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> El Seat 600
inferno
mensaje Apr 17 2002, 04:34 PM
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Ya sé que no es de fórmula uno, pero como aquí se ha hablado de los Ferraris de calle, del tuning, de los coches más feos y bonitos, etc, pues os pongo esta historieta que a mí me ha gustado mucho, y que he encontrado por ahí.

LA HISTORIA DE JUAN

Se despertó en Juan una verdadera curiosidad por saber cual era el proceso de prensado de los coches que transportaba el enorme camión que tenía ante sus ojos.

Su breve estancia en Madrid fue suficiente para resolver tres asuntos de pequeña importancia que tenía pendientes y regresaba a Málaga deseoso de alejarse del caos circulatorio, sirenas, atascos e inmenso ruido que reinaba por doquier. Después de veinticinco años de vivir en la Capital y tan sólo uno en Málaga, reconocía haberse convertido en un respetable cincuentón provinciano amante de la tranquilidad.

Acababa de parar en una venta de carretera para tomarse un café y estirar las piernas. Sabía por experiencia que en los bares en los que aparcaban camiones, eran los mejores para tomar cualquier cosa. A pesar del cómodo Mercedes que conducía, los viajes de más de doscientos kilómetros llegaban a aburrirle por la monotonía de la conducción y el excesivo confort del vehículo que le provocaba invariablemente somnolencia.

Había aparcado al lado de aquél camión y miraba con curiosidad su extraña carga. Unos cubos casi perfectos, todos del mismo tamaño, a los que habían sido reducidos los coches que tiempo atrás circulaban ufanos por todas las carreteras del país.

En cada cubo dominaba el color de la pintura que había tenido cada automóvil y le intrigó que existiendo coches de diversos tamaños aquellos fardos de hierro tuviesen todos las mismas dimensiones. En aquellos conglomerados de chatarra destacaban en primer plano, como si quisieran llamar la atención, en unos un neumático, en otros un parachoques cruzado, y en alguno un faro delantero cuyo cristal, tal vez por un capricho de la fortuna, permanecía aún intacto. Parecían caprichosos monstruos reducidos y encarcelados entre sus propias rejas.

Juan abordó al conductor del trailer cuando se disponía a subir a la cabina.

- Venimos del desguace La Pelusa de Málaga - le contestó amablemente - y casi con seguridad el miércoles que viene irán unos compañeros nuestros para completar el trabajo.

Cerca de su casa, a unos dos kilómetros, se encontraba aquél desguace, visible desde la autopista al estar ubicado en una cota algo más baja, y que a groso modo calculó que podría albergar alrededor de quinientos coches.

Hablaría con el dueño y le pediría que le dejara ver cómo se organizaba la operación de prensado.

...............

Carmelo, de mediana estatura, ágil y musculoso, de mirada inteligente y con aspecto de boxeador rayando en la cuarentena, era el propietario, director, cajero, telefonista y vendedor de aquél enorme cementerio de automóviles. Ayudado tan sólo por un mozalbete de no más de 16 años, se desenvolvía como pez en el agua en todo el complejo de automóviles desvencijados.

No puso ninguna objeción a los deseos de Juan para ver como se prensaban los coches y le citó para el miércoles siguiente, día en que tenía previsto que llegarían de nuevo las máquinas. Siempre que, le dijo con una sonrisa, no aprendiera demasiado y le hiciera la competencia.

Cuando llegó al desguace poco antes de las nueve de la mañana, estaba ya todo preparado para iniciar el trabajo. Una carretilla elevadora, un camión trailer con grúa incorporada gemelo del que había visto días atrás en la carretera y un camión parecido al de la basura, que llevaba acoplada una potente prensa hidráulica.

Cinco minutos después y tras señalar Carmelo por dónde tenían que empezar el trabajo, se pusieron en movimiento.

- Aquél Talbot blanco y los tres que están a su lado.

