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> IL GRAN SIGNOR DE GALLIATE
Servia
mensaje Mar 8 2001, 12:09 AM
Publicado: #21


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Ostras, con perdon, ojala todos los padres fuesen iguales, y todos los foristas, tambien......aunque hay muchos que ya lo son....

MUCHAS GRACIAS AYRTON, SE DEBE CAMBIAR EL AIRE PERO YA!!!!

PARA LA MEJOR FAMILIA DE F1

SALU2


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Pedro De La Rosa:

"NO HE VENIDO PARA HACER AMIGOS"

PARA LA MEJOR FAMILIA DE F1
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Arrabassada
mensaje Mar 8 2001, 12:53 AM
Publicado: #22


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Muy bueno, gracias.

Saludos,
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pirrol
mensaje Mar 9 2001, 12:31 AM
Publicado: #23


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Muy bueno. Muchas gracias.

Saludos.
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Barlow
mensaje Mar 19 2001, 05:08 PM
Publicado: #24


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Pablo de Villota
mensaje Mar 19 2001, 06:53 PM
Publicado: #25


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Ayrton, Podrías hacerme un favor, pues veo que estás muy documentado, y necesitaría saber que hay de verdad de su relación con las drogas pues estoy estudiando cosas sobre el doping en la competición. lo suyo no fue doping pero creo que 'descontrolaba' bastante.
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XVR
mensaje Mar 19 2001, 08:14 PM
Publicado: #26


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Con seguridad Ayrton tiene más documentación, pero hasta donde yo sé, Varzi era realmente adicto a la morfina (que es lo que se "estilaba" en aquella época...) lo cual en buena parte provocó su práctica "desaparición" de las carreras desde 1937 hasta su sorprendente regreso depués de la guerra.

Affermiamo che la magnificenza del mondo è estata arricchita da una nuova bellezza: la bellezza della velocitá


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??Affermiamo che la magnificenza del mondo è estata arricchita da una nuova bellezza: la bellezza della velocitá?
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Barlow
mensaje Mar 19 2001, 11:24 PM
Publicado: #27


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Supongo que ya la habreis visto pero por si acaso os pego el enlace, pasaros por esta pagina de Dennis A. David, es muy buena:

http://www.ddavid.com/formula1/index.htm

saludos
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Ayrton
mensaje Mar 20 2001, 09:04 PM
Publicado: #28


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Si, os puedo poner el relato desde el momento en que empieza con la morfina, pero pensad que solo está enfocado (mejor dicho, observado) desde el punto de vista deportivo, es decir, las horas y los días de vida fuera de las carreras son relatados por Alfred Neubauer, en relación con el director de carreras de la Auto-Union, que es donde estaba Varzi

En el año 1934 se anuncian nuevos coches de carreras alemanes en las competiciones internacionales; las saetas de plata de la Mercedes Benz y los peces de plata de la Auto-Union.
Ya tenemos coches en Alemania..., pero carecemos de conductores suficientemente fogueados en las pistas. Yo busco y traigo a mis filas a Caracciola y Manfred von Brauchistch, además del italiano Luigi Fagioli. En la Auto-Union cuentan con el larguirucho Hans Stuck como estrella. Su colega, el pequeño Momberger, no acaba de entendérselas bien con los largos coches con el motor detrás y lo mismo le ocurre al príncipe Leiningen. Por ello decide probar suerte con un hombre cuya fama brilla en toda Europa. Busca a un italiano: Achille Varzi.
Solamente su garantía anual asciende a ochenta mil marcos. Sin contar otros porcentajes, pluses y los gastos menores...
En el autódromo de Monza, cerca de Milan, tienen lugar en los primeros meses del año 1935 las pruebas de los nuevos coches y los nuevos corredores. En el distinguido hotel de Milan “Principe di Savoia” se han reunido los cuarteles generales de los hombres de la Mercedes y de la Auto-Union. El “Principe di Savoia” es un colosal cubo de piedra, lleno de estuco, cristal y terciopelo, y de todo lo que corresponde a un hotel tan fino...., incluida una nube de damas elegantes, que no son tan distinguidas en el fondo como en la apariencia.
En el hall se entremezclan confusamente corredores y directivos, muy en especial ahora, en la hora del almuerzo.


Acabo de sentarme para gozar de un tranquilo aperitivo cuando me convierto en testigo involuntario de un encuentro singular: el alto y delgado Hans Stuck, que más parece un diplomático que un corredor automovilista, forma grupo en medio del hall junto con su mujer Paula, no sé cuantas veces campeona de tenis, que escribe folletines para algunos periódicos berlineses; a su lado está un simpático muchacho, un tanto serio en su porte, con una cara varonil y despejada: se trata de un corredor nuevo, en el que los iniciados y también el público aficionado ponen grandes esperanzas: junto a este muchacho está su mujer.
Esta mujer es un verdadero sueño:alta, esbelta, rubia, con una boca maravillosa, agudos pómulos y unos ojos... Lo único que puedo decirles es que muy pocas veces en la vida he visto unos ojos femeninos tan seductores, tan tiernos, tan cambiantes e irisados como los suyos. Y conste que he mirado en el fondo de muchos ojos de mujer, pueden ustedes creerme. Esta mujer del joven corredor posee un asombroso parecido con Marlene Dietrich, pero es todavía más joven que ésta. Y las mismas bellísimas piernas, la misma fantástica figura ; la seducción en persona. Para decirlo en una palabra; una mujer que vuelve locos a todos los hombres.
En este momento queridos lectores, he de pedirles perdón una vez más y rogarles compresión para mi discreción y mi silencio. Excepto Varzi, todas las personas interesadas viven hoy todavía y por ello prefiero callar sus nombres verdaderos.
No quisiera romper en pedazos una porcelana que luego, quizá, no pueda volverse a componer. Soy gordo, sí, pero no soy ningún rinoceronte...
Así pues, llamaremos Peter al joven corredor, y Lil a la hermosa muchacha rubia. Los nombres, como ya he dicho, son ficticios. Pero todo el resto de lo que les voy a contar está tomado de la mismísima vida.
En este hermoso día de Marzo, pues, están reunidos Peter y Lil, Hans Stuck y su Paula junto con el atildado corredor y príncipe Hermann Lang zu Leiningen, en el vestíbulo del hotel, haciendo planes para la tarde.
En ese instante, la puerta giratoria da una vuelta en redondo y Achille Varzi, elegante, con un impecable terno cruzado, entra en el hotel. Con pasos rápidos, se encamina hacia el ascensor. Entonces descubre el pequeño grupo en mitad del vestíbulo y les dirige un saludo afectuoso con la mano.







Después veo como Varzi, cual si le hubiese herido una corriente eléctrica, se estremece y de detiene, fija y atónita la mirada. Sus ojos, por lo común fríos y llenos de dominio de si mismo, están ahora muy abiertos. Un temblor singular recorre su hermético rostro, sus brazos penden a lo largo del cuerpo, como tullidos. Yo sigo su mirada..., que está fija, como hipnotizada, sobre la hermosa y rubia mujer...
También Hans Stuck, Paula y los demás se han percatado del extraño comportamiento de Varzi. Durante un instante, creo percibir una enorme tensión entre ellos y el hombre que los contempla. Pero Varzi se rehace y vuelve a ser dueño de sí. Con la cara sonriente, en la que nada es posible notar ya, se acerca al grupo.
-Buenos días- dice, con voz suave y profunda-. ¿No quiere usted presentarme a esta encantadora dama, signor Stuck?
-¡Oh, signor Varzi, por favor! Esta es nuestra Lil... Pero si desea usted contarse entre el número de sus admiradores, deberá pedir la vez y colocarse muy detrás...
Lil no dice nada. Se limita a mirar a Varzi. Achille se inclina sobre su mano y dice con inimitable grandezza:
-Me consideraré muy feliz, señora, si puedo admirarla a usted desde el último puesto de esta cola.
Una breve y llameante mirada, y Varzi se encamina hacia el ascensor con pasos rápidos y elásticos.
Los demás reanudan al momento su charla sobre el programa de la tarde. Sólo Lil parece como abstraída, perdida en sus pensamientos. Sus miradas permanecen fijas en la puerta del ascensor, tras la cual desapareció Achille Varzi.






