo Sí, y después nuevamente, Sí, Herr director, y volvió a colgar.



- Tiene que ir abajo para ver al señor Werner. Está junto a la entrada principal.

Tocó un timbre y apareció un ordenanza.

- Conduzca al señor hasta donde está el señor Werner dijo la chica y volvió a su trabajo. El corazón me resonaba en el pecho. Mi destino se decidiría ahora. Durante la próxima media hora sabría si podía llegar a conducir, si era de la madera de los que ganan Grandes Premios, o si todo era meros sueños, tontas alucinaciones con las que yo mismo me engañaba.



Era Werner quien tenía que probarme; el gran Werner, el vencedor de tantas pruebas. Era uno de aquellos hombres duros de la vieja guardia que con su coche habían roncado por todas las carreteras del país; con uno de aquéllos coches de altas ruedas y sin suspensión. A menudo llegaban a la meta con las manos en carne viva, magulladas por los golpes del volante; pero había logrado recorrer ciento cincuenta kilómetros o quizás más.



Cruzamos el patio. Aún llovía. Un gran ruido llegaba de las naves de la fábrica; de vez en cuando, el suelo temblaba por los golpes de alguna máquina.

Frente a un cobertizo se hallaba el chasis de un coche. Solamente el chasis con unos toscos asientos de madera. Nos paramos. De la sombría luz del cobertizo salió un hombre alto, delgado. Iba vestido con un mono azul. Era Werner.



- Buenos días dijo, y me dio la mano. Señaló silenciosamente el asiento de aquel coche y también silenciosamente se sentó a mi lado. Tenía larga y triste cara, nariz muy larga y ojos tristes. Era un rostro que parecía incapaz de poder sonreír.

Arrancamos. Werner daba las órdenes.

- Gire a la derecha, recto, de la vuelta a la izquierda



Le demostré de lo que era capaz. Conducía por carreteras rectas como verdaderas pistas de carreras y tomé las curvas de tal manera que el agua de la lluvia, debajo de las ruedas traseras, saltaba hacia lo alto. Al cabo de media hora, Werner dio la señal de regresar a la fábrica. Se apeó al llegar a la entrada principal. Me estrechó la mano.



- Gruess Gott! (¡Adiós!) me dijo y se fue.

- Pero, ¿qué le ha parecido a usted? le pregunté. Y desapareció en la oscuridad del cobertizo



Quedé allí, nervioso. ¿Es que le desilusioné de tal modo que no quería decirme ni una sola palabra? Fui a la portería y desde allí llamé al despacho. Aún estaban conferenciando.



- Mientras tanto, puede esperar abajo me dijo la secretaria -. El señor director ha sido informado de todo.



Estaba deprimido. Era obvio que la opinión de Werner debía de haber sido muy mala, ya que me trataban de una manera tan ofensiva.

Eran ya las cinco y media. El torrente de empleados había acabado. El portero estaba sentado en un pequeño rincón, y mojaba a hurtadillas un panecillo en una taza de café.

Me senté a su lado y empezamos a charlar. Hablamos de Werner.



- Es un gran muchacho me dijo -. Por desgracia no es feliz. Su esposa murió hace poco tiempo.

Por fin sonó el teléfono. Tomó el auricular y luego me dijo:

- Vaya en seguida arriba. ¡Pero de prisa, pues están a punto de marcharse!



Corrí hacia el despacho. Aún estaba excitado, pero no tanto como antes. La larga espera me había entumecido y, en conjunto, había perdido casi toda mi esperanza.

La puerta tapizada de la cámara sagrada estaba abierta. Dos caballeros hablaban, en pie, a punto de marchar. Herzing llevaba el sobretodo al brazo y hablaba a un hombre con impermeable, ancho de espaldas, de una figura maciza. Era el director Gross.



- ¡?ste es el muchacho! exclamó al verme -. Bien, Werner ha quedado muy satisfecho de usted. Puede empezar en Dresde. Como vencedor. Cien marcos al mes.

Estaba a punto de decir algo, pero Herzing me dirigió una mirada de aviso. Cuando descendíamos la escalera le susurré, a espaldas del gigante:

- ¡Pero si yo quería ser el conductor!

- No sea idiota replicó también en voz baja -. Conducir no es una profesión. Sea primero empleado de la firma; después, quizá algún día podrá conducir tanto como desee.


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QUIQUE A.
mensaje Apr 18 2008, 04:39 PM
Publicado: #34


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Muchas gracias Raquel, pero no entiendo lo que quiere decir Gross con "vencedor" (casi al final).

Saludos smile.gif
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tenista
mensaje Apr 18 2008, 04:39 PM
Publicado: #35


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Mil gracias, Raquel.


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Raquel
mensaje Apr 18 2008, 05:14 PM
Publicado: #36


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CITA
Muchas gracias Raquel, pero no entiendo lo que quiere decir Gross con "vencedor" (casi al final).

Saludos



Quique, es algo que mí también me impresionó mucho cuando tuve ese libro entre mis manos y podía empezarlo a "saborear" como una de esas cosas que crees[ i]que no vas a poder conseguir[/i]. Deseaba tanto leerlo.... Y sólo era una intuición sin fundamento. Caracciola me gustaba y ya está. Y PUNTO. Y no sabía ni siquiera por qué. Y mucho menos podía aducir razonamientos y causas.

Aun a sabiendas de que quizás no fuera el más loable, ¡para mí lo era! Cuando leía "HMM" (es decir, "Hombres, mujeres y motores") sencillamente me encandilaba.... No me preguntes por qué TENÍA FUERZA y sentía su pasión. Sé (ahora, y gracias a todo lo que en este foro se ha investigado y dicho) que pudiera ser "el ojito derecho de Neubauer". ¡Y yo que sé...! Era mi ojito derecho antes de saber yo todo eso. Me embobaba. Sencillamente me embobaba la fuerza de su valor y su tenacidad.
Empezó a convertirse en un verdadero H?ROE para mí. Cosas "de películas" Me encantaba en todos los aspectos. Por mucho que que me dijeran... "... pero es que no era el mejor, Raquel..."
Yo ya no podía verlo de otra forma.

Al empezar a leerle (en este libro que tanto busqué) me di cuenta de que JAMÁS QUERRÍA VERLE DE OTRA FORMA.

Y ahora te respondo, Quique Ya sólo me faltó para mis mejores gozos (que no aspiro a que otras personas entiendan) que "mi Caracciola" empleará el concepto de VENCER y no el de "ganar". Algo que muchas veces intento explicar y casi nadi me sabe comprender: "vencer no es ganar".

VENCE quien ha puesto todas sus armas y mejors aptitudes, con todos los sueños a la vista, de la peor de las tormentas que a uno le podría venir encima. ¡Y ahí está!
GANA el que está más arriba, el que tapa la lucha en un momento puntual.
VENCE quien sólo busca eso...

¿Verdad que no te he aclarado nada? Pero es que no sé cómo expresarlo...


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QUIQUE A.
mensaje Apr 18 2008, 05:43 PM
Publicado: #37


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Jolines Raquel, me abrumas, huh.gif yo sólo pensaba que sería cosa de repasar la traducción, como lo de "llevaba el sobretodo al brazo". tongue.gif

De todas maneras a mí también me subyuga la persona de "Carach", su gran tenacidad, como has dicho, sobre todo tras el grave accidente de Mónaco y los reveses producidos por la guerra que obligaron a Mercedes a plantar el equipo de competición.

Saludos. smile.gif
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Nivola
mensaje Apr 18 2008, 07:35 PM
Publicado: #38


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WUAUUUU !!!!!! ohmy.gif ohmy.gif ohmy.gif

Me voy una semana de viaje y a mi regreso me encuentro con esta AUTENTICA JOYA... laugh.gif laugh.gif
Además resulta que este topic se me había pasado, imperdonable !!!!.... muchísimas gracias Ayrton !!! wink.gif

Y los relatos de Raquel... no tienen precio... para mi IMPRESIONANTE...eternamente en deuda por comparlirlo.
Por cierto, creo que te entiendo en lo que dices sobre Caracciola,en tu manera de sentirlo y en su propia concepción de la vida y la competición... ese afán de superación que mostraba independientemente de los resultados o consecuencias...es algo parecido a lo que me pasa a mi con Nuvolari...(ya hemos hablado de esto en otro topic wink.gif )

Lo dicho miles de gracias y a seguir....esto hace al foro PDLR el mejor de F1.
QUEREMOS MAS................ laugh.gif laugh.gif

P.D. Raquel, para ti, te cuento un secretillo... la foto pequeñita que veis bajo mi nick no es de Tazio como pudieras pensar... es el viejo "Carach" a toda velocidad en su Mercedes Benz W125 (G.P. Svizzera 1935)...de alguna manera "te la dedico". wink.gif
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Raquel
mensaje Apr 18 2008, 08:38 PM
Publicado: #39


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CITA(Nivola @ Apr 18 2008, 07:35 PM) *
P.D. Raquel, para ti, te cuento un secretillo... la foto pequeñita que veis bajo mi nick no es de Tazio como pudieras pensar... es el viejo "Carach" a toda velocidad en su Mercedes Benz W125 (G.P. Svizzera 1935)...de alguna manera "te la dedico". wink.gif


Te cuento otro... wink.gif Puse "lupa" a tu foto de avatar,,, laugh.gif Lo siento por ti smile.gif pero soy "curiosa" por naturaleza...

NIVOLA, hablando muy en serio: yo no sé qué es lo que pueda hacer GRANDE a un foro. Supongo que tan sólo se trata de creer en algo y llevarlo hasta su "final". Y de sentirte biien haciéndolo porque disfrutas de verdad.

Hay una escena de Nuvolari, feliz con claveles en la solapa, "malgastando" su triunfo, que lo dice todo... wink.gif
Que a mí me guste, no significa que a todo el mundo (o a muchos) les conmueva de la misma forma.

¡GRACIAS!





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juan lobo
mensaje Apr 18 2008, 09:49 PM
Publicado: #40


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Gracias Raquel (a mi me pasa como a Quique A, no termino de entender lo de "vencedor" porque la impresión que da cuando le dicen esto es que lo contratan como piloto, pero como después Caracciola dice que lo que él quería era conducir, pues al final parecía que no lo habían contratado como conductor...) Después de todo el trabajo que estás haciendo sé que no debemos pedirte más, pero weno, cuando puedas... pues se agradecerá otro trocito rolleyes.gif
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tenista
mensaje Apr 19 2008, 10:55 AM
Publicado: #41


TENISTA
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Yo si se como haceis GRANDE UN FORO. Con el aluvion de Noticias, Fotos y demás, que nos trae Yossi; Con los previos de Accitano; Con vuetros relatos Raquel y Nivola; con los cambios de impresiones de Kit, Ac99, Abcv, ScuVi, Ferrari, y un largo etc.; Con los juegos de nuestros amigos de porra y la FIP, Aero y Doctor; Con el Padock de mi querida Tess; Con las felicitacines que dia tras dia nos dedicamos los unos a los otros y con toda la gente que forma parte de este increible foro, sin olvidarnos de nuestro principal reclamo que es esa gran persona llamada Pedro de la Rosa.

Por eso, este foro es como es Raquel. GRANDE no GRANDISIMO. rolleyes.gif


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gramolo
mensaje Apr 19 2008, 11:04 AM
Publicado: #42


Pilotillo
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ohmy.gif y yo sin impresora

Gracias Raquel wink.gif
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jonrodriguez
mensaje Apr 19 2008, 11:09 AM
Publicado: #43


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muchas gracias Raquel, deseando tenerlo entero e imprimirlo para leerlo más agusto

MUCHAS GRACIAS!!!


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COSWORTH
mensaje Apr 19 2008, 11:59 AM
Publicado: #44


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¡Qué decir!. smile.gif

Infinitas gracias, Raquel. Por TODO.

Un beso.






VENCER:



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Eduardo Sanchez
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Raquel
mensaje Apr 19 2008, 01:40 PM
Publicado: #45


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¡UFFFFF... COSWORTH!

¡GRACIAS, CAMPE?N! smile.gif

Si la felicidad está en los instantes pequeños, éste es uno de ellos.

No puede ser más bonita... ESTA FOTOGRAFÍA ya detiene destino fijo. wink.gif

¿Sabes? Parece mentira, pero no tenía ninguna de Caracciola enmarcada y puesta en "mi templo" biggrin.gif porque ninguna acababa de gustarme lo suficiente como para "representarlo" en UNA imagen.
Además, es que no se podría definir mejor el concepto de "VENCER", o la carga emocional y subjetiva que esa palabra arrastra frente a "GANAR" que tiene un significado mucho más restringido y delimitado.

UN BESO ENORME para ti.

Recuerda que siguimos teniendo "pendiente" lo más importante. wink.gif

PD: Aprovecho para pedir disculpas por la cantidad de erratas que se me fueron colando en mis respuestas de ayer. Me atropellaba el tiempo, me hubiera encantado contestaros con más calma, pero en el ímpetu de querer hacerlo fueron las prisas las que me atropellaron. Lo siento sad.gif

Juan Lobo: Desde luego no te voy a contestar antes de hora qué le pasó después a Caracciola........ tongue.gif


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jonrodriguez
mensaje Apr 19 2008, 01:45 PM
Publicado: #46


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Raquel tienes un mensaje privado mio
wink.gif


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Raquel
mensaje Apr 19 2008, 01:55 PM
Publicado: #47


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CITA(jonrodriguez @ Apr 19 2008, 01:45 PM) *
Raquel tienes un mensaje privado mio
wink.gif


Acabo de responderte smile.gif Lo siento... no he podido antes.


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Raquel
mensaje Apr 21 2008, 09:50 AM
Publicado: #48


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...me decía que las grandes carreras no eran para hacer experiencias...

"CAPÍTULO V


Hacía tres meses que estaba empleado en el salón de ventas, pero aún no había logrado vender nada. El salón estaba situado en un sitio espléndido, frente al Hotel Europa. Nuestros clientes pertenecían a la clase más selecta.
Algunos domingos tenía permiso para poder utilizar el automóvil de deporte con el que participar en alguna carrera. Naturalmente, no eran grandes acontecimientos deportivos, sino tan sólo pequeñas pruebas locales. Gané muchas, pero esto no cambió nada en mi situación. Era y permanecía siendo tan sólo el vendedor Rudolf Caracciola, con un salario de cien marcos mensuales y con derecho a un uno y medio por ciento de comisión por cada coche vendido por mi participación.
Desgraciadamente, ninguna comisión fue a parar a mi bolsillo. En cuanto había convencido a un cliente con mi charla de vendedor, salía Herzing del despacho y remataba la operación. Después me daba unas palmadas en la espalda y me decía que había trabajado muy bien.
En la sala de exposiciones trabajábamos tres vendedores. Los otros dos eran mayores y, naturalmente, más experimentados que yo. Cuando no había nada que hacer nos paseábamos vestidos con excelentes chaquetas de franela azul; contábamos chistes y hablábamos criticando a las gentes que veíamos pasar por la calle.
Mis compañeros parecían tener mucho mundo. Podían apreciar la valía de una mujer con sólo verla, y eran increíblemente expertos en el arte en el arte de conjeturar sobre sus cualidades y puntos débiles. Durante estas conversaciones me quedaba callado, pues no quería parecer ignorante. Me habría gustado tener novia, e incluso veía a una chica que me parecía encantadora. Vivía en el Hotel Europa. A veces la veía en su ventana, situada en el segundo piso. Vestía un traje ligero y contemplaba la calle. Al principio me contentaba con mirarla desde el fondo de la tienda; después salí al escaparate a sonreírle. Me devolvió la sonrisa, después desapareció tras los visillos.
En alguna ocasión la vi salir del hotel acompañada por un caballero de edad madura. Se dirigían a su automóvil; el portero habría la puerta con una reverencia. Pregunté acerca de ellos y supe que él era un negociante berlinés y ella una amiga suya. Se llamaba Carlota. Este nombre me agradó en extremo. Dejé de verla unos cuantos días. Cuando la encontré de nuevo sonreí abiertamente y me incliné un poco ante ella. Otra vez me devolvió la sonrisa y saludó con un movimiento de cabeza. Pero no sucedió nada más. Seguía asomándose a la ventana; y yo, continuaba en la sala de exposición. Hasta que por fin, abrí mi corazón al vendedor más antiguo, Heinz Von Berck. Este compañero tenía veintiocho años y descendía de una vieja y respetada familia. Me sugirió que fuéramos a tomar el té a la sala de baile del Hotel Europa. ?l pretendería estar interesado por Carlota, mientras yo permanecía en un discreto segundo término.

- Eso es lo que hay que hacer si se quiere que una mujer enloquezca por uno me dijo Von Berck; y a fe que sabía de lo que hablaba.
Fuimos al hotel el miércoles por la tarde. Era un día lluvioso. La gran sala donde se servía el té y se bailaba estaba a media luz. Allí estaba Carlota.
Nos sentamos cerca de ella. Von Berck hizo un gesto con la mano de modo que se viese una gran pulsera de oro con forma de cadena y pedió el té... Los músicos atacaron un fox lento y Von Berck , tal como habíamos acordado, solicitó un baile a Carlota. Los seguí con la mirada mientras se deslizaban por la pista. Tenía una figura bonita y grácil. Los dos formaban una atractiva pareja.
Paró la música. Berck volvió a nuestra mesa, se enjugó la frente con un pañuelo perfumado y me dijo:

- El próximo baile es para usted. Aprovéchelo bien, Caracciola.
Era un tango. Fui hacia ella sintiendo un ligero temblor en las rodillas. Carlota asintió con la cabeza y se levantó sonriendo. En seguida nos encontramos bailando

- ¿Conduce usted coche? le pregunté.
- No.
- Pero, ¿le interesa el automovilismo?
- Un poco repuso.
El saxofonista apartó su instrumento musical, se apoderó de un megáfono y cantó:
- Te quiero tanto con pasión capaz de derretir las piedras. Y luego suspirando: - Te quiero
Aquello era exactamente lo que yo quería decir. Carlota sonrió:
- Usted es un gran piloto de carreras: ¿no es cierto?
- Así, así le dije.
- Su amigo me ha hablado de usted.
- ¿De veras?
- No puedo olvidarte cantó el saxofonista. El traje y el cabello de Carlota exhalaban una fina y vaporosa fragancia de verbena, casi imperceptible.
- No es usted muy hablador observó Carlota.
Sonreí con torpeza.
- Me gustaría que me viera conducir en alguna carrera le dije.
- ¿Por qué?
- Pues porque creo que entonces me tendría en más consideración.
No podía ser una frase más torpe; y para colmo había hablado en voz ronca.
Primero, me miró con asombro, y luego rió. Tenía los dientes hermosos e iguales, y al reír pude ver el sonrosado interior de su boca. Acabó el baile y la acompañé hasta su mesa.
- Bueno, ¿qué tal ha ido? preguntó Von Berck.
Me encogí de hombros. En aquel momento me era imposible poder decir nada.

Pocas semanas más tarde gané en Freiburg una carrera en pista, y después otra en Forstenried. Todo se reducía a copas y coronas de laurel, lo que no es suficiente para mantener a una esposa.
Me hubiese gustado inscribir mi nombre en algún Gran Premio; pero por el momento no podía ni soñarlo. Cuando le hablaba de estos asuntos a Herzing se limitaba a mover la cabeza y me decía que las grandes carreras no eran para hacer experiencias: debían ser reservadas para las figuras consagradas.
Poco después nos fuimos. Los días siguientes Carlota y yo nos encontramos a menudo, hasta que ella salió de Dresde.
Pese a todo, se produjo lo que yo apenas me atrevía a esperar. Mis éxitos durante el año 1924 no pasaron inadvertidos. Fui el primero en la prueba en cuesta en Praga, el primero en mi clase y con el mejor tiempo absoluto del día.
Después corrí en Nideggen y en otra carrera en cuesta en Eifel. El circuito era tan difícil y tortuoso que podía compararse con la Targa Florio de Sicilia. Excepto dos breves rectas, todo lo demás eran curvas. Unas ochenta en cada vuelta.

La prueba para turismos y coches deportivos tuvo lugar un sábado. El tiempo fue frío y ventoso durante los entrenamientos. El día de la carrera fue aún peor, pues se aproximaba tormenta. Ráfagas de viento barrían la pista. Un súbita racha me hizo perder la dirección; salí de la pista y choqué con un árbol. Mi automóvil sufrió bastantes desperfectos ¡y yo había puesto mi ilusión en participar la siguiente mañana en la categoría de automóviles de carreras!
Pero también aquella vez me protegió la suerte. Una vez acabada la prueba del sábado, los mecánicos trasladaron el vehículo a Colonia y lo repararon durante la noche. Fue preciso suprimir los faros y los guardabarros. El domingo por la mañana mi Mercedes volvió a estar a punto. Gané esta carrera y con ella el Tourist Trophy alemán de 1924.

Por la tarde me dirigí a Remagen, donde mi madre me recibió con un gran abrazo.

En agosto tuvo lugar la prueba del collado de Klausen, en Suiza. El circuito tiene casi veintidós kilómetros; es el más largo, y me atrevería a decir que el más bello y diverso de los de montaña. El equipo de Mercedes estaba completo. Salzer y Merz conducían automóviles de carreras; yo, uno deportivo. Otros conductores independientes, como Kluge, granjero, Clemm, fabricante de papel, y Adolf Rosenberger también conducían Mercedes deportivos. Era una invasión de Mercedes. Nos patrocinaba el director Max Sailer, que llegó con un gran seis cilindros construido por el Dr. Porsche. Sobre el chasis se hallaba una enorme caja llena de todo género de piezas de repuesto para nuestros vehículos.
Estábamos reunidos en un pequeño hotel del valle de Lin, a los pies de Klausen. Después de los entrenamientos nos juntábamos en la taberna, un lugar agradable y algo ruidoso, con paneles de madera clara y mesas acordes con la decoración.
Otto Merz era la figura principal entre los ruidosos y alegres pilotos. Tenía la fuerza de un oso, y le encantaba exhibirse. Cuando yo estaba sentado a la mesa, absorto en mis asuntos, pasó su manzana entre mis piernas, asió el travesaño posterior de mi silla y me levantó en el aire, mientras yo pataleaba y reía. Kluge, Clemm, Rosenberger y algunos otros rodeadorn asombrados a Merz, que por fin me depositó en el suelo.

- Caballero dijo a gritos -, ¿quién se atreve a apostar conmigo? Digo que cogeré un clavo y de un sólo golpe lo clavaré en la mesa, de tal manera que la punta saldrá por debajo. Por cada milímetro que sobresalga el clavo de la madera, gano una botella de champaña.
Se oyeron murmullos de incredulidad. El tablero tenía unos cinco centímetros de grueso. Guardé silencio. Sabía que Merz era capaz de hacerlo, pues lo había visto otra vez.
- Muy bien dijo Kluge-: acepto la apuesta, aunque me cueste diez botellas de champaña. ¡Me gustará ver cómo te las arreglas!
Merz tomó un grueso clavo de unos quince centímetros de largo, lo sujetó con los dedos medio y anular, oprimió la cabeza del clavo con la palma de la mano y levantó el brazo para dar un golpe que retumbó en la habitación. Estaba clavado, y clavado profundamente. La punta sobresalía cuatro milímetros. Kluge encargó, por consiguiente, cuatro botellas de champaña, que decidimos guardar para después de la prueba, fuere para celebrar la victoria o bien para consolarnos por la derrota. Pudimos beber victoriosos, pues Merz fue primero en la máxima categoría y yo vencí en la de automóviles deportivos.

