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> Lmario y superstición : os gustará !!!
Ayrton
mensaje Aug 26 2000, 10:51 PM
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Espero que el extracto a "manopla" que os adjunto, os dé una visión de la superstición, de las antiguas carreras de coches, os sorprenderá que en 1939 la gasolina entrase a presión , que usasen compresor (no turbo).
Es un relato veridico de la carrera de Spa, por Alfred Neubauer, Director de carreras de Mercedes.
La zona del accidente que se describe, la podeis ver durante la transmisión de la carrera. Son los árboles del fondo, cuando toman La Source.

Perdonad las faltas de ortografía, y espero vuestro feedback, que habeis sentido. A mi me emocionó en su día.
Allá va:

El 25 de Junio de 1939 habría de ser un día que jamás podré olvidar.
El tiempo está gris y neblinoso. Poco puede verse del hermoso paisaje de las Ardenas.Cae sin cesar una fina llovizna. Diez mil espectadores orlan desde muy temprano el circuito triangular de Francorchamps, donde se corre el Gran Premio de Bélgica. Uno de cada dos es alemán. Con tren, con omnibus, con autos, hasta con bicicletas, los mirones han venido desde la cercana Renania, atravesando la frontera. A pie firme, aguardan todos el momento de la salida, protegidos bajo los paraguas, los toldos o los impermeables veraniegos.
El punto de partida está situado en un lugar poco favorable, porque la carretera ofrece una pronunciada pendiente, y los coches pueden rodar por sí solos.Y el que atraviese antes de tiempo la linea blanca, será castigado con un minuto de penalización por cada segundo que avance. Lo cual significa que habrá perdido la carrera antes de comenzarla.
Los coches de carreras poseen también, naturalmente, un pequeño freno de mano. Pero en el momento de la salida todo se desarrolla en décimas de segundo. Y los conductores tienen las manos y los pies demasiado ocupados: la mano izquierda en el volante, la derecha en la palanca de cambio, el pie izquierdo en el embrague, el derecho en el acelerador. No les queda con que accionar un freno de mano firmemente echado.
Yo he discurrido una diablura: pienso introducir pequeños tacos de madera bajo las ruedas delanteras. Pero mis mecánicos, esos linces de muchachos, se las saben todas. “La madera se rompe en astillas”, me dicen, “y eso puede resultar peligroso para los neumáticos.Pongamos tiza mejor...Cuando las ruedas pasen por encima la convertirán en polvo...” Y así lo hacemos.
Faltan todavía tres minutos para la salida.Llueve con creciente intensidad. Esto puede resultar de primera. El recorrido de hoy, con su resbaladizo macadam de asfalto, rebosa de peligrosas artimañas incluso con buen tiempo: calzada estrecha, cuestas, pendientes súbitas, curvas cerradas...¡Ojalá vaya todo bien hoy!
Los mecánicos están ya en sus puestos:por cada corredor, tres hombres. Los gatos, los neumáticos de repuesto, las herramientas...todo está preparado. Detrás, en nuestro box, están las mujeres. Lydia Lang y Erika Seaman conversan animadamente. Hablan de la nueva moda y de una receta para hacer unas estupendas pastas. Tienen sus preocupaciones...
Baby Caracciola es distinta. Pertenece a nuestro team y debe estar con nosotros, delante del box. Ella se encarga de los cronómetros, y está preparándolos en estos momentos, junto con sus tablas de cómputo de vueltas. Es mi mano derecha en lo que se refiere a la medición del tiempo.
Los puestos de partida han sido sorteados ya. En primera fila deslumbra, rojo, el Alfa del doctor Farina. Junto a él Hermann Lang, y luego el Auto-Union de H.P. Müller. Dick Seaman ha pescado un puesto en la segunda fila. Se vuelve y hace un gesto un tanto burlón a los que están situados detrás de él: Caracciola y , todavía una fila más atrás, Manfred von Brauchitcsh.
Las catorce horas y treinta minutos. El banderín de salida se abate. La carrera ha comenzado.
La tiza ha funcionado a la perfección. Lang arranca bien. Pegado a Müller, toma como una flecha la primera curva. Los demás, les siguen apretadamente. Hay trece coches en la carrera.
¿Trece? ¡Santo Dios! No soy supersticioso, como saben ustedes ya. Pero ... ¡ nuestro Dick! Para él, tod en ese día es 13. La edad : 26 años; el número de salida : 26 ; y 26 si Pitágoras no miente, es 13 multiplicado por 2. Su nombre figura con el número 13 en la lista anunciadora de participantes. Su año de nacimiento es 1913. Y por si fuera poco..., 13 coches en la carrera. Me pesco a mi mismo tocando madera; aunque yo no doy crédito a semejantes patrañas..., en definitiva no hace daño a nadie.
Por lo demás, casi todos los corredores temen el número 13 y al maligno 7. Por ello, en la mayoria de las carreras sólo se utilizan números pares para determinar el orden de salida.
Estamos ya en la tercera vuelta. Müller sigue en cabeza. El muchacho ha tomado cierta delantera, pero Lang va pisándole los talones. Cincuenta metros, cuarenta ... En la peligrosa curva de Stavelot se dispone a adelantarle. En vano lo intenta. Tampoco lo consigue la segunda ni la tercera vez. Müller no le deja pasar. Maldita sea..., ¿es que no le da la gana? ¿Acaso no ve a su seguidor en el espejo retrovisor?
Cuarta vuelta : de nuevo intenta adelantar Lang y , una vez más, Müller no le deja libre la calzada. Es como para volverse loco. Lang empieza a sentir una rabia fría y sorda. Su máquina es más rápida y mejor. Pero no logra pasar delante...
Quinta vuelta: el campo y el cerco se van estrechando detrás de Müller. Detrás de Lang va Caracciola, luego Seaman. Dentro de poco, todo nuestro escuadrón se colocará en columna detrás de Müller.
Sexta vuelta : Lang amenaza con el puño, cuando cruza por delante de nuestro box. Es la señal que significa : “ Me obstaculizan deliberadamente”. Yo crujo de rabia. ¿Es que los delegados y los jueces deportivos están dormidos? Me lanzo hacia el primer delegado que encuentro. Es un hombrecillo enteco, con los ojos tristes y un bigote ralo bajo un sombrero hongo.
-¡Señor mío!-aúllo yo, dominando el estruendo de los compresores-. ¿Acaso no ve usted que Müller nos está obstaculizando? ¡Enséñele usted la bandera azul!
La bandera azul significa : “Apartese a la derecha. Deje paso”. Si con esto no basta, se agitará la bandera negra, que significa: “Detengase. Primera amonestación”.
-Mais oui- rezonga el hombrecillo del hongo, y me mira con perplejidad. Este caballero, cuya profesión es , sin duda alguna, empleado de Hacienda, no tiene ni la más remota sospecha de lo que son las carreras automovilísticas.
Séptima vuelta: el grupo de cabeza cruza como una exhalación. Hay cuatro coches que corren pegados uno a otro : Müller, Lang, Caracciola, Seaman. El hombrecillo agarra la bandera. Pero tiene el encendido retrasado. Cuando alza el gallardete, Müller ha pasado de largo ya. Y a quien enseña la bandera es justamente... a Lang.
¡Es para desesperarse! Suelto todas las maldiciones que me vienen a la boca.
-¡Caballero – digo - , yo me encargaré de enseñarle a usted cuándo debe levantar el banderín!
Me coloco junto a él. No quito ojo a mi reloj. Sé cuántos minutos y segundos necesitan los corredores para dar una vuelta completa al circuito. Voy leyendo en el reloj y calculando el momento en que deberán pasar de nuevo por delante de nosotros.
El reloj prosigue su tic-tac.
¡Allí! Un muro gris de agua, y en medio de él dos espectros plateados...
-¡ Ahora ¡ - digo, dando un golpe al comisario, que casi deja caer el banderín al suelo por el efecto del susto. Pero el alma se me cae a los pies. Sólo han pasado dos coches por delante de nosotros. Seaman delante de Lang. Falta Müller. ¡ Y falta Caracciola! ¿Qué ha ocurrido?
En esta novena vuelta, Lang se ha hartado. No ha conseguido pasar a Müller. Que los demás prueben suerte a su vez. Avisa con un gesto a Caracciola y a Seaman, les hace la señal: “¡Adelantadme!” Y les deja pasar.
Caracciola, campeón de las carreras bajo la lluvia, inicia el ataque. Rueda ahora justamente detrás de Müller. Temerario y resuelto, zumba ciñendose a las curvas. Verdaderos chorros de agua salpicada azotan su rostro.