A comienzos de junio de 1935 truenan una vez más sobre Nürburg-Ring coches de carreras de todas clases. Los entrenamientos para la carrera de Eifel están en plena marcha. Manfred von Brauchitsch acaba de lograr una vuelta record sobre nuestro Mercedes de cuatro litros. Los caballeros de la Auto- Union ponen caras largas; saben que los buenos tiempos logrados en los entrenamientos significan buenos lugares para tomar la salida y que los buenos lugares para tomar la salida son ya la mitad de la victoria.
Él, por aquel entonces aún en ejercicio, director técnico Willy Walb, se lleva aparte a sus conductores Varzi y Stuck.



-Tenemos que recuperar lo perdido-dice-. Uno de ustedes debe intentar a toda costa mejorar el tiempo logrado por Brauchitsch.
-Cosa hecha- dice Varzi rápidamente, antes de que Stuck pueda replicar algo; luego cortando la conversación, da media vuelta y se dirige hacia su coche.
El largo Hans le sigue con la mirada, enojado. Los dos ases de la Auto-Union nunca han estado a partir un piñón. Cada uno anda siempre ojo avizor, intentando ponerle la zancadilla al otro y adelantarle.
Achille Varzi se dispone a subir a su coche cuando en el box se produce un alboroto de voces y risas. Acaban de entrar unos invitados. Son un muchacho ataviado con un limpio mono de conductor, cara atezada, y una encantadora joven con un ceñido traje de tela clara. Su rubio cabello deslumbra. Son Lil y Peter.
Varzi se detiene en seco. Mira fijamente a Lil, la rubia joven, a quien no puede olvidar desde aquel primer y fugaz encuentro en Milan. La joven, en la que Achille cree hallado de nuevo, al fin, aquella otra mujer rubia que es la meta de todos sus sueños y deseos desde los días de su adolescencia...
-¿Qué diablos le ocurre, Varzi?- pregunta Willy Walb, impaciente-. ¡Se ha quedado usted ahí parado, como un pasmarote! ¿Quiere usted arrancar de una vez?
Varzi se quita la gorra de un tirón y se la arroja a un mecánico, sin apartar la mirada de Lil.
-Lo he pensado mejor – dice-. Renuncio ... a favor del señor Stuck.
Luego saluda a Peter, y a continuación se inclina profundamente sobre la mano de Lil. Ella siente el roce cálido de sus labios ... un segundo más de lo que la convención social permite.
-Signora-dice-: me siento muy feliz por haberla vuelto a ver. ¿Qué la trae hasta nosotros? Un box de carreras no es el sitio más apropiado para una mujer como usted.
-Peter estaba empeñado en ver de cerca los nuevos automóviles de carreras-dice ella. Su voz tiene un sonido oscuro, casi un poco áspero-.¿Sabe usted? Se pasa noche y día soñando con poder conducir algún día un coche de Grand-Prix de la Mercedes o la Auto-Union.
-Bueno, ¿y por qué no ha de hacerlo? Su esposo no es un cualquiera. Déjeme ver; voy a procurar arreglar las cosas para







que pueda cumplir su deseo entre nosotros.- Y añade, pensativo-: Por favor, espérenme unos momentos.
Conversa brevemente con el director técnico Walb. Breve, viva y enérgicamente. Subraya cada una de sus palabras con ademanes secos y dominadores. Luego regresa.
-Todo arreglado Peter. Puede usted correr un par de vueltas de prueba con mi propio coche. Bajo una condición...
-¿Cuál es?
Una sonrisa apenas perceptible aflora al rostro de Varzi.
-Que, mientras tanto, me confiará usted a su encantadora esposa ... para tomar unas copas. Suponiendo , naturalmente, que la señora esté de acuerdo.
-Con mucho gusto, signore-dice Lil, que se despide de Peter con un gesto-. Hasta luego.
-¡Muchas gracias! – Peter se dirige, resplandeciente de júbilo, hacia el Auto-Union de carreras, color gris plateado.
Sólo Hans Stuck se queda mirando a Lil, perplejo, hasta que ella sube al blanco coupé de Varzi. Después se vuelve y da unos golpecitos en el hombro a Peter.
-¡Ten cuidado pequeño! Ese italiano te birlará tu mejor pieza delante de tus narices.
Durante un segundo, aflora en el interior de Peter un leve viso de celos. Pero después, cuando se encuentra sentado al volante de su “pez de plata”, parece como si una esponja le hubiese borrado de la mente todos los pensamientos acerca de Lil y de Achille. ¿Y la observación de Stuck? ¡Tonterías! La rivalidad entre el larguirucho Hans y Varzi es un secreto a voces en todos los boxes de carreras. Desde luego, no está nada bien el comportamiento de la Auto Union con un campeón automovilístico tan excepcional como Stuck. A fin de cuentas le han plantado al italiano delante de las narices, sin pedirle siquiera su opinión ...



Y Varzi triunfa en su primera carrera sobre un coche Auto-Union, en el Gran Premio de Tunez. Ocho días después, en el Gran Premio de Tripoli, Caracciola sólo puede batir al italiano, relegándole al segundo puesto, con mucho esfuerzo, y por la precaria ventaja del largo de un coche. Otras dos semanas después, Varzi ocupa un honroso tercer puesto en la carrera de Avus, en Berlin..., por delante de su rival Stuck.
Es un pequeño milagro. La mayoría de los corredores necesitan un año entero para dominar los coches de la Auto-Union, con el motor situado en la parte trasera, en contra de lo


acostumbrado, y que requieren una técnica de conducción muy especial. Varzi lo consigue a la primera.
Y también lo consigue con Lil...







A finales de junio de 1935, nos encontramos en Paris, en el Gran Premio de Francia. Sobre la ciudad del Sena pesa un calor sofocante. Nosotros nos dedicamos durante el día a las bebidas heladas y durante la noche a los flirts cálidos.
No vayan ustedes a pensar mal del viejo Neubauer... ¡aunque entonces no era tan viejo! Yo soy un marido como Dios manda y lo más que hago es echar una miradita, cuando mi mujer , Hansi, no se da cuenta ... o no quiere dársela.
Así, pues, flirteo sólo platónicamente, mientras bebo yo solito mi champaña en el “Tabarin” o el “Moulin Rouge” y envidio a las girls del “Folies Bergère”, que bailan en el escenario vestidas con la mínima expresión de ropa. ¡Qué estupendo ser corista ... con este bochorno! Vivimos en el hotel George V, que es uno de los hoteles más distinguidos de Paris. En él se dan cita, de riguroso incógnito, el principe de Gales y una tal mistress Simpson, divorciada y americana. En él fuma los cigarros de un Aga Khan el rey de la prensa, Hearst. En él brujulean detectives de hotel y aventureros de baja estofa. Y en medio de todos ellos se amontona el grupo de corredores, entre los que destacan el “diplomático en mono de corredor”, Hans Stuck, con su mujer Paula, que alterna la raqueta de tenis en la Riviera, la estilográfica en las redacciones de Berlin y el cronómetro en los boxes.
Paula recibe numerosas visitas en su habitación, durante estos días..., pero sobre todo, de cierta dama rubia. Y es que Lil también está allí, naturalmente. Habita junto con su marido Peter en otro hotel. Lil viene todos los días a ver a Paula, pero no se queda con ella mucho tiempo. Sólo un par de minutos, y enseguida se despide apresuradamente, Es extraño...
Una vez más, Lil está en la habitación de Paula. Lleva de la correa a Robby, su perro “skyterrier”. Y una vez más, se dispone a despedirse, transcurridos breves minutos. Pero esta vez, Paula le pone la mano sobre el brazo.
-Oye , Lil : ¿qué significan estas visitas relámpago? ¿Es que acaso necesitas ... una coartada?
-¿Cómo se te ocurre pensar semejante cosa?
-Mira,Lil, yo no me he caído de un guindo. Vienes a verme, hablas cinco minutos del calor que hace ... y desapareces por donde has venido. Pero no te vas del hotel, no ; bien sé yo a dónde te diriges después de haber estado conmigo : a la habitación 210 ... ¡Y también sé muy bien quien habita en ella!
Lil enrojece hasta la raíz del cabello.
-Bueno, ¿y qué hay de malo en ello? A veces visito al signor Varzi. Hemos trabado una sincera amistad.
-¿Y qué dice Peter?
-¿Peter? ¡Oh, ése sólo tiene ojos para sus coches! Por lo demás, si yo estoy en relación con el señor Varzi es por ayudar a Peter. Varzi es hombre de muchas y buenas influencias y cree que podría procurarle a Peter un contrato como corredor suplente en la Auto-Union ... Pero tengo un poco de prisa ; perdóname. Mañana volveré a verte.
Y diciendo esto, Lil manda un beso con la mano a Paula y se escabulle fuera del cuarto.
Aquella misma noche – lo recuerdo perfectamente - , el signor Varzi aparece en el comedor con una mano vendada. Yo no puedo reprimir una pequeña ironía punzante.
-Gran Maestro-digo-, dígame usted : ¿le ha mordido a usted un perro o ha sido quizá su dueña?
Varzi se limita a lanzarme una mirada glacial. No dice una sola palabra, pero sus ojos chispean. Y yo estoy seguro de saber lo suficiente, aunque en realidad sé muy poco. Si entonces hubiese sabido más, hubiese tomado el asunto más en serio; demasiado en serio como para permitirme chistes acerca de él...