Por fin llegó el día en que quedaron colmadas todas mis esperanzas. Podía participar en los 800 km del Gran Premio de Italia. Mi papel se reducía al de suplente; pero de todos modos, estaba inscrito.
Los principales pilotos eran Werner, ganador de la Targa Florio, Alfred Neubauer y los amateurs conde Masetti, de Italia, y el conde Zborowski, de Inglaterra, los cuales tenían que conducir los nuevos Mercedes de 8 cilindros, dos litros, diseñados por el Dr. Porsche.
Dos semanas antes de la carrera nos encaminamos a Monza. Fui encargado de conducir el gran seis cilindros de la caja con las piezas de recambio, que debía llegar intacta a Monza. Durante la primera noche de camino debía encontrarme, en Suiza, con Neubauer.

- Werner se aloja siempre en uno de esos pequeños albergues del valle del Sihl, en Sihlbrugg me dijo Neubauer -. Vayamos allá porque es seguro que encontraremos buena cocina. Mañana, por el paso de San Gotardo, iremos a Milán.
Decidimos pasar la noche en Sihlbrugg. En cuanto nos sentamos a la mesa, Neubauer llamó a la camarera.

- Dígame, señorita, ¿qué vino acostumbra a beber el señor Werner cuando se hospeda aquí?
- ¿El señor Werner? dijo sonriente-. El señor Werner no bebe otra cosa que champaña.

Pasar el San Gotardo conduciendo aquel automóvil cargado con la caja de repuestos no era propiamente una diversión. Era poco apropiado para aquellas curvas, por lo que tuve que luchar con toda mi fuerza para poder dirigirlo por aquel pedregoso, estrecho y polvoriento camino.
Llegamos a Milán por la tarde, cansados, sucios, pero indemnes. El Hotel Marchesi, donde teníamos reservadas habitaciones, estaba situado en un idílico extremo del Parque de Monza. Mas no quedaban libres habitaciones individuales, por lo que Neubauer y yo hubimos de compartir una doble.
Los mosquitos que procedían del parque eran inaguantables. A pesar de los espesos visillos, aquellas criaturas sedientas de sangre entraban a bandadas y se posaban en las blancas paredes.
Cuando llegó la hora de acostarnos, Neubauer y yo nos escurrimos en la habitación con la luz apagada. Corrí a la ventana y la cerré. Neubauer encendió la luz y, armados de zapatillas, empezamos una auténtica batalla contra los mosquitos. Si subíamos a las camas podíamos atacar a los del techo. Por lo menos exterminamos sesenta mosquitos. Las paredes mostraban huellas de que otros huéspedes habían emprendido cruzadas parecidas. En resumen, podíamos dormir en paz.

Durante los entrenamientos no tuve ocasión de poder conducir. Costó mucho trabajo ajustar los coches, hasta tal punto que los pilotos titulares apenas dispusieron de tiempo para entrenarse. Me dediqué a observar a los automóviles Alfa Romeo, que parecían más potentes que los nuestros.
Ascari era un hombre de apariencia impresionante. Conducía un Alfa y era el adversario más temible.

El 19 de octubre de 1924, a las diez de la mañana, dio comienzo el Gran Premio de Italia, con 800 km de recorrido. Ascari arrancó como una exhalación. Yo tenía el mejor asiento como espectador, pues subí al tejadillo de nuestro departamento. Werner y el conde Zborowski no pudieron arrancar en el primer momento; los motores no quisieron ponerse en marcha.
Por fin logró salir Werner, y después Zborowski.
Ascari, con su Alfa, se situó destacado en cabeza. Los seguidores Campari y Werner, y más lejos Masetti, los tres con Mercedes. Luego iba el grupo formado por Minoia, Neubauer y Werner. En la vuelta diecisiete, Werner se detuvo en el box para cambiar bujías. Una pérdida de cinco u ocho minutos.

- ¡Caracciola! me llamó Sailer -. ¡Baje, venga, salga!
Fingí que el ruido de los motores no me dejaba oír, y bajé sin apresurarme del tejadillo. Cuando llegué, Werner ya había partido. Neubauer se detuvo también para cambiar bujías. Se detuvo Merz: cambió bujías.
Ascari casi volaba. Batió el récord de la vuelta, a la velocidad de 147 kilómetros por hora.
Después de los primeros 400 km, los Alfa Romeo se detuvieron para repostar. Ascari tenía mucha prisa por arrancar de nuevo. Olvidó que había llenado por completo el depósito y que por consiguiente había variado el centro de gravedad. Al abordar una curva el coche patinó, se atravesó en la pista, pero en el último momento Ascari pudo dominarlo. El conde Masetti abandonó en la vuelta 42 por rotura del conducto de la gasolina. Zborowski repostó en la vuelta 47 y cambió neumáticos. Después se situó detrás de Ascari. Nada más desaparecer de nuestra vista, oculto por la primera curva, vimos una gran polvareda. La gente corrió agitando los brazos. Zborowski se había estrellado. En la famosa y estrecha curva de Lesmo reventó el neumático delantero derecho y el automóvil chocó con un grueso poste. Le llevaron al hospital con el cráneo fracturado y poco después murió.
Ascari cruzó la meta con varias vueltas de ventaja sobre los demás. Entonces supimos la muerte de Zborowski. Max Sailer levantó la bandera para que Werner y Neubauer pararan en señal de luto por la muerte de un camarada de equipo y gran deportista.
A principios de siglo, el padre del conde Zborowski sufrió un accidente mortal en el sur de Francia. Conducía un Mercedes en una carrera en cuesta.
Al parecer, el accidente tuvo origen en que uno de los gemelos de la camisa del conde se enredó en el volante, lo que durante un momento le hizo perder la dirección.
El Gran Premio había acabado. Estaba contento por no haber pasado por la dura prueba de conducir en aquellas desgraciadas circunstancias

El año 1925 me proporcionó 8 victorias con mi Mercedes, entre las cuales 4 en carreras en cuesta y la de Batschari en Baden-Baden. Pero tampoco aquel año tuve la satisfacción de tomar la salida en un Gran Premio."

Editado para corregir mis tan acostumbradas erratas de teclado. Lo siento sad.gif Revisaba más pendiente de los nombres "raros" (de términos no castellanos) y se me han pasado en las cosas más tontas.
De todas formas, hay quizás una que no es "mía", sino de la edición del libro. Es esta frase: "Ascari, con su Alfa, se situó destacado en cabeza. Los seguidores Campari y Werner, y más lejos Masetti, los tres con Mercedes. Luego iba el grupo formado por Minoia, Neubauer y Werner". Esto no me cuadra. Es que se da en más de un caso este tipo de errtas de edición, como cuando nombra el año 1942 en lugar de 1924, y al leer te das cuenta de que es imposible que fuera el 42. Luego ya te aparece 1924.


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Ferrari F399
mensaje Apr 21 2008, 10:32 AM
Publicado: #49


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CITA(Raquel @ Apr 19 2008, 01:40 PM) *
¿Sabes? Parece mentira, pero no tenía ninguna de Caracciola enmarcada y puesta en "mi templo" biggrin.gif porque ninguna acababa de gustarme lo suficiente como para "representarlo" en UNA imagen.
Además, es que no se podría definir mejor el concepto de "VENCER", o la carga emocional y subjetiva que esa palabra arrastra frente a "GANAR" que tiene un significado mucho más restringido y delimitado.


Raquel, a mí hay dos fotos de Caracciola que me encantan y que pienso que también te habrían valido para tu "templo" (sin desmerecer la del gran Cosworth, que es preciosa) . Seguramente las conozcas -sobre todo si tienes el libro Racing the Silver Arrows de Chris Nixon.

Bueno, en una de estas fotos está de pie vestido de piloto subido a su Mercedes rodeado de chicos que le miran con admiración mientras él sonríe en el GP de Trípoli, con fondo de palmeras, si no recuerdo mal.

En la otra está sentado. En una silla de madera... siendo acarreado por dos personas tras aquel accidente en el GP de Mónaco que tanto le marcaría... Creo recordar que un fino reguero de sangre le recorre la frente, y su mirada... uf, pone los pelos de punta sad.gif .

Gracias por el tópic, una maravilla.


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tenista
mensaje Apr 21 2008, 10:36 AM
Publicado: #50


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Muchas gracias, de nuevo, Raquel.

Una pequeña duda, y perdona mi ignorancia, ¿por que en negrita Alfred Neubauer?.


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Raquel
mensaje Apr 21 2008, 10:47 AM
Publicado: #51


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CITA(Ferrari F399 @ Apr 21 2008, 09:32 AM) *
Raquel, a mí hay dos fotos de Caracciola que me encantan y que pienso que también te habrían valido para tu "templo" (sin desmerecer la del gran Cosworth, que es preciosa) . Seguramente las conozcas -sobre todo si tienes el libro Racing the Silver Arrows de Chris Nixon.

Bueno, en una de estas fotos está de pie vestido de piloto subido a su Mercedes rodeado de chicos que le miran con admiración mientras él sonríe en el GP de Trípoli, con fondo de palmeras, si no recuerdo mal.

En la otra está sentado. En una silla de madera... siendo acarreado por dos personas tras aquel accidente en el GP de Mónaco que tanto le marcaría... Creo recordar que un fino reguero de sangre le recorre la frente, y su mirada... uf, pone los pelos de punta sad.gif .

Gracias por el tópic, una maravilla.


Coincidimos plenamente, Julián. smile.gif

La que me dices del libro de Chris Nixon, Racing de Silver Arrows me encantó. Mucho. Pasmada estuve ante ella absorbiendo detalles. wink.gif Y es curioso, porque cuando leí en esta biografía de Caracciola el Gran Premio de Trípoli me venía constantemente a la mente esa imagen. Es cuando se te dibujan sin querer las sonrisas al leer.
O como en este capítulo, el V, habiendo leído primero "Hombres, mujeres y motores", "conociendo" a Neubauer como allí se muestra, verlo a saltos sobre la cama pegando zapatillazos a las paredes y el techo en guerra contra los mosquitos, me lo imaginaba y... ¡uf, lo que me llegué a reír!

La foto del GP de Mónaco, tras el accidente, me produjo verdaderos escalofríos cuando la vi "en grande" en el libro Mónaco Grand Prix, de M. Hewett (precioso libro). Me impactó mucho. Y recuerdo que la posteé en el tema de Previo-Carrera Gran Premio de Mónaco, tras el relato que había escrito Accitano. smile.gif

Pero como bien dices, ésta de Coosworth, además, tiene ahora un valor afectivo añadido. wink.gif


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Raquel
mensaje Apr 21 2008, 10:52 AM
Publicado: #52


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CITA(tenista @ Apr 21 2008, 09:36 AM) *
Muchas gracias, de nuevo, Raquel.

Una pequeña duda, y perdona mi ignorancia, ¿por que en negrita Alfred Neubauer?.


Tenista, es normal tu duda. Lo he puesto yo. rolleyes.gif Porque es en ese punto la primera vez que encontraba a Neubauer en el libro de Caracciola y me hizo especial ilusión. No hay más razón.

Igual que, si os fijáis, antecediendo a cada capítulo rescato una frase del mismo que coloco casi a modo de titular: en negrita y cursiva. Siempre se trata de algo que por lo que sea me ha llamado particularmente la atención o que recoge en general cosas explicadas en el capítulo.
Pero no hagáis demasiado caso porque se trata de algo personal mío. wink.gif Un pequeño "capricho".


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Nivola
mensaje Apr 21 2008, 03:35 PM
Publicado: #53


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Supongo que esta ya la tienes...
Es una foto que siempre me ha gustado...con ese aire a "viejo mito"... y sobre todo esa mirada,no se, ese brillo en los ojos, como mostrando una ilusión infantil, hambrienta, capaz de devorar cualquier obstáculo que se le impusiera en la vida, como así fué (y hay que ver la de trabas y trampas que le deparó su carrera y la vida...).
Y con autógrafo y todo wink.gif

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Raquel
mensaje Apr 21 2008, 03:46 PM
Publicado: #54


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Sí la tengo, sí smile.gif Pero no me importa lo más mínimo tenerla repetida. wink.gif

Es más, te diré incluso que a veces la pongo de avatar en el messenger porque tengo un amigo "Nuvolarista" al que, cuando le chincho (¡en broma sana siempre!), le pongo en imagen a Caracciola. biggrin.gif

Y más te diré. wink.gif en este momento intentaba ponerte para ti rolleyes.gif una muy bonita de Nuvolari en Montjuïch pero la página web que yo suelo utilizar para hostear fotos en el foro no funciona nada bien ahora. He conseguido subirla tras un montón de intentos, pero no me atrevo a postearla porque sigue fallando y no se vería. angry.gif

Y esto antes de ver la tuya. ¡Mil gracias, NIVOLA! smile.gif


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Ferrari F399
mensaje Apr 21 2008, 03:58 PM
Publicado: #55


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Pues me han dado ganas de volver esas fotos de Caracciola que antes citaba y las he buscado y encontrado. Y aquí están:



Tras su accidente en el GP de Mónaco del 33.







En el GP de Trípoli del 35.





Sacadas del interesantísimo y muy recomendable artículo de Leif Snellman en el 8W de Forix:

http://www.forix.com/8w/caracciola.html

P.S. También muy recomendable la página de Leif Snellman sobre la Golden Era (si es que alguien no la conoce ya):

http://www.kolumbus.fi/leif.snellman/main.htm


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Raquel
mensaje Apr 21 2008, 04:14 PM
Publicado: #56


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smile.gif

¡Exacto! ¡?sas son, Julián!

Bueno, la de Mónaco no me gusta mucho verla, ésa es la verdad. La cara en shock, la pierna torcida y levantada... ¡buf!

Pero la de Trípoli es tan bonita... Supongo que, además, inconscientemente, el paisaje de fondo de las palmeras me recuerda al paseo de La Ribera de Sitges y se me cruzan pensamientos: vamos, que no me da vergüenza decirlo, que me lo imagino ahí... laugh.gif laugh.gif laugh.gif


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Raquel
mensaje Apr 22 2008, 06:16 PM
Publicado: #57


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CITA(Nivola @ Apr 21 2008, 02:35 PM) *
Supongo que esta ya la tienes...
Es una foto que siempre me ha gustado...con ese aire a "viejo mito"... y sobre todo esa mirada,no se, ese brillo en los ojos, como mostrando una ilusión infantil, hambrienta, capaz de devorar cualquier obstáculo que se le impusiera en la vida, como así fué (y hay que ver la de trabas y trampas que le deparó su carrera y la vida...).
Y con autógrafo y todo wink.gif



Creo que ahora sí funciona mejor el enlace de las fotos. Al menos a mí (que sólo de este modo puedo comprobarlo...)



Tazio Nuvolari y su "Alfa Romeo 2800-Monza" de la Scuderia Ferrari, en una de las curvas de la bajada a Montjuich.

Espero que también te guste. wink.gif

Tras él traza Esteban Tort, con un Nacional Pescara, cuyo motor llevaba un compresor.

(Fuente: Javier del Arco, Història de l´automobilisme a Catalunya)


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tenista
mensaje Apr 28 2008, 09:06 AM
Publicado: #58


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Raaqueeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeel, ¿para cuando otro capitulo?. Nos haces sufrir mucho y ademas con el paron de dos semanas que tenemos hasta el proximo GP, que mejor que leer tu relato. Te contesto antes de que me contestes, que se que lo vas a hacer, en este foro Si es tu relato


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Raquel
mensaje Apr 29 2008, 09:37 AM
Publicado: #59


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wink.gif

Nuestra única brújula era el sentido del deber.

CAPÍTULO VI



En junio supe que la casa no tenía intención de participar en el Gran Premio de Alemania de 1926, que debía disputarse en el circuito de Avus, porque la fecha coincidía con el Gran Premio de Europa, en el circuito de Lasarte en San Sebastián, y por asuntos de exportación concedía más importancia a esta carrera.

Pedí permiso a Herzing para trasladarme a Stuttgart. Como hacía dos años, me encontré ante la puerta tapizada del director; pero esta vez entré y expuse en persona mi petición. Durante dos horas bombardeé al director con solicitudes, promesas y argumentos de todas clases, hasta que logré disipar todas sus dudas.

Me concedió un coche. No obstante, no representé a la firma. Tan sólo era Rodolfo Caracciola; un independiente que corría por cuenta propia y que, si no vencía, soportaría solo por lo menos ante el público el peso de la derrota. Rosenberger, el otro piloto de la Mercedes, condujo bajo idénticas condiciones.

Una semana antes de la carrera salí para Berlín. Con el fin de ahorrar me hospedé en un pequeño hotel del centro. Cada mañana me entrenaba en el Avus.

Era aquél un verano lluvioso. Los días eran grises sin que luciera en ningún momento el sol. No pude dar ninguna vuelta sin que las ráfagas de lluvia azotasen la pista. Por las tardes regresaba al hotel empapado y muerto de cansancio. Estaba deprimido, pues, según lo rumores que llegaban a los boxes, Minoia, Chassagne y urban-Emmerich lograban mejores tiempos que yo, y además sabía que Rosenberger también corría con mayor velocidad.

El viernes, durante el entrenamiento, se produjo un terrible accidente. En la vuelta meridional, Plate y Heine chocaron. Plate sufrió graves heridas y Pinoli, su copiloto, murió en el acto. Pasé por allí un minuto después del accidente. Unos camilleros conducían a Plate, mientras Pinoli yacía en el suelo en el mismo lugar en que había muerto.

Bajé del automóvil y le miré. Era la primera vez, en mi vida, que veía un cadáver. Estaba tendido de espaldas, con los brazos abiertos como si estuviera clavado a una invisible cruz. En sus abiertos ojos se reflejaba el cielo. El agua de lluvia se esparcía por su rostro. Vino un camillero y lo cubrió con una lona. Solamente quedaron al descubierto los pies, calzados con blancos zapatos de lona.

Era una visión desconsoladora. Volví tembloroso al hotel y procuré no pensar en aquellos zapatos blancos.

Carlota llegó aquella misma tarde, cariñosa y llena de excitación. Había leído en los periódicos todo lo que se refería a los entrenamientos, y había subrayado los párrafos en que se citaba mi nombre. No eran muchos. Para los técnicos, los favoritos eran Rosenberger, Minoia, Riken, con un NAG, y Urban-Emmerich. De mí sólo decían que quizás eljoven Caracciola podría dar una sorpresa.



- Si ganaras me dijo Carlota - , obtendrías diecisiete mil marcos y una copa de oro.

Se había enterado de ello por la prensa.

El domingo empezó con un sol brillante. La salida estaba señalada para las dos de la tarde; pero cuando, hacia la una, nos dirigimos al Avus, vimos por el oeste unos amenazadores nubarrones plomizos.

La carrera estaba dividida en tres categorías. Primero los vehículos más potentes, y luego los nuestros. Esperábamos frente a la tribuna. Intenté localizar a Carlota entre aquella masa de gente, pero era imposible reconocer a nadie en aquel oscilante mar de cabezas.

Contemplé la pista. El asfalto se extendía negro y liso bajo la luz gris de la tarde. Llegó el momento de la salida. A lo lejos, en la gran curva, desaparecían los primeros automóviles. Los demás partieron, pero yo permanecí en mi puesto, ante las tribunas, sin lograr hacerlo. Salzer, mi copiloto, palideció.

El motor no quería ponerse en marcha.



- ¡Vamos, rápido, salta afuera y empuja! grité.

Saltó y empezó a empujar. Oprimí el acelerador, pero el motor no respondía. Sentí cómo se empapaban de sudor mis manos por causa de la excitación. Por fin funcionó el motor. De un salto, Salzer se situó a mi lado y arrancamos.

Seguimos la pista, que desaparecía tras una verde masa de pinos. Cambié, disminuí velocidad, aceleré otra vez; pero todo lo hacía de manera mecánica. Estaba terriblemente deprimido; nada me importaba. Otro corredor se haría con la victoria; yo habría de limitarme a contemplar la batalla de los demás. Me llevaban un minuto de ventaja, y sabía de lo que eran capaces Rosenberger y Minoia.

Continué corriendo; pasé por delante del box, seguí la recta hasta la vuelta sur, después seguí por la otra recta hasta llegar cerca de Halensee, en el gran recodo del norte.

Empezó a llover cuando pasé por cuarta vez por delante de las tribunas. Al principio eran unas pocas gotas grandes; pero después arreció, y luego el coche atravesó una verdadera rociada. En un instante quedamos empapados hasta los huesos. Pero lo peor fue que la pista se hizo resbaladiza como si hubiese sido enjabonada, con aquella peligrosa viscosidad que habíamos temido durante los entrenamientos. Conduje, empero, y seguí conduciendo. La lluvia empañaba el parabrisas y las ruedas despedían cascadas de agua. Cuando volví a pasar ante el box vi un gran grupo en nuestro puesto; dos coches habían aparcado en la franja de césped que dividía la pista.

Disminuí algo de velocidad y me mantuve en los 160 km. Consideré que era mejor llegar al final, aunque fuese el último, que abandonar. Debía esa atención a la firma.

Estábamos en la octava vuelta. Pasé ante el palco de la prensa Ante la caseta de los cronometradores

Sentí aquello como un mazazo.

Un coche se había estrellado en la caseta. La pista estaba llena de trozos de cristal y metales retorcidos. Un hombre yacía en el suelo y otros llegaban corriendo. Deseé detenerme, pero mi deber era continuar.



- ¿Quién es? pregunté gritando a Salzer.

- Me parece que es Rosenberger.

Rosenberger, mi compañero. Por consiguiente, era yo el único que continuaba corriendo con un Mercedes.

En la siguiente vuelta paré en el box para repostar. Nuestro principal proyectista, el Dr. Porsche, , estaba allí con Sailer. No de una manera oficial, empero, puesto que no corríamos en nombre de la empresa Mercedes, pero querían atender a los protegidos de la firma.



- ¿Qué ha pasado? pregunté ansiosamente -, ¿Rosenberger?

El Dr. Porsche asintió con la cabeza.

- ¿Grave?

- No, leve.

No quedé convencido. El coche tenía que haber chocado contra aquel cobertizo con una fuerza terrible.

Reprendí la carrera. Alrededor del palco de la prensa se apiñaba una masa humana. Mientras corría pude ver cómo extendían a alguien en una ca,illa.

Proseguí.

La lluvia no cedía, por lo que la pista estaba tan resbaladiza que no podía sino fijar toda mi atención en la tira de reluciente asfalto. Brillaba como si fuera de piel de foca.

Vuelta novena Décima Corríamos por la gran recta. Al otro lado un coche azul empezó a patinar, atravesó ante nosotros la franja de césped y, como un rayo azul, acometió a los espectadores.

Era preciso no mirar atrás. ¡Era preciso continuar corriendo!



- ¿Quién ha sido?

Salzer se encogió de hombros.