La carretilla se acercaba decidida, introducía sus horquillas entre las ruedas del automóvil, lo elevaba un metro del suelo y sin ninguna otra sujeción, daba marcha atrás, giraba en redondo y lo transportaba hasta la prensa, depositando con sorprendente precisión su carga en el centro exacto de la misma. Casi no había acabado de retirar las horquillas cuando se iniciaba el movimiento de compresión.

Las cuatro gruesas planchas laterales de la prensa se iban acercando con enervante lentitud hasta tocar el coche y acabar de centrarlo. Un segundo de parada y se iniciaba la compresión. Era entonces cuando de los primeros hierros que rozaba la prensa podían oirse tímidos lamentos que iban aumentando de intensidad a tenor del empuje de la máquina. Un poco más y los lamentos se trocaban en auténticos alaridos escalofriantes difíciles de soportar. Los cristales triturados, salían disparados hacia el aire como fuegos artificiales en tanto que por un tubo de goma destilaba el aceite de los motores heridos de muerte como si se estuvieran desangrando. En seguida un crujir espantoso y el hiriente chirrido del metal retorciéndose que parecía no acabar nunca. El breve silencio que seguía a continuación era todo un requiem. Cabía la posibilidad que todas las máquinas rezaran al unísono y en silencio una oración por el eterno descanso del difunto.

La grúa del trailer completaba la operación, atenazaba el fardo a que había sido reducido el coche prensado y lo colocaba en su plataforma ordenadamente para aprovechar todo su espacio.

- Toda la fila, desde el Mercedes negro hasta el Ford Fiesta amarillo. El dueño del desguace seguía indicando impasible los destinados a la férrica masacre.

Después de media hora Juan consideró que había visto suficiente y llegó a la conclusión de que, al menos para él, el espectáculo era verdaderamente desagradable. Cuando se dirigía hacia Carmelo para despedirse y darle las gracias, tuvo que dejar paso a la carretilla elevadora que se cruzaba en su camino, pero ésta se detuvo justo delante de él. El conductor descendió. - hace un extraño una rueda - comentó - y se puso a investigar la supuesta avería.

La carga quedó a un metro de Juan a la altura de sus ojos: Un inconfundible Seat Seiscientos de color verde oliva. De su escudo frontal solo quedaba la mitad, pero conservaba los dos faros casi intactos y los cromados aún relucientes. El parachoques no estaba mal del todo aunque acusaba ya el principio de la oxidación y las cubiertas, tal como las veía, estaban seriamente deterioradas.

Juan fue dando la vuelta alrededor del coche observando con curiosidad cómo su estado de conservación, a pesar de la edad, era sorprendentemente aceptable. Volvió a su posición inicial y continuó mirándolo de frente. ¡ Cuántas ilusiones, cuántos desvelos, cuántas alegrías y también cuantas tristezas albergaría en su estructura !. ¡ Cuantas historias de amor, de celos, de engaños, de negocios..! Casi media vida de uno o varios propietarios habría quedado impregnada en la vieja tapicería. ¿ Qué manos rudas habrían atenazado el ancho volante ó tal vez qué manos femeninas suaves y delicadas lo acariciaron con dulzura ?. Y ahora, apenas en cinco minutos, todo habría acabado. Las alegrías, las ilusiones y las tristezas, todo, absolutamente todo, quedaría reducido a un amasijo de pura y simple chatarra.

Continuó mirando el Seiscientos. La luz de la mañana incidía oblicuamente en el coche y la sombra de los abollados biseles, al proyectarse en el interior de los faros, les daba el aspecto de unos enormes ojos, unos ojos tristes con una mirada de preñada de ansiedad, unos ojos penetrantes que se habían clavado en los de Juan y le transmitían insistentemente un desesperado mensaje de ayuda.

¡No podía ser verdad! - pensó - pero sintió en su interior algo parecido a una angustiosa llamada de socorro que se repetía una y otra vez: ¡Sálvame! ¡Sálvame! Sólo tú puedes hacerlo ¡¡ SÁLVAME!!