En los días que siguen, se ve por doquiera juntos a Lil y Achille : en los boxes, en el bar, de paseo por el Bois de Boulogne. La gente comenta , susurra, chismorrea. La historia se extiende como un regero de pólvora. Muy pronto está enterado hasta el último mecánico de que dos personas se entienden a las mil maravillas.
Sólo hay una persona que parece no sospechar nada. Sólo una persona que no tiene en la cabeza otra cosa que sus carreras, sus tiempos, sus coches : Peter. No ve nada. ¿O quizá ... no quiere ver nada?
Cuatro semanas después, durante el Gran Premio de Alemania en Nürburg-Ring, todas las personas con rango y nombre conocido se han dado cita en el box de la Auto-Union; entre ellas están también Peter y Lil. El director técnico Walb


corre de un lado a otro con los cronómetros. Varzi se encuentra precisamente en la gran recta. De repente , un teléfono hace sonar su timbre estridente. Wald descuelga el auricular.
Todos los presentes enmudecen. Puede oírse con claridad una voz excitada: “¡Aquí el puesto de guardia de la “Cola de Golondrina”! ¡El coche de Varzi se ha salido de la pista y ha volcado!”
En ese mismo instante, un reloj cronometrador se estrella contra el suelo. Ha resbalado de las manos de Lil, mortalmente pálida. Lil se tambalea, casi se derrumba.
Hans Stuck se acerca a ella de un salto, la sostiene y la conduce hasta su silla.
“Corredor ileso – dicen desde el teléfono-. Coche con leves desperfectos.”
Lil se pasa la mano por los ojos.
-Gracias a Dios – mumura- . Gracias a Dios...
Walb grita sus órdenes a los cuatro vientos. Se sigue un verdadero tumulto. El box parece haberse convertido en un avispero. Pero en medio de la confusión, inmóvil, como petrificado, con la cara muy pálida..., está Peter. Ahora sabe lo que ocurre ...



Un día después, cuando va a darse la salida para la gran carrera, reina en los boxes de la Auto-Union una atmósfera extrañamente tensa, una tensión que se hace por momentos asfixiante. Stuck forma un círculo de aislamiento entorno a su empedernido rival Varzi. Peter , por su parte, rehuye el encuentro con éste. El director Walb está pálido y trémulo de nerviosismo. A buen seguro que padece un ataque de bilis. Sus nervios vibran como cuerdas.
El banderín de salida se abate. Toda la escuadra de coches se lanza adelante. Pero hay tres que no se mueven de su sitio: son Stuck..., Varzi... y Peter.
Hace ya rato que el grupo de corredores ha desaparecido tras la curva de Hatzenbach, cuando Varzi, Stuck y Peter se deciden por fin a emprender la carrera. Yo sacudo la cabeza.
En realidad, todo esto no debería sino beneficiarme y alegrarme, toda vez que indica que nuestros competidores no marchan como es debido. Pero la verdad, no me gusta que se me pongan las cosas tan sencillas y tan amargas a un mismo tiempo. Con los nervios de punta no se debe jamás subir a un coche de carreras. Tal cosa puede costar bastante más de lo que representa el amor de una mujer rubia...




Stuck llega a tiempo de enmendar su falta. Conduce como un demonio suelto y logra alzarse con un magnífico segundo puesto.
Pero hay dos corredores que ruedan detrás, con mucho retraso respecto al grueso de los demás coches. Están librando, por así decirlo , una especie de carrera privada, ruda, áspera, rabiosa. Y en ella olvidan las más elementales normas del arte de conducir. Cambian las velocidades a destiempo, frenan equivocadamente, destrozan el volante. Conducen pésima, miserablemente. Mucho tiempo detrás del vencedor, Nuvolari, entran ambos en la meta. Ocupan los puestos octavo y noveno. Estos dos corredores se llaman Achille Varzi y Peter ...



Aquella noche quedan dos sitios libres en la mesa, cuando la Auto-Union celebra una pequeña fiesta en honor de Hans Stuck. Varzi y Peter no han hecho acto de presencia. Ambos están sentados un par de kilómetros más allá, en una tranquila cervecería de Eifel, ante una botella de vino. Sus caras están serias y ceñudas.
-No tiene objeto alguno intentar encubrir la verdad ante sus ojos – dice Varzi-. Amo a Lil.
-Olvida usted que es todavía mi mujer-responde Peter fríamente.
-¿Cree usted acasi que el amor va unido incondicionalmente a un certificado de matrimonio?
-No. Pero existe algo que los ingleses llaman fairness. Y eso debería saberlo usted, precisamente por su condición de corredor.
Varzi levanta ambas manos.
-Créame usted, Peter, que la cosa no ha sido fácil ni simple tanto para Lil como para mí. Pero todo ha venido tan súbitamente, de modo tan arrollador e irresistible...
-¿Y ahora que espera usted, quizá, que yo ceda ante esa fuerza superior, no es verdad?¿Espera usted que yo haga el ingrato papel de perdedor magnánimo?
-Yo no espero nada en absoluto-dice Varzi-. Pero creo que usted mismo debería saber ya que Lil no está hecha para usted, que con el tiempo, entre ustedes sólo subsistirían una relación y unos lazos meramente convencionales.
Peter calla. Siente que por los labios de Varzi habla la verdad. Entre él y Lil, siempre se ha alzado algo como un muro. Incluso cuando se han hallado muy cerca el uno del otro, Peter ha sentido que Lil estaba muy lejos, en una lejanía inalcanzable


para él. Ha intentado todo lo humanamente posible para penetrar hasta el fondo de Lil en esos momentos. Pero la misma Lil no ha sido capaz de dar una respuesta, de hallar una explicación para su absoluta falta de interés, para su extraña frialdad, para este muro que se alza entre ella y su marido...
Peter apaga su cigarrillo contra el cenicero.
-Bien-dice con voz ronca-.Dejo en libertad a Lil poruqe la quiero. Y porque espero que junto a usted halle la felicidad con la que sueña, esa felicidad que yo, por lo visto , he sido incapaz de darle...
Se levanta y abandona la estancia oscura y llena de humo de la hostería, sin tornar la cabeza siquiera. Afuera sopla un viento frío. Sobre las cumbres de Hohen Acht se condensa lentamente un muro de negras nubes. Huele a tierra mojada.
Seis semanas después, Peter y Lil se divorcian.
Peter permanece impasible. Nadie es capaz de inferir lo que ocurre en su alma, de adivinar que algo muy importante se ha hecho añicos en su interior: el primer amor de su vida. Pero a los coches de carreras es imposible engañarles. Los coches son con frecuencia más perspicaces y sensibles que las personas. Y así sucede que Peter no consigue un solo éxito en todo este año. Conduce distraído, sin concentrarse, con el corazón agobiado.
En una sola ocasión consigue un tercer puesto: es en el Gran Premio de Italia. En esta carrera, Peter alterna con otro joven corredor cuyo nombre es aún desconocido. Este corredor se llama Bernd Rosemeyer.










¿Quién es realmente esta Lil?, preguntarán ustedes. Saben ya todos, sí, que es muy bonita, que es la tentación personificada, que no hay hombre que pase a su lado sin volver la cabeza. Pero probablemente desearán saber también de dónde ha salido esa tal Lil, como encontró a Peter y si es una vamp desalmada o una mujer hambrienta de vida y de aventura.
Pues bien: Lil proviene de una magnífica familia. Nada , absolutamente nada insólito, puede contarse de su juventud. Pero cuando la muchachita Lil empieza a desarrollarse, va despojándose poco a poco de los velos burgueses y sensatos.