Llegan a la curva de Stavelot. Cerrada, estrecha , peligrosa. Müller se abre mucho para tomarla. Inmediatamente tras él, sigue Caracciola. En este instante, ve una oportunidad de adelantarle por la derecha. Aprieta el acelerador..., pero en ese momento las ruedas traseras comienzan a resbalar y patinan.
Desesperado, Caracciola gira el volante en sentido opuesto, intenta contrabalancear el deslizamiento oblicuo del coche...¡En vano todo!
El coche patina diagonalmente sobre la calzada, derriba una valla de alambre, atraviesa un seto... y va a detenerse en una pradera empapada de agua y fangosa.
Para Caracciola se ha terminado la carrera. Cubierto de suciedad de pies a cabeza, empapado de agua, pálido, regresa a los boxes. El accidente le ha dejado un extraño vacío en el estómago.
Justamente después de esta desgraciada maniobra de adelantamiento, el coche de Müller tiene una avería en el motor.
Müller pierde terreno decisivamente.
En la vuelta número doce, Seaman va el primero, delante de Lang. Seaman conduce como el mismisimo demonio. Diestro, mesurado, elegante... y arrogante. En las curvas utiliza una artimaña audaz. La calzada está bordeada a ambos lados con adoquines. En las curvas, Dick conduce con la rueda delantera interior fuera del borde de la carretera por apenas el ancho de un neumático, se afirma con el canto o cara interior de esta rueda tras los adoquines, y deja que esta rueda vaya guiándole a lo largo de la curva. Y cada vez que lo hace gana unos preciosos segundos. Es un juego audaz, peligrosísimo...
Georg Meier vuelca con su coche Auto-Union en la vuelta catorce.
En la número diecisiete, Dick Seaman y Hermann Lang se detienen casi al mismo tiempo ante los boxes. ¡Gasolina, neumáticos nuevos! Todo está preparado. Los mecánicos trabajan febrilmente, como en trance, casi olvidados de respirar por efectos de la terrible tensión de nervios. Más de uno se me ha caído al suelo redondo en circunstancia semejante.
Todo se desarrolla como en el campo de instrucción militar.
Con el motor apagado-para que no se engrasen las bujías-, el coche rueda los últimos doscientos metros hasta llegar a los boxes y se detiene justamente en el lugar indicado para hacerlo, con precisión de centímetros. Esto es más importante de lo que parece, porque si se pasa de este punto, aunque sólo sea por medio metro, el conductor deberá arreglárselas el sólo para empujar el coche hacia atrás. Nadie podrá ayudarle a hacerlo.
Seaman y Lang son un par de zorros viejos. Ambos se detienen en el punto exacto. Por cada coche hay tres mecánicos. Cada uno de sus pasos, cada uno de sus gestos y de sus movimientos, está ensayado, hasta que son capaces de repetirlos en sueños. El mecánico número uno prepara la rueda trasera izquierda, el número tres suministra al conductor unas gafas limpias, un pedazo de gamuza para que limpie el parabrisas y un vaso de agua, para recobrar fuerzas. Después se encarga de llenar el depósito de gasolina. Entre tanto, los mecánicos uno y dos levantan el coche. Uno cambia la rueda trasera izquierda, otro la derecha. Y el número uno salta ya hacia delante, acciona el encendido eléctrico, el motor ruge de nuevo...
Miro el cronómetro : 25 segundos...Lang es el primero en salir disparado.
Treinta segundos... Ahora está listo Seaman para partir. El tapacubos de la rueda trasera derecha estaba agarrotado, y esto ah costado unos preciosos segundos.
Una vuelta más tarde, Dick está de nuevo en cabeza.
Vuelta número veintidos: todavía faltan otras trece para que termine la carrera. Otra vez ese maldito trece. Siento flojera en el estómago. Dick Seaman conduce en cabeza..., cincuenta metros por delante de Hermann Lang. los automóviles se hacercan a la curva de La Source. Un Belga ha hecho donación de un premio por valor de cien mil francos para el conductor que dé la vuelta más rápida al circuito. Y Dick, el recién casado, puede necesitar el dinero. A una velocidad de 220 kilómetros por hora rueda sobre el empapado asfalto.
Ahí está la curva, Hermann Lang ve como Dick se abre hacia la izquierda. Naturalmente...El truco de encajar la rueda en los adoquines. Una locura, con este tiempo y esta endiablada velocidad...
Dick lucha con su coche, se aferra al volante, no logra hacerse obedecer. “¡Maldita sea!”, piensa Lang, y oprime los frenos. “¡Maldita sea!...”
Luego todo se desarrolla en pocos segundos : el coche de Dick patina, gira sobre sí mismo, se sale de la carretera...Hay un crujido terrible, un choque violentísimo. ¡Se estrella de costado contra un árbol!
Pero Lang ha pasado ya de largo. Por el espejo retrovisor ve como se eleva un rojizo esplendor de fuego. Aprieta los dientes...No, ahora no hay qie pendar en ello...
Cuando Dick abre los ojos, se ve envuelto por las llamas.
Un fuego abrasador muerde en su rostro. Se aferra desesperadamente al volante, pero el cierre de bayoneta no cede ni se abre. Está agarrotado.
-¡Auxilio!- grita Dick, loco de dolor- ¡Auxilio!
Después no oye ni ve nada más.
Espantados, los hombres fijan sus ojos inmóviles en el coche incendiado, en la blanca figura atenazada tras el volante, que se retuerce desesperadamente y luego se derrumba, el vehículo puede explotar. Nadie se atreve a prestar ayuda.
¿Nadie?... De pronto, dos hombres se lanzan hacia delante, dos oficiales belgas. Trepan por encima del seto divisor. Las llamas lanzan hacia ellos sus lenguas abrasadoras, chamuscan los vestidos, las manos, las cejas, los cabellos. Es igual . Está en juego una vida humana. Los oficiales agarran a Dick, le arrastran del coche, lo revuelcan en la tierra empapada de agua y apagan las llamas que chamuscan su overall.
En aquel momento se oye el aullido de una sirena. La ambulancia se acerca a toda velocidad. Salta de ella un hombre, con un maletín en la mano : es el doctor Gläuser, médico de carreras de la Mercedes y de la Auto-Union.
El doctor Gläuser ha visto ya mucha sangre, mucho dolor, heridas espantosas, hombres moribundos. Pero lo que ahora ve no lo olvidará en todo el resto de sus días. La cara , el busto, la parte trasera de los muslos, casi dos tercios de la superfície del cuerpo de Dick Seaman están abrasados. Y este hombre destrozado ha vuelto a la plena consciencia y grita, enloquecido por el dolor.
El médico llena una jeringuilla de inyecciones y se la aplica a Dick en un costado. Los alaridos se tornan más débiles. Minutos después, una ambulancia rueda a toda velocidad hacia la clínica de Spa.
Veo que Dick falta en la vuelta número 23. Veo también la señal que hace Lang, veo su cara palidísima; y sospecho todo lo ocurrido...
Momentos más tarde los altavoces anuncian : “El coche número 26 accidentado en la curva de La Source, e incendiado. El conductor, gravemente herido”.
¡La Source...!¡Es la curva situada en el kilómetro trece!
¡Ah, número tres veces maldito! El presentimiento de Dick no le ha engañado...
Mi deseo sería correr hacia allí; pero no puedo, ni debo abandonar mi puesto. Lang y Brauchitsch siguen en la carrera. Ellos me necesitan Y la competición prosigue, vuelta tras vuelta.
Envío al lugar del accidente a Hans Geier, mi ayudante.
Después me vuelvo hacia Erika; por lo menos podré ayudarla un poco a ella. Pero veo como se la llevan de allí dos caballeros. Camina muy derecha, muy erguida. Quiere ser fuerte, ser valiente...
“Pobre muchacha!”, pienso yo, conmovido. “¡Dios mío! ¿por qué ha de tocarles precisamente a estos dos chiquillos jóvenes y llenos de felicidad?”
Pero enseguida desconecto, detengo mis cronómetros, anoto los tiempos de las vueltas, levanto los tablones de señales, doy órdenes. No pienso, no siento. Soy como un autómata.
Vuelta número 43: faltan aún dos para llegar a la meta. Lang va delante de Hasse, el joven gigante de la Auto-Union, y de Manfred von Brauchitsch. Miro mi reloj. En cualquier instante puede pasar Lang por delante del box. Las tablas de señales están preparadas. Los segundos corren. Pero Lang no llega.
Cinco..., diez..., quince segundos. Me pongo a rezar para mis adentros...¡Que se trate de un defecto de los neumáticos, o de una avería en el motor, pero no de otro accidente, no de otro grave!...