Un cúmulo de viejos recuerdos que creía ya olvidados irrumpieron perfectamente ordenados en su mente como si de un vídeo retrospectivo se tratara. Recordó con toda nitidez cuándo se presentó en las oficinas generales de la Seat en Madrid para solicitar un vehículo; cómo le hicieron presentar el carnet de identidad y además pagar 20.000 Pts de fianza, casi el treinta por ciento del valor del coche; Cómo se sonrieron cuando preguntó por los colores disponibles y cómo transcurrieron seis interminables meses antes de recibir la maravillosa noticia:

" Puede Vd. personarse en nuestras oficinas para retirar el Seat 600 que le ha sido asignado......."

- Le trae recuerdos. ¿Verdad?, - La pregunta de Carmelo le sacó de su ensimismamiento - Está Vd. contemplándolo absorto - continuó - podría Vd. quedárselo y restaurarlo.

- Sería difícil encontrar piezas nuevas ¿No?

- No lo crea, me consta que aún existen muchas aunque hay que localizarlas. Un amigo se llevó uno y lo está dejando prácticamente nuevo. Le pondría en contacto con él y seguro que le facilitaría muchas direcciones. No lo piense más. Le garantizo que sólo va a tener Vd. satisfacciones. Si yo tuviera tiempo restauraría todos. A mí me haría ilusión ver cómo iba poco a poco mejorando el aspecto de lo que en principio parece una ruina. Yo que Vd......

Carmelo seguía hablando y hablando empleando todas sus dotes de vendedor. Podía ganar el triple si en vez de entregarlo para chatarra conseguía vendérselo. Pero Juan no le escuchaba, pensaba en el tiempo que tenía libre, en el espacio disponible en su garaje, en el entretenimiento verdaderamente apasionante que podía ser la reconstrucción del vehículo. Entendía lo suficiente de mecánica y electricidad como para acometer la empresa con confianza. De chapa y pintura tenía nociones. De tapicería no sabía nada. Se acordó de su amigo Diego el tapicero. No tendría por tanto ningún problema. La imagen del Seiscientos le hacía rememorar una parte importante de su vida que aunque ya lejana, la recordaba esforzada, divertida y radiante. No lo pensó más.

- Trato hecho. Me lo quedo.

Juan dirigió de nuevo la vista hacia el seiscientos. Sería un absurdo, pero creyó ver cómo si dos lágrimas asomasen en los faros y tuvo la impresión de que aquella mirada angustiada que había contemplado hacia un momento se había transformado en otra distinta, mezcla de esperanza, alegría y agradecimiento.

Tardarían una semana en entregarle el coche.

Juan había preparado el garaje cuidadosamente. En realidad, pensaba, iba a recibir más que un vehículo, un compendio de recuerdos encerrados en una carrocería inconfundible que en su tiempo fue todo un símbolo. Era un coche agradecido, de mecánica fácil y duro como una piedra. Se sintió satisfecho.

El coche que acababa de adquirir a un precio irrisorio, tenía para él un valor sentimental incalculable. Su primer vehículo fue un Seat 600, en él conoció a su mujer, hizo el viaje de novios y luego muchos más por toda la geografía española. Fué socio del Club 600 de Málaga y asistió a numerosas concentraciones, desde Villagarcía de Arosa hasta Melilla. Lo cuidaba como si hubiera sido el hijo que nunca tuvieron. Tan pronto regresaba a casa revisaba concienzudamente todas las partes vitales del automóvil y cambiaba cualquier pieza ante el más ligero síntoma de desgaste. El seiscientos fue el compañero inseparable de la pareja en los primeros años de matrimonio, los mejores tal vez de su vida.

Todo se truncó un 5 de Junio. Era su aniversario de boda. Siete años de felicidad. El matrimonio había decidido pasar el día en la Cala del Moral, un pueblecito cercano a Málaga, tranquilo y encantador. Durante la semana la playa, por la escasez de visitantes, era un paraíso privado y para colmo de venturas en el "chiringuito" de Manuel ofrecían un menú de ensaladas y pescados que después del baño parecían preparados por el mejor cocinero del mundo.