Con gran asombro del mundo que la rodea, aparece de repente como una flor de fantástica belleza, en plena lozanía. La señora mamá, que repite hasta la saciedad: “Los hombres sólo sirven para mimar y perder a las mujeres”, conduce a su lindísima hija, harto tempranamente, hasta los brazos del marido, según su criterio, ideal: es un rico comerciante de Francfort.
Lil, con diecisiete años recién cumplidos, no puede aprender junto a él lo que es el amor. Tiene, sí, un lujoso abrigo de martas cibelinas, una casa no menos lujosa en el bel-étage, cocinera y una vida cómoda y desahogada. Pero se queda sola con demasiada frecuencia... El marido emprende constantemente viajes de negocios; le trae muchos regalos, pero también el olor de un perfume extraño. Estas escapadas no hieren el orgullo de Lil, pero sí su necesidad de limpieza y pulcritud...
Y de ese modo, Lil tiene mucho tiempo, muchísimo aburrimiento, una constante nostalgia de algo indeterminado que fuese capaz de dar un contenido a su vida. ¿De amor quizá?


Una tarde se halla Lil sentada en la ventana del restaurante del aeropuerto. Afuera rugen los motores de potentes automóviles. Va a dar comienzo una carrera en la pista del aeropuerto.
El muchacho que se sienta en la mesa contigua, vestido con el blanco mono de conductor, cara larga y delgada y ojos alegres y chispeantes, tiene la mirada fija en Lil. Lil contesta esta mirada. Pero en ese mismo instante siente que enrojece hasta la raíz del cabello, esquiva los ojos del otro, hace una señal al camarero para pagar y marcharse de allí.
Pero todo sucede rápidamente. El joven, esbelto y alto, se planta a su lado.
-¿Me permite usted ,señora?- Y a pesar de las protestas de ella, se sienta a la mesa, junto a ella. Y se presenta : Charly Jellen, corredor automovilista, de Viena...
Un mes después, Lil consigue el divorcio. El asunto se resuelve con prontitud y discreción. El marido acepta sobre sí la culpa; en definitiva, quién comenzó fue él...
Jellen es elegante, buen conversador y toma la vida harto a la ligera. Ama a Lil... a su modo. Pero ama mucho más aún a sus carreras.¿Matrimonio?¡Ni por pienso! Lil, a su lado, se torna más madura, más femenina. Pero sigue buscando sosiego, recato, paz interior. Sigue buscando un hombre íntegro que posea comprensión y seriedad, que no sea sólo un muchacho encantador y egoísta...




¿Quizás ... un hombre como Peter? Peter es amigo de Jellen, y corredor automovilista por afición. Aunque es aún joven, Peter es sereno, equilibrado, dueño de sí. Es, también, hombre acaudalado, y proviene de una buena familia. Su nombre se cotiza muy alto en los círculos profesionales y entre el público aficionado a las carreras, y aparece en los periódicos con mucha frecuencia. Peter ofrece a Lil una profunda y respetuosa admiración, que se convierte pronto en auténtico amor.
Y Peter se casa con Lil. Jellen permanece impasible. Para él, Lil ha sido una linda compañera con la que se podía salir, para lucirla al lado y presumir con ella. Pero para casarse es preciso algo más que un amorío.
¿Y no ha sido acaso algo más? Jellen no habla jamás a nadie de este asunto. Pero desde su despedida de Lil ya no es el mismo de antes, al menos como corredor. Conduce distraído, sin concentrarse. Tres meses más tarde, durante unos entrenamientos en el Forstenrieder Park de Munich, pierde el dominio del volante y se estrella contra un árbol. Jellen está muerto.


Lil olvida pronto el dolor. Junto a Peter, penetra por vez primera, y conoce a fondo, el mundo de los corredores automovilistas. Departe con los ases, con las “estrellas” de la Mercedes, de la Auto-Union y la Alfa. Trata al silencioso Caracciola, al encantador Hans Stuck, al colérico Manfred von Brauchitsch. Escucha los cumplidos y galanterías del galante francés Louis Chiron, y se deja cortejar por el príncipe Leiningen.
Todos estos hombres asedian a la rubia y grácil mujer de los ojos seductores, a la mujer que tiene un algo indefinible en la voz, en todos sus movimientos. Y las miradas codiciosas de los hombres arden dentro de Lil. Y despiertan en ella un inmenso, un peligroso deseo que exige satisfacción inmediata.
Así es Lil cuando se tropieza un buen día con Achille Varzi, el gran señor del volante, que anda como un príncipe, rodeado de una comitiva de aduladores, admiradores, amigos y sirvientes;un hombre en torno al cual se expande el atractivo hálito de la lejanía, del gran mundo, del hombre famoso. Un hombre que promete mucho más de lo que puede ofrecer Peter, el silencioso, modesto y joven corredor suplente...
El amor de Lil embruja a Varzi, el grave y taciturno Varzi. Experimenta una irrepetible embriaguez de sentimientos que todo lo arrolla. Y parece superarse a sí mismo, agigantarse. En este año 1935, Varzi es el conductor que más éxitos consigue para la Auto-Union. Gana dos Grandes Premios, y entra segundo


en otra ocasión y tercero en otra más. Es mejor, incluso, que el conductor “puntero” Hans Stuck.
Varzi y Lil viven juntos. El la colma de regalos: un abrigo de nutrias, pendientes de brillantes, vestidos elegantísimos cortados por los mejores modistos de Roma. Le regala también un Packard americano, blanco como la nieve. La lleva consigo a todas sus carreras, a los mejores hoteles internacionales. Y si alguna rara vez no están juntos, le envía telegramas, cartas urgentes, la telefonea dos y tres veces cada día...
Yo he conocido una porción de hombres enamorados y sé que su sentido de la responsabilidad se halla notoriamente disminuido en tal estado de ánimo. Pero lo que ocurre entre Achille y Lil, es algo insólito, sin posible comparación.
Todo ello me causa pena y tristeza por otra mujer: Sofía, la antigua amiga de Varzi, una mujer que hubiese merecido harto mejor suerte, y que en estos últimos meses se enjuga el llanto secreta, pero constantemente. Y al mismo tiempo, sin embargo, admiro a Sofía. No deja que trascienda al exterior nada de cuánto sufre. Apenas se la ve en los boxes de Achille, como antaño..., y no obstante, sigue todas sus carreras, con los nervios en tensión, desde cualquier punto ignorado de las tribunas. Tiene que ceder el paso a la extranjera del Norte, de la que emana un peligro inconcreto, pero certísimo, para Achille. Sofía lo presiente con el seguro instinto de la mujer enamorada. Pero nunca habla una palabra acerca de ello. AL contrario: en una ocasión, incluso, puedo presenciar cómo esta noble y generosa mujer defiende a la rubia Lil, pide comprensión para con ella...
Y es que todos están en contra de Lil: los amigos de Varzi, su secretario, sus mecánicos ... y también su familia. Todos temen que esta inquieta y desasosegada Lil ejerza una influencia perniciosa sobre Varzi. Pero Varzi se muestra sordo ante todos los consejos y reconvenciones...







Ya hemos dejado atrás la primera carrera de la temporada de 1936, el “carrusel de las brujas”, como llaman al Premio de Monaco. Ha ganado Caraccciola. Tras de él, ha habido una acerbada lucha entre Varzi y Stuck para lograr el segundo puesto. Y Varzi ha decidido esta lucha a su favor. Y ahora todos tenemos la vista fija en Trípoli, en la carrera de los millones que


se desarrolla en torno al lago salitroso de El Mellaha. En Trípoli se dan cita dos continentes: Africa y Europa. Por un lado, anchos bulevares, cines , cafés, las fachadas cegadoramente blancas de los edificios oficiales de la administración italiana, que por su pomposo estilo son verdaderos palacios. Por otro lado, los sombríos bazares del barrio indígena, el olor de los fonduchos y de los melones maduros, la batahola de los vendedores, el monótono canturreo de los almuédanos desde las terrazas de los minaretes, el balanceo de los pacientes dromedarios tirando de los carrillos rebosantes de dátiles. En una ancha avenida destaca la pomposa deciración del hotel Uaddanm construido en estilo orientalista, con arcos en herradura, delicadas columnas, suelos de mosaico, interminables y frescos corredores y fuentes de taza de los cuatro patios.