Undécima vuelta

El motor no funcionaba bien; fallaba una bujía. Fue necesario, pues, volver a parar en el box. El reglamento señalaba que sólo el piloto podía intervenir en la reparación del coche. Abrí el capó y desenrosqué la primera bujía. Quemaba. La arrojé al Dr. Prosche, que permanecía en el fondo. La examinó con lupa, movió la cabeza y me la devolvió. Otra bujía; después la tercera. Mis manos temblaban nerviosamente.



- Ningún defecto; no, no puedo encontrar ninguno decía el Dr. Porsche.

Los demás continuaban corriendo. Pasaban uno detrás del otro, rugían los motores, dejando detrás nubes de gases quemados. La quinta bujía, la sexta, la séptima finalmente ¡la octava! Rápidamente enrosqué una bujía nueva, cerré el capó, salté a mi asiento, y arrancamos.



- Un minuto y medio me dijo Salzer, y repuso el cronómetro de paro en el parabrisas.

Un minuto y medio; ¿tenía alguna finalidad continuar corriendo? Vuelta doce, trece. La lluvia había cesado. Se había producido otro accidente en la curva sur. La barandilla que resguardaba a los espectadores estaba rota; se veía una ancha brecha entre el público.

Poco a poco fueron apareciendo trechos secos en la reluciente pista de asfalto. Aceleré hasta unos 200 km/h. Adelantamos a otros automóviles, o quizás sería mejor decir a bastantes, puesto que sus conductores no querían arriesgarse; ya se habían producido demasiados accidentes. Pero ni aun manteniendo aquella velocidad tenía probabilidades de vencer.

Un minuto y medio ¡No podría recuperarlo!

Corríamos, corríamos No sabía cuál era nuestro puesto en la clasificación, ni quiénes nos precedían y nos seguían. Era como correr perdido en la niebla, solitario y sin orientación. Nuestra única brújula era el sentido del deber. De vez en cuando Salzer me hacía señas como si quisiera decirme: ¡Aprisa; corre; más aprisa! Mas ya había llegado al límite de lo que podía rendir el motor; no era posible forzarlo más sobre aquella traidora pista.

Vuelta dieciocho, diecinueve, veinte por fin la última. Me pesaban las piernas y los brazos; mis ojos estaban cansados. No valía la pena continuar.

La meta.

Frenamos. Nos detuvimos.

Salí lentamente de mi asiento, con pesadez, con las piernas temblorosas. Me sentía cansadísimo, desanimado, reventado. Las ropas empapadas se me pegaban al cuerpo. De repente, empezó la gente a correr hacia mí. En las tribunas el público se puso en pie y gesticuló alocadamente. Salzer vino corriendo.



- Rudi, ¡victoria! ¡Victoria! gritaba desde lejos.

Se oyó el himno nacional; se izó la bandera alemana, y alguien me envolvió en una enorme corona de laurel. Miré a Salzer; el me miró, y de repente estallamos en una risa desbordada. La gente nos miró con asombro, y también estalló en risas. Empecé a estrechar manos, a recibir ramos de flores. Los fotógrafos. Dimos la vuelta de honor.

Buscaba con la vista a Carlota. No pude verla; no había venido a felicitarme.

Me sentí defraudado. Me despedí de prisa del Dr. Porsche y refresé al hotel. Quería tomar un baño, refrescarme, ponerme ropa limpia y seca. Cuando empezaba a desvestirme, llamaron a la puerta. Era Rathmann.



- Rudi exclamó -, hijo mío, ¡esto es algo grande! Estoy de veras orgulloso de ti.

Quiso abrazarme; le aparté con un gesto.

- Deja estar todo esto; olvídalo le dije -. He tenido suerte y nada más.

Buscó una silla, pero acabó por sentarse en la cama.

- Bien, mi querido Rudi dijo -, ahora quiero participar de tu éxito. Has ganado diecinueve mil marcos. Mañana mismo venderé mi fábrica de muñecas, de modo que yo también tendré diecisiete mil marcos. Juntamos ese dinero y abrimos un salón de venta de automóviles en Kurfuerstendamm. Rudolf Caracciola, vencedor del Gran Premio de Alemania, vendedor de coches. Si esto no atrae a los clientes, es que no conozco a mi Berlín. ¿De acuerdo?

- Lo pensaré le respondí en un displicente gesto.

En aquel momento sonó el teléfono. Carlota.

- Te felicito me dijo. Su voz no era alegre.

- ¿Qué te pasa?

- Nada; absolutamente nada.

- ¿Por qué no viniste a verme?

- Salí antes de acabar me contestó.

- ¿Nos veremos ahora?

- ¡Claro! Por eso telefoneo.

Media hora más tarde nos encontramos en un restaurante de la Plaza Potsdam. Al verla comprendí que había llorado.

- ¿Qué te pasa, Carlota?

- Nada contestó nuevamente.

- ¿Por qué te fuiste antes?

Estaba temblando.

- Mira explicó -: estaba sentada al lado de la esposa de Chassagne, ¿comprendes?, de aquel francés que se estrelló en la undécima vuelta. Ella, a mi lado, miraba tan sólo a la pista esperando esperando Estoy segura de que rezaba en voz baja. Anunciaron que Chassagne se había estrellado que estaba gravemente herido. De repente empezó a llorar. Nunca había visto llorar de aquella manera; sin sollozos, solamente con lágrimas, lágrimas que rodaban por sus mejillas; estaba pálida como la nieve. Tuve que irme. No podía más.

Le acaricié la mano.

- Rudi, ¿continúas queriendo ser corredor?

- Sí; tengo que serlo.

Aquella noche supe que llegaría el momento en que Carlota y yo nos uniéramos para siempre.


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Raquel
mensaje Apr 29 2008, 10:09 AM
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Recojo un párrafo del capítulo que acabo de postear:

"Pedí permiso a Herzing para trasladarme a Stuttgart. Como hacía dos años, me encontré ante la puerta tapizada del director; pero esta vez entré y expuse en persona mi petición. Durante dos horas bombardeé al director con solicitudes, promesas y argumentos de todas clases, hasta que logré disipar todas sus dudas."

Y ahora, quienes hemos leído "Hombres, mujeres y motores", no podemos dejar de pensar en ESTO:

"En junio de 1926, Berlín vive una novedad sensacional. En el Avus se corre el Gran Premio de Alemania, una carrera como jamás ha tenido ocasión Berlín de contemplar. Cuarenta corredores de todo el mundo se han inscrito para tomar parte en ella; en realidad, todos los que gozan de nombre y rango internacional. Sólo Mercedes, como suele llamarse generalmente a la casa, no comparece en la carrera, como tampoco sus corredores titulares, porque Mercedes se traslada a España por esas mismas fechas, con su equipo de viejos maestros, para tomar parte en una carrera que no se habrá de celebrar en San Sebastián.

- ¡Esto es una cochinada! estalla de pronto el taciturno y paciente Caracciola, con gran asombro y susto de todos sus colegas. Perplejos, miran todos al enfurecido muchacho, que estruja con furia una revista deportiva y la arroja al suelo.

Y, acto seguido, este chico se lanza como un poseso hacia el despecho del Jefe de Ventas de la filial de la Mercedes en Dresden y, echando llamas por los ojos, pide tres días de permiso. El Jefe de Ventas no se atreve a oponerse ni tampoco exige una explicación; tan perplejos se han quedado todos ante este repentino cambio experimentado por Caracciola. ?ste empaqueta sus bártulos y se encamina a Untertürkheim, a la gruta del león.

Rudi Caracciola, el tímido muchacho de la cara pálida, busca por segunda vez en su vida una mandíbula en la que descargar su puño. Pero esta vez el golpe es de carácter más bien moral

Media hora larga de anestesia debe guardar Rudi antes de ser recibido por el director Sailer. Por si fuera poco, Sailer no es solamente el director de la casa, sino que tiene también un buen nombre de corredor. Al fin se abre la puerta tapizada de cuero claveteado. El sombrío despacho está lleno del humo de fuertes y aromáticos cigarros puros.

- Bien, señor Caracciola dice el director a modo de saludo-. ¿Qué le trae a usted hasta mí?

Rudi, muy en contra de su costumbre, aborda el tema sin rodeos.

- Según he leído, la Mercedes no tomará parte en la carrera del Avus, ¿no es así, señor director?
- Exactamente, para nosotros es más importante la carrera de San Sebastián. Necesitamos aumentar las exportaciones y, para ello, necesitamos propaganda bajo la forma de triunfos
- Pero entonces, ¿es que le da a usted igual lo que ocurre en Alemania? ¡La carrera del Avus es el primer Gran Premio que se corre desde hace varios años!

Sailer se encoge de hombros.

- Ya lo sé. Pero participar en dos carreras al mismo tiempo es cosa que supera nuestras actuales posibilidades. Y no nos gusta hacer las cosas a medias.

Rudolf coge aliento y luego estalla:

- Si usted me diese un coche ¡lo lograría yo solo!

El director levanta el arco de las cejas.

- ¿Usted? ¡No me venga usted con bromas! Un muchacho como usted, sin experiencia ¡contra la élite de los corredores del mundo!
- He cumplido ya veinticinco años, señor director, y logrado hasta la fecha diecinueve victorias al volante de los Mercedes. ¿Es que eso no significa nada?
- ¿Diecinueve victorias? ¡Vaya, qué magnífico! Pero, ¿en qué clase de carreras si puede saberse? A través de los montes de Silesia, la vuelta a Sajonia, el Teutoburger Wald y otros sitios por el estilo. El Avus es otra cosa muy distinta. Para correr en él se necesita mucha experiencia. Y ésta la tienen nuestros viejos
- ¡Los viejos! ¡Siempre a vueltas con los viejos! interrumpe Caracciola inconsideradamente-. ¡Estoy ya hasta la coronilla de mirar siempre hacia esos viejos intocables con admiración y veneración, como si fueran héroes! ¡La verdad es que no son tan dignos de admiración!

Sailer frunce el entrecejo, con creciente enojo

- Modérese usted, señor Caracciola. En definitiva, los viejos que tanto le irritan a usted han tenido que luchar harto duramente para conseguir sus victorias.


(HOMBRES, MUJERES Y MOTORES. Recuerdos del Director de Carreras Alfred Neubauer, recogidos por H.T. Rowe )

Al menos, a mí, me resulta inevitable esta especie de "fuga mental" de un texto a otro. rolleyes.gif


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tenista
mensaje Apr 29 2008, 12:25 PM
Publicado: #61


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Muchas gracias Raquel, por un momento he pensado que nos dejabas con la incertidumbre de quien habria ganado. Espero con impaciencia el siguiente capitulo.

Muchas Gracias wink.gif


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Raquel
mensaje Apr 29 2008, 03:56 PM
Publicado: #62


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CITA(tenista @ Apr 29 2008, 12:25 PM) *
Muchas gracias Raquel, por un momento he pensado que nos dejabas con la incertidumbre de quien habria ganado. Espero con impaciencia el siguiente capitulo.

Muchas Gracias wink.gif


Pues el siguiente capítulo (lo tengo a medias huh.gif ) es sencillamente precioso...
Trata de lo que significa amar a un coche de carreras.
Es sólo para "románticos"... biggrin.gif

Me encanta...............


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tenista
mensaje Apr 29 2008, 04:43 PM
Publicado: #63


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Entonces, aqui lo espero ansiosamente wub.gif


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jonrodriguez
mensaje Apr 30 2008, 02:20 PM
Publicado: #64


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bueno no tiene nada que ver con el Penya Rhin ni nada de eso pero buscando entre tanta cosa en el disco duro he encontrado esto

es un documento PDF con 200 y pico paginas (todo en ingles) sobre la temporada del 1931 con imagenes incluidas y he decido colgarlo para que todos podais tenerlo

http://www.megaupload.com/es/?d=9KWHHPRS

espero que os guste tanto como me esta gustando a mi A orillas del Rhin

Saludos!


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Raquel
mensaje Apr 30 2008, 02:44 PM
Publicado: #65


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Jon, lo pruebo y lo pruebo y... no consigo descargarlo. sad.gif

O quizás hago algo mal. Introduzco el código de letras (como siempre), espero los segundos que indica y, cuando clico sobre el enlace del archivo, me devuelve al principio... sad.gif

Si puedes echarme un cable, te lo agradecería mucho. smile.gif


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jonrodriguez
mensaje Apr 30 2008, 02:55 PM
Publicado: #66


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Raquel, acabo de probarlo y a mi me funciona muy bien, que utilizas Internet Explorer o Firefox Mozilla? porque puedes ser algo de los cookies

si utilizas Internet Explorer: en el IE dale a Herramientas - Opciones de Internet - en General clic en Eliminar cookies, aceptar y aceptar

si usas Firefox: Herramientas- limpiar informacion privada - selecciona solo cookies

espero que esto te funcione sino lo vuelvo a subir a otro servidor para que te funcione


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Raquel
mensaje Apr 30 2008, 03:03 PM
Publicado: #67


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Mil gracias, Jon. smile.gif

Pero vaya por delante que con menuda lerda para estos temas informáticos acabas de topar huh.gif

Lo probaré con calma todo eso que me indicas a ver si doy con lo que tengo y uso y si lo consigo... laugh.gif
,
Si veo que no puedo, no dudaré en darte la "tabarra" por MP para que me ayudes más. biggrin.gif

¡GRACIAS!


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jonrodriguez
mensaje Apr 30 2008, 03:15 PM
Publicado: #68


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tu tranquila Raquel que no das la tabarra yo encantado de ayudar/ayudaros


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Raquel
mensaje Apr 30 2008, 03:21 PM
Publicado: #69


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smile.gif

Te has explicado de maravilla. Estoy en ello. Te he mandado un MP. Si veo que no puedo, de verdad que te lo diré sin dudarlo. wink.gif
Gracias otra vez.


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Raquel
mensaje Apr 30 2008, 05:03 PM
Publicado: #70


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[Nota: mientras lo dicho anteriormente queda en pausa: ya nos las arregalremos Jon y yo wink.gif Sigo...]

Di una "pista": que era un capítulo para "románticos".

De un plumazo se me adelantó ph34r.gif
Lo mejor del asunto es que nada de todo esto estaba previamente planeado (él lo sabe tan bien como yo ).

Como no podía ser de otra forma, no llegué a meta a tiempo y él se me adelantó. biggrin.gif

Desde la primera vez que leí este capítulo tenía muy muy claro que algún día quería dedicárselo a KARNAPLOSKY. smile.gif
Porque una vez, y espero que sean muchas más, nos tomamos una deliciosa cerveza helada cuando más calor hace y compartiendo mariposas en el estómago que jamás podré olvidar. smile.gif Y fue un momento fantástico. Tanto, que incluso "me aparté" 10 cm del mismo para "verlo desde fuera" como si quisiera registrar una filmación.
Y así es: tengo cada paso (aunque me perdí y dimos muchas vueltas, y recibí hasta un gorrazo!!! tongue.gif ) en la memoria visual y sensitiva.

¿Otra pista?

Fue en el GP de España de 2007

¿Más "pistas"?

En ese momento, entre aquella charla, hubo una cosa de la que hablamos: de este libro de Caracciola. Y yo me prometí en silencio que algún día lo tendría. smile.gif

DEDICADO A TI, Sergio...

Ser piloto de carreras equivale a saber convertirse durante horas y horas en parte integrante de la máquina.


CAPÍTULO VII



Había ganado casi inconscientemente la carrera del Avus, medio jugando, tal como muchas veces se obtienen victorias cuando uno es joven. Era la primera vez que había competido con corredores de talla internacional, quizás no los mejores, pero, sin embargo, grandes pilotos.

Me sentía orgulloso de esta victoria, pero comprendía que la victoria significaba poco si no podía obligarme yo mismo, una y otra vez, cien veces, siempre, a mantenerme en primera fila.

Pocos corredores podían lograrlo. La mayoría se hunde en el anonimato de la vida privada, tras un rápido ascenso a la fama, si la muerte no los barre de la pista con su huesuda mano. Pro, ¿qué es lo que hay que hacer para triunfar? ¿Cómo se las han arreglado los de la vieja guardia? ¿Cuál ha sido el secreto de su continuado éxito?

La respuesta a estos interrogantes se halla en la humildad. Un piloto no es sino una parte de una compleja organización; una parte de la empresa que le apoya. La casa prepara las bases de la victoria. Los cerebros de los ingenieros, los mecánicos adiestrados en trabajos de gran precisión, el potencial económico en manos de un director industrial que apoya a uno en los momentos de decaimiento; todos ellos son colaboradores invisibles de los pilotos, y todos juntos determinan las victorias y las derrotas.

En aquellos tiempos había cuatro fabricantes con suficiente capacidad para producir automóviles de carreras: Mercedes, Bugatti, Alfa Romeo y Maserati. ¡Pero cuánta diferencia había entre todos ellos!

Bugatti era creación personal de Ettore Bugatti. No se había limitado a dar el nombre a la casa, sino que dejó la impronta de su personalidad incluso en los más pequeños detalles. Creaba automóviles como otros crían caballos. Los amaba; los había diseñado por entero él mismo, y los cuidaba como si fueran criaturas vivientes. Los edificios de su pequeña fábrica en Alsacia parecían auténticos establos para coches de carreras. Bautizó con el nombre de Pur Sang uno de sus mejores modelos. Lo improvisaba todo, tanto los inventos como los asuntos económicos de su fábrica, a la que a menudo, con admirable destreza, salvaba de los riesgos de la ruina.

Nadie sabía cuánto trabajaba en serio. Se sentaba horas y horas en la cabina de un barco que hizo construir por capricho en su parque. Cuando volvía a dejarse ver caía sobre la sección de fabricación una lluvia de notas en que había vertido sus a menudo acertadas ideas. Construía vehículos de carreras porque los adoraba; no vendía ninguno sino por una suma elevada, y aun después de un sinfín de objeciones. No era un hombre de negocios. Para él lo deportivo era lo más importante, y por esta razón amaba a sus pilotos como si fueran hijos suyos. Hizo construir un hotelito al lado de la fábrica para poder tenerlos siempre a su lado; y sus victorias le complacían tanto como si él mismo las hubiese obtenido.

Muy parecidos a él, aunque no en idéntico nivel, eran los hermanos Maserati, de Bolonia. Eran ésos unos fanáticos de la técnica que en su diminuta fábrica, rodeados de un puñado de obreros, se esforzaban durante meses y meses, a veces durante años, para el logro de un nuevo modelo. De vez en cuando, uno de los hermanos tomaba parte en alguna carrera, y tanto ellos como sus vehículos habían cosechado más victorias que derrotas.

Codo a codo con estos románticos del deporte se hallaban las gigantescas empresas como Alfa y Mercedes. Miles y miles de obreros trabajaban en sus fábricas; tan sólo se habían adentrado en el asunto de las carreras para poder demostrar al público la calidad de sus productos.

El técnico desaparecía oculto por el nombre de la casa. El director comercial cargaba con la responsabilidad de todo el conjunto, y del que la sección de carreras era tan sólo una pequeña parte.

Alfa Romeo, la gran firma milanesa, construía además de automóviles de carreras otros deportivos y motores de aviación. Pero, igual que en Mercedes y más aún en ésta los bólidos eran tan sólo una demostración de calidad. Después de la fusión de Mercedes con Benz, el nuevo director, el doctor Kissel, creó un producto muy vendible y una organización de ventas que cubrió el mundo de agentes de la marca Mercedes y sentó los cimientos de su rápida expansión industrial.

El doctor Kissel tenía un ardiente interés por las carreras. Los técnicos crearon un automóvil deportivo que, con sólo quitarle los guardabarros, se convertía en uno de carreras. Los proyectistas quedaron en el anonimato. Todo lo que se creaba era un producto de la casa y su creación era obra de todos, por lo que se consideraba injusto reconocer la contribución de un individuo en particular. Era un especie de austera abnegación y modestia existente en todos los ambientes de la empresa.

Me fijé en los grandes pilotos y comprobé que pertenecían a alguna de las cuatro firmas. Procedían de Bugatti, de Alfa, de Maseratti o de Mercedes. Habían elegido una de estas casas, y la casa les había elegido. Del mismo modo que un buen piloto ansía guiar un automóvil bueno, un buen automóvil exige ser guiado por un buen piloto que sepa extraerle el máximo rendimiento de que es capaz. Todos esos ambiciosos hombres que se habían vendido al motor eran jóvenes y, en apariencia, pertenecientes a esa animosa juventud que se propone conquistar, por asalto, en pocas horas, la fama y las riquezas que otros persiguen inútilmente durante toda la vida.

Como Chiron, el sonriente corredor del sur de Francia, jovial, siempre a punto de soltar un chiste. Antes de cada carrera daba vueltas alrededor del coche, le daba palmaditas, le hablaba como si fuera un caballo, y luego, sonriente, se sentaba tras el volante. Pocos sospechaban que aquella máscara de jovial apariencia ocultaba un hombre duro, serio, que se negaba casi todos los placeres de la vida para estar en forma en los momentos de la lucha.

Como Nuvolari, de Mantua, el hombrecillo cenceño y musculoso a quien nadie podía destruir. Condujo toda una temporada con una pierna escayolada; cierta vez, cuando se incendió su automóvil a cincuenta metros de la meta, saltó de él y ante los gritos de los espectadores, empujó el vehículo en llamas hasta la línea de llegada y obtuvo así el tercer puesto. Como también Varzi, el elegante milanés, amable al parecer quizás amable en exceso para con las mujeres y la pléyade de sus admiradores -. Pero aquel hombre, cuya amabilidad se confundía a menudo con debilidad, era duro como el acero en cuanto se sentaba al volante del coche.

Como también Campari y Borzacchini, que más tarde perdieron la vida en un trágico accidente; como el rubio Hans Stuck, vencedor de innumerables pruebas de montaña; y Manfred von Brauchitsch, el que durante muchos años fue mi amigo y compañero de equipo.

Como los de la vieja guardia de Mercedes: Lautenschlager, Sailer, Salzer, Werner y aquel que más parecía oso que hombre: Merz. Todos provenían de las filas de la fábrica y conservaban la dureza, la rectitud y sencillez de los primeros años de lucha. Igualmente, en otros países, muchos hombres habían grabado sus nombres en el libro de oro de las carreras automovilísticas. Muchos de ellos, quizás la mayor parte, no están ya entre nosotros. Su devoción al motor les costó la vida.

Estoy pensando en aquel corredor ameteur, el conde Maseratti, muerto en la dura carrera de la Targa Florio: en Salamazo y en Ascari, muerto en el Gran Premio de Francia, en Monthléry, que quizás fuera el corredor italiano más popular antes de Nuvolari. Hoy en día aún se enseña con respeto la casa donde murió.

Bordino se estrelló en Alejandría, Italia, al atropellar a un perro que cruzaba la pista. En su memoria, aquella prueba se llama Circuito Bordino.

Materassí, estrellado en Monza, probablemente salió despedido de la pista cuando otro vehículo rozó el suyo, que mató a veintiocho personas y al propio Materassi. Arcangeli, vendedor del Gran Premio de Monza, halló la muerte en Monza durante un entrenamiento. Brilli-Peri, el inolvidable, siempre con su inseparable Itala inolvidable por su velocidad vertiginosa y por las expresiones que se le oían mientras cargaba el depósito -. Nunca se ha sabido por qué causa se estrelló en la vieja pista de Trípoli.