Pensaban ir al cine a las ocho de la tarde. Cuando llegaron al aparcamiento, (un terrizo protegido del sol por altas palmeras), el coche no estaba. Preguntaron a uno de los escasos bañistas que estaba colocando en el maletero de su vehículo la sombrilla, nevera y el interminable menaje que algunas personas consideran imprescindible para pasar un día de playa, no sabía nada. Recordaba que cuando llegó aparcó a su lado, pero nada más. En el suelo estaban perfectamente marcadas las huellas de los neumáticos y la maniobra que habían realizado. No cabía duda. ¡ Lo habían robado!.

Iniciaron sin pérdida de tiempo todo tipo de gestiones. Policía, Guardia Civil, recorrido por todo el pueblo y posteriormente por la ciudad, preguntas en las gasolineras, en estancos, en los bares de carretera, .. Nada. En el periódico local se publicó un anuncio durante una semana y en la radio seis cuñas diarias ofreciendo gratificación a cambio de información. Nada. Sus compañeros del Club se desojaron intentando localizarlo. Nada. Nunca se volvió a tener ni la más mínima noticia de aquél Seiscientos blanco impecable que durante ocho años fue el tercer amor de Juan.

Desde aquél día aciago habían transcurrido casi veinte años. Durante estos cuatro lustros la fortuna se mostró generosa con el matrimonio. Destinado a Madrid, ascendió vertiginosamente en la Empresa. A los cinco años era ya Director Comercial, seis después Director General y pidió el cese en su Empresa cuando llevaba cinco años como Presidente del Consejo de Administración.

Aunque los vehículos que progresivamente le fueron asignando para su servicio iban aumentando de categoría en consonancia con su cargo, cada vez que estrenaba uno le venía a la mente la imagen de su pequeño Seat con el que tanto había disfrutado.

Con la jubilación anticipada en óptimas condiciones económicas, Juan y María decidieron fijar su residencia en Málaga. Vivían ahora desahogadamente en una recoleta urbanización a cinco kilómetros del centro de la ciudad. El chalet que se habían construido con vistas al mar cubría en demasía las necesidades de la pareja y Juan disfrutaba con su amplio garaje y con su pequeño taller, que no por ser pequeño dejaba de ser completo.

De las tres plazas con las que contaba, dejó libre la más espaciosa y reorganizó todas las herramientas. El cliente de Carmelo le facilitó las primeras direcciones de tiendas de repuestos y a ellas sumó tras numerosas gestiones, unas por teléfono y otras con visita personal, un interesante abanico de posibilidades.

La búsqueda había dado el fruto apetecido. En Barcelona la firma Albert le podía suministrar casi todo lo relativo a chapa, bajos, aletas, capós e incluso puertas con cerradura y sus llaves originales. En Madrid el Museo del Repuesto tenía disponibles para entrega inmediata manguitos y gomas de todos los tipos.

En Algeciras Repuestos, Jaime le ofrecía reguladores, faros, intermitencias y una amplia gama de material eléctrico. En Archidona la misma casa Seat conservaban repuestos de su antigua sucursal de Antequera. En Málaga, Navarro, Echevarría, Diego, Alameda y varios más podían suministrarle diversas piezas y hasta estableció contacto con un avispado mozalbete mezcla de aprendiz de mecánico y meritorio de agente comercial que le aseguró ser capaz de conseguirle lo que quisiera en menos de cuarenta y ocho horas.

Carmelo, el polivalente propietario del desguace, era un hombre de palabra. A los siete días justos llamaba al timbre del chalet de Juan. Allí estaba con su camioneta plataforma, transportando, se podría decir que con orgullo, uno de los mejores coches que fabricó Seat.

Una vez situada la trasera de la camioneta en la puerta del garaje, Carmelo hizo bascular la plataforma quince grados, actuó el interruptor del cabrestante eléctrico y dejó deslizar lentamente el coche hasta situarlo magistralmente en su plaza.