Lil se despereza en la playa, satisfecha y feliz, sobre la arena abrasadora.
Mas... ¿es cierto esto? Posee ahora aquel gran mundo con el que siempre soñó: Paris...,Niza..., Roma...,Tripoli. Vive rodeada de lujo, no conoce preocupaciones de ningún género. Varzi lee en sus miradas el más pequeño de sus deseos. Y sin embargo ... , también ahora, ahora que ella cree vivir junto a Varzi el gran amor de su vida, hay un resto, un último rincón que permanece sin colmar. Una pregunta que taladra y punza, que le agobia en las horas vacías de la noche, hasta la madrugada: ¿será capaz de retener junto a sí de modo duradero a este hombre, a Achille Varzi?
¿Acaso no tiene él también esta mirada inquisitiva que tuvieron todos los demás, su primer marido, Jellen después, luego Peter? ¿No ha planteado él las mismas preguntas que ya plantearon los otros? Queda y cuidadosamente, sí; pero la misma pregunta que la desespera a ella , que la deja desconcertada.
¿Qué es eso por lo que los hombres preguntan e inquieren: alma, sentimientos, pasión? ¿Por qué no ha de poder ella encontrar nunca la paz, el sosiego, el recato y el amor pleno y colmado? ¿Por qué ha de chocar siempre de modo exclusivo, o con el deseo o con el odio de los demás? Y ... si Varzi deja algún día de desearla... ¿acaso la odiará también lo mismo que los otros?
Lil siente un escalofrío bajo el sol ardiente. Siente que las lágrimas le suben hasta los ojos.¿Por qué todo ha de huir de su



vida, como esta arena que resbala entre sus dedos? Jellen...,Peter...,y ahora... ¿También Achille?
No...No debe consentirlo. Tiene que hallar un medio para retener junto a sí a Achille, para mantener esta embriaguez siempre, siempre...
En ese mismo instante , Lil intenta defenderse de un pensamiento súbito que aflora en su mente. Pero el pensamiento se aferra; habla de un medio que sólo ella conoce, que pertenece a sus secretos más íntimos, que nadie hasta hoy ha podido descubrir.
Lil no oye los quedos pasos que se acercan por la arena. Y se sobresalta cuando siente que una fría mano se posa sobre su desnudo hombro.
-¡Achille!- Su voz suena como un sollozo.
-Carissima mia...¿Qué te ocurre?
El besa tiernamente sus cabellos. Y ella, entonces, le ciñe el cuello con los brazos.
-Dime, amor mío:¿eres feliz conmigo?
Achille frunce la frente.
-¿Por qué me lo preguntas?
-¡Respóndeme primero!
-Si-dice él-.Soy feliz.-Y añade una vez más, cual si temiese que ella pudiese percibir la duda en el fondo de su voz-: Muy feliz...
Ella le atrae hacia sí y oculta la cara en su hombro, para que él no vea sus lágrimas. Siente, sabe que él...ha mentido.
Y se lo agradece desde el fondo de su corazón.




El Gran Premio de Tripoli de 1936 resulta una carrera para la Auto-Union; una carrera entre Hans Stuck y Achille Varzi, los eternos rivales.
Hans Stuck tiene su día irresistible. Supera a todos, hasta a Achille Varzi. En este día glorioso hace enmudecer a las lenguas malignas que afirman que él ya está viejo y pasado. El larguirucho Hans sonríe, radiante, cuando cruza a más de 170 kilómetros por hora por delante de los boxes y de la imponente y recia tribuna de hormigón. A buen seguro que se refocila ya pensando en la segura victoria y en el banquete conmemorable.
Pero he aquí que desde hace dos o tres vueltas, el doctor Feuereissen le enseña una y otra vez el banderín verde. Esto en el lenguaje cifrado de la Auto-Union, que yo, naturalmente, me conozco de memoria, significa: “aminorar la marcha”.
¡Ajá!; quieren calcularlo todo perfectamente. Pero hay una


cosa que no deja de sorprenderme: desde estas últimas tres o cuatro vueltas al circuito, Varzi se ha ido aproximando más y más a Stuck, ha ido recuperando metro tras metro, segundo tras segundo.
Es singular...¿Por qué el nuevo director técnico de carreras de la Auto-Union, doctor Feuereissen, no le advierte de ningún modo a Hans Stuck? En mi interior brota una maligna sospecha...
Ultima vuelta: mil metros antes de llegar a la meta, el confiado y tranquilo Stuck sufre un terrible sobresalto: en su espejo retrovisor ve surgir el morro de un coche plateado, que se acerca a fantástica velocidad. ¡Es Varzi!
Hans Stuck se da inmediata cuenta de su posición desesperada. No podrá acelerar a su coche, que rueda a velocidad atemperada, con el tiempo suficiente para desbordar al contrincante, que gana terreno por segundos.




Y Achille Varzi cruza la meta dos décimas de segundo delante de Hans Stuck, ganando así por tercera vez-primer corredor automovilista del mundo en realizar tal hazaña- el Gran Premio de Tripoli.
Hans Stuck rueda lentamente hasta los boxes. Está pálido de ira. Sus ojos relampaguean. Sus labios son dos finas rayas blancas.
-¡Es una villanía!-barbota, cuando su mecánico Fritzel Matthey le ayuda a salir del coche-. ¡Ese maldito italiano traicionero ha desobedecido todas las consignas, y me ha robado la victoria!
-No, señor Stuck-dice Matthey-.Varzi no ha sido culpable de nada.
-¿Cómo que no? ¡El me ha adelantado..., aunque Feuerissen le había ordenado que fuese más despacio!
-Está usted en un error-dice Fritzel-.Yo lo he visto perfectamente bien; el doctor Feuereissen le ha enseñado a usted el banderín verde, y al señor Varzi...el encarnado.
El director técnico doctor Feuereissen esquiva las miradas de Hans Stuck cuando éste, pocos minutos después, exige una explicación de lo sucedido. Antes de responder, saca parsimoniosamente un cigarrillo.
-Mi querido Stuck..., todo esto tiene su intríngulis. Créame que a mí me resulta en extremo desagradable. Pero tenía órdenes e indicaciones muy precisas y estrictas...
-¿De quién? ¿Quizá del Korpsführer Hühnlein?


-Oh, no, no...Ese infeliz no pintaba nada en este asunto.
-Feuereissen lanza una cautelosa mirada en torno, para convencerse de que no hay nadie que pueda escucharles-.No; las órdenes vienen de muy arriba. Ribbentrop y demás... ¿Comprende usted?
-¡Ni una palabra!-grita Stuck-. ¡Déjese de misterios de una vez! ¡Quiero saber quién me ha robado esta victoria!
-¡Psss! ¡No grite usted tanto!
El director coge del brazo a Stuck y se lo lleva unos pasos fuera del box, donde tiene la seguridad de que nadie podrá oirles.
-Escuche usted bien: es deseo de ciertos órganos alemanes e italianos, que en las carreras celebradas en Italia venza siempre, en la medida de lo posible, un corredor italiano...aunque conduzca un automóvil alemán.
Stuck arroja al suelo con furia la rueda del volante, que llevaba en las manos.
-¡Claro! ¡Aceite para suavizar el eje Roma-Berlín! ¡Qué asco!...




Por la noche estamos todos invitados al banquete de honor en el palacio del gobernador, mariscal Italo Balbo. Parece un cuento de “Las mil y una noches”. Fachadas morunas, blancas de cal, lindas azoteas, puertas de arco y columnas se alzan como una filigrana que enmarcase el sedoso cielo estrellado. Suelos de mármol pulido reflejan la luz de las velas y antorchas. En el atrio descubierto, bajo el cielo, innumerables rayos de luz subterránea iluminan con maravillosa transparencia una limpísima alberca. Dentro de ella nadan diez, veinte ninfas, muchachitas deliciosamente formadas, desnudos los cuerpos juveniles en el agua verde y luminosa. Arabes sobre graciosos caballos blancos montan la guardia de honor. En sus puños destellan los alfilados alfanjes.
En la enorme mesa, con forma de herradura, han tomado asiento ciento cincuenta invitados: corredores automovilistas, directores de las fábricas, diplomáticos, oficiales, funcionarios del partido fascista, acompañados todos de sus esposas...La crema de la joven colonia.
En la presidencia se sienta el mariscal Balbo, con uniforme de gala y la testa robusta de un condottiero romano. Golpea su vaso. El confuso murmullo de voces y risas se calma en un instante. La voz del mariscal suena suave y melodiosa cuando dice:


-¡Levanto mi copa por el triunfador de hoy!
Y alza su vaso. Pero no se dirige hacia Varzi, que está sentado delante de él; se inclina hacia... Hans Stuck, acomodado a su derecha.
El silencio que sigue es de pasmo casi penoso. Veo cómo el rostro de Varzi se contrae, cómo sus manos se cierran convulsivamente en torno a la copa de champaña. Stuck carraspea, confuso y aturdido.
-Señor gobernador..., se trata de una equivocación...El triunfador no soy yo..., sino el que está allí sentado.
Y al decir esto señala con el dedo hacia Varzi.
Balbo sonríe significativamente. Y luego dice, con voz tan alta y clara que todo el mundo puede escucharle:
-Mi querido señor Stuck, yo sé muy bien quién ha ganado esta carrera...Y sé también por qué mi compatriota, el señor Varzi, tenía que cruzar primero la línea de meta. Pero yo bebo en honor del verdadero vencedor de Tripoli...
Durante unos segundos reina todavía un profundo silencio. Y en medio de ese silencio se oye claramente el rugido de un vaso hecho añicos.
Instantes más tarde, Achille Varzi ha desaparecido.
La fiesta prosigue hasta el amanecer. Corren sin tasa el champaña, la ginebra, el whisky, el ardiente vino italiano. Bebemos y bailamos entre palmeras y estrellas. Y nos olvidamos de los tiempos y los cronómetros,de los records de las vueltas, de las tablas comparativas y el rugido de los motores.
En aquella noche, sin embargo, sucede algo que ninguno de nosotros hubiésemos podido ni soñar por aquel entonces. En aquella noche comienza la tragedia de Achille Varzi. El mismo ha contado después a sus más íntimos amigos la historia de esta noche trágica.