El gran Nazzaro, que, como muchos otros, se ha retirado a la vida privada; trabaja en la casa Fiat. Minoia, que obtuvo victorias con vehículos de casi todas las marcas: Benz, Mercedes, Alfa, y Bugatti, trabaja ahora para Alfa Romeo, Constantini, vencedor en el Gran Premio y después por tres veces primero en la difícil Targa Florio, estaba encargado en Bugatti de la sección de carreras.

Los veteranos franceses Wagner, Bourlier, Ballot, Goux y Divo, el favorito del gran público, han escogido actividades más tranquilas. Ballot fue el único que se mató. Robert Benoist, que había logrado muchas victorias con Delage y Bugatti, era jefe de ventas en esta última. Etancelin reparte su vida entre la familia, los negocios y los deportes. Bouriat, el popular piloto de Bugatti, murió hace mucho tiempo en un accidente.

De los ingleses, el comandante Seagrave tomaba parte, de vez en cuando, en pruebas continentales. Usaba ropas del mismo color verde que el de su coche. Tuvo algunas buenas actuaciones, pero no alcanzó grandes éxitos. Lo que realmente le hizo famoso fue sus récords de velocidad pura. Dejó las carreras y cayó víctima de su afán de batir el récord de velocidad en canoa. Sir Henry Birlan corrió con éxito en varios Grandes Premios y en pruebas de veinticuatro horas; murió a consecuencia de quemaduras sufridas en una carrera. Sir Malcolm Campbell estaba entretanto en América, estableciendo marcas de velocidad pura con un vehículo proyectado expresamente para él.

?stos eran los campeones de aquella época. Estaban en la cúspide de la fama y eran admirados y envidiados. Muy pocos de quienes les admiraban o envidiaban se daban cuenta de cómo aquellos éxitos, en apariencia obtenidos de una manera fácil y rápida, habían sido alcanzados de una manera muy dura, como todas las cosas de la vida. La máquina es un esclavo peligroso: se venga sin misericordia de quienes son incapaces de dominarla con reacciones rápidas y decisiones acertadas. ¿Qué vale la osadía y el coraje de la juventud, y qué vale la devoción al deporte, si se carece de aquellas causalidades?

Ser piloto de carreras equivale a saber convertirse durante horas y horas en parte integrante de la máquina. Manos en el volante y en el cambio; pies en los pedales; ojos atentos al indicador de velocidad, a los niveles de agua y el aceite. ¡Pobre del que siquiera durante una fracción de segundo pierda el dominio de sí mismo! En los momentos cruciales debe alejar los pensamientos o emociones ajenos a la lucha. ¡Pobres de los que no pueden mantener el control de sus pasiones, sea pasión por las mujeres, por la bebida o por cualquier otro vicio! No pueden confiar en ellos mismos; pierden su dominio y el del coche; su sino está en ser eliminados o en morir. Como en tantas otras cosas de la vida, cuando el hombre aspira a difíciles metas y gobernar una máquina de 400 caballos de fuerza es difícil meta -, sólo puede alcanzarse el éxito si todo nuestro ser está puesto a su contribución.

Estoy seguro de que quien no lleve una vida privada ordenada es incapaz de tal contribución. Mas tampoco creo que un frío técnico apasionamiento pueda conseguir algo en la esfera de las carreras de automóviles. Tan sólo aquellos que hacen entrega total de sí mismos pueden aspirar a triunfar.

Hallé las consecuencias de aquellos difíciles años en que, peldaño a peldaño, me abrí camino hacia el éxito.

Renuncié al negocio que poco tiempo antes había montado en la Kurfuerstendamm, pues comprendí que es imposible servir a dos amos al mismo tiempo. Dejé que mi vida con Carlota, con quien había acabado por casarme, fuese regida por las duras leyes de mi profesión. Carlota me ayudaba durante los entrenamientos, tomaba mis tiempos y los de los contrarios y, después de los agotadores meses de la temporada de carreras, me ayudaba y acompañaba en mi descanso.

Aquellos años conduje mucho, y recogí por un igual victorias y fracasos. De vez en cuando luchaba con un conductor de primerísimo clase, lo que me forzaba a poner en juego hasta mis últimos recursos.

El Gran Premio de Alemania se disputó en Nürburgring en julio de 1931. No hablábamos de otra cosa desde semanas antes. Sabíamos que Bugatti había presentado un nuevo 23 litros de cubicación que se adueñaba de las pistas europeas y adelantaba a todos sus competidores. Era un coche pequeño y ligero que solamente pesaba 700 kg, mientras que el pesado Mercedes deportivo SSK con que tomamos parte en el premio pesaba 2000 kilos. Neubauer nos habló de que Chiron había alcanzado velocidades fantásticas con aquel Bugatti.

Cinco días antes de la salida llegamos a Nürburgring. Los coches se alojan en un cobertizo lejano a la pista. Estaba situado en un claro de los pinares, frente a un prado en que, durante las tardes, hacíamos prácticas a cambio de ruedas.



- Los Bugattis, debido a su poco peso, quizás no precisen cambio de neumáticos decía Neubauer - . Así que tenemos que procurar ¡no perder la carrera en los box!

Metz, Stuck, Brauchitsch y yo cambiamos ruedas y más ruedas. Mi mecánico Sebastián y yo obtuvimos el récord: llegamos a cambiar las cuatro ruedas en solamente un minuto y diez segundos. Después del trabajo, nos reuníamos alrededor de una mesa de madera, bajo los viejos pinos, y discutíamos acerca de nuestras posibilidades.



- Si lloviese, todo iría bien opinaba Merz -. Pero si el tiempo es seco - y entonces se encogía de hombros.

?sta era la realidad. Si la pista estaba húmeda, el peso de nuestros coches constituiría un factor favorable para nosotros, pues se mantendrían mejor y patinarían menos. Pero en pista seca los Bugatti tenían la ventaja de pesar 1200 kg menos; y además ganaban los setenta segundos que nosotros habíamos de perder en el cambio de ruedas. En resumen así lo reconocíamos -, con lluvia o sin lluvia creíamos que nuestras posibilidades de triunfar eran escasas.

Y llegó el gran día.

La prueba del delito wink.gif :

http://www.paranerdos.com/

Brindo por ti para que nunca dejemos de sentir esas mariposas en el estómago.
Y sobre todo brindo porque nunca dejemos de escuchar a quien nosotros (cada cual sabrá quién) dejemos de considerar "maestros" que nos enseñan.

¡Ojalá así sea siempre!

Con todos mis respetos...







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KARNAPLOSKY
mensaje May 1 2008, 06:05 AM
Publicado: #71


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¿Que habré hecho yo para merecer esto? ohmy.gif

Que me quede yo sin palabras es como esperar que Kimi ataque bruscamente el vertice de una curva.

Simplemente muchas gracias Raquel, el texto es delicioso, hay parrafos excepcionales pero el que contiene la frase que subrallas es realmente bonito, resume perfectamente que es ser piloto de carreras ademas de contener frases dignas de ser guardadas en la memoria.. que pillina como sabes "llegarme" smile.gif

De verdad, muchisimas gracias por la dedicatoria. smile.gif

Yo también estoy deseando repetir la experiencia cervecera bajo el sol, una pasada.. tu y tu acompañante.. que gusto da charlar con gente que está en tu misma "frecuencia" smile.gif de verdad impresionante.


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Raquel
mensaje May 1 2008, 11:23 AM
Publicado: #72


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La que sonríe feliz soy yo por cuánto me alegro de que te haya gustado. smile.gif

¿Que qué has hecho tú para merecer "esto"?

Creo que esa pregunta la podríamos contestar sin titubear un segundo muchos de nosotros: nos has dado MUCHO MÁS de lo que quizás a veces en compensación hayas recibido. Entre otras cosas, hemos gozado de momentos fantásticos, risas, alegrías, humor sano y... hasta reflexiones profundas. biggrin.gif

¿Te parece poco? ¡NO! Ya respondo yo por ti. wink.gif

Y tienes razón, sí, el texto es una delicia. En realidad lo es prácticamente todo el libro. Así que ya puedes imaginar lo contenta que estoy yo con "mi Caracciola". Y si encima gusta, pues la satisfacción es enorme.

De momento, vaya esta cervecita que ahora me tomaré wink.gif por delante, que siempre quedarán las pendientes (je je...) Con buena compañía, además, ¡se disfrutan el doble!

¡A ti gracias, Sergio!


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tenista
mensaje May 1 2008, 12:41 PM
Publicado: #73


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Muchas gracias Raquel wink.gif

No se si sere capaz de esperar al lunes, pienso estar desconectado del mundo y perdido en el campo, pero aun asi no puedo mas que felicitarte por haber conseguido engancharnos a tan impresionante realto.


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Raquel
mensaje May 4 2008, 01:53 PM
Publicado: #74


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... las torres del castillo de Nürburg brillando al sol; el bosque de banderas de las tribunas, y la meta

"CAPÍTULO VIII



Desde primeras horas de la mañana el tiempo fue brumoso. Desayunamos en el hotel. Por las ventanas oíamos cómo pasaba un interminable desfile de automóviles, bicicletas y motocicletas por las calles de Adenau. Quizás pasaron allí tres o cuatro mil vehículos.

El cielo se tapaba cada vez más. A las nueve y media, cuando nos situamos en la línea de salida, empezó a llover. Una lluvia fina al principio, que arreció después y por último se convirtió en un verdadero aguacero. Grandes gotas caían sobre el asfalto y las ruedas dejaban estelas de agua.

Tomaron la salida treinta y un coches. Yo estaba en la segunda fila, junto a Chiron; en la primera, Varzi, Fagioli y Stuck.

Cayó la bandera - ¡cómo debía de pesar empapada por la lluvia! y los coches arrancaron.

Tuve una buena salida: solamente estaba el coche de Fagioli ante el mío. Quise adelantarle, pero era muy difícil; el agua empapaba el parabrisa y, cuando intenté mirar por encima, una fría ducha me azotó el rostro. El coche de Fagioli despedía una verdadera tromba de agua. Finalmente, en la curva de la Cola de Golondrina, le alcancé, le adelanté y quedé en cabeza.

Necesito ventaja pensé -, para compensar el tiempo que pierda al cambiar las ruedas. Una rápida ojeada al otro lado me dejó ver que los Bugatti estaban atrapados entre los primeros y los últimos automóviles. Me pareció raro que no pudieran abrirse paso; tal vez se reservaba Chiron y planeaba adelantar cuando solamente faltaran las últimas vueltas. A quienes más temía eran a Chiron y a Varzi, puesto que Nuvolari corrían con un Alfa, marca que apenas había obtenido victorias el año anterior. Cuando la tercera vuelta, se me avisó desde los boxes con la primera señal:

CAR

FAG 48

Por consiguiente Fagioli, con su Maserati, aún me pisaba los talones. Aumenté la velocidad. Se necesitan setenta segundos para el cambio de ruedas me dije -. No puedo perder ventaja. Volví a aumentar la velocidad. En la sexta vuelta adelantaba un minuto y dos segundos a Nuvolari, que ocupaba el segundo lugar. Era maravilloso contemplar lo que aquel duro tipejo podía obtener de su Alfa.

Durante la octava vuelta disminuyó la lluvia. Las grises nubes se desplazaban hacia los montes de Eifel. La pista empezó a secarse. Había llegado el momento, la oportunidad, de los Bugattis.

En la décima vuelta, ¡Chiron! Su nombre apareció tras el mío en los tableros de aviso. Había ido abriéndose paso; me seguía en segundo puesto. Nos separaba un minuto y cuarenta y ocho segundos, pero desde el box se me avisó con el círculo para que cambiase los neumáticos en la siguiente vuelta. Eso podía costarme tres cuartas partes de mi ventaja, y la pista se secaría cada vez más. Los pequeños Bugattis corrían más de prisa

Undécima vuelta Paramos. Salté del automóvil por un lado, Sebastián sató por el otro. Repostamos, cambiamos ruedas Neubauer estaba cerca, reloj en mano.

Listos. De nuevo estábamos en el coche. Nuestro ayudante puso en marcha el motor. Un minuto y nueve segundos



- ¡Tiempo récord! gritó Neubauer. Dijo algo más que el ruido del motor nos impidió oír. Corríamos otra vez. No nos había alcanzado nadie; continuábamos en cabeza.

Vuelta duodécima. Nueva señal en los boxes: Nuvolari me sigue a un minuto catorce segundos.

De modo que también Chiron se había visto obligado a parar, probablemente para cargar gasolina. Quizás también para cambiar ruedas. ¡Gracias, Dios mío!

En algunos tramos la pista estaba seca del todo. Solamente en donde estaba rodeada de bosque, el asfalto aún relucía.

Vuelta dieciséis. La distancia que me separaba de Chiron iba aumentando Era ya de dos minutos y ocho segundos.

Faltaban aún cuatro vueltas. Si Chiron conservaba su velocidad acabaría por acercarse mucho, pero no lograría adelantarme. Pero, ¿y si disponía de reservas? ¿Qué pasaría si empezara a correr aún más de prisa?

El cuenta revoluciones marcaba 4.000 r.p.m. Sebastián me tocó el codo y movió la cabeza como advertencia. No le hice caso. Mantuve aquella velocidad.

En la siguiente vuelta, Chiron se acercó más. Solamente a un minuto y treinta segundos.

?ltima vuelta. La distancia no había cambiado. Neubauer agitó una bandera y con la otra mano indicó que redujese la marcha. Bajé hasta las 3.500 r.p.m. No era cosa de destrozar el motor. Si los neumáticos resistían nadie podría arrebatarme la victoria.

Nuevo paso por la curva en forma de V del otro lado de las tribunas; otra vez aquel sinuoso tramo montaña arriba, luego el descenso, hacia los valles.

El pueblo de Breidscheid; la tupida arboleda que enmarca Hedswigshoehe; las torres del castillo de Nürburg brillando al sol; el bosque de banderas de las tribunas, y la meta

Cerré el contacto. Paramos. Nos anegó un mar de gente. Me sacaron del automóvil, me llevaron a hombros. Cientos y cientos de manos intentaban alcanzarme. Mis mecánicos estaban allí; los colaboradores de mi victoria. Neubauer tiró de mí y me abrazó. Llegó Carlota: Estaba en pie tras el box; corrían lágrimas por sus mejillas.



- ¡Rudi! me dijo con voz ahogada. Nos abrazamos. Chiron llevó a mi lado su automóvil. Brincó sobre el morro de su coche, corrió hacia mí con los brazos abiertos y me abrazó. En la pista, en tribunas y graderíos, el público gritaba: ¡Hurra!, y agitaba sombreros y paraguas.



Se izó la bandera alemana y la banda interpretó el himno nacional. Fui a recoger el trofeo.

Al anochecer celebramos la victoria en el Adenauer Hof. Discursos, brindis, telegramas Pero mi felicidad interna era más poderosa que los honores externos. ¡He vencido, he luchado con los mejores conductores, y he obtenido el triunfo!

De madrugada, Neubauer y yo salimos unos momentos para despejar nuestras cabezas algo turbias de tanto vino. Por el Este clareaba, aunque no veía aún el sol. Entre las oscuras ondulaciones de las montañas se veían jirones de la niebla matutina.



- Este año y el que viene dije lograremos más victorias como la de hoy.

Neubauer me miró en silencio. Luego habló:



- El año que viene la casa Mercedes no competirá en ninguna carrera. Falta dinero. Tenemos que resignarnos."


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tenista
mensaje May 5 2008, 02:22 PM
Publicado: #75


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Lo primero que he hecho, nada mas llegar de las minivacaciones de dos dias y 35 Km de atasco en la NV, ha sido visitar el foro y por supuesto leer el siguiente capitulo.

Por cierto, me deja preocupado. Espero el siguiente capitulo con gran impaciencia.

Muchas Gracias Raquel por tanto esfuerzo.


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taz
mensaje May 5 2008, 03:17 PM
Publicado: #76


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Dios mío!!!!!!!!
estoy enamorado
wub.gifwub.gifwub.gif

Hubo una vez que equivocadamente algunos extraños extranjeros exfor...ejem, llamamos ForoRaquel a este foro.
Estabamos equivocados en la intencion (por ello te pido perdon) pero resulta que era verdad.

Eres una Joya Raquel.
Gracias por compartirlo.


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Soyel chavaal daquellaesquinaaaa,
Que túsabes eevitaar,
Elespejooo deela vida,
Don-de nun-ca miiraarás.
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Raquel
mensaje May 5 2008, 05:02 PM
Publicado: #77


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¡Gracias, Taz! smile.gif Pero no me ruborices... huh.gif

Y sobre lo del "perdón" o la disculpa, pues de sobras sabes que es innecesaria. Una anécdota más que contar en mi vida... laugh.gif ¡Anda que no nos hemos reído con ello después! Eso es lo bueno. wink.gif

De verdad que me alegro mucho de que os guste: así da gusto compartir, y no piensas ni en el sacrificio que pueda comportarte ni en el tiempo que empleas porque, de otro modo, es imposible. Compensa, ¡y mucho!, saber que otros lo pueden disfrutar también.

Venga, para que no se quede preocupado Tenista, rolleyes.gif vamos a explicarle qué hizo mi pobre Caracciola tras recibir ese mazazo de noticia ante la que no quedaba más remedio que "resignarse".

Sentí que acababa de perder para siempre algo muy hermoso.

"CAPÍTULO IX



Aquel año Carlota y yo fuimos a Arosa, donde Neubauer nos visitó algún tiempo después. Conservaba su cargo, pero no se sentía feliz. Le obsesionaba pensar que ya no era director de un cuadro de conductores y de vehículos. Al atardecer, nos reuníamos en nuestro chalet a la acogedora luz de una lámpara y veíamos cómo caía la nieve. Neubauer nos expuso todos sus planes, muchos de los cuales eran irrealizables. Quería agrupar a los mejores conductores alemanes, ir con ellos a Estados Unidos y arramblar con todos los premios que lo merecieran. Era capaz de pasarse horas y horas incubando planes del mismo género. Me gustaba escucharle, aunque no creía que aquellos castillos en el aire pudieran materializarse. Me daba cuenta de la realidad. El deporte automovilístico es un lujo, como tantas otras cosas nobles y de elevada alcurnia. Pero una nación pobre no puede soportar lujos, y entonces Alemania era pobre.

A mediados de diciembre, la casa Alfa me llamó desde Milán. Giovannini, el jefe de la sección de carreras, estaba al teléfono.



- ¿Qué haces usted ahí, Caracciola?

- Esquío y tomo el sol.

- ¿Tiene contrato para el año próximo?

- No dije con alguna vacilación -: todavía no.

- Si no le parece mal, iré a verle a finales de este mes.

- Conforme respondí, y colgó el teléfono.

Giovannini llegó a Arosa el último día del año. Era un hombre pequeño, elegante, de cabello rubio y brillantes ojos pardos. Con típica exuberancia meridional, me abrazó, me dio palmadas en la espalda y besó las manos a Carlota.

Se sobresaltó al ver a Neubauer. Ambos se conocían de muchas carreras en que habían contendido Alfa y Mercedes. Cuando nos dirigimos a cenar, lleno de excitación, me susurró:

- ¿Qué hay de nuevo? ¿Mercedes, al final, volverá a las pistas?

Me encogí de hombros.

Gracias a la verbosidad de Neubauer, la cena fue muy animada. ?l y Giovannini se dirigían miradas desconfiadas. Después de los postres, Giovannini dijo:

- Me gustaría hablar de algo con usted, señor Caracciola; pero, por favor, en privado.

Fuimos a mi estudio, Neubauer y mi esposa permanecieron en el comedor.

Cuando estuvimos solos, Giovannini, sin ninguna otra explicación, buscó algo en un bolsillo del chaleco. Había llevado ya preparado el contrato; tan sólo faltaba que yo lo firmase. Lo leí a la luz de las dos velas de mi escritorio. Era una oferta aceptable: una pequeña garantía, las primas de salida y la mitad de los premios. Cierto punto me hizo dudar. No pertenecería oficialmente al equipo de la casa; correría como independiente.

- ¿Por qué? pregunté, volviéndome para mirar a Giovannini, que estaba a mis espaldas y leía el contrato, por encima de mi hombro, al mismo tiempo que yo.

- Lo ignoro me contestó a regañadientes. Era evidente que mi pregunta le embarazaba -. Vea usted, todos nuestros pilotos trabajan con una participación; y como usted no está familiarizado con nuestros coches Ya sabe que son muy diferentes de los pesados Mercedes; son pequeños monoplazas Tal vez nuestros muchacho opinen que a usted le costará acostumbrarse al nuevo tipo

- Pero, ¿a quién se le ha ocurrido eso?

- No lo sé.

- ¿A Nuvolari?

- No.

- ¿A Borzacchini?

- Tampoco.

- Bien, pues: ¿a Campari?

Denegó con la mano y me dijo:

- Por favor, no me haga más preguntas.

Era Campari, por consiguiente. Debiera haberlo adivinado. Mas, ¿podía yo protestar de todo aquello? Ni yo mismo sabía cómo reaccionaría con aquellos monoplazas.

Dejé el contrato sobre la mesa y fui al comedor para buscar cigarros y vino. Al regresar, Neubauer me siguió y me detuvo en el vestíbulo.

- Rudi dijo, cogiéndome por las solapas -, Rudi, ¿no te irás con los del otro lado, verdad?

En aquel momento sufrí por él.

- Pero, ¿no comprendes que tengo que conducir?

No replicó, pero continuó sujetándome. Era un momento extraño. Ambos de pie bajo la débil luz del vestíbulo; en nuestras mentes revivían los ocho años que habíamos luchado codo a codo.

En aquellos instantes Neubauer era para mí más que un hermano. Suspiró profundamente y dijo:

- Prométeme una cosa, Rudi. Si Mercedes vuelve a las carreras, tú vuelves con nosotros.

- Sí le contesté estrechándole la mano.

Dio media vuelta y fue de nuevo con Carlota. Le miré mientras marchaba, ancho de espaldas, con la cabeza inclinada. Cerró tras sí la puerta que daba al iluminado comedor; permanecí mirando hacia allá. Sentí que acababa de perder para siempre algo muy hermoso; quizá la juventud, quizá el recuerdo de aquellos años de ilusiones. No hallo palabras con qué explicarlo.

Volví con Giovannini y firmé el contrato con Alfa.

Dos meses después llegué a Milán y traté por primera vez a mi nueva empresa. Giovannini me presentó a los principales jefes. El director general Gianferrari, un caballero muy correcto, me recibió con cordial cortesía.

- Espero que se sentirá muy bien aquí, entre nosotros dijo dándome una mano delgada y morena.

Después fuimos a ver a Jano, el jefe de proyectos, a quien encontramos envuelto en una nube de humo de tabaco y mirando planos. Me recibió con animación y me condujo al laboratorio de ensayos de la fábrica, donde me presentó a los mecánicos. Uno de ellos, Bonini, había sido designado para trabajar conmigo. Tenía una cara despejada, era moreno, había trabajado dos años en Alemania y hablaba fluidamente el alemán. Charlamos un rato y saqué la conclusión de que congeniaríamos muy bien.

Luego Jano me enseñó el nuevo modelo. Era de líneas muy finas, monoplaza, ligero y de fácil conducción. A primera vista, me gustó mucho. Al día siguiente fuimos a Monza. Jano deseaba saber mi opinión sobre el nuevo vehículo.