- Pasa y tómate un café Carmelo, quiero que me informes sobre todo lo que sepas de los papeles del coche.

- Gracias Don Juan, si no le importa preferiría una cerveza.

El coche no tenía documentación. Carmelo le explicó que en los desguaces llegaban vehículos dados de baja o simplemente con un volante de la Jefatura de Tráfico autorizando a que se convirtieran en chatarra, pero que también los había de "procedencia desconocida". No creía que el coche pudiese volver a circular legalmente, no tenía ningún documento, pero esto ya se lo había advertido al efectuar la compra. Tal vez argumentando en Tráfico que el coche tenía más de veinticinco años podrían considerarlo como clásico y conseguir algo. No le garantizaba nada.

En Juan había nacido una nueva ilusión. Remozar el Seiscientos totalmente aunque solo pudiese circular por la urbanización sin salir a la carretera, aunque solo fuera para contemplarlo. Cambiaría todas las piezas necesarias, le pondría unas cubiertas nuevas, lo tapizaría como el original y la pintura verde oliva la sustituiría por el blanco miel que tenía el primitivo. Intentaba retroceder en el tiempo aquellos veinticinco años y ya movería todos los hilos a su alcance para intentar documentarlo adecuadamente. Si lo conseguía, tal vez podría volver a repetir aquellos entrañables viajes y quién sabe si contactar en las distintas provincias con sus antiguos colegas.

- Te voy a dejar que ni tú mismo te vas a conocer - Juan sonrió después de haberse dirigido al coche como si fuera una persona. Al fín y al cabo - pensó - María su mujer sostenía que hablándole a las plantas crecían más contentas. ¿ Por qué él, de la misma manera, no podía también hablar con sus coches?

- Bienvenido a tu casa. - Dijo elevando el tono de voz.

- ¿Quién ha venido?. - preguntó María asomándose a la ventana contigua.

- Nadie, hablaba con el coche.

- ¿Con el coche?.

- Sí.

María se encogió de hombros y volvió a sus quehaceres domésticos. Su marido hablaba con el coche. ¡Qué tonterías se hacían con la edad!

Todas las mañanas a primera hora Juan daba un largo paseo por la urbanización. Después del desayuno, si no tenía que resolver asuntos que le obligaran a ir al Centro de la Ciudad, leía sin prisa el Sur, el periódico local en el que lo más interesante eran los titulares de la primera página y el articulillo de Manuel Alcántara siempre preñado de gracejo andaluz conjugando noticias de actualidad con frases de doble sentido a cuál más ingeniosa. Luego se encerraba en su despacho, contestaba la correspondencia recibida, llevaba las cuentas de sus inversiones, se "paseaba" por Internet y un rato antes de comer leía algún libro sobre temas que consideraba interesantes.
Desde que llegó el Seiscientos había transformado ligeramente su horario de mañana haciendo un hueco para llamadas relacionadas con repuestos y búsqueda de las herramientas especiales que iba a necesitar. Invariablemente las tardes libres las pasaba en el garaje.

La "operación limpieza" fue lenta pero gratificante. Parecía como si el coche fuese poco a poco recobrando vida. Preparó con su mujer dos cubos con agua y detergente y con sendas esponjas enjabonaron todo el exterior del coche aclarándolo luego con la manguera poco abierta. Repitieron la operación dos veces y pasaron la potente aspiradora doméstica por el interior, intentando que el lavado de cara fuese suficientemente aceptable.

Sacar el asiento de detrás fue fácil, pero los dos individuales delanteros se resistieron tozudamente. La grasa de las guías totalmente reseca frenaba cualquier intento de movimiento y tuvo que ir dando golpecitos con el martillo de nylon hasta conseguir deslizarlos hacia adelante.