-¡Lista la escuadra de Lang!-aúllo para distraerme a mí y distraer a los otros-.¡Preparados los neumáticos y el repuesto de combustible!-Y añado, en voz mucho más baja-:Que venga el conductor reserva...
El larguirucho Walter Bäumer está preparado ya junto a mí, con sus gafas y su overall. Esperamos. Una docena de pares de ojos horadan la gris neblina que se cierne sobre el circuito. Un par de coches rugen hacia nosotros: son dos Delahayes y un Alfa Romeo. Coches que han sido dejados atrás mucho tiempo antes.
-¡Allí viene!
Quien así ha gritado es Lydia Lang. Su voz suena a grito triunfal. Todos sentimos que se nos quita un peso de encima. Con el motor parado, Lang rueda hasta nosotros. Desde lejos, señala ya detrás de sí, al tanque de gasolina.¡Gracias a Dios! Se trata solamente de que se ha terminado el combustible. Cuando la pista está húmeda procuramos no cargar los depósitos a tope, porque el coche sobrecargado de peso en su parte trasera tiende aún más a patinar y a resbalar de costado en las curvas.
A plena presión, el combustible es inyectado en el tanque. Los mecánicos se acercan, Lang hace girar la llave del encendido y el coche se pone en marcha. Y en ese mismo momento...
En ese momento hace “glubb, glubb”. Y todo torna al silencio. Se me corta el resuello. ¡Faltaba esto todavía! Las últimas gotas de gasolina que quedaban en el carburador no bastan para poner el motor en marcha.
-¡Desembraga!-aúllo yo-.¡Acciona la bomba!
Pero Lang sabe perfectamente lo que debe hacer. Aprieta como un loco el acelerador, una y otra vez, para aumentar la eficacia chupadora de la bomba de la gasolina. Suelta el embrague...y el coche rueda sin el menor ruido. Veinte metros, diez más; luego comienza una pequeña cuesta arriba. Y todo se acabó. Esto significa, literalmente, perder la carrera en el último minuto.
Se hace un postrer y desesperado intento.¡Y mira por donde resuena de pronto un sordo rugido, un bramar de 300 caballos, y Lang parte disparado! Apenas cuatro segundos más tarde cruza frente a nosotros Rudolf Hasse, con su Auto-Union.
Cuatro segundos son la diferencia que existe entre la victoria y la derrota...
Hermann Lang gana el Gran Premio de Belgica de 1939. Manfred von Brauchitsch queda tercero, detrás de Hasse.
Pero todo carece ya de importancia para mí. La carrera ha terminado, ahora no hay más que una cosa:
-¡Al hospital!-le grito a Geier-.¡Corre todo lo que sea capaz este cacharro!
La habitación 39 está en el primer piso.Huele a éter y a ácido fénico.Las cortinas están echadas.En un rincón, una vela arde ante un crucifijo. En el borde de la cama está sentada una monja. Se levanta cuando Erika y yo entramos en la habitación.
Allí está Dick. Su cabeza, su torso, los brazos y las manos están cubiertos por blancos vendajes.
La mano de Erika se contrae convulsivamente sobre mi brazo.Siento como tiembla de pies a cabeza.
Dick está consciente. En los ojos dilatados por el dolor alumbra el reconocimiento.
-Darling-murmura con voz apenas audible-.Que bien que estés aquí ya...
Los dos permanecemos mudos, como paralizados. Yo fijo la mirada en la cara del doctor Gläuser. Es una máscara. Pero su boca está rodeada por pliegues tensos y profundos. Nuestro médico no se ha apartado ni un solo instante del lado de Dick, del lado de su amigo.
-Darling-dice de nuevo Dick-.Perdóname...Te habré asustado...mucho...¿verdad?
Este muchacho magnífico, espléndido, dueño de sí a pesar de los agudísimos dolores...Aunque sin duda alguna sabe perfectamente cuán grave es su estado.
Erika estalla en sollozos, incapaz de pronunciar una sola palabra. Las lágrimas corren por sus mejillas.
-Bueno...-Dick jadea; su aliento es cada vez más entrecortado-.Bueno...,esta tarde tendrás..., tendrás que ir al cine tú sola...
Un grito ahogado, un sollozo. Erika se tambalea. Es demasiado. La monja la toma del brazo y la conduce afuera con todo cuidado.
Yo me acerco a la cama.
-Señor Neubauer...
-Hijo-digo yo con voz ronca-.Mi pobre, mi querido Dick...
Me siento junto a él.Entrecortadamente, en frases fragmentarias, me cuenta uan vez más como sucedió todo.
Es la vieja, la eterna canción. La conozco de memoria, de otras mil carreras. La he podido presenciar en todos los momentos de mi vida, en todos los circuitos del mundo. Un conductor inicia por noventa y nueve vez una curva peligrosa, con toda astucia y finura, y al mismo tiempo con todo género de precauciones, con una velocidad dosificada al máximo. Y en la centésima vez que la toma quiere ser un poco más rápido, conseguir un tiempo mejor todavía en la vuelta;se acerca a la curva, la inicia con idéntica artimaña, pero aprieta un milímetro más, apenas el filo de un papel, sobre el acelerador...,y se precipita en brazos de la muerte.
Dick enmudece.Solo se percibe su aliento, su jadeo. Es el ronco jadear de un moribundo. Lo conozco muy bien, desde la guerra, lo he oído a otros hombres cuya vida estaba apagándose...
El doctor Gläuser me hace una señal. Salgo fuera de la habitación, de puntillas , sigilosamente.
Nos sentamos en el desierto corredor. Pálida, anegada en llanto, abrumada, Erika Seaman;junto a ella Hans Geier, mi chófer, viejo corredor también, y luego un amigo inglés de Dick. He enviado a los demás a casa a nuestro hotel. Pero tampoco ellos pueden dormir. Sentados todos juntos, hablan en voz baja, llenos de opresiva congoja. Esta noche no hay fiesta para celebrar la victoria.
En estos momentos , odio y maldigo a todas las carreras de este mundo, a todos los constructores, corredores, directores técnicos...Y el último a quien maldigo es precisamente a mi mismo. Pero ante todo y sobre todo, aborrezco y execro a los coches , a esos monstruos fríos, resplandecientes, desalmados, a los que a un tiempo amamos...y odiamos. Esos condenados cacharros, de los que nadiesale con vida cuando empiezan a arder.
Y es que los coches de carreras se construyen a medida. Deben sentar igual que un traje de un buen sastre. El conductor no debe resbalar ni desplazarse de su sitio ni un solo milímetro. Por ello , la forma del cuerpo de cada corredor es reproducida por un molde de arena y luego se diseña el asiento según esta forma exacta. Del mismo modo, con tiralíneas y compás, son adaptados y montados los pedales del embrague, el freno y el acelerador, adecuándolos a cada corredor con precisión milimétrica. Así también se instala y fija el volante.
En un coche de carreras moderno, se siente uno como dentro de una jaula demasiado estrecha. Todo espacio libre está aprovechado hasta el último milímetro. No se puede montar o descender sin soltar previamente el aro del volante. Para ello, basta con un solo toque de la mano...pero, ¡ay si el cierre se ha doblado, agarrotado o roto en algún vuelco, y no es posible abrirlo! En este caso, el automóvil rodeado hasta ese instante por el júbilo y la admiración, se convierte en un homicida, como en el caso de Dick Seaman...
Seguimos esperando en el corredor del hospital de Spa. Dan las diez, las once de la noche. Dick está inconsciente. Las pulsaciones se tornan más y más irregulares. ¿Podrá resistir esta noche? Nuestro médico, el doctor Gläuser, no le deja ni un solo momento.
Muy poco después de la medianoche, apenas iniciado el día 26 de junio de 1939, el doctor Gläuser sale de la habitación del paciente, pálido y trémulo. Nos levantamos todos, y fijamos en él nuestras miradas, mudos, llenos de ansiedad, llenos de angustia.
El doctor Gläuser parece como si no nos viese. Mueve apenas los labios. Y escucho sólo estas palabras:
-Todo ha terminado.
Después echa a andar por el interminable corredor, lentamente, casi maquinalmente. Sus pasos resuenan, duros, contra el linóleum.
Yo sostengo entre mis brazos a Erika Seaman, la sostengo firmemente. Ella llora muda, silenciosamente. Yo sólo puedo sostenerla, pero soy incapaz de decirle una sola palabra de consuelo. Porque yo también estoy llorando por John Richard Beatie Seaman, mi amigo. Y no me avergüenzo de mis lágrimas