Varzi está tendido en la cama. Dos profundos pliegues surcan su cara, terriblemente pálida. EL sudor perla su frente, el cabello está revuelto. Se agita de un lado a otro, inquieto. Confusa y dolorosamente, gira la rueda de molino de sus pensamientos.
El ha luchado honradamente, no ha sospechado nada de este sucio juego de convenios tras los bastidores, de la secreta dirección de la carrera. Él fue el primero en sorprenderse al ver que Stuck aminoraba repentinamente la marcha. El ha vencido de buena fe. Y ahora tiene que soportar que le espeten en su propia cara, delante de la gente, que esta victoria ha sido una


cosa convenida de antemano, una estafa, una falsificación...
Lil pasa su mano por la frente de Achille.
-No pienses tanto, Achille – dice en voz queda -. Intenta dormir.
-¿Dormir? ¿Ahora? ¿Cómo puedes decir semejante cosa? – gime él -. ¡Me estalla la cabeza!
-Tranquilízate , cariño. Anda, ven. ¿Quieres que te dé alguna tableta?
-¿Tabletas? Esas porquerías no me sirven para nada...-Gime y se cubre la cara con ambas manos.
Lil le contempla largamente. Siente compasión, y también algo más: una leve desesperación, y un pensamiento que no abandona su mente desde hace algunos días, desde aquella mañana en la playa... Es el pensamiento en un medio que ya le ha proporcionado a ella, muchas veces, la paz y el reposo, que le ha quitado todos los dolores del cuerpo, acallado su ardiente nostalgia e incluso ofrecido alguna vez una maravillosa embriaguez de sonidos y colores. ¿No proporcionará quizás este mismo remedio la paz y el descanso al hombre amado, no le quitará los dolores y le ofrecerá una embriaguez que posiblemente mantenga en él su amor hacia ella?
Lil coge su bolso y saca una caja plana de metal. Después se inclina sobre Achille.
-Yo sé de un remedio que te serviría de mucho...
-A ver, enseñámelo.
Y los ojos de Varzi se desorbitan cuando ve una ampolla de vidrio en la mano de Lil y lee la etiqueta. De un respingo se incorpora en el lecho.
-¿Morfina? ¡Lil..., por amor de Dios! ¿Cómo has llegado hasta ello?
Ella se encoge de hombros.
-Durante un padecimiento de los riñones me la dieron en la clínica en un par de ocasiones. Me ayudó a vencer los dolores. Y también me ha ayudado después...
-¿Después?¿Cuándo?
Ella abate la cabeza.
-Siempre estaba sola, solitaria, desesperada, hastiada. Me ha aliviado muchísimo. También a ti te aliviará, Achille. Créeme.
El la mira fijamente, abatido, sin saber qué hacer. Luego dice, jadeando:
-Pero...eso es veneno. ¡Eso perjudica!







Ella sonríe amargamente.
-Todo es veneno...También lo son tus eternos cigarrillos, tu imprescindible y constante café.¿Y acaso vas a sostener que las carreras automovilísticas son buenas para el sistema nervioso?¿Por qué no hemos de aliviarnos y hacernos un poco más fácil la vida? Si se emplea con cuidado, no puede perjudicar. Yo la empleo sólo de vez en cuando...
El no responde. Se deja caer sobre la almohada y cierra los ojos. Pero no puede conciliar el sueño. La sangre martillea sus sienes. La figura de Balbo se yergue continuamente ante sus ojos, deformada en grotesca caricatura...
Al fin se incorpora con un grito, bañado en sudor. Lil sigue sentada a su lado, pero ahora parece alegre, tranquila, aliviada. Sus pupilas están extrañamente dilatadas, su piel reluce como el nácar. Achille ve en su mano una pequeña jeringuilla de inyecciones. Lil le sonríe.
-Bien...¿No quieres probarlo tú también?
El se derrumba hacia atrás, gimiendo. Luego tiende hacia ella el brazo desnudo.
-Ven...-dice con voz ronca-.Todo es igual. Sólo quiero descansar..., descansar...





Han transcurrido ocho días desde la carrera de Tripoli, y de nuevo rugen los motores en Africa del Norte. Se corre ahora el Gran Premio de Tunez de 1936.
Un sol abrasador cae a plomo sobre el asfalto. El viento arremolina la sutil arena del desierto, nubla la vista a los corredores y acarrea como consecuencia bielas fundidas, neumáticos destrozados y carburadores al rojo vivo. De los once coches que toman la salida, pronto quedan solamente seis en competición. Achille Varzi va en primer lugar, delante del Benjamín de los conductores de la Auto-Union, Bernd Rosemeyer.
Varzi conduce como un loco. El frío calculador, el experto táctico han desaparecido.El, que siempre se mantiene a la reserva, que conduce a la expectativa de lo que haga el resto de los competidores, se lanza desde el primer momento a la cabeza. Quiere ganar a cualquier precio. Quiere vengar la humillación de Tripoli.
Corre la vuelta número catorce. Varzi se dirige hacia una amplia curva. No quita el pie del acelerador ni un solo milímetro.



El “Pez de plata” se lanza hacia ella a doscientos veinte kilómetros por hora.
De repente azota la pista una ráfaga de viento marino. Su latigazo cae sobre el coche con furia y le lanza fuera del circuito, literalmente. Desesperado, Varzi gira el volante en sentido contrario, pisa el freno... Todo en vano: el coche patina, se cruza en la calzada, da una vuelta de campana y finalmente cae de nuevo sobre las cuatro ruedas. Rueda unos metros más, fuera ya de la pista y se detiene al fin en mitad de un campo de cactus.
Durante unos instantes, Varzi se queda atontado, conmocionado. Después abandona trabajosamente el coche. Todo da vueltas ante sus ojos. Se tambalea. Los sanitarios le cogen en brazos y le llevan hasta el box, tendiéndole sobre una camilla.
El doctor Gläser está ya dispuesto y reconoce a Varzi. No encuentra ninguna lesión externa. Achille Varzi tiembla con todo su cuerpo pese al calor. El cigarrillo se le escapa de entre los dedos.
-Es sólo un shock- dice el doctor Gläser a Bignami, el mecánico de Varzi-.Llévenle al hotel. El descanso es la mejor medicina.




Y de nuevo no puede Achille conciliar el sueño. Inquieto, se agita en la cama, bajo el ondeante mosquitero. Todo su cuerpo está empapado de sudor. Ante sus ojos danza un confuso tropel de imágenes: coches en llamas, cuerpos lanzados al aire, gritos de gente que huye llena de pánico ante la embestida de su coche desbocado...
En la cama, junto a él , se sienta Lil, que cubre la frente de Varzi con compresas frías.
-¿Quieres beber alguna cosa?-pregunta ella.
El sacude la cabeza y reflexiona un instante; después, busca y coge la mano de Lil.
-Ven , anda... –dice en voz queda-. Se buena y ponme una de aquellas inyecciones de Tripoli. Me alivió tanto entonces...
Una imprescindible sonrisa juguetea en los labios de Lil cuando, sin decir palabra, saca de su bolso la caja plana de metal, quiebra el cuello de una ampolla de vidrio y traslada el líquido acuoso de una jeringuilla. Después, Varzi siente el leve pinchazo, cuando la aguja penetra en su muslo. Minutos más tarde, se incorpora. Sus ojos resplandecen, sus facciones están aliviadas, casi jubilosas; sus ademanes son ligeros y elásticos.