El piso de goma venía de fábrica totalmente pegado al bastidor, pero el tiempo había hecho perder su adherencia en los bordes y ahora podían levantarse en casi todo su contorno. Juan pasó de nuevo la aspiradora para acabar de limpiar el polvo almacenado bajo los asientos y continuó levantando los bordes para rematar la faena. Cuando ya acababa en la esquina del conductor reparó en una medallita ovalada de apenas medio centímetro. Era de metal dorado, con esmalte azul y representaba en relieve la imagen de La Milagrosa. Fue a su banco de trabajo, la limpió y se acercó a María que daba el último repaso al parabrisas.

- Mira lo que he encontrado en el piso.

María contempló la medalla con interés, le dio la vuelta, volvió a mirarla de nuevo y se quedó pensativa.

- Juan, yo perdí una igual hace mucho tiempo. No será que........

- Sé lo que estás pensando, pero no. En la casa de mis padres había varias iguales a esta, las monjitas de la Caridad las repartían a troche y moche. Hay una probabilidad entre cien mil que éste fuese nuestro anterior coche. Además he observado detenidamente la pintura, sobre todo en las abolladuras y en los faldones que están oxidados y no. Indudablemente el coche ha sido pintado, no hay más que ver los pequeños chorreones que tiene debajo de las aletas, pero creo que el color primitivo era azul claro, se nota perfectamente. Mira aquí y aquí.

- Vamos a hacer una prueba.

Juan cogió un trapo, lo mojó en disolvente y frotó con fuerza en el exterior lateral del techo. Inicialmente el trapo se tiñó de verde pero en seguida apareció tenuemente el color azul.

- ¿ Lo ves ?. Era muy difícil, pero habría sido alucinante que el coche hubiese vuelto a nosotros. Por cierto, ¿ Has visto el motor ?. Está casi completo, creo que hasta podremos salvar el radiador , solo vamos a necesitar los manguitos. En cuanto lo limpie tendré que confeccionar una lista de todas las piezas que necesitamos.

Tras varias gestiones, había encontrado una empresa que alquilaba maquinaria semi-doméstica y pudo contratar un compresor de agua a presión. Una vez que el motor estuvo satisfactoriamente limpio anotó las piezas que a su juicio debería en principio cambiar:

Radiador
Batería
Manguitos
Bujías
Juego de cables.
Platinos y condensador.
Correas de la dínamo y de la bomba de agua.
Filtro de aceite y de aire.
Anticongelante y una lata de 4 litros de aceite.
Su idea era intentar arrancarlo y si lo conseguía comprobar la compresión de los cilindros, cómo estaba de regulación de taqués y si sonaba la correa de distribución. En resumen, obtener una primera impresión del estado del motor en general.
Había transcurrido una semana y ya sólo le quedaba cambiar el condensador y los platinos. Aquella tarde como las anteriores arrimó el banquillo de madera al parachoques trasero, se sentó con el destornillador en "ristre" y se dispuso a cambiarlos. Le chocó que el condensador estuviera sujeto en el tornillo interior porque, por comodidad en la instalación, casi todos los coches lo llevaban en el tornillo exterior.

Iba a retirar con ambas manos los muelles laterales para levantar la tapa del distribuidor cuando le vino a la mente el recuerdo de la última excursión que habían realizado antes de que les robaran el coche. No podía imaginarse Juan la sorpresa tan mayúscula que se iba a llevar.

Antonio Ruíz, era un activo muchachote cuyo Seiscientos le fue entregado el mismo día que a Juan. Se conocieron en la salita de espera de Seat y al saberse los dos de Málaga entablaron una animada conversación sobre las maravillas del vehículo que acababan de adjudicarles. Pronto nació entre ellos una sincera amistad sin estridencias que perduraría a través del tiempo. Los dos se hicieron a la vez socios del Club Seiscientos de Málaga y participaron en numerosas ocasiones en las excursiones de fin de semana que se efectuaban todos los meses.

En una de ellas, concretamente en la que se realizó a Río Frío, Antonio tuvo ocasión de demostrar sus conocimientos en mecánica y más aún, su ingenio para resolver con éxito situaciones comprometidas con escasos elementos a su alcance. Antonio trabajaba en una empresa de conservación de maquinaria y según sus compañeros era capaz de poner en funcionamiento un ascensor con unos alicates y un trozo de alambre. Era lo que se dice un "manitas".