Edited by - ayrton on 8/26/2000 5:53:18 PM

Edited by - ayrton on 8/28/00 1:49:43 PM


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"...CUANDO TODO PASE, SERÁS OTRO, PERTENECERÁS A UNA CLASE DIFERENTE E INCOMPRENSIBLE DE HOMBRES, LA DE LOS QUE HAN CONDUCIDO UN FORMULA UNO..."
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button
mensaje Aug 26 2000, 10:57 PM
Publicado: #2


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dios que la largo ayrtonbueno voy a leerlo


Edited by - button on 23/08/2007 9:09:22


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ESPA?A NO SE NEGOCIA
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lmario
mensaje Aug 26 2000, 11:14 PM
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Si supiera decir algo lo diria.

Gracias Joan.

Un abrazo. Cuida mucho a tu campeón.

lmario


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lmario
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nuvo
mensaje Aug 27 2000, 01:04 AM
Publicado: #4


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Muy fuerte, en aquella época se jugaban la vida, algo que nunca entenderé.

No entiendo lo de los adoquines, parece una maniobra muy complicada pero con los caharros de entonces les debía salir a cuenta.
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machaquitocom
mensaje Aug 27 2000, 03:28 AM
Publicado: #5


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Sobervio Ayrton.

Entonces si que le echaban un par al asunto.

saludos
machaquito


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saludos
machaquito

¿Sera el Guaraná?
These cars only achieve their true beauty being driven near the limit of their potential
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Javier Carral
mensaje Aug 27 2000, 03:47 AM
Publicado: #6


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Ya tardas en decirnos de donde lo has sacado...!
Saludos


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Chueco
mensaje Aug 27 2000, 03:55 AM
Publicado: #7


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Impresionante Ayrton, ¿cómo lo has conseguido?

Chueco


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"Nunca salgas a una carrera pensando que no la vas a ganar" (J.M. Fangio)
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uri
mensaje Aug 27 2000, 04:47 AM
Publicado: #8


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"If I should die, just bury me wherever. Along the side of the road would be fine."

Masten Gregory, piloto de F1 del año 57 al 65

(Según una de las enciclopedias del foro recién declarada en huelga)

"Si debo morir, enterradme en cualquier parte. Al lado de la carretera estaría bien."

Edited by - uri on 8/27/00 2:09:36 AM


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"If I should die, just bury me wherever. Along the side of the road would be fine." Masten Gregory
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Ayrton
mensaje Aug 27 2000, 03:04 PM
Publicado: #9


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El libro lo estoy reproduciendo a "manopla" entero (sus 437 pags). Os lo prometi y estoy en ello.
No hay otra opción, es un libro viejo, del que no he encontrado más rastro que el ejemplar de mi padre.

Está bastante hecho polvo por lo que ni el mejor OCR puede con él.

"Hombres , mujeres y motores" por Alfred Neubauer.

Por internet lo encontré en Alemán, pero ¿?


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lmaceves
mensaje Aug 27 2000, 03:59 PM
Publicado: #10


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Ayrton, tu trabajo genial.
El relato me parece escalofriante.
Ultimamente se encuentra información abundante en las revistas inglesas de clásicos, sobre Dick Seaman, despues de que durante muchos años estuviese proscrito en Inglaterra debido a que se le atribuia una cierta afinidad al partido nazi. Esto fué así debido a su mujer, Erika, y a que se estableció en Alemania en la preguerra. Una época en la que en Alemania todo estaba relacionado con el partido de Hitler, incluidos Neubauer y la propia Mercedes.
Afortunadamente estas cosas ya son historia y se está empezando a valorar a Seaman como el gran piloto y persona que fué, sin tener en cuenta la nacionalidad de su escudería ni de su mujer.
Me alegro de que se recupere la memoria de un "olvidado" que, como tantos otros, contribuyó con todo lo que tenia a engrandecer este automovilismo que nos apasiona.
Gracias Ayrton.
Saludos
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Ayrton
mensaje Aug 28 2000, 07:21 PM
Publicado: #11


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Imaceves: te gustó Dick, pero cuando llegue a Bernd Rosemeyer...


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PEPE MANSEL
mensaje Aug 29 2000, 02:25 AM
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Ayrton,

tengo una buena noticia para tí.

Tengo este libro y está entero, ya te lo dejaré y además en castellano.

Saludos desde Terrassa (BCN).


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Saludos desde my home in Terrassa (BCN).
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Ayrton
mensaje Aug 29 2000, 03:29 PM
Publicado: #13


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Pepe, que yo también lo tengo, el ejemplar es de mi padre, en castellano, pero está muy viejo para cualquier OCR.


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"...CUANDO TODO PASE, SERÁS OTRO, PERTENECERÁS A UNA CLASE DIFERENTE E INCOMPRENSIBLE DE HOMBRES, LA DE LOS QUE HAN CONDUCIDO UN FORMULA UNO..."
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Javier Carral
mensaje Aug 31 2000, 05:45 AM
Publicado: #14


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Bueno ya que hemos empezado a rememorar viejas hazañas y tragedias que se mezclan con la leyenda, yo me apunto con este viejo relato sobre el piloto que ha obtenido el mejor resultado español en la historia de la F-1 ( Esperemos que por poco tiempo, ¿verdad Pedro?)