-Me siento como si hubiese vuelto a nacer-dice-.Este remedio es mucho mejor que cualquier otra cosa... Pero dime, Lil, ¿cómo puedes conseguirlo, cómo te haces con las inyecciones? Yo creía que estaba severamente prohibido.
-Eso no es problema...mientras se tenga suficiente dinero.
-¡Bah, si no se trata más que de eso...!-Varzi saca unos cuantos billetes de mil liras y se los tiende a Lil-.Anda, sé buena y ocúpate de adquirir un pequeño acopio, para nuestro botiquín casero, podríamos decir...
Lil le mira gravemente. En su interior aflora una sensación de inquietud y desagrado.
-Querido, no olvides que este producto puede convertirse en peligroso si se abusa de él...
El ríe despreocupado.
-¡Bah, qué tontería! ¡Peligroso! Lil, no pienses que voy a convertirme en un morfinómano. Y por una pizca de morfina, usada de vez en cuando, no creo que nadie vaya a morirse.
La risa de él resuena aún en sus oídos cuando Lil se tiende al lado de Achille y escucha su respiración con los ojos abiertos.
“El veneno le ha aliviado, piensa ella. Le ha quitado los dolores y le ha dado una borrachera nueva, una embriaguez que él no conocía hasta hoy. “¿Me guardará gratitud por ello? ¿Me seguirá amando en el futuro, para siempre?”







En el curso de las siguientes semanas hay algo en Varzi que nos choca a todos. Su cara ha experimentado un cambio. Sus rasgos, acusados y firmes hasta entonces, se han tornado blandos y borrosos, el cabello cuelga revuelto sobre la frente, la raya de los pantalones ha desaparecido. En ocasiones, incluso las camisas de este hombre tan pulcro y cuidado están sucias y manchadas.
Y poco a poco, el gran taciturno se convierte en un charlatán voluble y vacío. Habla mucho, y habla tonterías. A veces se empeña en convertirse en el centro de una reunión, y luego vuelve a sumirse en una torpe letargia.
¿Qué ha ocurrido dentro del italiano?, se preguntan todos cuantos le conocen. Caprichos de “divo”, piensan unos. Ya no necesita la profesión, opinan otros. La culpa la tiene esa hechicera rubia, afirman los terceros. Nadie conoce la verdad.
Varzi ya no conduce con su antiguo dominio de sí, con su acostumbrada serenidad reflexiva. Parece distraído, casi indiferente. Agota el motor, malgasta los frenos, parece fatigado y nervioso.
Su estrella comienza a palidecer. En el Gran Premio de España, el corredor Ernst von Delius ocupa el lugar de Varzi, aquejado de inoportuna enfermedad. En la carrera de Eifel, Varzi sólo consigue un séptimo lugar. En Budapest logra el tercero, contra unos competidores francamente débiles. En el Gran Premio de Alemania se anuncia: “Hasse tomará la salida en lugar de Varzi”. En la Copa Ciano, de Livorno, Varzi abandona antes de tiempo.
Después, en el terreno de las carreras, se nos ofrece en primer lugar la Copa Acerbo, en Pescara. El rapidísimo y peligroso circuito parece creado especialmente para Varzi. Dos veces ha vencido ya en esta carrera. La última fue el pasado año..., y delante de Rosemeyer.
Faltan apenas ocho días para la carrera. Pero Varzi ha desaparecido. No responde a las cartas ni a los telegramas, nunca está cuando se le llama por teléfono.
El director técnico, doctor Feuereissen, ruega al doctor Jakob Gläser que vaya a Zwickau, al cuartel general de la Auto-Union.
-Mi querido doctor-dice Feuereissen-, tiene usted que ayudarnos. Hay algo en Varzi que no marcha como es debido. Vaya usted a verle, reconózcale minuciosamente, sobre todo el corazón y los riñones e infórmenos si puede o no puede participar en carreras de competición.
-Bien. Así lo haré.¿Dónde puedo encontrarle?
-Si yo lo supiese, créame que me sentiría mucho mejor que ahora. Tendrá que hacer usted de detective. Tiene usted plenos poderes. Coja usted el avión, el tren, el barco o el automóvil..., lo que necesite. Los gastos corren de cuenta nuestra. Quiero sólo una cosa: ¡encuentre usted a Varzi!
El doctor Gläser es más que un médico capaz de curar heridas o piernas rotas. Posee un sexto sentido para los padecimientos y dolencias que no se curan con píldoras o esparadrapo. Sabe mirar también en el fondo de las almas humanas,de las almas de quienes ha de cuidar. Por ello acepta sobre sí el encargo del doctor Feuereissen; porque presiente que se halla en la pista de una tragedia humana, y espera poder ayudar en algo.






El doctor Gläser se dirige a Galliate, a casa de los padres de Varzi. El padre se encoge tristemente de hombros.
-Hace unos meses que no hemos vuelto a ver a Achille. Pruebe usted en Milan, en su casa...
Y allá va a Milan el doctor Gläser. Pero la casa de Varzi está cerrada a cal y canto y nadie abre a sus llamadas.
El doctor Gläser va a ver al signor Ricordi. El sinor Ricordi es el representante en Italia de la Auto-Union, y conoce hasta el más reciente chisme entre los bastidores del mundillo de las carreras automovilísticas.
-¡Hum!... – El señor Ricordi lanza contra el techo el humo de un enorme habano-. Achille podría hallarse en Roma. Ha alquilado allí, hace poco tiempo, una espléndida quinta...
El doctor Gläser se dirige a Roma. Villa Francesco se alza muy por encima de la Ciudad Eterna. Tiene esbeltas columnas de mármol, vestidas de hiedra, y una amplia terraza desde la que puede atisbarse, allá en la lejanía, el mar.
El doctor tiende su tarjeta a un criado ataviado con librea guarnecida de oro.
-Tenga la bondad de anunciarme al señor Varzi.
El criado examina al médico desconfiadamente, antes de desaparecer tras de una pesada puerta de doble hoja. Pasa bastante tiempo hasta que regresa.
-El signor Varzi le ruega que pase.
En medio de la amplia estancia hay un ancho sofá, encima del cual yace un hombre ataviado con una bata de seda y teniendo entre los labios una larga boquilla vacía; en torno a él, cuatro, cinco mozalbetes, vestidos como unos dandys, con fijador en el pelo y recortados bigotitos. Cuando el doctor Gläser entra en la sala, enmudecen sus risotadas.
El hombre del batín se levanta. El doctor Gläser contempla su cara fofa, de piel amarillenta, los ojos hundidos y sin brillo. Es Achille Varzi.
Con ambos brazos abiertos, Varzi se dirige ya hacia el doctor y le abraza según la costumbre meridional.
-¡Mi querido doctor, qué alegría volverle a ver! Espero que se quedará usted algunos días, como invitado mío, naturalmente. ¿Qué hay de nuevo por la Auto-Union? ¡Cuénteme usted, por favor!
“¡Qué extraño!, piensa el doctor. Tan parco antes en palabras, casi seco, y hoy se excede Varzi en su amabilidad. Y este ambiente, estos señoritos, este perfume dulzón en el aire...”






Con breve decisión, el doctor Gläser va directamente al motivo de su visita.
-Signor Varzi, ¿podría hablar con usted a solas? De manera principal, me trae aquí un cometido oficial.
-Pero, por favor, señor doctor, ¿por qué tanta prisa? ¿No puede esperar hasta mañana un asunto oficial? ¡Aproveche usted un poco su estancia en Roma!
-Signor Varzi, le ruego que no me haga más difícil todavía mi cometido. He venido hasta Roma comisionado por el director Feuereissen, con objeto de reconocerle a usted y comprobar su estado y capacidad para tomar parte en la carrera de Pescara.
Varzi frunce la frente, sombrío. Después, con un gesto imperioso, hace salir de la habitación a los perfumados dandys.
Cuando están solos, pregunta Varzi:
-¿Qué diablos significa ese ridículo reconocimiento médico? ¿Creen los señores de Zwickau que no me encuentro en forma? ¿Qué me he vuelto viejo o estoy enfermo?
-No, pero con excesiva frecuencia ha faltado usted a los entrenamientos y a las carreras señor Varzi. Y se tiene la impresión de que su salud no está en un momento óptimo.
Varzi está a punto de estallar, pero se domina y hace un gesto disciplente con la mano.
-Es una completa necedad lo que piensan esos caballeros. Nunca me he sentido tan bien como ahora. Pero si no hay más remedio, vaya usted a buscar sus herramientas de trabajo.
El doctor Gläser somete a Varzi a un reconocimiento largo y minucioso. Ausculta el corazón y los pulmones, mide la presión sanguínea, examina los reflejos, busca síntomas de enfermedades ocultas.
-Perfecto-dice por último-. Orgánicamente , no le encuentro defecto alguno.
Aquella misma noche remite su informe a la Auto-Union. El doctor Gläser no quiere ser más explícito acerca del contenido de este informe ni tan siquiera hoy, transcurridos más de veinte años. Pero hay personas que recuerdan todavía, desde entonces, que en aquel informe de reconocimiento médico se hablaba de algo así como una “extraña mutación” , en Varzi, un cambio esencial en su personalidad, para el cual el médico carecía por el momento de explicación...