Era del todo diferente a mi pesado Mercedes SSK. Se conducía sin ningún esfuerzo, pero hube de vigilar como un halcón a fin de no perder el control, dadas su rapidez y ligereza.

- Bien, ¿qué le ha parecido? me preguntó Jano cuando salté del asiento.

- Ágil como una bailarina les respondí.

Se rió.

- Me parece que nosotros dos nos entenderemos muy bien me dijo complacido, y extendió su mano.

Estaba en lo cierto. Pronto se hizo acreedor de mi confianza, y siempre me ayudó cuanto pudo.

Regresé a Arosa, y una semana más tarde volví a Milán para tomar parte en las Mil Millas. Prueba que había ganado un año antes con Mercedes. Creí que de nuevo tendría oportunidad de vencer. Sin embargo, la realidad no justificó mi optimismo. Me clasifiqué primero en Roma: mas poco después se rompió un balamiar de válvula y tuve que abandonar en Verona, sin haber podido ni tan siquiera clasificarme.

Aún veo la expresión de Campari cuando volví a la fábrica. Se sonrió como si dijera: Bueno, ¿no había dicho yo que este tipo no vale para nada?

La siguiente prueba era la de Montecarlo. Nuevamente estaba inscrito el equipo completo de Alfa, pero yo en calidad de independiente. Era una carrera muy dura. Desde la salida, Nuvolari se puso en cabeza. Corría con velocidad suicida por las tortuosas y continuas curvas. Realicé una salida defectuosa y quedé en el pelotón central de corredores; pero fui forzando la marcha a cada vuelta de tal manera que, finalmente, me hallé situado inmediatamente detrás de Nuvolari.

Los pilotos de carreras de la misma categoría siguen una regla no escrita: si pertenecen a la misma escudería, no deben luchar entre ellos cuando van en cabeza. El que ha ocupado el primer lugar en la primera mitad de la carrera es el que se alza con el premio. Esta regla tiene por objeto salvar los intereses de la casa constructora en nombre de la cual corren los pilotos, pues si luchasen entre ellos podrían forzar excesivamente los motores y suceder, entonces, que fallaran todos, motivando con ello un grave perjuicio para la marca.

Esta regla es mantenida por todos los conductores profesionales como cosa de honor y de cortesía, aunque algunos de los más jóvenes, por ambición, de vez en cuando no la respeten.

Iba siguiendo, pues, a Nuvolari, y vi que cada vuelta iba ganando terreno a su rojo coche, hasta que hacia el final le alcancé. Durante la última vuelta íbamos tan juntos que podía ver el interior de su coche. Nuvolari había aflojado sensiblemente la marcha e íbamos juntos, casi rueda con rueda. Vi cómo cambiaba de marcha con gestos nerviosos y apresurados. Parecía que se le había obstruido la conducción de gasolina, o que por cualquier razón corría solamente con el depósito de reserva.

Rápidamente reflexioné. Yo no formaba parte del equipo, pues me habían rechazado. No tenía ninguna obligación para con los de la escudería Alfa. Nadie podría reprocharme que en aquel momento adelantase a Nuvolari. Pero, desde luego, sería mucho más elegante dejar que él continuara como líder. Disminuí de velocidad. Mientras conducía miré a las tribunas. Todo el mundo gritaba y pataleaba. Llegué a la meta. Nuvolari la cruzó y yo le seguí pegado a él. Al saltar del coche no oí sino gritos de burla y silbidos. El público se consideraba estafado, pues suponía que había existido un acuerdo entre Nuvolari y yo. Dejé el coche y fui a los box. Vino corriendo el mecánico.

- ¿Por qué ha hecho usted esto, signor Caracciola?

- No lo sé le contesté. En aquellos momentos me encontraba muy triste. Era la primera vez que el público protestaba una actuación mía. Entonces vi que Giovannini venía con los brazos abiertos.

- El gesto de usted, Caracciola, ha sido honrado; sí, muy honrado. Tengo que pedirle, en nombre de todos sus compañeros, que acepte ser miembro de la escudería.

- ¿Y Campari? pregunté.

- También él lo desea; y, créame, desea de veras que usted acepte.

De aquel modo formé parte del equipo Alfa Romeo.

Fue un buen año para la firma. Los pequeños monoplazas se llevaron los mejores trofeos. Nuvolari ganó los Grandes premios de Francia y de Italia y yo los de Alemania y Monza, además de otras victorias en carreras de menos importancia.

Sí, ciertamente fue un año soberbio para Alfa Romeo. Si seguía así durante el invierno, podríamos esperar el futuro con confianza.

Al acabar la temporada nos separamos y marché con Carlota a las montañas de Arosa. Fue un invierno magnífico. Los días eran claros y soleados. Ni una sola nube que afectara el amplio y puro cielo. Cuando llevábamos dos semanas allí, recibí una carta en la que la casa de Milán me notificaba que habían decidido no construir más automóviles de carreras. Era un asunto costoso, y sus resultados no compensaban los gastos. Me aconsejaban que ingresara en la escudería Ferrari. El signor Ferrari adquiría los automóviles y, en lo futuro, continuaría el asunto por su propia cuenta.

Por aquellos días, Chiron se encontraba también en Arosa. También había recibido de Bugatti una carta parecida a la mía, por lo que, igual que yo, se encontraba sin empleo.

A menudo nos encontrábamos al esquiar, y pasábamos alguna tarde en mi casa, o en el hotel en el que se hospedaba, o en algún albergue de las montañas; era un gran compañero, sin sombra de doblez; un gran amigo.

- ?yeme, Rudi me dijo una de aquellas tardes -, ¿por qué hemos de ganar siempre premios para otros? Sería mucho mejor que formásemos nuestra propia empresa.

Lo tenía todo pensado y calculado, incluso el nombre. Nuestra sociedad podría llamarse Escudería CC (Caracciola-Chiron). Lleno de excitación, bosquejó la cuestión financiera en una hoja de papel.

En el activo figuraban los premios en metálico, las primas de salida y la publicidad de algunas fábricas. En el pasivo solamente el coste de los automóviles, el transporte, los gastos de estancia y los sueldos de dos mecánicos.

El plan de Chiron me pareció bueno. Nuestros nombres eran muy populares. Cada uno de nosotros tenía una ejecutoría llena de victorias. Nos habíamos encontrado en innúmeras batallas como competidores, y éramos excelentes amigos. Las fábricas no querían saber nada de las carreras; los dos estábamos sin empleo; era casi natural, pues, que naciese la escudería CC.

Compramos dos automóviles a la Alfa Romeo, y Daimler Benz puso a nuestra disposición un camión diesel para el transporte de los bólidos. Discutimos durante mucho tiempo de qué color podríamos pintarlos. Aun ahora creo estar viendo el enorme camión de color gris claro y los dos coches, el de Louis azul con rayas blancas y el mío blanco con rayas azules. Las puertas del camión lucían en bellas letras el monograma de la empresa: CC.

Una sombra oscureció aquellos prometedores momentos. Bonini, mi mecánico, no podía trabajar. Había sufrido graves quemaduras en un accidente de la fábrica y estaba en el hospital. Tuve que pasar sin la ayuda de mi fiel ayudante y escoger otro mecánico entre los de Alfa Romeo."


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accitano
mensaje May 5 2008, 06:14 PM
Publicado: #78


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Muchas Gracias Raquel!!!

Los tres mosqueteros...

Que maravilla!!! Como comentabas en la página anterior es inevitable la "fuga mental" a Hombres, Mujeres y Motores.

Aprovecho para recordar a los nuevos foristas, y no tan nuevos, que se paseen por el Topic: Hombres, Mujeres y Motores y no dejen pasar la oportunidad de imprimirselo. Una joya -muchísimas gracias, Ayrton-!


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Saludos.

"Cada tanto viene bien una derrota" Frank Williams.
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tenista
mensaje May 5 2008, 10:58 PM
Publicado: #79


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Magnifico Raquel, pero no se si te das cuenta que tus relatos son como un buen vino. Cuando lo pruebas y descubres, entre otras cualidades, su aroma, su color o su sabor, siempre quieres una copa mas.

Pues Raquel, yo descorche, con estos relatos, un vino inimaginable y ahora no puedo, no debo y no quiero, dejar de saborearlo. SIRVEME UNA COPITA MAS wink.gif


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Raquel
mensaje May 6 2008, 01:54 PM
Publicado: #80


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CITA
Eso si, me encanta ver topics como los de Caracciola de Raquel


AYRTON, ¿vamos a tener que polemizar otra vez...? tongue.gif

Vamos a ver si aclaramos conceptos: éste no es el tópic de Caracciola y ¡mucho menos mío! wink.gif

No voy a picar en el anzuelo por mucho que me encante "pescar": sólo al final se sabrá unsure.gif el porqué de una cosa.

PUNTO.

PD: Vale, venga, te doy una pista... TE GUSTARÁ. rolleyes.gif


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tenista
mensaje May 6 2008, 02:40 PM
Publicado: #81


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rolleyes.gif


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Raquel
mensaje May 6 2008, 04:58 PM
Publicado: #82


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Metal contra piedra.

CAPÍTULO X



La primera carrera en la que se inscribió la Escudería CC fue el Gran Premio de Mónaco. Nos trasladamos a Montecarlo una semana antes.

Como fuera que Chiron no había conducido nunca un Alfa, se entrenó con gran intensidad y cuidado. Veintiocho veces recorrimos aquella especie de tiovivo; la parte tortuosa del lado del mar; la recta junto a la playa; después, nuevamente, las curvas hasta llegar al punto más alto del circuito. Yo aumentaba la velocidad a cada vuelta, y por el retrovisor comprobaba cómo Girón no se despegaba de mí. Su capacidad era enorme. Acababa de montar por primera vez aquel modelo y parecía que hubiera conducido toda la vida.

Al correr mi vuelta veinticinco, vi que no me seguía. Disminuí la velocidad. Frené, pero el freno no agarraba bien. Bloqueó solamente una rueda delantera y el coche derrapó hacia el lado en que la balaustrada de piedra separa, en plena curva, la carretera del precipicio. Maniobré. Intenté operar con el cambio El viraje se acercaba velozmente. Procuré ir hacia la derecha, el lado contrario, donde está el escarpado acantilado. Sabía muy bien que aquella curva no podía tomarse a más de ochenta kilómetros; en aquellos instantes yo iba a cien kilómetros por hora. Era preferible chocar contra las rocas a saltar por encima de la balaustrada y caer al mar. Las rocas venían hacia mí. Choqué con ellas, metal contra piedra se detuvo el automóvil.

Creí que no había sucedido nada grave. Solamente la carrocería aplastada, especialmente alrededor de mi asiento. Con mucho cuidado saqué la pierna de aquella trampa de acero. Agarrándome al armazón de la carrocería, logré poco a poco separarme del asiento y salir.

Oí el agudo chirriar de los frenos del automóvil de Chiron. Miré alrededor. Pasó justamente detrás de mí y saltó fuera del coche. Algunas personas descendían corriendo los peldaños de las rocas.

Intenté alejarme de mi automóvil tan deprisa como pude, para demostrar que no me había pasado nada y que estaba ileso.

Puse el pie en el suelo; en aquel momento sentí un agudo dolor en la pierna. Era un dolor terrible, como si fuera cortada con un cuchillo al rojo blanco. Me desplomé; y Chiron me recogió en sus brazos, y luego le ayudaron otras personas.

Dos hombres corrieron a una pequeña tienda cercana y trajeron una silla, en la que me llevaron allí. El interior de la tienda era frío y oscuro. Pusieron la silla en el suelo con mucho cuidado y alguien puso una caja bajo mi pie para que pudiera extender la pierna.

Detrás del mostrador, un hombre de edad, con blanca perilla y gorra de terciopelo negro, me miraba con curiosidad y extrañeza. Sonriendo, igual que si estuviera realizando una venta, me dijo:



- Esté tranquilo, señor: pronto llegará la ambulancia. Tenemos un magnífico hospital y como si fuera a consolarme, añadió -: En él han muerto muchas personas famosas.



Tardaba en llegar aquella ambulancia. Permanecí mientras tanto sentado en la silla, sufriendo horrorosamente. Estaba rodeado de gente; desde la calle mucho miraban a través de la puerta. Me horrorizaba la idea de que Carlota se enterara y viniera corriendo a aquella tienda. Felizmente, la ambulancia se anticipó.

Me extendieron en una camilla y me llevaron a la ambulancia. Hacía calor y faltaba sitio. Todo olía a ácido fénico; no podía ver nada del exterior a través de las ventanillas pintadas de blanco.

El camino me pareció inacabable. La ambulancia corrió cierto trecho por un terreno adoquinado; cada sacudida resonaba en mí desde la punta de los pies a la raíz de mis cabellos.

Finalmente paramos. Sacaron la camilla y la depositaron en el suelo. Me encontraba dentro de un gran parque poblado de grandes y viejos sicómoros. Después dos empleados me llevaron al hospital por unos caminos de grava.

Primero me hicieron radiografías y después me llevaron al quirófano. Me extendieron en una mesa cubierta por una sábana blanca. A través de una ventana pude ver un trozo de cielo azul y algunas copas de árboles movidos por el viento.

Un hombre joven, con bata blanca, me echó una ojeada y luego empezó a moverse a mi lado, colocando ruidosamente en una mesa de cristal una serie de resplandecientes instrumentos. Desde la puerta, una enfermera preguntó:

- ¿Es el corredor que se ha roto la pierna?

- Sí, es el de la fractura contestó un joven médico.

- El doctor Trentini estará aquí dentro de unos minutos dijo la enfermera, y cerró de golpe la puerta.

Sufría terriblemente; los dolores eran más agudos que al principio. Al parecer, la conmoción había entumecido los nervios; pero entonces sentía la impresión de que alguien me serrase los huesos sin cesar.

Por fin llego el doctor Trentini. Era un hombre bajo, de una cara amarillenta y pequeña perilla negra. Se presentó y me presentó también a su ayudante, el doctor Porrati. Me saludaron.

Lo que yo quería es que se dieran prisa, pues sufría mucho.

Llegó una enfermera con la radiografía. Los dos doctores se fueron hacia la ventana, la examinaron a contraluz y comentaron algo en voz baja. Me esforcé por oír lo que decían, pero no entendí nada.

Volvieron a la mesa de operaciones; el doctor Trentini empezó a darme tirones de la pierna asiéndola por el tobillo.



- ¿Duele?

- Sí contesté parteando los dientes -. Pero mi pierna no puede quedar más corta. Tire cuanto quiera, doctor; ¿me entiende?

Le sustituyó su ayudante. Era más joven y más fuerte y podía tirar con más energía. Sudaba por todos los poros de mi cuerpo. Mientras el ayudante tiraba, el doctor Trentini acercó un cubo y sacó de él una venda, empapada en un líquido lechoso que goteaba.

- Yeso me dijo el doctor, mientras me sonreía amistosamente. Empezó a enrollarme el vendaje. Me lo puso directamente, sin protegerme antes la pierna con una gasa. El vendaje estaba frío y húmedo. El doctor Trentini jadeaba ruidosamente.

La puerta que daba al vestíbulo se abrió y pude oír la voz de Carlota:

- ¿Dónde está mi marido? ¿Puedo verle?

Se cerró de nuevo la puerta y la enfermera, que había entrado, dijo al doctor:

- Doctor, afuera está una señora que desea hablar con usted.

El doctor Trentini dejó el vendaje tal y como estaba, se lavó las manos y salió. Vi cómo se llevaba la radiografía. Permaneció fuera durante mucho tiempo. Me pareció oír llorar a Carlota.

Más tarde supe lo que había dicho a mi esposa fuera del quirófano. Le mostró la radiografía y le explicó:

- Mire esto, señora: el muslo y la tibia están completamente machacados. Su marido no podrá conducir nunca más.

En aquellos momentos ignoraba el estado de mi pierna. Tan sólo sabía que yacía en aquella mesa, con la cabeza en la dura almohada, las uñas clavadas en la carne, y rogando: ¡Dios mío, haz que esto acabe pronto!.


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gramolo
mensaje May 6 2008, 05:30 PM
Publicado: #83


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Gracias! wink.gif
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tenista
mensaje May 7 2008, 10:01 AM
Publicado: #84


TENISTA
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Excelente, pero no nos dejes en este punto, si no es mucho pedir, al menos un capitulito mas, ¿por fa?.

Mil gracias, Raquel cool.gif


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Raquel
mensaje May 8 2008, 03:54 PM
Publicado: #85


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Los motores bramaban, los automóviles, corrían por las blancas carreteras de Alemania, Italia, Francia, y yo no podía estar con ellos.

"CAPÍTULO XI



El menudo doctor de cara amarillenta estaba al pie de la cama.

- ¿Cuándo podré levantarme de nuevo?

Se encogió de hombros.

- ¿Cree que se arreglará bien?

También entonces se encogió de hombros. Tomó el estetoscopio del bolsillo de su bata blanca, lo miró con atención y lo guardó de nuevo.

- Quizás dijo -. Es preciso esperar y ver. Es posible que la misma naturaleza le ayude; y si no sucediera así, siempre nos quedaría el recurso de una intervención quirúrgica.

Saludó con una inclinación de cabeza y se dirigió a la puerta. Caminaba erguido, con pasos saltarines, igual que un pájaro. Muchas personas vanidosas y engreídas caminaban del mismo modo.

- Entonces, ¿es que no volveré a conducir? le dije casi gritando.

Se volvió, sonriente:

- ¡Oh, no! Yo no digo tanto. A veces hay milagros

Hizo un saludo con la mano y cerró la puerta. Me quedé solo, tendido, como si me hubiesen golpeado en la cabeza. ¡Así andaban, pues, las cosas! Pensaban hacer unos cuantos experimentos conmigo y operarme después. Aquel hombrecillo amarillo como un limón hablaba de mi problema como si fuera una cosa tan insignificante como quitarme los calcetines.

Hacia mediodía, Giovannini fue a verme Estaba muy alegre, o por lo menos fingía estarlo.

- Bien, Rudi; ¿con que te has estropeado el puente trasero? No importa: lo enderezaremos, ¿verdad? He traído aceite para engrasarlo.

Sacó una botella de coñac de un abultado bolsillo.

- No tengo ganas de beber ahora dije -. ¿Sabes? Parece que se han propuesto cortarme la pierna.

- ¿Quién? dijo Giovannini abriendo la boca. Entonces se puso a hablar tan de prisa que sus palabras se atropellaban.

No pueden hacerlo de ningún modo: ¡ni soñarlo! Un solo hombre podría ayudarme: el profesor Putti, de Bolonia. Estaba decidido a llamar a aquel profesor, y si fuera preciso, pagaría todos los gastos de su bolsillo. ¡Y entonces veremos cómo te arregla! Me dijo adiós y salió de la habitación casi corriendo.

El doctor Putti llegó a la mañana siguiente. Me gustó desde el momento en que le vi. Era alta, delgado, de tostada cara afilada y cabellos blancos como la nieve. Se presentó él mismo y empezó a examinar la pierna. El doctor de cara amarilla y sus dos ayudantes permanecían tras él observando todo con aspecto de personas ofendidas.

Putti me examinó cuidadosa y concienzudamente. Cuando acabó se enderezó sin decir una sola palabra.

- ¿Tendré que sufrir la operación? pregunté lleno de miedo.

- ¿Quién ha dicho tal cosa?

Señalé con la cabeza al doctor Trentini. Putti se volvió y lo miró, pero no dijo nada. Tan sólo que la cara del doctor Trentini estaba aún más amarilla que de costumbre, y que se mordía los labios con tanta fuerza que se estremecía su negro bigote.

Después, el doctor Putti se volvió hacia mí, extendió la mano y dijo:

- No se preocupe, señor Caracciola, todo marcha muy bien. Pero sería preferible que fuera a mi clínica de Bolonia. Hablaré de lo referente a esto con el doctor Trentini.

Me estrechó la mano y sonrió. Sus blanquísimos dientes lucían en su curtida cara.

Salió seguido de los otros tres médicos. El dolor era terrible. La escayola me apretaba como si fuera un corsé de piedra y me oprimía por todas partes. Pensaba en que la prueba del domingo tendría lugar sin mí, y esto me entristecía.

Me rodeaba un océano de flores cuya fragancia llenaba la habitación. Volvía a pensar en la carrera, incesantemente, horas y más horas.

El lunes me llevaron en automóvil a Bolonia. En Génova encontré a los mecánicos, mientras llevaban el coche la fábrica para su reparación. Paramos y charlamos. Aquel fue un encuentro penoso; mi automóvil estaba tan maltrecho como yo. Al cabo de un rato nos separamos, ellos hacia un punto de destino y yo hacia el mío. Levanté la cabeza con esfuerzo y seguí mi marcha hasta que desaparecieron en una nube de polvo bajo los verdes olivos. Me pareció como si mi propia juventud, mi feliz pasado, henchidos de luchas y aventuras, hubiesen pasado para no volver jamás.

El hospital de Bolonia estaba instalado en un viejo convento, espacioso, tranquilo y frío. Mi habitación daba al jardín. Oía el canto de los pájaros, veía la luz del sol vagar por encima del césped y desaparecer después en las sombras del atardecer. Así un día y otro. El tiempo parecía haberse detenido. Se podía oír el canto del viento entre las copas de los árboles.

Carlota estaba siempre conmigo. Jugábamos a cartas y, algunas veces, halábamos sobre lo que haríamos cuando pudiera volver a andar. Si en alguna parte se celebraba alguna carrera, estábamos atentos a la radio. Las cosas no marchaban muy bien para la escudería CC. Chiron pasaba por una mala racha. Perdía en todas las carreras en las que tomaba parte. En el GP de Francia tuvo dificultades con los neumáticos; en Nürburgring abandonó en la segunda vuelta. Pusimos todas nuestras esperanzas en el Avus, en Berlín.

La radio de Berlín retransmitía los entrenamientos. Me puse unos auriculares; me parecía que mi vida estaba en aquella pista, igual que en 1926. De pronto sentí como si hubiera recibido un fuerte golpe. El locutor, que había estado hablando por los codos, calló; después, otra voz torpe y áspera dijo:

- Acabamos de recibir noticias de que el corredor Merz, de Mercedes Benz, ha patinado saliéndose de la pista, y está, según se teme, seriamente lesionado. Después de una breve pausa, la misma ronca voz prosiguió:

- Otto Merz ha muerto.

¡Otro grande, otro de los veteranos! ¡Qué gran hombre era! Un hombre de verdad, con un corazón de niño. Tan robusto que podía levantar él solo un automóvil de carreras para que pudieran cambiarle los neumáticos; con mis propios ojos le había visto clavar de un puñetazo un clavo en una mesa de cinco centímetros de grueso. Siempre bromeaba cuando se hablaba de los peligros de la pista, y decía que temía por la piedra en la que diese de cabeza. Y ahora acababa de abandonar la pista y entraba en la oscuridad eterna.

Aquel domingo, también perdió Chiron. Pero presté poca atención a la carrera. Estaba demasiado apesadumbrado por lo de Merz.

El doctor Putti iba todos los días a verme. Entraba con la brusca cordialidad de un médico muy alterado; siempre de buen humor, observaba mi perna, que yacía como un muerto dentro de la escayola, y me decía:

- Bien, todo irá perfectamente - y volvía a desaparecer, mientras los faldones de su bata ondeaban tras él como banderas.