LA ULTIMA CARRERA EN RUTA Robert Daley
En Guidizzollo, en el valle del Po, la campiña se hace llana como la palma de la mano y la cinta estrecha de la carretera atraviesa como una lanza el poblado de piedras grises. Durante todo el día los lugareños han permanecido fuere de sus casas, atentos al paso de los bólidos, estremecidos por el rugido de las Mil Millas.
Las Mil Millas: una carrera de 1600 Km por las carreteras italianas. Los coches han salido al alba de Brescia en el norte, para lanzarse hacia el sur a lo largo de la costa del Adriático, cruzar Roma y remontar la espina dorsal de los Apeninos hacia Brescia otra vez.
Es el atardecer y solo faltan unos cuantos coches por pasar. Guidizzolo se halla únicamente a unos 50 Km de la línea de meta.
Un muchacho es el primero en reparar en un punto en el horizonte que se agranda por momentos.
"-¡Un Ferrari!", grita el muchacho.
Las gentes de la aldea se agolpan a ambos lados de la carretera. El Ferrari ruge acercándose a mas de 240 Km/h.
De repente, sin que nada parezca justificarlo, el coche empieza a zigzaguear. Con la cola golpea el bordillo izquierdo de la calzada, y arranca un mojón, guillotina un poste telegráfico, describe una vuelta en el aire y corta los hilos telegráficos por encima de las cabezas de todos. Convertido en un proyectil mortífero que escapa a todo control, carga contra la multitud congregada a la derecha de la carretera; por último, atraviesa otra vez la calzada para segar mas vidas a su izquierda.
Solo han transcurrido unos instantes, pero 11 personas yacen muertas o moribundas, y el aire desgarra con gritos de horror y sufrimiento. El coche machacado ha quedado varado en una fosa de drenaje y allí yace medio enterrado a un lado de la carretera. En sus proximidades los hombres descubrirán el cuerpo (seccionado por la capota en dos mitades) de Alfonso de Portago, aristócrata español de 28 años, que pilotaba el vehículo, y su amigo y copiloto Gurner Nelson.
Tan solo quedaba por notar amargamente desde las páginas de los rotativos que las "Mille Miglia" habían asesinado por última vez, ya que la indignación del país no podría permitir que escenas semejantes se repitieran en el futuro.
Los días de las carreras en ruta habían tocado a su fin.