Quince coches componían la caravana que a las 10 de la mañana partía de la Sede Social del Club en la calle Garcerán y que por la carretera de los montes tenían como destino Río Frío. A las once de la mañana se efectuaba la primera parada en la Fuente de la Reina para reagruparse y comprobar el buen funcionamiento de las máquinas.

El coche de Mariano Mármol empezaba a calentarse y el de Juan daba fallos intermitentes que achacaba a falta de corriente en una bujía. Fue requerido de inmediato Antonio Ruiz para que realizara una primera inspección ocular.

Antonio siempre dispuesto a hacer un favor, fue rápido en su diagnóstico. Mariano había perdido el muelle de retroceso del acelerador. Al levantar el pié el motor no volvía a su mínimo de revoluciones, permanecía acelerado y por tanto se calentaba.

Fue a su coche y volvió con su caja de herramientas. Rebuscó entre alicates, llaves, destornilladores y pequeños repuestos y encontró un muelle bastante más largo que el que necesitaba. No hay problema - dijo-, lo cortó, dobló y en un santiamén lo tenía colocado en su sitio y funcionando de maravilla.

Después le tocó el turno al coche de Juan. Antonio Ruiz observó con detenimiento el motor y señalando con el destornillador comentó - esto está chupao, se ha aflojado el tornillo del distribuidor que sujeta el condensador, por eso no llega bien la corriente a las bujías, solo hay que apretar el tornillo. Pero no fue tan fácil. El tornillo tenía pasada la rosca. Con él en la mano fue rebuscando de nuevo en su caja y comprobando una a una los tornillos que iba encontrando y que consideraba que podrían valer. Nada. La que entraba bailaba y otras ni siquiera tomaban la primera rosca.. Como era de esperar encontró la solución ; sacó una vieja bujía entre las cien mil cosas de la caja de herramientas, le quitó el taponcillo y lo comprobó con el tornillo. ¡ Perfecto !. Tenía el paso adecuado. Cambió el condensador colocándolo en el lado opuesto sujetándolo con el tornillo, luego con unos alicates de punta, orientó interiormente el taponcillo de la bujía y como si de una operación de microcirugía se tratara consiguió que el tornillo estropeado se sujetara con firmeza. El motor arrancó a la primera, la reparación había sido un éxito, el fallo había desaparecido totalmente.

Mientras iba recordando con agrado los pormenores de la excursión, Juan había retirado los muelles laterales del distribuidor y acababa de levantar la tapa del delco. Sus ojos se quedaron clavados en el taponcillo de una bujía que debajo de los platinos hacía las veces de tuerca para sujetar el tornillo exterior. Miró el condensador, estaba colocado en el lateral que daba al motor. Todo coincidía con el arreglo de la avería que había realizado Antonio Ruiz hacía más de veinte años.

- María - llamó con voz potente.
- No levantes la voz. Estoy aquí. ¿Qué te pasa?.
- ¿Ves esto que hace las veces de tuerca?
- Sí, pero no me dice nada. No sé nada del motor.
- ¿No te acuerdas que lo puso Antonio Ruíz?
- Ni idea.
- En la excursión a Río Frío.
- No. No me acuerdo.
- ¿Recuerdas que el coche tenía un fallo en la subida de los montes?
- No Juan. Ha pasado mucho tiempo y sólo me acuerdo de la excursión en conjunto.
- Pues lo arregló Antonio.
- Si tú lo dices, ¿No estarás pensando ahora que éste era nuestro coche?
- Pues sí. Empiezo a pensarlo seriamente. Este arreglo no es normal y el condensador atornillado en el lado opuesto tampoco.
- ¿Y la prueba del color que hicimos?
- Hazme un favor María. Llama al 003 y a ver si te dan el teléfono del pintor. Se llamaba Nicolás Granero y la calle era ¿Tafalla?, no, ¿Carfalla?, no, Cartaya, sí, seguro, calle Cartaya.