Pasé cinco meses, un día y otro. Llegó el momento en que el médico jefe llegó acompañado de dos enfermeras. Me quitaron el yeso, me subieron a una camilla y me llevaron al departamento de rayos X. Me tomaron radiografías desde todos los lados, y después volvieron a meterme en la cama. Por la tarde vino Putti y me anunció animadamente:

- Otro mes dentro del molde, y luego ya estará bien del todo.

Apreté los dientes y no respondí. ¿Qué podía decir? Otro mes con aquello puesto; ¡y me lo decía como si fuera un chiste! Pero yo yacía allí, enterrado vivo. Los motores bramaban, los automóviles, corrían por las blancas carreteras de Alemania, Italia, Francia, y yo no podía estar con ellos.

Cuatro días después Putti partió para América, a fin de participar en un congreso. El médico jefe le remplazó.

Cuatro semanas después me quitaron nuevamente el yeso, me dieron permiso para levantarme. Apoyado en dos muletas, penosamente, intenté andar, pero no pude. Apreté los dientes. Al siguiente día una enfermera me llevó en una silla de ruedas por el oscuro vestíbulo del hospital.

Cuando uno se encuentra lleno de salud no piensa en los dolores y sufrimientos que existen en el mundo; y por esto me impresionó la procesión de miserias que desfilaba ante mí. Surgían de las sombras hombres y mujeres con muletas o en sillas de ruedas, con piernas artificiales o con blancos vendajes en muñones de brazos; cruzaban en silencio y volvían a desaparecer en los sombríos porches del viejo convento.

Un par de días antes supe que Givannini también había ingresado en el hospital, debido a un ataque de uremia. Un caso muy desesperado, me dijo la enfermera.

Al cabo de unos pocos días fui a verle cojeando en mis muletas. Estaba solo en una pequeña habitación oscura. Había cruzado las manos sobre el pecho y miraba fijamente hacia lo alto. Me senté al lado de la cama. Al verme entrar no dijo nada, solamente me saludó con los ojos. Deseaba consolarle, animarle.

- Bueno, viejo camarada le dije -, aquí nos tienes encerrados; ¿qué te parece? Creo que esta temporada los demás habrán de componérselas como puedan.

Movió la cabeza, despacio, penosamente.

- Esto se acaba para mí, Rudi.

Hablaba en un ronco susurro. Apenas podía hablar; estaba muy débil. Se destapó y me enseñó sus piernas, informes, hinchadas, que colgaban inertes de su extenuado cuerpo.

- El agua sube sube, y cuando llegue aquí señaló entonces el corazón todo habrá acabado.

Volvió a taparse y se quedó inmóvil. Cerró los ojos.

- ¿Puedo hacer algo por ti? le pregunté.

Movió los párpados, después se apoyó en los codos y me dijo, con gran esfuerzo y dificultad:

- Sí, puedes hacer algo por mí. Puedes decirle al doctor que me dé algo con que pueda acabar de una vez. Bastante morfina para ayudarme en aquel momento.

Se dejó caer en la almohada y cerró los ojos. Parecía como si hubiera muerto.

Le dejé silenciosamente. Fuera me esperaba Carlota, y entre ella y la enfermera me llevaron otra vez a mi habitación. Al día siguiente no visité a Giovannini."


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Nivola
mensaje May 8 2008, 08:06 PM
Publicado: #86


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Ufff !!!! Espectacular, Raquel.... como siempre!!!
De hecho, ya paso de darte las gracias en cada respuesta por no ser repetitivo y convertir cada intervención en un contínuo agradecimiento... pero consideralo como si lo hiciera siempre wink.gif

Por cierto, tengo dos preguntillas sobre el libro...(sin prisas):
En primer lugar, si me puedes decir exactamente el título y el autor.
Y segundo, saber si estás transcribiendo el libro más o menos textualmente,capítulo por capítulo (si los capítulos van así seguidos como los pones,o son particiones que vas haciendo tú para irnos colgándolo poco a poco... o también si te saltas algunas partes o párrafos que consideres menos trascendentes...en fin, creo que me entiendes)

Lo pregunto porque evidentemente estoy, al igual que muchos, subyugado por esta obra que desconocía y voy a tratar de pasarla a papel y luego encuadernarla aunque sea un poco en plan "chapucilla" por si no consigo adquirirla en un futuro...(ya lo sé... llámame romántico, clásico, o anticuado, pero a mí lo de tenerlo copiado "dentro del ordenador" como que no es lo mismo...donde esté un libro físico, en papel, y hojearlo, manosearlo y llevarlo a donde quiera...pues eso... rolleyes.gif )

Es algo que ya hice antaño con "HMM" y no veas lo chulo que me quedó tongue.gif ... y lo guardo como oro en paño.

Espero que no te moleste esta libertad que me tomo con "tu niño" por así decirlo.Si es así me lo dices sin problemas.

Por otra parte, quiero decirte que espero que no te tomes nada de esto como una obligación para con nosotros. O que por lo que te digo vayas a transcribir todo textualmente sin que tuvieras pensado hacerlo antes. Por descontado entiendo que lo que TU decidas colgarnos es más que suficiente, y hasta donde quieras, puedas, o te canses... hablo sólo por mí, claro. Por mi parte, agradecido infinitamente con lo que ya nos has dado, aunque lo dejaras de golpe.

Nada más. Y un abrazo.

PD. la escena en que llevan a Rudi en una silla hasta la tienda después del accidente... entiendo que es la de la famosa foto ya comentada... ¿o me equivoco?
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Raquel
mensaje May 8 2008, 08:41 PM
Publicado: #87


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CITA(Nivola @ May 8 2008, 08:06 PM) *
Ufff !!!! Espectacular, Raquel.... como siempre!!!
De hecho, ya paso de darte las gracias en cada respuesta por no ser repetitivo y convertir cada intervención en un contínuo agradecimiento... pero consideralo como si lo hiciera siempre wink.gif

Por cierto, tengo dos preguntillas sobre el libro...(sin prisas):
En primer lugar, si me puedes decir exactamente el título y el autor.
Y segundo, saber si estás transcribiendo el libro más o menos textualmente,capítulo por capítulo (si los capítulos van así seguidos como los pones,o son particiones que vas haciendo tú para irnos colgándolo poco a poco... o también si te saltas algunas partes o párrafos que consideres menos trascendentes...en fin, creo que me entiendes)

Lo pregunto porque evidentemente estoy, al igual que muchos, subyugado por esta obra que desconocía y voy a tratar de pasarla a papel y luego encuadernarla aunque sea un poco en plan "chapucilla" por si no consigo adquirirla en un futuro...(ya lo sé... llámame romántico, clásico, o anticuado, pero a mí lo de tenerlo copiado "dentro del ordenador" como que no es lo mismo...donde esté un libro físico, en papel, y hojearlo, manosearlo y llevarlo a donde quiera...pues eso... rolleyes.gif )

Es algo que ya hice antaño con "HMM" y no veas lo chulo que me quedó tongue.gif ... y lo guardo como oro en paño.

Espero que no te moleste esta libertad que me tomo con "tu niño" por así decirlo.Si es así me lo dices sin problemas.

Por otra parte, quiero decirte que espero que no te tomes nada de esto como una obligación para con nosotros. O que por lo que te digo vayas a transcribir todo textualmente sin que tuvieras pensado hacerlo antes. Por descontado entiendo que lo que TU decidas colgarnos es más que suficiente, y hasta donde quieras, puedas, o te canses... hablo sólo por mí, claro. Por mi parte, agradecido infinitamente con lo que ya nos has dado, aunque lo dejaras de golpe.

Nada más. Y un abrazo.

PD. la escena en que llevan a Rudi en una silla hasta la tienda después del accidente... entiendo que es la de la famosa foto ya comentada... ¿o me equivoco?


Gracias, Nivola smile.gif

Por supuesto, es innecesario que me des las gracias (tú o nadie) a medida que voy posteando y vosotros interviniendo. Ya os he dicho que yo feliz si os gusta y puedo de este modo compartirlo. wink.gif

Para nada me molesta que te tomes las libertades que tú quieras a la hora de preguntar cuanto gustes, ¡todo lo contrario!

Te respondo a las dos preguntas:

1.- Sobre el autor y título del libro: no lo fui poniendo después porque lo dejé indicado en la 1ª página de este mismo tema, es Rudolf Caracciola el propio autor (se supone, otra cosa es que utilizara un "escribiente" que no se nombra). Por ello el título es :MI MUNDO. Vida de un piloto automovilístico. Es su propia autobiografía.

2.- Aunque al principio, cuando dejé ese primer texto a colación del tema que había abierto Ayrton con esa fantástica cantidad de documentación de hemeroteca, la idea no hubiera sido continuarlo, pues luego ya ves... ¡la culpa la tuvo Tenista! biggrin.gif Así que, completado el primer capítulo, fui añadiendo progresivamente.
Por lo tanto, es como tú dices: sigo cada capítulo e intento transcribirlos uno a uno, completos (a no ser que en algún caso hubiera alguno demasiado largo). No recojo fragmentos que a mí me gusten especialmente, o me salto otros. Ojalá pudiera saltarme estos 3 capítulos que hablan del accidente y su convalecencia, pues se me atraganta el teclado en la garganta y no imagináis las ganas que tengo de pasarlos...

En realidad, como decía el otro día en un post "aclarándole conceptos" a Ayrton , wink.gif hay una razón por la cual me prometí a mí misma intentar cumplirlo.
Espero que así pueda ser...

Totalmente de acuerdo contigo: donde esté un libro de papel que se pueda palpar y sentir... que se quite lo demás. NO TIENE COMPARACI?N.
Así tengo yo también mi "especial edición" encuadernada, que me regaló dedicada un compañero forista -IMPRESIONANTE- . Y si vierais cómo está, llenó de notas, puntos y marcas de páginas con "sucesos"... UFFF... hasta lágrimas imprimidas entre las letras creo que hay entre sus huellas!!!

Llámame romántica, nostálgica, sensiblona... lo que quieras. rolleyes.gif

Cierto, la foto de la que estuvimos hablando de Rudi en la silla en shok, transportado hasta esa trastienda de Mónaco en la que espera la asistencia médica y la ambulancia que le lleve al hospital es ésa misma que posteó Julián.

¡Cómo han cambiado las cosas! ¡Menos mal! smile.gif

Otro abrazo para ti, y muchísimas gracias por tus comentarios.


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tenista
mensaje May 8 2008, 08:43 PM
Publicado: #88


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Muchas gracias Raquel, Ha tocado capitulo triste y aunque sea ficcion se lo que se siente en varias de esas circunstancias.

Muchas gracias, de nuevo.


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Raquel
mensaje May 8 2008, 10:30 PM
Publicado: #89


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CITA(tenista @ May 8 2008, 07:43 PM) *
Muchas gracias Raquel, Ha tocado capitulo triste y aunque sea ficcion se lo que se siente en varias de esas circunstancias.

Muchas gracias, de nuevo.


Sí, Tenista. Es lo que comentaba. Que han tocado capítulos muy duros: hay partes en las que se hace un engrudo deglutir ciertas cosas que describe y que, sólo una persona que las haya sentido en su propia carne, podría dejar plasmadas con tanta simplicidady agudeza al transmitirlas.

"Ficción" propiamente no es. Lo que sí es cierto es que el tiempo transcurrido, más la forma que toma el relato: parece una novela, nos hace verlo con la lejanía de la imaginación que lo recrea. Se convierten, casi, en "personajes de un libro".

Sin embargo, como bien dices, a mí también me ha tocado ponerme en la piel de lo que pudiera sentirse en esas circunstancias. ¡Y cuesta!
"Entender" es una cosa. "Comprender" implica mucho más. wink.gif

Precisamente, hoy me hubiera encantado dedicarle un capítulo a XUG smile.gif , persona por la que siento gran estima y mucho agradecimiento, ya que además es nuestro WEBMASTER en http://pdlr.gaiztor.com/, el foro del Campeonato GPL. Porque es su cumpleaños.
No ha podido ser: yo no quería estos capítulos tristes. Pero yo no mando sobre el orden de un libro... wink.gif


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Raquel
mensaje May 12 2008, 04:44 PM
Publicado: #90


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Este veneno de la velocidad, ¡el más implacable y frío, pero el más hermoso de los venenos concedidos al hombre!

"CAPÍTULO XII



- Ahora, ya lo ves me dijo carlota -, cada día irás encontrándote mejor. _ Me hablaba sonriéndome, pero había lágrimas en sus ojos.

Al tercer día otra vez los rayos X. El jefe médico del hospital y el radiólogo estuvieron conmigo, pero no hicieron ningún comentario.

Por la tarde el doctor vino a verme. Llevaba en un gran sobre las radiografías de mi pierna.

- Mire esto me dijo, señalándome un punto del clisé -. El cartílago no se ha consolidado en la fractura.

- ¿Qué quiere usted decir?

- Que la pierna no está en situación de soportar el peso de su cuerpo dijo-. Sería mucho mejor proceder la intervención. Le pondríamos un tornillo para asegurar la parte fracturada.

Me negué con un gesto de cabeza.

- Entonces, habrá de ser escayolado otra vez, por lo menos un mes dijo con firmeza.

- No.

- Muy bien; entonces tendrá que soportar las consecuencias. En estas circunstancias no puedo ordenar otro tratamiento.

Se fue, pero cuando estaba en la puerta, volvió y me dijo:

- Señor Caracciola, tiene usted que ser razonable. No hay otra alternativa. O bien espera a que el cartílago se endurezca para que sus huesos puedan sostenerle nuevamente, en cuyo caso sería necesario enyesarle hoy mismo, o se deja intervenir.

No le contesté y miré a Carlota. Estaba de pie junto a la cabecera de la cama. Agarraba tan fuertemente los barrotes que sus nudillos estaban lívidos. Lloraba en silencio

El doctor esperaba una respuesta. Al final saludó rígidamente y se fue.

- Deja que te operen, Rudi exclamó de repente Carlota. Ya no lloraba calladamente; su cuerpo se estremecía en sollozos.

- ¿Y qué pasará si la fractura continúa sin soldarse? ¿Cómo podré continuar conduciendo?

- Rudi, ¡ya o podrás conducir más!

- ¿Qué dices, qué estás diciendo?

Me miró horrorizada. Repitió, casi con obstinación:

- No, ya no podrás conducir más. El doctor me lo dijo: el muslo, el cuello del fémur, está destrozado.

- ¿Quién te lo dijo?

- El doctor Trentini.

Mi cuerpo pareció quedar paralizado ante aquella revelación. Un frío terrible se deslizó desde mi corazón a todo el cuerpo.

- ¿Crees que no debiera haberlo dicho?

- Sí, claro que sí.

Calló. Todo mi ser se rebelaba contra aquella estúpida crueldad del destino. No; aquello no podía ser, ¡no debía ser!

- Pero, ¿por qué tienes que estar siempre pensando en conducir? ¿No podrías empezar otro asunto? Hay fantásticas cosas que puedes hacer

- Por favor, no continúes.

Carlota no comprendió lo que significaba para mí el roncar de los motores a la salida, el agudo zumbido del compresor y el raudo deslizarse por encima del reluciente asfalto. Este veneno de la velocidad, ¡el más implacable y frío, pero el más hermoso de los venenos concedidos al hombre! Se tranquilizó cuando logré sentarme a su lado y la consolé. La había herido y estaba dolido de haberlo hecho. Le estreché la mano.

- Haré otra tentativa Esta noche hablaré con el radiólogo. Si opina lo mismo que el doctor, mañana por la mañana me dejaré enyesar otra vez.

Solicité poder hablar con el doctor especialista en rayos X. Confirmó en todos sus extremos el diagnóstico de su superior. Al día siguiente mi pierna estaba otra vez enyesada.

Dos días más tarde murió Giovannini, y tres semanas después el profesor Putti regresó de América.

Sostuvimos una larga conversación. Le expuse francamente lo que pensaba, o sea que había perdido toda mi fe en la ciencia de la medicina y que confiaba solamente en mi sana constitución. Se sonrió.

- Existen tres factores, señor Caracciola me dijo -, que pueden convertir un hombre enfermo en otro lleno de salud: la fe, la fuerza de voluntad y la medicina. Creo que el que tiene más fuerza de los tres es la medicina.

Le estreché la mano. Apreciaba de veras a aquel hombre. Estaba por encima de su profesión y la consideraba con cierto cariño escéptico; quizás por esa misma razón era un gran médico.

Dos semanas más tarde salí del hospital. Andaba con dos muletas y una pierna me dolía muchísimo con cada paso. Carlota y yo fuimos a Lugano, n donde unos amigos tenían una casa. Lugano es un punto caluroso y soleado, y yo necesitaba calor y sol para mi pierna enferma.

La casa de mis amigos se hallaba cerca del lago. Pasaba sentado en la terraza todo el día, mirando cómo se reflejaban en el agua las montañas y las movedizas nubes; era un continuo juego de luces y de sombras que no me cansaba de contemplar.

A mediados de noviembre me llamó por teléfono Neubauer, desde la casa Mercedes me preguntó cómo me encontraba y si pensaba conducir la temporada siguiente.

- Sí le contesté.

- ¡Estupendo, estupendo! dijo Neubauer, y me preguntó si podría venir a pasar con nosotros el próximo fin de semana.

- Naturalmente le contesté -: no deje de hacerlo.

Mi excitación fue en aumento durante los días que precedieron a aquel sábado. Me había reclamado Mercedes. Esto quería decir que la casa construía nuevamente automóviles de carreras; quería decir también que les interesaba que yo volviera a correr para ellos.

Acosé al médico de Lugano para que sustituyera los vendajes por otros más livianos. Con ayuda de Carlota me puse unos pantalones y ensayé ante el espejo el modo de andar, tal como hacen los actores. Nadie había de darse cuenta de que aún sentía dolor al caminar.

Llegó el sábado. Carlota fue a la estación a recibir a Neubauer, mientras yo esperaba en casa. Oí cómo se detenía el automóvil ante el portal. Fuertes pisadas ascendieron la escalera; se abrió la puerta y Neubauer fue hacia mí con los brazos abiertos. Me adelanté cojeando. Me dio unos cariñosos manotazos en la espalda y me dijo alegremente:

- Rudi, ¡mi buen Rudi! ¡Qué contento estoy de verte otra vez andando!

Su cara resplandecía de alegría, pero sus oscuros ojos me estudiaban de pies a cabeza. Nos sentamos.

- Bueno empezó -, no hagas más conjeturas. Sí, volvemos a construir coches de carreras. Las cosas están mejorando en Alemania, y, claro, las empresas ¡vuelven a las carreras! Puso la mano sobre mi dolorida rodilla, pero no hice ningún gesto -. ¿Qué te parece, Rudi? ¿Te gusta todo esto? ¿Podrás conducir?

- Claro que puedo conducir dije con toda tranquilidad -. Me entusiasma el pensarlo; pero todo depende de la clase de contrato que se me ofrezca.

Frunció la frente con asombro.

Puesto que supuse que llevaba un contrato, le pregunté abiertamente de qué clase sería el que la empresa me ofreciera. Agitando los brazos, me contestó:

- Realmente, Rudi, no lo sé. Será mejor que vayas a Stuttgart y tratas de eso con el doctor Kissel. He venido solamente como amigo, con la intención de poder pasar unas horas felices con vosotros.

En realidad pasamos pocas horas felices. Me dolía cruelmente la pierna; parecía que se hubiese aflojado el yeso, y tenía la desagradable impresión de que Neubauer observaba cada uno de mis pasos para calibrar cómo se portaba mi puente trasero. Regresó a Stuttgart el día siguiente y dijo en su informe: Caracciola continúa en baja forma. Por ahora no podemos contar con él.

Cuando me enteré, no me enfadé en absoluto. Conocía aquellos negocios. Neubauer había actuado en interés de la empresa. Un hombre de negocios no puede permitirse tener sentimientos. Para él las personas sólo tienen importancia funcional: si alguna no puede desempeñar su cometido de modo ordenado, debe abandonar su plaza. Es una ley muy dura, tan implacable como es en la naturaleza la lucha por la existencia y la supervivencia. Pero esta norma no admite excepciones de los hombres que se han consagrado a la máquina.

En enero partí para Stuttgart y firmé un contrato que no hubiera aceptado un año antes. Pero entonces, estaba tumbado en una cama del hotel, incapaz de levantarme, agotado, después del viaje. Había hecho un gran esfuerzo y la pierna lo acusaba con grandes dolores. Debido a todo esto, firmé. Lo hice sin resentimiento e incluso con gratitud. Después de todo, consideradas las circunstancias, era una nueva oportunidad que la casa me proporcionaba.

Poco tiempo después regresé a Arosa con Carlota. ¡El sol, mucho sol!, era lo que me había aconsejado el médico que consulté en Stuttgart.

En aquellas montañas había mucho sol. Resplandecía el día entero en un cielo de color azul-acero y se reflejaba millares de veces en las nevadas cúspides. Habíamos alquilado una casa pequeñita en la que vivíamos los dos solos. Pasaba el día tumbado en el balcón, mientras Carlota se cuidaba de la casa. Aquellos días eran como los primeros de nuestro amor. Hablábamos de nuestras ilusiones para el futuro y de todo lo que haríamos cuando pudiera conducir de nuevo. Por las tardes, paseábamos juntos, cada día era un poco más largo el paseo. Rodeaba el cuello de Carlota con un brazo y con el otro me apoyaba en el bastón. Prefería salir al atardecer, pues así, durante el ejercicio, no me veía nadie.

Carlita era una entusiasta del esquí. Después de los largos meses pasados en Bolonia, le ilusionaba la idea de poder hacer una larga excursión en esquí con algunos de nuestros amigos. Cuando se lo propuse, se negó, pues no quería dejarme solo; pero tras mucho insistir logré convencerla.

Partió una mañana para realizar aquella excursión. Convinimos en que aquella tarde le esperaría en la estación. Hacia las cinco llegó el tren, pero ella no, ni ninguno de sus compañeros. Me entristecí y, cojeando, regresé a casa. Me senté junto a la ventana, esperando. La tarde languidecía. Aún había luz en las montañas, pero en los valles reinaban ya suaves y azules sombras. No encendí la luz. La habitación estaba muy oscura; vi aparecer las primeras estrellas y una luna que parecía un bote que navegase sobre las cimas del este.

A las siete me llamaron desde Lenzerheide, una estación alpina. La telefonista me dijo que los de la excursión regresarían en el último tren. Un accidente les había obligado a permanecer allí más tiempo de lo pensado.

- ¿Qué clase de accidente?

No lo sabía.

El último tren llegó a las nueve y media. Desde la ventana del dormitorio veía la estación. Vi cómo llegaba el tren, con las ventanillas iluminadas trepando por la montaña. Después se paró. La blanca plazoleta ante la estación oscureció de multitud.

Encendí las velas y volví al comedor. Eran las diez menos cuarto. Abrí la ventana y miré. El aire frío de la noche hizo estremecer la llama de las velas.

Un esquiador, cargado con los esquís, ascendía por el camino. La nieve crujía bajo sus botas. Cuando le vi desde lejos creí que se trataba de Carlota, pero cuando estuvo más cerca comprobé que era un hombre. Llegó a la casa, se descargó de los esquís y los dejó en un farol. Después se dirigió a la entrada de la casa.