Mirando atrás es obvio concluir que don Alfonso Cabeza de Vaca y Leighton, decimoséptimo marqués de Portago, era un loco, que corría desesperadamente hacia una muerte violenta con una mueca en el rostro y un cigarrillo en la comisura de los labios. Pero mientras vivió, uno tan solo se sentía inclinado a admirar su fe orgullosa en el derecho de todos los hombres a jugar a los dados de manera que les viniese en gana, a envidiar la emoción que experimentaba y a suponer de él que solo podía vivir de esta forma. Los más prudentes y los mas ancianos sabían que aquello no rea posible, pero unos lo respetaban por lo gallardo de su tentativa; otros, en cambio, gustaban de su falta de ataduras, de su valor, de su instinto.
"Si muriera mañana", observó Portago en fecha próxima a su fin, "no habré dejado de vivir 28 años maravillosos".
Hasta que le llegó en que tuvo que declararse vencido, fue posible creer que un hombre podía vivir de la forma en que él lo hacía, sin temor a sus consecuencias. O, quizá, sería mas cierto decir que uno quería creerlo y apostaba fervientemente por Portago en su permanente desafío de las leyes que los dioses habían dictado.
Era un tipo gallardo de 1,80 de estatura, y osamenta proporcionada, impregnado todo él de una especie de magnetismo animal y de una arrogancia que no dejaba indiferente a las mujeres. Sus mujeres, las mujeres de Portago, estaban consideradas todas ellas auténticas bellezas y solían ser cuando menos 5 o mas años mayores que él.
Sus compañeros de profesión decían de él que era tenaz y temerario, y se sentían algo temerosos de su presencia en las competiciones porque nadie había deseado, como él, ser campeón del mundo, nadie era mas intrépido que Portago y nadie se atrevía a intentar lo que él intentaba en todo momento y ocasión. Había irrumpido en su mundo de manera bien resuelta y en menos de tres temporadas se había convertido en la personalidad mas conocida del ambiente automovilístico aunque no fuera ni con mucho el mejor de sus pilotos.
A los ojos de los campeones de bobsleigh aparecía como un fenómeno, a causa de su habilidad para guiar un ingenio de media tonelada sobre las pistas heladas de competición, que le había llevado a dos dedos de arrebatar una medalla en los Juegos
Olímpicos de invierno de 1956; los mismos hombres que se había burlado de su ineptitud una semana antes. Su irrupción en este deporte había sido sonada: al perder el control de su ingenio en una peligrosa curva y salir catapultado a 100 Km/h. Ante ello Portago tuvo que admitir que solo había entrenado dos o tres veces en Suiza antes de que se decidiera a adquirir un par de bobs a 1000 dólares la pieza y reclutara a unos cuantos de sus primos en Madrid e inscribiera un equipo en los Juegos en nombre de España.
Una semana mas tarde era lo bastante bueno para obtener un cuarto puesto; lo que no dejó de ser una amarga desilusión para Portago al perder, por 17 centésimas de segundo la que hubiera sido la única medalla española.
Para los periodistas, Portago era una mina de oro.
A los 17 años había volado con un aeroplano prestado por debajo de un puente para ganar una apuesta. Mas tarde llegó a ser considerado el mejor jinete de obstáculos aficionado del mundo y en la última fase de su carrera automovilística escapó ileso a algunos de los accidentes mas espectaculares de su época.
Como si Portago no le echara suficiente condimento a su vida, los periodistas llamaron la atención sobre el hecho de que su estilo personal era una especie de tradición familiar. Sus antepasados habían contribuido a la reconquista contra los árabes y después se habían hecho a la mar hacía el nuevo mundo. Uno de ellos, Núñez Cabeza de Vaca, habiendo naufragado en las costas de Florida en 1528, condujo su pequeña tropa a través de territorios desconocidos hasta alcanzar las colonias españolas en Mejico. Una epopeya que tardo ocho años en consumar. El propio padre de Portago durante la guerra civil había sido capaz de hundir un submarino republicano, llevando una bomba a nado.
Portago era cortés con los periodistas y se desenvolvía con desparpajo en cuatro lenguas. Tenía también un porte curiosamente amable y modesto. La relación de sus hazañas provenían siempre de los demás y nunca de si mismo; por el contrario, cuando alguien hablaba de ellas parecía sentirse embarazado y poco dispuesto a dar detalles.
Semana tras semana arriesgaba su vida. Era una necesidad que trataba de explicar asegurando que en los momentos de peligro todos los nervios de su cuerpo parecían tener vida propia, estar alerta de todas las sensaciones sonoras visuales y olfativas que le rodeaban.
Pero su pasión por la velocidad era algo mas que la búsqueda de la emoción. "Un hombre tiene que encontrar aquello que puede hacer bien" insistía. "No solamente bien intrínsecamente, sino en relación a como lo hacen los demás. Y yo puedo conducir tan bien como cualquiera de ellos" Predijo que ganaría el campeonato del mundo para cuando cumpliera los 30; y, entonces, antes de llegar a los 35, dejaría de correr.
¿Y después de eso, que?
"No se", me respondió nerviosamente. "Siempre hay donde elegir"
A Portago le interesaba la política y había llegado al extremo de confesar a algunos de sus íntimos que con su nombre, posición y título de campeón del mundo podía aspirar a un puesto en el gobierno español.
"Lo malo que tiene la vida", observó en cierta ocasión, "es que es demasiado corta; aunque yo naturalmente, no pienso pasarme el resto de mis día conduciendo coches de carreras"
Llevaba una larga cabellera negra que le montaba por encima de las orejas. Con frecuencia se presentaba al público sin afeitar y con evidentes huellas de haber estado trabajando en el foso todo el día.
No era un hombre preocupado por la ostentación. Tenía las cejas negras y ojos negros de una profundidad llameante. Fumaba sin descanso y solía vestirse de negro. Para muchos era la imagen de un pirata misterioso, un pirata que hablaba inglés con acento culto y ligeramente britanizado.
No siempre se comportaba con la misma seriedad. En una ocasión le pregunté dónde había conocido a su esposa, una rubia americana.
"Uno no se encuentra con una chica americana", me replicó con una sonrisa. "Es ella la que busca a uno"
El papel de aristócrata español se le hacía un tanto cómico, pero en ocasiones no desdeñaba la oportunidad de serlo.
Aquel año, 1957, último de su vida, se venía saliendo de pista con frecuencia. Harry Schell, compañero de profesión e íntimo amigo suyo, le advirtió que se mataría si seguía arriesgándose de esa manera. Nelson, su coequipier en la carrera en la que ambos se mataron, predijo que Portago no viviría hasta los treinta: "Cada vez que vuelve de una carrera lo hace con el morro aplastado de apartar a otros coches de su camino a 200 Km/h.
Pero Portago se veía cada vez mas cerca del título de campeón del mundo y hacía caso omiso de tanto consejo. Pasó un invierno agotador corriendo en Argentina, Nassau, Cuba y Florida. Finalmente volvió a Europa.