María volvió en seguida con el teléfono portátil y un número escrito en un papelito cuadrado.

- Yo te lo marco, un momento, está dando la llamada, toma.
- Oiga, ¿El señor Granero?
- Sí, dígame.
- ¿El señor Nicolás Granero?.
- No, soy su hijo Paco.
- Anda, entonces tú eres Paquito.
- Bueno, así me llamaban de pequeño. Mi padre ha salido a comprar unas lijas pero vendrá pronto. ¿Le dejo algún recado?
- Sí, dile que le ha llamado Juan Frías, espero que se acuerde de mí. Dile que iré a verle y que quería preguntarle cómo se puede saber con certeza de qué color de fábrica estaba pintado un coche. Si existe algún disolvente especial.
- Eso se lo digo yo Don Juan. Los disolventes pueden equivocarle. Lo mejor es que quite Vd. el vaso de expansión, alumbre el interior del hueco con una portátil o una linterna y sabrá con seguridad el color de fábrica.
- Muchas gracias Paquito. Dile a tu padre que vivo en Málaga y que muy pronto iré a visitarle, y muchas gracias por tu información.

El color original de fábrica era el blanco. No cabía duda. Nada más quitar el vaso de expansión sin necesidad de alumbrarlo, se veía el interior de la aleta izquierda pintada de blanco. Juan fue aún más lejos. Tomó un destornillador y ralló la pintura. Apareció el plateado de la chapa sin residuos de otro color.

Se miraron a los y Juan pausadamente, con voz temblorosa, dijo:

- María, ¡¡ Este coche es el nuestro !!

Se abrazaron sin decir una palabra. El milagro había ocurrido.

Texto de Román Martínez de Velasco y Farinós. Publicado en el magnífico Portal del 600.

Bueno, ya sé que es un poquito larga. Y no es sólo para nostálgicos. Me puede pasar a mí, te puede pasar a tí con tu Alfa, o a tí, con ese Ibiza que esperas comprar en cuanto tengas los ahorritos suficientes.
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ogledalo
mensaje Apr 17 2002, 05:08 PM
Publicado: #2


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SNUFF, SNUFFF

es digno de Coelho, al menos!!

gracias!!!

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NEOKORTEX
mensaje Apr 17 2002, 05:36 PM
Publicado: #3


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Mu gonito,...joeeeeeeeer...

La Torrecica resiste...


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Jordan Nº1
mensaje Apr 17 2002, 07:00 PM
Publicado: #4


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Muy bonito, gracias!

Lo cierto es que el otro dia vi aparcado mi primer coche. Y pese a no ser un 600 ni hacer un lustro que me lo vendi, no pude hacer otra cosa que quedarme parado, mirándolo con embelesa y recordando tantos y tantos buenos momentos vividos con él...

P.D.:... y agradeciendo también, que su actual propietario haya tenido el gusto suficiente como para no enganchar ninguna pegatina y haber conservado los cristales transparentes, para qué nos vamos a engañar

Cap i collons!


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Ozzman
mensaje Apr 18 2002, 01:24 AM
Publicado: #5


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Muchas gracias, Inferno. Efectivamente siempre se le tiene un especial cariño al primer coche que se ha tenido.

Saludos!!!

Ozzman
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Sempre Gilles
mensaje Apr 18 2002, 01:44 AM
Publicado: #6


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Me gusta que no todo sea coches y carreras.



Sempre Gilles


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Gilles Back!!
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ogledalo
mensaje Apr 19 2002, 11:02 PM
Publicado: #7


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quote:
recordando tantos y tantos buenos momentos vividos con él.


y EN él!!

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humbert f1
mensaje Apr 20 2002, 01:14 AM
Publicado: #8


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Qué maravilla, bufff me estaba emocionando.
Gracias!!!

"Lo peor de dar una mala vuelta, no es que te recorten ventaja, es no poder aumentarla"


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NO AL TRASVASE!!!
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