Cerré la ventana, tomé una vela y salí tan de prisa como pude. Cuando llegué al rellano, llamaron.

- Entre, ¿quiere? Mi propia voz me sonó extraña.

Se abrió la puerta y aquel hombre subió las escaleras. Alcé la vela para alumbrarle. Era un hombre joven, uno de los compañeros de la excursión.

- Buenas noches, señor Caracciola.

- Buenas noches.

- Deseaba

De pronto se detuvo y me miró. La luz de la vela daba de lleno en su rostro. Leí todo en sus ojos.

- ¿Carlota? pregunté, y él asintió.

- ¿Muerta?

La palabra brotó de una seca garganta. ?l asintió. Fui hacia la barandilla. Quedamos mirándonos fijamente en silencio. La escalera estaba oscura; la vela temblaba en mi mano. Bajo aquella luz, sus rostro parecía exánime, como la de un muerto. Empezó a hablar:

- La avalancha cayó sobre ella Tenía que haberse dado cuenta. Se dejó coger de lleno. Probablemente sufrió un ataque de corazón.

Seguimos mirándonos en silencio. De repente dio media vuelta y bajó corriendo las escaleras, como si alguien le persiguiera. Abajo, con un portazo, cerró.

Volví al comedor y apagué todas las velas. Todas, excepto la que llevaba en la mano."


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tenista
mensaje May 12 2008, 08:26 PM
Publicado: #91


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Muchas gracias Raquel, la historia se ha tornado triste y dura, ...... como la vida misma.

Espero con impaciencia el siguiente capitulo.


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Raquel
mensaje May 14 2008, 04:34 PM
Publicado: #92


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Volver a las carreras me emocionó más de lo que había supuesto.

"CAPÍTULO XIII



Chiron, sin avisarme, fue un día a visitarme. Yo estaba acostado, en una habitación a oscuras. No le esperaba. No esperaba a nadie.

Arrojó su chaqueta encima de una silla y se sentó a mi lado. No me habló para nada de la desgracia, lo que en mi interior agradecí mucho.

- Bon jour, Rudi me dijo. Habló con toda sencillez, como si hiciera pocos días que nos habíamos visto -. ¿Te gustaría dar la vuelta de honor en Mónaco? Me lo dijo Nogués que los de allí querían escribirte. Pero yo dije que no; ¡nada de escribir! Vendría a buscarte.

Le dije que no, que de ninguna manera.

Se puso en pie y fue hacia mí. Me puso las manos en los hombros y me dijo:

- Rudi, un día u otro tienes que salir de esta cueva, eres joven; ¡no puedes retirarte aún!

Estuvo hablándome durante media hora. Finalmente le dije que sí.

Llegué a Montecarlo a la una de la tarde del día de la carrera. Estaba señalada para las tres. Hacía un magnífico día de primavera. Las blancas calles de la ciudad relucían bajo la luz de aquel sol, y el azul del mar se extendía hasta el horizonte. No me dirigí al circuito hasta un poco antes de empezar la carrera. Cuando pasé por delante de las tribunas, una muchacha tiró un ramo de flores dentro de mi coche. El presidente se levantó y me dio la bienvenida. También muchos espectadores se levantaban para saludarme.

Al pasar ante los boxes conduje muy despacio. Los automóviles estaban ya alineados, y los mecánicos les prodigaban los últimos cuidados. Durante todo el recorrido de mi vuelta me emocionó el rugido de la puesta en marcha de los motores.

En las bocacalles la gente aplaudía y vociferaba. Vi el sitio donde me estrellé, las rocas que destrozaron mi pierna.

Pasé lentamente por la recta al lado del mar; pude oír cómo chocaban las olas contra las rocas y sentí la fresca brisa que venía del agua. ¡Hacía un tiempo magnífico para una carrera!

Continué conduciendo. La pierna derecha empezaba a dolerme. Tenía que manejar el acelerador y el freno con el pie izquierdo. Cuando regresé a la línea de salida, los automóviles estaban a punto, situados en cuatro filas, los rojos vehículos italianos, los azules franceses. Paré, salté del coche y los contemplé. Conocía a todos aquellos que estaban a punto de arrancar.

Estaba el pequeño Nuvolari, con su flexible figura de torero, y Chiron, el gran campeón francés, con su mono azul claro y el pañuelo rojo blanco. Varzi, con el cabello peinado con raya en medio y el eterno cigarrillo humeante en los labios. Earl Howe, el veterano entre los corredores amateurs ingleses, con sus vivarachos ojos sonrientes, en aquel momento sin su habitual paraguas gris. Muy cerca de Howe, en un reluciente Bugatti, Moll, el nuevo valor francés, y más allá, Fifí Etancelin. También vi a DDreyfus, que otra vez había vencido en Montecarlo, y a Faroux, a punto de dar la salida; Faroux, el más grande periodista del automovilismo francés, celebre en todo el mundo por sus objetivos comentarios sobre todo lo referente a las carreras, un caballero en todos los conceptos.

Faroux levantó la bandera, aullaron los motores y una nube de humo me envolvió. Bajó la bandera y arrancaron. Contemplé cómo salían en un grupo compacto; cómo desaparecían en una nube de humo. Di la vuelta, paré ante la tribuna y salí de la pista. Volver a las carreras me emocionó más de lo que había supuesto. Aquel era mi mundo; allí era donde yo debía estar. Un hombre es corredor lo mismo que otro es cazador, más por instinto que por raciocinio. He despreciado siempre a los muchachos que se sientan al volante sólo para perseguir el logro de una buena jubilación. O se es piloto de carreras por vocación, o no se es, sin términos medios.

Era necesario que volviera a conducir, pues sólo así podía soportar la vida. ¿Pero qué sería de mí si al intentarlo fracasara? Me dolía la pierna, a pesar de haber conducido durante tan poco tiempo. ¿Sería capaz de soportar una carrera de trescientos, cuatrocientos o quinientos kilómetros? Aun así, era preciso que volviera a conducir para que la vida se me hiciera soportable. ¿Pero qué pasaría si al volverme a sentar ante el volante no pudiera competir en lucha contra los jóvenes, contra los fuertes? Sería como si reconociera mis heridas con un puñal. Sabía muy bien lo que dirían: Caracciola ya no está en la forma de antes, es demasiado viejo no tenía que haber vuelto al deporte

Pero yo tenía que recuperar lo perdido. Tenía que ser otra vez dueño de mi cuerpo. De otra forma, la vida carecía de objetivo.

¿Qué otra cosa podía hacer yo? ¿Volver a ser un comerciante, un vendedor de automóviles? Aquello podía ser una solución para los que sólo corrían para ganar dinero. Para mí las carreras eran algo más elevado. Que sonría la gente y se encoja de hombros ante la idea de que unos hombres arriesgan sus vidas por ser más rápidos que otros durante unos segundos. Para mí, la única felicidad consiste en estar sentado al volante, agazaparme tras el parabrisas y estar atento a la bandera de salida, y arrancar.

Y después, las horas sobre la pista: el aire silba y los motores rugen. Dejar de ser aquel hombre que tiene herida la pierna y triste el corazón; convertirse en otro que domina trescientos, cuatrocientos caballos de fuerza. Uno es la voluntad que rige aquella criatura de acero; piensa por ella, sus ritmos son uno sólo. El cerebro trabaja con la misma velocidad y precisión que aquel corazón de acero. Sino, el monstruo se convierte en dueño y os destruye. Había de conducir. Era lo único que me importaba.

Era imposible retroceder. Tenía que conducir de nuevo. ¡Tenía que hacerlo! ¡Tenía que hacerlo!

Dos semanas más tarde llegó un telegrama de la casa Mercedes: entrenamientos en el Avus a punto de empezar. El nuevo modelo, el 34, iba a ser probado.

Fui a Berlín. Llegué por la tarde al hotel en donde Neubauer y el director, el proyectista del coche, me estaban esperando.

Continuaba ayudándome con un bastón. Neubauer continuaba examinándome. Llevaban allí dos días con Brauchitsch y con Fagioli, que habían empezado a entrenarse con el nuevo modelo. Obtuvieron unos tiempos aceptables, pero no sensacionales. Yo tenía que empezar la mañana siguiente a las once. Pregunté si podría empezar antes, pues no quería que mi reaparición fuese sensacional en la prensa. Vi cómo Neubauer y Niebel cambiaban una rápida mirada. Después Neubauer me dijo:

- ¡Pues claro, Caracciola; todo lo que quieras!

El día siguiente por la mañana nos encontramos en el Avus.

Cuando yo llegué ya estaban allí los demás. Neubauer, Niebel y los mecánicos. El coche también, pequeño y blanco. Lo encontré muy atractivo, muy parecido al monoplaza que siempre había soñado.

Era una hermosa mañana de mayo. El cielo tenía un tono azul pálido. Brillaba el sol en las copas de los árboles, y nos envolvía un agradabilísimo olor de resina.

Llegué en mi automóvil junto al bólido, bajé y me dirigí hacia él apoyándome en mi bastón. Los mecánicos me ayudaron a sentarme al volante. Noté que el corazón me subía a la garganta.

Un hombre joven, con una libreta de notas en la mano se me acercó, pero Neubauer hizo que se apartara. Un fotógrafo de prensa disparó. Un mecánico puso en marcha el motor y se apartó de un salto. Salí. Di la primera vuelta conduciendo con mucho cuidado, estudiando la pista. La pierna me dolía un poco, pero el dolor era soportable.

Aceleré. El coche alcanzó más velocidad. Los árboles de ambos lados se transformaban en una pared gris verdosa. La blanca cinta de la pista parecía estrecharse cada vez más, y el silbido del aire se convirtió en un agudo zumbido.

¡Gracias, Dios mío! La cosa marcha bien. ¡Podía conducir!

Después de la séptima vuelta, me indicaron desde el box que pasara. Al finalizar la octava me dirigí hacia allí. Paré. Neubauer y Niebel vinieron hacia mí.

- ¿Cómo ha ido?

- Muy bien, doctor Niebel contesté -. He quedado muy satisfecho de la máquina, pero hubiera podido sacar mejor rendimiento en las curvas si la pista hubiese estado mejor diseñada.

Me pareció que esta observación no agradó al doctor Niebel. Neubauer no dijo nada. Los mecánicos me ayudaron a bajar y volví a mi automóvil, procurando no cojear y apoyarme lo menos posible en el bastón. Me hubiera gustado mucho preguntar cómo habían resultado los tiempos, pero no quise correr el riesgo de verme humillado.

El joven de la libreta, el que Neubauer apartó, vino hacia mí y murmuró un nombre que no pude entender. Le miré. Era pálido, rubio y se peinaba hacia atrás; sus ojos miraban tras los vidrios de unas gafas sin montura. Tenía los ademanes de un animal nervioso y acosado.

- Le felicito, señor Caracciola me dijo -: ha estado usted soberbio.

- ¿Si? le contesté en el tono más indiferente posible, mientras mi corazón batía con mayor rapidez.

- En la última vuelta ha marcado los doscientos treinta y cinco por hora me comunicó -. Mejor tiempo que el de los entrenamientos de ayer.

- Bien; lo celebro repuse, reteniendo mis deseos de darle un abrazo.

- ¿Y cómo anda eso? me preguntó señalando mi pierna con el lápiz.

- Estupendamente le contesté -. Realmente, tan bien que muy pronto volveré a patinar sobre hielo.

Fui al automóvil y me senté tras el volante. El joven continuaba a mi lado. Se apoyó en la ventanilla.

- ¡Caramba, doscientos treinta y cinco! ¡Eso es un tiempo estupendo de veras!

Volví a darle gracias y estreché otra vez su mano. Después arranqué.

Me encontraba muy bien; Ni aun después de la prueba de Nürburgring, en 1931, me había encontrado de aquella manera. Las cosas iban arreglándose. Podía conducir, e incluso podría haber obtenido mejor rendimiento de aquel automóvil.

Solamente había una nube oscura n el horizonte. ¿Resistiría una carrera de tres o cuatro horas conduciendo a fuertes velocidades? Tuve la suerte de que la casa Mercedes decidió no participar aquel año en la prueba del Avus, por lo que pide reservarme sin llamar la atención del público.

Inscribí mi nombre por primera vez en el Gran Premio de Alemania. Llegó el día de aquella difícil prueba y luché tenazmente con Stuck por obtener el primer puesto. Me situé por fin en cabeza, mas mi motor falló y me vi obligado a abandonar. Sólo había corrido media carrera, por lo que aun ignoraba si podía resistir una de quinientos kilómetros.

En agosto me inscribí en la carrera en cuesta del collado de Klausen. Era ésta una carrera de tan sólo 22 kilómetros. El único contrincante de quien podía temer era Hans Stuck, que montaba un Auto-Union.

Me obsesionaba otro pensamiento: en 1932 batí el récord de aquella prueba, y nadie había obtenido luego mejor tiempo que el mío. ¿Y si batiese mi propio récord? Con esto demostraría que había recuperado mi antigua forma; que incluso la había superado.

Los días del entrenamiento fueron tristes y lluviosos. Las nubes ocultaban las cimas de las montañas y jirones de tupida niebla descendían hasta los valles. La pista estaba resbaladiza. Las motocicletas y los automóviles deportivos partieron antes que nosotros. Todos conducían con mucho cuidado, por lo que las velocidades alcanzaban una media inferior a la de los años anteriores.

La carrera se celebró el domingo, bajo los rayos de un sol espléndido. Aquella carrera no era para mí una de tantas. Tenía conciencia de que había de emplearme a fondo, así que conducía a toda velocidad desde la misma salida. No vi a ninguno de mis contrincantes; tan sólo oía el rugido de mi motor y durante varios minutos conduje despegado de los demás. Cuando llegué a la meta, había batido mi propio récord. Había sido el más rápido; veinte segundos más rápido que tres años antes. Era evidente que volvía a ser el hombre de antes en aquella corta carrera."


PD: ¡Por fin volvemos a la alegría! smile.gif O al menos, quedan atrás "oscuras nubes" que durante tantas y tantas líneas han privado de luz y sensaciones gratas a Caracciola.
¡Qué frases tan bonitas sobre lo que siente un piloto pueden leerse en este capítulo! Yo sé de alguien que guarda mi lechuza de Atenea y que alguna vez me las contó de forma parecida... wink.gif ¿Verdad que sí, Ayrton? smile.gif


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Raquel
mensaje May 15 2008, 05:15 PM
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Cuando VENCER no es GANAR... Vamos, así lo veo yo...

...pero yo no estaba de humor para escuchar aquello y salí a dar una vuelta.

CAPÍTULO XIV



Me inscribí en el Gran Premio de Italia, en Monza. La carrera tenía que celebrarse en septiembre. Era el último GP del año y tenía alrededor de quinientos kilómetros. Llegamos a Milán a finales de agosto: Brauchitsch y Fagioli eran los otros compañeros de equipo. Auto Union estaba representado por Stuck, Momberger y el príncipe Leiningen; y Alfa por Varzi, el conde Trossi y Chiron. Maserati mandó a Nuvolari.

Era un verano cálido en extremo. Nos encontrábamos diariamente. Los italianos habían reconstruido la pista de modo que formase un intrincado conjunto sinuoso, lleno de curvas muy cerradas y de amplios virajes de suave peraltado. Era preciso manejar sin pausa el cambio y el freno; apenas podía dejarse de la mano la palanca del cambio de marchas.

- Es realmente una carrera de montaña sin montañas dijo Bubi Momberger. Sin embargo, en ella se podía cronometrar buenas velocidades.

Los de Alfa obtuvieron tiempos de 2 25 a 2 28 por vuelta. Yo logré 2 24, pero Stuck nos superó a todos, pues rebajó el tiempo hasta 216.

La tarde anterior a la carrera los corredores de Mercedes nos reunimos en un bar de Milán. Neubauer teorizó acerca de nuestras posibilidades. Siempre lo hacía así, y lo hacía con amorosa atención; pero yo no estaba de humor para escuchar aquello y salí a dar una vuelta. Tenía bastantes preocupaciones con mis propios asuntos. ¿De qué me servirían aquellos puntos de táctica si mi pierna no resistía?

La noche era húmeda, el cielo estaba nublado y un presagio de lluvia llenaba el ambiente. No se veía brillar ninguna estrella. Me dirigí a la plaza del Duomo. Las calles estaban llenas de gente que se movían ruidosamente. La noche era tan calurosa y pegajosa, que la ciudad era un inmenso baño de vapor. La blanca catedral resplandecía con el brillante fulgor de los proyectores y sus agujas se perdían en el cielo oscuro. Por las puertas de los bares entraban tormentas de luz y rumores de voces, a las puertas de las casas la gente tomaba el fresco.

Cené con otros compañeros en un restaurante de la ciudad. ?ramos rivales en la lucha, pero nos unían lazos de amistad y gozábamos de nuestra mutua compañía. No acostumbrábamos a hablar de nuestros automóviles, lo mismo que nadie gusta de tratar de asuntos íntimos. Por lo general la charla versaba sobre las carreras anteriores. Aquella noche Brivio nos relató sus andanzas por Suecia y nos habló de sus propias supersticiones, que, dicho sea de paso, son comunes en Italia. Cierta vez llegó tarde a los entrenamientos y tomó parte en la carrera sin ninguna esperanza. Aquella mañana entró por la ventana un gorrión que se posó en la mesa en que desayunaba. Esto le desanimó, pues se dice que los pájaros sólo entran en las habitaciones de los muertos. Sien embargo, Brivio ganó aquella prueba.

De modo tan indolente como elegante, nuestro amigo Trossi aguantaba un chaparrón de preguntas sobre su automóvil particular, recién construido de acuerdo con sus deseos y caprichos.

Así, por ejemplo, le aconsejábamos que continuara entrenándose de noche, pues así tendría más tiempo de día para intentar que su motor arrancase. Cada cual hablaba de sus propias experiencias; y como muchas veces habíamos corrido juntos, era frecuente que con una carrera hubiese tema de conversación para todos, aunque las inevitables diferencias para cada caso en particular.

Uno había tomado parte en la prueba con un automóvil malo: al de otro fallaba el freno, y la dirección de un tercero era demasiado dura. Pero a todos les guiaba el propósito de no abandonar; y si se llegaba a estar colocado en la delantera, obtener la victoria.

Nadie sino los pilotos sabe qué inmensa fuerza de voluntad es necesaria a pesar de los malos ratos, de las gafas, de dolorosas ampollas en las manos, de los pies inflamados, de los costados llagados para resistir una carrera. Charlábamos como amigos, y el día siguiente lucharíamos por el triunfo.

El año anterior aquella reunión había estado aún más concurrida. Chiron comentó lo alegre que fue, cómo se obligó a cantar a Campari, cómo se burlaron de él por el esfuerzo con que lograba introducir su corpachón en el pequeño hueco del monoplaza Alfa. Antes de la carrera no paraba de admirar el cronómetro ofrecido como premio por la casa Pirelli, y decía que después de la carrera que pensaba ganar - , se compraría dos iguales por lo menos. Ordenó a los mecánicos que tuviesen preparado un pollo asado, pues estaba seguro de que volvería hambriento como un lobo. Pero no regresó de la primera vuelta; ni tampoco Borzachinni. Aquel día, antes de la segunda prueba, los pilotos fueron advertidos de que en la Gran Curva había un charco de aceite, pero que se había procurado limpiar la pista. Se había esparcido arena sobre el charco. Cuando empezó la tercera carrera, al atardecer, aquel defecto estaba corregido en apariencia. Campari y Borzacchini tomaron la salida a toda velocidad.

Un silencio de muerte invadió las tribunas. Lo que había sucedido parecía increíble. No obstante, la carrera continuó.

Sólo quedaban como rivales Czaikowsky y Leboux. El público había comprendido que era justificado que no tomaran siquiera la salida: tan deprimidos estaban los ánimos de los corredores. Chiron nos explicó que Leboux trató de pactar con Czasikowsky para no lanzarse a toda velocidad sino hasta las últimas vueltas, pues era muy aventurado desafiar nuevamente a la suerte de aquel nefasto día. Pero Czaikowsky rehusó.

Tampoco él volvió de la última carrera. Se estrelló en el mismo lugar que Campari y Borzsacchini.

Los cadáveres de los tres corredores recibieron solemnes exequias. Ramas de abeto pendían de las paredes, y era tan grande el número de coronas y de flores que era imposible ver los ataúdes. Sus amigos desfilaron en silencio, y el público se agolpaba respetuosamente ante los muertos héroes de las carreras.

Mas nosotros, sus compañeros, conservábamos viva su memoria. Recordábamos sus palabras; hablábamos de ellos como si no se hubieran ausentado para siempre.

Nos habíamos encariñado especialmente con el tímido y aniñado Borzacchini. No había logrado ganar mucho dinero; cuando en Trípoli alcanzó un considerable premio, sus amigos le atormentaron sin parar con sus bromas. Durante la tertulia en el restaurante, Chiron nos explicó que vio a Borzacchini en los boxes momentos antes de la salida fatal. Llevaba una cartera de piel bajo el brazo. Con su característico gracejo, Chiron nos explicó que fue hasta él diciéndole:

¡Dios mío! Esta carrera debe de pesar mucho. ¿Llevas ahí tus millones? Borzacchini guiñó un ojo y repuso: Naturalmente; nunca los suelto de la mano. Insistí: ¿Pero qué haces con tanto dinero? Voy a contártelo me susurró al oído - : cuando estoy solo en mi habitación, cierro las ventanas, cierro la puerta, me cercioro de que no hay nadie dentro, y entonces, empiezo a contar los billetes. Cuando estoy seguro de que no falta ninguno, pongo el marcha el ventilador y me pongo a danzar entre los billetes de mil liras que revolotean.

?sta fue una de las anécdotas que se contaron aquella noche. La muerte de un camarada no era para nosotros una cosa horrible: nos parecía que iban a reaparecer en cualquier momento para unirse a la tertulia. Varzi ya había bebido su décimo café exprés. Sus amigos habían vaciado la sexta botella de champaña. Los pequeños ojos negros de Chiron se cerraban, y yo bostezaba. Era hora de acostarse. Si no, podría retrasarse la carrera, e incluso podría empezar sin alguno que hubiera quedado dormido.

- Camarieri, conto!

La luna brillaba entre un claro de nubes y sus rayos iluminaban la catedral, que relucía como si fuera una fantástica estructura lunar. Fui directamente al hotel y me acosté en seguida. Pero no podía conciliar el sueño. Hacía un calor pegajoso, húmedo, que se infiltraba por todas las aberturas.

¿Y si también yo me matase en aquella curva? Otra víctima en la carrera de Monza, dirían los periódicos; y no pude evitar pensar cuántas víctimas habían caído en las pistas. Pero ésa debe de ser una buena y rápida manera de morir, pensé; por lo menos no se pasa por una prolongada agonía. Volvía también al problema que tanto me angustiaba: ¿resistiría? ¿Podría resistir toda la prueba mi pierna enferma?

La vía del tranvía formaba una curva ante mi ventana. Toda la noche estuve ojeando el chirriar de los frenos y los golpes del trole en los cables tendidos. No pude dormir hasta la madrugada.

El siguiente día, el de la carrera, la temperatura fue aún más elevada. El viento había despejado de nubes el cielo, por lo que el sol abrasaba de un modo implacable.