Se escribieron docenas de artículos sobre su persona. El propio Portago llegó a escribir uno de ellos en el que calificaba las pruebas automovilísticas como de un vicio como otro cualquiera. El hombre que lo tenía ya no podía deshacerse de él.
Los periódicos dieron buena cuenta de su amistad con la actriz Linda Christian. Ella había afirmado que Portago se divorciaría y contraería matrimonio con ella. Nadie le dio ningún crédito: había habido otras muchas mujeres antes que ella.
Pasó Abril y los primeros días de Mayo.
Portago no quería tomar parte en las Mil Millas. En primer lugar, porque no le gustaban las carreras largas y además, porque últimamente venían asaltándole negros presentimientos de los que no podía desembarazarse. Hizo un desmayado intento por eludir su participación pero la Ferrari reclamó su presencia alegando estar falta de pilotos.
Portago optó por encogerse de hombros y acceder después de dejar varias cartas poniendo en orden su vida. En una de ellas observaba que su "próxima muerte" podía muy bien ser el próximo domingo.
Pasó el viernes y el sábado. Los presentimientos de Portago debieron haber ganado intensidad, puesto que no resistió la tentación de confiarlos a varios amigos. Reservó billetes para Montecarlo donde debía correr el siguiente fin de semana, como si con los billetes en su bolsillo, se sintiera mas seguro con su vida.
A medianoche del 12 de Mayo empezaron las Mil Millas, con salida a intervalos de un minuto de los primeros coches, los mas pequeños. Era de madrugada cuando Portago y Nelson llegaron a la línea de salida. En medio de aquella excitación Portago parecía recuperar su presencia de ánimo. Eran 301 vehículos inscritos en la prueba, que en aquellos momentos formaban ya una fila interminable en ruta hacia Roma. ¿Por qué él entre tantos tenía que ser el marcado por el destino?
Tenía que conducir un Ferrari de 3,8 litros, con el número 531 pintado a ambos lados de la carrocería. Como su turno se iba aproximando, se puso al volante, dio la llava de contacto para ir calentando el motor mientras Nelson ocupaba su puesto junto a él. El coche que le precedía arrancó y Portago dirigió su Ferrari a la rampa de salida. A la señal de partida salió a la carretera cambiando rápidamente de velocidad sintiendo la potencia de la gran máquina sumisa.
En aquellos instantes, en la misma medida en que la carrera hacía revivir en él viejas emociones, volvió sin duda a creerse inmortal. Se concentró en acelerar, frenar, cambiar de velocidades. La muerte no podría alcanzarle. Él era demasiado rápido para ello.
Portago no hubiera completado jamás las Mil Millas y su recorrido le era apenas mas familiar de lo que pudiera serlo para cualquier turista que hubiera estudiado su trayectoria en un mapa. Para vencer sería preciso que apurara el margen de seguridad de sus acciones unas décimas mas que sus adversarios. Atravesó como una exalación Verona y Vicenza. A media mañana el Adriático surgió ante sus ojos como una luz azul resplandeciente. Por ahora estaba llevando bien la carrera; con un poco de suerte aquella podría ser una carrera ganada a lo gran campeón.
Después del control de Pescara la carrera se iba hacia el oeste en dirección a los Apeninos y Roma. Portago iba muy bien clasificado. Había pasado a muchos coches que habían salido antes que él y no ignoraba que estaba haciendo un buen tiempo. Escaló los Apeninos sin dar punto de reposo a su coche. Iba en cuarto lugar, a solo un minuto y teinta segundos de Taruffi, probable vencedor. El camino bajaba hacia Roma y se le ofreció una vista de la ciudad en un amasijo de torres e iglesias, de ruinas monumentales. Portago debió sentirse tremendamente en armonía con todo lo que le rodeaba. Tenía algo bello y veloz entre las manos y el amor en su punto de destino.
Entre la multitud congregada al paso de la carrera en Roma, Linda Christian le hizo una señal con la mano a su paso. Entonces Portago hizo algo que no parecía propio de él. Detuvo el coche en una crispación de frenos y un remolino de polvo; y cuando Linda llegó a su lado, la atrajo hacia sí y la besó mientras le murmuraba algo a su oído.
Pérdida de segundos inapreciables; qizas un minuto habría pasado antes de que el bólido recobrara su velocidad. ¿Por qué se detendría, él precisamente que ansiaba vencer por encima de todas las cosas? ¿Por qué perder unos segundos, que en pasadas ediciones, habían significado la diferencia entre la victoria y la derrota?
Podría haberse tratado de un gesto de cara a la galería, pues Portago siempre fue consciente de su público. O quizás un sexto sentido la había indicado que aquel último beso era demasiado precioso para despreciarlo.
Miss Christian le dijo adiós con la mano hasta que su figura se perdió en el horizonte. Un silencio repentino llenó el aire A lo largo del camino los tilos estaban el flor. Sus pétalos revoloteaban en su caída.
El coche de Portago enfiló al norte hacia Guidizzollo.
Otra vez en terreno montañoso, escaló la fragmentada espina dorsal de Italia, voló a través de los sinuosos desfiladeros de Futa y Raticosa, hasta que por fin el camino volvió a ser descendiente. Corría hacia Bolonia a través de una campiña fértil faltádole escasamente unos 300 Km para el fin de la carrera y con una parada de avituallamiento prevista para todos los Ferrari. En el punto indicado detuvo el coche y salió de él de un salto. Los macánicos de la casa se agolparon ante su coche comprobando el gas, los neumáticos...
"¿En que lugar voy?"
"Quinto"
"¿A que diferencia?"
Se lo dijeron. Solo unos segundos: y dos de los coches que iban delante parecían en dificultades. Posiblemente no acabarían.
Ya había repostado. Un mecánico cubierto de sudor y grasa, salía retorciéndose de debajo de su auto. "Miren esto", gritó, enseñándoles algo. "El árbol que aguanta la rueda delantera izquierda está roto, y el neumático roza contra el chasis"
"Toqué una acera", explicó Portago impaciente.
Había cubierto ya más de las tres cuartas partes de la carrera. Había dejado atrás las amenazadoras montañas y apenas le quedaban dos horas al volante para concluir la carrera. Ante él se extendía una llanura tan plana que casi se podía divisra desde allí los Alpes.
El neumático aguantaría siempre aguantaban. El mismo se había encontrado en este caso muchas veces.
"No tenemos tiempo ahora de arreglarlo", dijo, y volvió a sentarse ante el volante. El tubo de escape retumbó y su Ferrari saltó de nuevo a la carretera.
Y así atravesó el valle bañado de sol. En Parma rebasó al Ferrari averiado de Peter Collins, inmóvil junto a la carretera y se colocó en cuarto lugar. A la altura de Cremona se puso tercero al superar el tiempo de Gendebien. ¿A que distancia se hallaban los restantes? Atravesó Mantua como una tromba, enfilando el tramo en que la carretera se vuelve hacia el norte como si se tratara del codo de un brazo femenino que hace su peinado.
Momentos mas tarde cruzó el puente angosto a la entrada de Goito y, en la recta que sigue, pisó el acelerador a fondo. Ante él ya surgían las grises murallas de Guidizzollo, con la meta a menos de 50 Km.

