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![]() Advanced Member ![]() ![]() ![]() Grupo: Members Mensajes: 2.180 Desde: 11-March 08 De: Spain Usuario No.: 1.180 ![]() |
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#2
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Member ![]() ![]() Grupo: Members Mensajes: 19 Desde: 11-March 08 De: Spain Usuario No.: 2.274 ![]() |
No recordaba muy bien cómo había ocurrido. Sabía que había perdido el control del coche, pero nada más, hasta que vió frente a él caras extrañas que reflejaban una angustia que bordeaba el terror y la impotencia. Se notaba extraño; creía haber tenido un accidente pero no sentía dolor. Probablemente, pensó, no había sido nada, tan sólo otro susto, como tantos que había llevado. Quiso decirles a aquellas personas que se enconraba bien, sin embargo, como pasa en las pesadillas, no fue capaz de hablar, no escuchaba su voz más que resonando en su interior. Lo llevaban hacia el interior de un helicóptero, pero no percibía los bandazos que daba la camilla. Trató de incorporarse pero tampoco fue capaz. Podía ver, escuchar, analizar lo que estaba ocurriendo, pero nada respondía a sus órdenes mas que sus propios pensamientos. ¿Por qué todos estaban tan callados y sus caras dibujaban gestos de compasión y tristeza? Comenzó a perder la calma. Estaba bien, mas algo iba mal. Trató de llamar la atención de aquellas personas de mil formas distintas, pero parecía estar relegado al rol de espectador. Ahora estaba aterrorizado, pero no podía hacer nada para evitarlo. Creyó escuchar una voz, ya cuando el helicóptero recorría el cielo con él a bordo, que entonaba una oración, rápida y susurrante. Definitivamente algo iba mal, pero al contrario de lo que cabría esperar, la oración atenuó su angustia. Su desmesurada Fe le dió confianza. Al fin y al cabo ¿no era él quien estaba viajando en aquel aparato? Era consciente de todo. Quizá sufría algún estado de coma, quién sabe. Pero ahora estaba más tranquilo. Lo metieron en un hospital. Seguiía sin sentir absolutamente ninguna sensación física, pero al recordar que nada malo podía ocurrirle, los malos sentimientos se alejaron de su mente. Tenía una confianza ciega en Dios. Ésta se mantuvo incluso cuando un cura se acercó a la camilla donde seguí postrado, rodeado de médicos extraños. Ni siquiera entonces tuvo miedo, sino al contrario. Y al terminar las oraciones, sus pensamientos se sumieron en una extraña pero apacible oscuridad. Algo que no había sentido en las tres décadas que había vivido tan intensamente, siempre en el limbo de lo real y el cuento de hadas. Sus ojos volvieron a abrirse una vez más, y de nuevo se vió rodeado de gente, ahora conocidos; su familia, sus amigos, todos lloraban a su lado como si alguien hubiese muerto. Estaba muerto, o eso pensaban. Ojalá supiesen que sigo aqui, pensó. Mas sabía que nada podía cambiar ya el curso de los acontecimientos. Las miradas perdidas de sus seres queridos reflejaban el amor incondicional que por él habían profesado, y buscaban aquel resquicio que ahora dibujaba su alma y le comunicaba directamente a esos ojos irreales que le permitían ser el espectador y al mismo tiempo el protagonista. Atrás quedaban todos ellos, sus miedos, su ambición, sus fracasos. Sólo quedaba su Fe y la inmensidad en la que hasta cierto momento lo abrumó. Había creido ver a Dios en vida, pero sólo en ese momento su ilusión se hizo realidad. Y sólo ellos saben el timepo que pasó. Ningún alma debería echar de menos algo terrenal. No había nada que escapase a su mirada infinita, nada que no pudiese ver. Pero todavía tenía capacidad para recordar, y sobre todo para seguir amando aquello que en vida le dió tantas satisfacciones. Lo consideró una ofensa a su Fe. Esa estabilidad en la que flotaba no debía ser alterada por nada. Supuestamente. Pero Dios sabía que su espíritu había sido consagrado a algo más que a su propia Fe y decidió concederle una oportunidad de recuperar esa paz. Al instante notó algo extraño. La inmensidad dió paso a una fusión de sensaciones. Sin duda algo había cambiado, pero ciertamente no sabía lo que había ocurrido. Prefirió calmarse, pero sus percepciones eran ahora distintas, más limitadas, más ambiguas y también más superficiales. Notó poco a poco que a su cabeza llegaban estímulos desde zonas próximas, muy cercanas. Era la sensación de unos dedos, de unas manos, y esas manos aferradas a algo duro. Luego llegó la sensación de sus piernas, estiradas. Su espalda apoyada en una superficie dura. Notaba como su pecho se hinchaba y deshinchaba acompasadamente y que un ruido, un "toc-toc" acompañaba a aquellos movimientos, pero a otro ritmo, y resonaba en su interior. Por fin sus ojos comenzaron a reaccionar. Necesitaba la información que confirmase sus sensaciones. Primero neblina, luego la luz, y por fin una imagen difuminada que comenzaba a concretarse. Frente a él sus brazos estirados no se aferraban a otra cosa más que a un volante, sin duda, y su cabeza descansaba en el interior de un casco. Estaba en el interior de un monoplaza. Giró la cabeza y su cuello respondió a sus órdenes como siempre había hecho. Volver a tener cuerpo era algo extraño, limitado pero aún así se sintió agraciado. Un tipo paseaba por las inmediaciones del coche, en el interior de aquel box extraño. Él hizo un movimiento con la mano y el mecánico se acercó. Dibujó con sus dedos los movimientos de unas tijeras. El hombre reaccionó, torpe y dubitativo al principio, pero luego debió considerarlo un capricho y decidió no contradecir las órdenes; en un minuto unas tijeras yacían sobre sus muslos. Se sacó los guantes y cortó las partes distales de los dedos de cada guante. Nada más ponérselos de nuevo, volvió a tomar el volante. Aquello volvían a ser sus sensaciones, el tacto de botones cuyo uso creía desconocer, pero volvía a notar aquellos estímulos provenientes de sus dedos. Se decidió e hizo otra señal. Sin dudralo, el mecánico desapareció tras el monoplaza y con un rugido súbito el coche comenzó a vibrar. No era un sonido de motor familiar, pero pensó que sin duda había pilotado coches que sonaban bastante peor que aquel. Sus dedos pulsaron automáticamente dos botones y el coche comenzó a desplazarse lentamente hacia fuera. No sabía cómo lo había hecho, pero sin duda algo dentro de él sí "sabía" lo que había que hacer. Salió del box, y nada más hacerlo mil gotas de agua golpearon la visera de su casco. Sintió una alegría intensa que le recordó al día que le habían regalado su primer kart. No sólo la lluvia era familiar. Aquellos boxes modernos, aquel pitlane, no conseguían despistar al piloto. Giró a la derecha, pit lane, y salida de boxes a la izquierda, en bajada. Mirada a los retrovisores y de frente una tribuna... aquel sitio no podía ser otro... era Spa!!! |
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