Llegamos a los boxes a las once. La tarde anterior se habían sorteado los puestos de salida; me correspondió uno bien situado en la primera línea. A mi lado estaban Varzi y Brivio; detrás Nuvolari y Stuck. Había quince automóviles y, según el parecer de los expertos, podía hacerse toda suerte de conjeturas sobre el desarrollo de aquel Gran Premio. Consideré que lo mejor sería no cansar demasiado mi pierna paseando por allí, por lo que opté por sentarme en el automóvil.

Estábamos situados frente a las tribunas; desde aquel sitio la multitud componía un gran espectáculo. Todos los asientos estaban ocupados y el público se apiñaba. Desde la pista, aquello parecía un campo de trigo mecido por el viento.

Tocaba una banda militar, en competencia con el tartamudeo de los motores. Los mecánicos los pusieron en marcha y se apartaron. El general Baistrocchi se adelantó con la bandera de señales en la mano. La levantó; flameaba el viento. Después, bajó la bandera.

Ya estábamos rodando. Dos automóviles blancos me pasaron veloces; después uno de los rojos. Las curvas eran tan ceñidas que era forzoso decelerar hasta cincuenta kilómetros por hora. Cuando por segunda vez pasé por el box, me mostraron el siguiente aviso:



STU-FAG-VAR-CAR



Por consiguiente, Stuck iba en cabeza, pero Fagioli le pisaba los talones. Al fin y al cabo pensé-, es uno de los nuestros. Cambié, aceleré, desembragué, volví a cambiar. Aquel circuito era muy peligroso. Había calculado que serían precisos, durante sus quinientos quilómetros, cambiar de marcha unas 2.500 veces. Me acercaba al automóvil rojo que me precedía. Varzi. ¡Era terrible la valentía con que aquel compañero tomaba los virajes!

Silbaba el viento a ambos lados del parabrisas, en tono cada vez más agudo.

Vuelta sexta.

Aquello fue inesperado: Fagioli se detenía en el box. ¿Podría volver a salir? De no ser así, yo sería el único corredor con Mercedes.

Vuelta séptima.

En la curva situada en frente de las tribunas alcancé a Varzi. Ante mí sólo estaba Stuck. Iba aumentando la velocidad. ¡Tenía que alcanzarle!

Vuelta décima. El marcador señalaba:

STU

CAR 20 seg.

LEI 6 seg.

El calor era insoportable. El sudor que resbalaba por mi frente me irritaba los ojos. Empezaba a dolerme la pierna, pero con un dolor soportable, ¿y si aumentaba?

Solamente pensaba en conducir, conducir, conducir

Cada vez que pasaba por delante del box, Neubauer levantaba la bandera. Esto quería decir: ¡de prisa, más de prisa! Fagioli tuvo que abandonar. Su coche estaba ahí, parado. Lo vi, de refilón, al pasar.

Vuelta duodécima. Otra vez indicaciones:

STU.

CAR 13 seg.

Por consiguiente, había ganado siete segundos. Neubauer continuaba gesticulando, agitaba los brazos: de prisa, de prisa, más de prisa

Vuelta veinticinco.

El dolor en mi pierna iba en aumento. Traté de ignorarlo. Veía que el cuentarrevoluciones marcaba casi 6.000 r.p.m., e igualmente me daba cuenta de que delante estaba el que era preciso alcanzar.

Vuelta treinta. Las indicaciones del box me señalaron que iba a diez segundos de Stuck. De repente sentí un intenso dolor. Al cambiar me di en el codo un tremendo golpe con la estructura del coche. Me dolía endiabladamente, tuve la impresión de que se me hinchaba el brazo; de que se volvía más y más grueso.

Vuelta treinta y cinco. Las indicaciones del box me indicaban que Stuck sólo me llevaba una ventaja de ocho segundos.

Vuelta cuarenta Stuck primero, Caracciola segundo, con treinta y cinco segundos de difrencia. Era inútil: ¡no podría alcanzarle! Mi cuerpo estaba entumecido; era una masa sudorosa. Solamente tenía conciencia del brazo y de la pierna. Cada vez que apretaba el pedal sentía como si se clavase un cuchillo en el muslo. ¿Tendría que entrar en el box y abandonar?

¡NO!

Si abandonaba, sería como si abandonara mi propio ser. Apreté el acelerador; más de prisa aún.

Vuelta cincuenta

STU.

CAR 20 seg.

¡Veinte segundos! ¡Gracias, Dios mío: otra vez veinte segundos! A pesar de todo había recuperado algunos segundos. De prisa: más de prisa, me indicaba Neubauer con la bandera de señales.

Vuelta cincuenta y cinco. A dieciocho segundos de Stuck. ¡Era una carrera infernal!

Me dolía de tal modo la pierna que temí desmayarme de un momento a otro. No importaba. La única cuestión era llegar hasta el final.

Vuelta cincuenta y seis, vuelta cincuenta y siete, vuelta cincuenta y ocho

En aquel momento me separaban de Stuck solamente doce segundos. Podía verle. Tan pronto estaba dentro de mi vista su automóvil blanco, como desaparecía en la siguiente curva.

Vuelta cincuenta y nueve: Stuck se dirigió al box para repostar y cambiar de ruedas.

Me puse en cabeza. ¡Iba a estallar la lucha final! Pero ya no podía más. Exigía de mí más de lo humanamente posible. Parecía como si me aserraran la pierna.

¿Qué podía hacer?

¿Admitir que ya era un inválido, que no podía resistir una carrera?

¡No! ¡Nunca!

Me di otro golpe en el codo, tan fuerte como el primero. Apenas sentí el dolor: las diabólicas punzadas de mi muslo anulaban toda otra sensación.

Vuelta sesenta. Me dirigí hacia el box y paré. Los mecánicos vinieron corriendo.

- ¡Fagioli, que me releve Fagioli! grité-. ¡Rápido: hemos de mantener el primer puesto!

Iban a cambiar las ruedas, pero con la cabeza dije que no.

- Nada de eso; las gomas aguantarán exclamé con un griñido, pues mi garganta estaba reseca.

Fagioli entró de un salto en el automóvil. El motor roncó y partió velozmente. Continuaba en primera posición, pues Stuck aún no había pasado.

Me fui hasta el fondo del box, andando muy derecho y esforzándome por no arrastrar la pierna. Hacía allí mucho frío y todo estaba en silencio. Me quedé solo. Los otros, afuera, estaban pendientes de la carrera.

Me senté en un bidón y extendí mi miserable pierna. Los coches pasaban rugiendo. Fagioli continuaba primero.

- ¿Qué le ha pasado? ¿Algo malo?

El doctor Glaeser, el médico de la pista, estaba ante mí. No podía hablar; señalé en silencio mi brazo derecho. Con gran cuidado me sacó el brazo de la manga. El codo estaba cubierto de sangre, negro y azul, y terriblemente hinchado.

El doctor me vendó el brazo. Para mí era indiferente cualquier cosa que hicieran a mi cuerpo. Solamente tenía una obsesión, más dolorosa que todo lo demás: No has ganado; no has podido resistir

Llegó hasta mí el eco de los aplausos y la voz aflautada de Neubauer, que dominaba todo otro sonido:

- ¡Bravo, Luigi, Bravo!

Había ganado Fagioli. Era italiano, y por consiguiente, aquella era una victoria popular. El público gritaba con júbilo cuando fuimos a la tribuna para recoger el premio.


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tenista
mensaje May 15 2008, 08:12 PM
Publicado: #94


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Excelente, Raquel. Ya no te conformas con uno, ahora nos regalas dos capitulos. Un dos por uno laugh.gif

Muchas gracias wink.gif


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Raquel
mensaje May 16 2008, 09:53 AM
Publicado: #95


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¡A ti gracias, Tenista! smile.gif

Pero va como va, según puedo o consigo un rato de hacer "Off" a todo y desaparecer... laugh.gif

Además, es que ese capítulo me gusta MUCHO particularmente; por varias cosas (que creo que no tienen desperdicio) y, entre ellas, que cuando lo leí no podía dejar de pensar en cosas que "vivo" con los pilotillos del Campeonato GPL. smile.gif Hay escenas que me recuerdan mucho a lo que nos pasa allí, o quizás sea mejor decir que se me reproduce el modus vivendi de esa "panda de locos" (con todo mi cariño). Será que me tienen la "psique mellada" biggrin.gif

De modo que, incluso en las partes "más duras" o tristes, en seguida esbozaba sonrisas si trasladaba mi pensamiento a esas experiencias carrerísticas.

Insisto: me alegro de que le saques/saquéis jugo y partido a cuanto puede leerse. GRACIAS.


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Raquel
mensaje May 20 2008, 03:31 PM
Publicado: #96


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Cuando las pistas no están de acuerdo con las características de los vehículos, cambiamos las pistas, no los coches.
Me dirá usted, ¿y el arte de conducir?


"CAPÍTULO XV



Preferí no ir a la montaña aquel invierno. El recuerdo del año anterior estaba demasiado vivo en mi corazón. Decidí hacer un viaje por los Estados Unidos. Quería ver cómo andaban por allí los asuntos de las carreras. Los pilotos americanos tenían una fama fabulosa. Se decía que obtenían velocidades fantásticas. Pero, aunque pareciera extraño, ninguno de los que habían venido a Europa alcanzó éxitos que valiera la pena.

En el muelle de Nueva York me esperaba un representante del Automóvil Club y el ex campeón Jorge Robertson. Sabían que llegaba y se empeñaron en recibirme a mi llegada.

- ¿Cómo está usted? me dijo Mr. Robertson -. ¿Ha tenido un buen viaje?

Tenía una personalidad interesante. Era el tipo de deportista elegante, de facciones aguileñas. Me dijo en seguida que estaba a punto de comenzar la construcción de un autódromo cerca de la ciudad.

- Un autódromo en forma de ocho, en el que desde cualquier localidad se podía contemplar perfectamente todo el circuito.

Fuimos al hotel, y desde allí a un club elegante. Robertson me explicó la diferencia existente entre las carreras europeas y las americanas.

- En Europa ustedes construyen automóviles con cinco y seis marchas. Nosotros construimos exclusivamente coches aptos para correr mucho, con sólo dos marchas. Cuando las pistas no están de acuerdo con las características de los vehículos, cambiamos las pistas, no los coches. Me dirá usted, ¿y el arte de conducir? De acuerdo, sí, pero aquí la gente lo que quiere es velocidad. Solamente ansían ver correr mucho.

Robertson me invitó a cenar. Vivía en un magnífico departamento de la Quinta Avenida. Cuando me dirigí hasta allí caía una ligera lluvia. La acera estaba cubierta desde el portal hasta el bordillo por un dosel, y además alfombrada. Un portero de uniforme con cordones dorados abrió la puerta del coche y me condujo hasta el ascensor, que subió raudo y silencioso. De un golpe subimos hasta el piso treinta y dos. Salí y me encontré dentro del living de Robertson. Vino hacia mí y me acogió calurosamente.

- ¡Hola, viejo!

Fui presentado a los demás invitados. Al principio creí que estaban tratando de burlarse de mí, pero acabé por darme cuenta de que todos hablaban con sinceridad. Hacían siempre las mismas preguntas, como si antes se hubiesen puesto de acuerdo.

- ¿Cómo le fue el viaje? ¿Se quedará entre nosotros algún tiempo? Nos gustaría que fuese así y nos visitara.

Después, un apretón de manos y la presentación de otro invitado que repetía lo mismo que los anteriores.

Casi todas las mujeres parecían cortadas por el mismo patrón. Casi todas eran rubias, de largas piernas y de aspecto agradable. Había una gran cantidad de bebida, y a media noche todo el mundo estaba de un humor festivo. Reían muchísimo de cosas cuya gracia, por más que hiciera, yo no sabía apreciar.

Después de medianoche me despedí de Robertson. Le expliqué que iba a partir temprano por el país y que tenía que levantarme al amanecer. No se enfadó. Me dio una carta de presentación para Pop Meyers, porque le dije que deseaba conocer la pista de Indianápolis. Después insistió en que presenciara una carrera de midgets.

- En Europa no hay nada parecido me dijo.

Bajó conmigo en el ascensor, y nos despedimos y prometí visitarle otra vez cuando volviese de Nueva York.

Al amanecer al día siguiente partí en mi Mercedes. Cuando salí de la ciudad respiré con alivio. Era una fresca mañana de enero; el aire era puro y brillante como el cristal y un pálido cielo azul cubría el paisaje. Se divisaba una gran extensión de terreno llano. En el horizonte se juntaban la tierra y el cielo, y cuando la carretera se prolongaba recta se tenía la sensación de que uno ascendía hasta las nubes.

Las carreteras eran soberbias, anchas rectas y bordeadas de árboles. Como aún era muy temprano, la carretera estaba casi desierta. Sólo me crucé con unos cuantos ruidosos camiones, cargados de productos agrícolas, que se dirigían a Nueva York.

Pero después de atravesar Middletown vi por el espejo retrovisor que venía un Ford. No había duda de que intentaba pasarme, y a mí nunca me ha gustado que me pasaran. Creo que esto proviene de las características de mi profesión. Así que aceleré hasta cien kilómetros por hora y luego hasta ciento veinte; pero el Ford continuaba detrás de mí; incluso parecía que me ganaba terreno.

Llegué a ciento cincuenta. Llegué a un cruce con la línea del ferrocarril y disminuí la velocidad. Me alcanzaba el Ford. Vi por el espejo que cruzó las vías sin aminorar la suya. Bueno pensé -: ¡si es que te empeñas en dejarme atrás! Reduje más la velocidad. No valía la pena luchas con un contrario tan incorrecto. El Ford me adelantó; estaba ocupado por dos agentes de la Guardia Nacional. Después de alcanzarme, uno de ellos me hizo signos para que parara. Paré y ellos también.

Uno de los agentes se acercó a mi automóvil. Era joven, de rostro sano y simpática sonrisa casi infantil. Llevaba un ancho sombrero y un revólver que al andar le golpeaba la cadera. Me saludó y, sonriendo, me pidió el permiso de conducción.

Se lo enseñé. Me dio las gracias, me lo devolvió y después me preguntó, siempre con su sonrisa, si podía dar la vuelta y acompañarles hasta Eaton. Quise preguntarle el porqué, pero no pude, pues había subido ya al coche. Así pues, volvíamos por nuestro camino.

A la entrada de Eaton se encontraba un pequeño edificio de ladrillo rojo. Nos detuvimos. Salí y el joven policía me abrió la puerta. Entramos en una habitación casi completamente desnuda; solamente había allí una mesa y una silla donde se sentaba un hombre de edad madura, con el caballo blanco y una cara del color rojizo del vino de Borgoña. Al entrar nosotros bajó los pies de la mesa, cerró una novela policíaca de llamativa portada y me miró con unos herméticos ojos grises.

Lo agentes saludaron y uno de ellos le dijo:

- Exceso de velocidad, mi teniente.

- ¿Cuánta?

- Cerca de ochenta millas, señor.

Se volvió entonces hacia mí.

- ¿Es verdad?

- Sí.

- Veinte dólares.

- Soy extranjero y no sé a qué la velocidad máxima puedo conducir le dije.

- La velocidad máxima es de cuarenta y cinco millas me explicó -. ¿Quiere pagar o prefiere un juicio oral?

Le miré. Perecía un hombre reposado y benévolo. Pensé que aquella falta me costaría mucho más en cualquier otra parte.

- Prefiero pagar.

- Muy bien me contestó.

Tomé dos billetes de diez dólares de mi cartera y los dejé en la mesa. Abrió un cajón y los guardó.

- Muchas gracias y volvió a su novela de detectives.

Con esto se despidió de mí.

Los agentes me acompañaron hasta la puerta. Uno tuvo la intención de indicarme el camino más corto para llegar a la próxima ciudad. Cuando marché, los dos, con las manos puestas en las alas de sus sombreros, me saludaron.

Tenía la intención de ver una carrera de midgets en Chicago; pero cuando paré en Middletown me encontré con que en aquella población se celebraba una. Vi el cartel que la anunciaba en un restaurante. Era un cartel impresionante; de entre una nube de polvo, salía un automóvil directamente disparado contra el que lo miraba. Pregunté dónde se celebraba aquella carrera; me dijeron que en la pista situada a las afueras de la cuidad. Eran las tres y media, y la carrera había empezado a las tres. En seguida salí para allá.

Podía saberse desde lejos dónde estaba la pista, pues ante ella aparcaban gran cantidad de vehículos: quizás más de cuatro mil, según calculé. La profesión de conductor de midgets es muy apropiada para romperse la cabeza. Muchos arriesgados muchachos han perdido la vida en este feroz deporte, pero quien tiene la suerte de no sufrir accidentes puede obtener ingresos considerables en tan sólo un año.

Estudié aquellos diminutos automóviles con mucha atención. Eran pequeños, monoplazas, estrechos, cuidados de una manera exquisita hasta enlos más mínimos detalles. Cada vehículo que tomaba la salida era una verdadera joya. El chasis y la carrocería se construían con materiales ligerísimos; todo estaba hecho a mano y se evitaba todo lo que podía aumentar el peso.

Todo lo que no fuera motor, tenía que ser de poca consistencia, pues, a lo peor, todo aquel conjunto quedaría destrozado a la primera vuelta. Estaban rodeados de parachoques especiales a fin de no engancharse unos a otros. Los pilotos se ataban a los asientos para evitar ser arrojados a la pista al chocar o volcar, pues si no serían atropellados por los siguientes midgets. Era obligatorio usar fuertes cascos protectores.

Era casi grotesco el contraste entre los pequeños coches y las atléticas figuras de los conductores. Los pilotos sobresalían de sus monturas, y yo me preguntaba cómo se las componían para comprimirse en los asientos. Muchos llevaban altas botas de piel con que protegerse las piernas en caso de que se quemase el automóvil.

La salida era parecida a la de una carrera de caballos. Tan pronto como se habían situado, el encargado de la bandera daba la señal de arranque y trepaba a un alto asiento desde donde seguía el desarrollo de la competición. Separados por unos pocos centímetros, los automóviles patinaban en las curvas. Después de unas cuantas vueltas fueron disgregándose los vehículos. Los pilotos de renombre, poco a poco, lograron adelantar al resto, animados por los gritos de los espectadores. Yo mismo, contagiado de la excitación, grité:

- ¡Adelante! ¡Acelera! ¡Venga!

Ni siquiera me pareció raro que mi vecino de asiento acompañase sus gritos golpeando con un periódico la cabeza del espectador que se hallaba ante él; la víctima no parecía enterarse.

Pero no todo era entusiasmo. Algo más flotaba en aquel ambiente; algo siniestro, amenazador. Los espectadores estaban pendientes de algo que tenía que suceder.

La atención se polarizaba en dos coches: uno negro y otro rojo. ?ste iba a la rueda del negro, pegado a él, pero no intentaba adelantarlo. Ese coche rojjo era el que gozaba de las simpatías del público.

A mi lado estaba un puñado de muchachos, que deduje que eran pilotos novatos. Sus rostros estaban tensos; miraban con atención el rugiente remolino de la pista. Parecían halcones en espera de la presa.

- Pero, ¿qué es lo que les pasa a estos dos? les pregunté, indicando con la mano a quiénes me refería.

Uno de aquellos jóvenes se volvió hacia mí y los demás también me miraron.

- Hoy sí que le atrapará me dijo el muchacho, y todos empezaron a sonreír.

Desgraciadamente, el midget negro intentaba separarse de su perseguidor, pero el rojo le seguía de cerca como convertido en su sombra.

- ¿Pero qué intenta hacer? pregunté al muchacho, y le di un cigarrillo. Lo tomó, y sin mirarme, me contestó:

- Pues que Bob, el conductor del coche negro, cortó una vez el paso a Joe, el del coche rojo, y éste se rompió una pierna. Ahora está buscando la revancha. Hacía mucho tiempo que estábamos esperando esta ocasión.

Mientras hablaba, seguíamos mirando a la pista. Reinaba en aquellos momentos un silencio profundo entre los espectadores. Pero, de pronto, el automóvil rojo derrapó. En la línea de meta se encendió la luz amarilla en señal de advertencia. En aquel momento sucedió lo que se esperaba. Los dos vehículos chocaron, volcaron y quedaron con las ruedas al aire. Brotaron llamaradas. Los camiones extintores de incendios corrieron hacia el punto del accidente, y se hizo parar a los demás coches.

Tras grandes esfuerzos se extrajo de un asiento al conductor del midget rojo. Aún llevaba escayolada la pierna; por suerte, tan sólo quedó un poco chamuscada. Parecía que el otro corredor estaba herido más gravemente. Los sanitarios le llevaron en una camilla a la tienda- enfermería. Unos empleados arrastraron de la pista lo que quedaba de los dos vehículos.

Todo había sucedido con pasmosa rapidez, mucho más de prisa que lo que se tarde en contarlo. Los demás automóviles se habían agrupado en la salida, y un andante, vestido con un mono anaranjado, iba y venía, empujando a unos y otros para ayudarles a arrancar. Alrededor de la pista volvían a zumbar los motores.

Lentamente me marché. Estaba aturdido. Aquellos jóvenes pilotos eran algo increíble; intrépidos, osados y excelentes conductores. Debían de pensar lo mismo que la mayoría de nosotros: ¡nunca me pasará nada!

Encontré mi automóvil, partí y me dirigí por la autopista, hacia Pittsburg. Durante algún tiempo continué oyendo el rumor de la carrera. Desde lejos semejaba un enjambre de abejas zumbando alrededor de la colmena."


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accitano
mensaje May 20 2008, 03:45 PM
Publicado: #97


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Espero que a su viaje por los EE.UU. le dedique varios capítulos porque resulta muy interesante.

Midgets


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Saludos.

"Cada tanto viene bien una derrota" Frank Williams.
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Raquel
mensaje May 20 2008, 04:13 PM
Publicado: #98


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CITA(accitano @ May 20 2008, 03:45 PM) *


Accitano smile.gif para que una mano aplauda, ¡hace falta la otra!

¡Me ha encantado! ohmy.gif

Te voy a decir la verdad de la verdad (siempre la digo, pero no completa quizás wink.gif ): tenía especial curiosidad por saber cómo eran eso "minicoches", pero estaba convencida de que lo que alguien buscara o encontrara para "dar imagen" sería mucho mejor que lo que yo pudiera dar con ello.

Lo mejor de todo ha sido tu rapidez. ¡Muchísimas gracias! smile.gif


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tenista
mensaje May 20 2008, 07:45 PM
Publicado: #99


TENISTA
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En primer lugar, Muchas Gracias Raquel. No tardes mucho en colgar el siguiente capitulo, pues me has dejado muy integrado y como a Accitano, ardo en deseos de conocer ese explendido viaje, por Estados Unidos, que sin duda hara nuestro intrepido protagonista.

Como Accitano esta en todo, ya no tengo que preocuparme de encontrar esos coches, los "midgets", tambien para ti mi agradecimiento.

En fin, seguid asi chicos, que el resto os lo agradecemos infinitamente wink.gif


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QUIQUE A.
mensaje May 21 2008, 09:25 AM
Publicado: #100


¡A ras!
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¿Parecido razonable?:



P.D.: Gracias Raquel por cada capítulo. Los sigo puntualmente con el máximo interés.
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