Las "Mille Miglia" murieron con Portago de la misma forma que la Paris-Madrid muriera con Marcel Renault cincuenta y cuatro primaveras antes.
Al celebrarse su entierro en el panteón familiar de Madrid, hubo duelo en las cinco partes del mundo. Jean Behra, el corredor francés que había de morir también en una carrera, dijo: "Solo los que permanecen inactivos viven sin riesgo, pero ¿es que acaso no están muertos?"
Alfonso de Portago escribió "Quizás nosotros apreciamos mas la vida porque vivimos mas cerca de la muerte"


Extraido del libro "The international Grnad Prix book of Motor Racing" de Michael Frewin publicado en 1965; compendio de múltiples relatos anécdotas comentadas y escritas por gente de la época como Enzo Ferrari, Colin Chapman, Jim Clark, Denis Jenkinson, Mike Hawthorn.... por 1000 míseras ptas en el mercado de San Antonio de BCN
A veces me alegro de que el futbol siga mandando....
Un saludo


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"And now, Alain is commanding the race on the second position" Murray Walker
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Ayrton
mensaje Aug 31 2000, 02:22 PM
Publicado: #15


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Javier: solo una palabra...¡SUBLIME!


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"...CUANDO TODO PASE, SERÁS OTRO, PERTENECERÁS A UNA CLASE DIFERENTE E INCOMPRENSIBLE DE HOMBRES, LA DE LOS QUE HAN CONDUCIDO UN FORMULA UNO..."
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Nano Saiz
mensaje Aug 31 2000, 03:36 PM
Publicado: #16


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Ya se que el "codigo de buena conducta" no lo recomienda, pero solo escribo esto para decir que topics así, son los que haces de esta pagina lo que es.

Impresionante. Gracias.
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David Plaza
mensaje Sep 1 2000, 05:31 AM
Publicado: #17


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Ayrton y Javi,me habeis dejado sin palabras.
Gracias!

Saludos


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.................
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Raspeix
mensaje Sep 1 2000, 05:37 AM
Publicado: #18


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Fantastico,esto si vale la pena leerlo.

GRACIAS.
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Fanfa
mensaje Sep 2 2000, 10:42 PM
Publicado: #19


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Creo que esto es digno de publicarse en la web y todo. Para que se deshagan de envidia los otros pilotos...
Eso, si habria que mirar lo de los derechos de autor si hay que ponerlo destro de esta web. Aunque a lo mejor se podria meter en un link de geocities o en una pagina personal...
Gracias por acercar esos grandes realtos a todos.
Saludos,


FANFA
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jesus
mensaje Sep 3 2000, 12:48 AM
Publicado: #20


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Se sale, tios.
Estos si que eran unos "venaos",y no nosotros,que con unas carreritas en un karting de mala muerte ya nos quedamos tan contentos.
Esto no puede ser, ya me ha entrado el mono.
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