De todos modos..., Varzi toma la salida en la Copa Acerbo y sólo consigue un tercer puesto en una carrera que parece


creada para él y en la que, además, no ha tomado parte ningún competidor verdaderamente serio. Y nadie, persona alguna puede explicarse este hundimiento singular del magnífico corredor, su terrible cambio...





Dos días antes del Gran Premio de Suiza, en Berna, el día 22 de agosto de 1936, no hay una sola bañera libre en el Hotel Bellevue. Se ha convertido en la Meca de los corredores automovilistas de todo el mundo: de Alemania, de Italia, de Francia, Inglaterra y los Estados Unidos.
El comienzo de los entrenamientos ha sido fijado a las nueve de la mañana. Todos los corredores de la Auto-Union están preparados a la hora en punto: la nueva “estrella” en ascensión en el cielo de las carreras, el rubio Bernd Rosemeyer; el experto Hans Stuck y el benjamín de la escuadra, el sajón Rudi Hasse. Sólo un hombre llega con casi una hora de retraso, alegre ,despreocupado, como si no le importase un comino la carrera y cuanto a ella pudiera referirse: es Achille Varzi.
Con un encogimiento de hombros, rechaza los reproches que le dirige el director técnico doctor Feuereissen. Con gesto disciplente sube al coche y rueda un par de vueltas con no menor indiferencia.
Apenas se halla Varzi sobre la pista, el doctor Feuereissen deja la supervisión de los entrenamientos en manos de su segundo y manda venir a su coche.
-Al hotel Bellevue-ordena-. ¡A toda velocidad!
El doctor Feuereissen es bien conocido en el Hotel Bellevue. El conserje no tiene nada que oponer cuando el director de carreras de la Auto-Union exige la llave de la habitación de Varzi. Pero al mirar el llavero dice:
-Por lo visto, la señora está todavía en la habitación. ¿Quiere usted que le anuncie, doctor?
Feuereissen sacude la cabeza.
-No,no, déjelo usted; la señora ya espera mi visita.-Y ya una vez en el ascensor, murmura-: Esto me viene de perilla.
Momentos después, el doctor Feuereissen se halla frente a la habitación de Varzi. Aspira profundamente el aire y luego llama con los nudillos y penetra en el cuarto sin esperar invitación alguna para hacerlo.
Lil está de pie ante el tocador. Lleva un kimono color burdeos, que hace resaltar más aún el rubio ceniza de su cabello. Cuando Feuereissen entra, se sobresalta visiblemente. El


doctor observa, sorprendido, cómo la joven cubre rápidamente con un paño un recipiente que no ha alcanzado a distinguir.
¡Oh! ¡Es usted, señor doctor! – dice, intentando sonreír-. Ha entrado usted de manera tan brusca...
-Perdone usted, señora, que no me haya comportado en esta ocasión con la corrección debida. Pero necesito hablar con usted urgentemente. Se trata de Achille. Su conducta en los últimos meses me resulta incomprensible. Ya no se somete a nuestras disposiciones, falta a las carreras, no es puntual en los entrenamientos. No sé cómo explicarme todo esto.
-¿Y cree usted que yo podría darle esa explicación que busca?-pregunta Lil.
-Sí, eso creo. Nadie tan cercano a Varzi como usted.
Lil reflexiona unos instantes. Después dice simplemente:
-Todas las personas tenemos alguna época de nuestra vida en la que no gozamos de óptima salud. También en Achille debe usted comprender y disculpar esto. Por lo demás, no crea que a él le resulta agradable. Los constantes roces y rivalidades con Stuck, el mal trago de Trípoli..., todo esto deja sus huellas.
-Me temo que no sea esto sólo lo que le halla cambiado así. Opino que Varzi debería atender un poco a sus nervios. Renunciar un tanto al café y a los cigarrillos..., y también, perdóneme usted, llevar una vida un poco más sensata y ordenada.




Feuereissen espera una fulminante y agria respuesta. A la vida que lleva Varzi se ha expresado con suficiente claridad. Pero cosa extraña, la rubia Lil no reacciona. Feuereissen cree percibir un temblor de angustia en sus pupilas. ¿Por qué mirará una y otra vez hacia ese recipiente cubierto con el paño?
Con repentina decisión, el doctor Feuereissen se acerca a la mesa y aparta el paño de un tirón. En el aire se eleva una nubecilla por el vapor... A sus espaldas oye un grito apenas sofocado. Y entonces reconoce lo que había bajo el paño: un pequeño hornillo eléctrico, con agua caliente, y dentro de ella una jeringuilla de inyecciones. Junto al recipiente , semioculta, yace una ampolla vacía y una caja plana de metal.
-¿Qué significa esto, por amor de Dios?- pregunta Feuereissen consternado. Luego lee la etiqueta que ciñe la ampolla de vidrio-. ¡Ah..., morfina! Ahora lo comprendo todo.
-¡Cómo se atreve usted! – grita Lil llena de rabia y de espanto-. ¡Esos objetos no le importan a usted! ¡No tiene usted



el menor derecho a meter las narices en mi vida privada o a enterarse de si...!
-Hay un pequeño error- dice el doctor Feuereissen con fría ira-. Desgraciadamente , su vida privada está ligada íntimamente a un corredor de mi empresa. De no ser así, naturalmente, me importaría muy poco el que usted fuese morfinómana u otra cosa cualquiera. Pero desde que he visto aquí toda esa basura, he comprendido prefectamente lo que ocurre con Varzi.
¡Y esto traerá sus consecuencias!
Lil palidece mortalmente.
-¿Quiere usted decir con esto que ...?
-¡Que el señor Varzi conducirá por última vez para nuestra firma muy en breve! Más aún: ¡se le debería retirar la licencia de conductor!
Los brazos de Lil caen a lo largo de su cuerpo, sin fuerzas.
-¡Pero usted no puede aniquilar de este modo su existencia!
Feuereissen la observa lleno de desprecio.
-La existencia de Varzi la ha aniquilado precisamente quien le ha proporcionado el veneno. ¡Tenga usted esto muy en cuenta!
Apenas ha abandonado Feuereissen el hotel, cuando Varzi regresa de los entrenamientos. Lil está tendida sobre el revuelto lecho, sollonzando. Entre las lágrimas convulsas, le cuenta la visita de Feuereissen, le dice que Feuereissen está enterado de todo y que ha amenazado con graves consecuencias.
-¡ Malditos metomentodo! ¡Estoy harto..., hasta más arriba de la coronilla! ¡Ya no aguanto más este eterno espionaje: quiénes son mis amigos, a qué mujer amo, cuándo me meto en la cama, dónde vivo, si estoy sano o no...! ¡ Ya les voy a demostrar que un Achille Varzi sabe lo que es conducir un coche de carreras...con morfina o sin ella!




Y se lo demuestra, en verdad. La carrera por el Gran Premio de Suiza, celebrada dos días después, es un duelo entre Bernd Rosemeyer, sobre Auto-Union, y Rudolf Caracciola, sobre Mercedes Benz. Durante muchas vueltas, ambos luchan sin cuartel por el primer puesto.
Bernd Rosemeyer, el fabuloso muchacho que en 1937 habría de ganar casi todas las carreras automovilistas, cruza vencedor la línea de meta. Pero tras él, cincuenta segundos después, llega un hombre lanzado como un diablo; un hombre


con el que nadie había contado. Conduce con la cara contraída por el esfuerzo y el dolor, se aferra de modo temerario al volante, y mantiene hasta la meta un seguro segundo puesto. Es Achille Varzi.
Sin embargo..., es sólo un postrer destello antes del apagarse definitivo.







El año 1936 camina hacia su fin. Yo he vuelto a cambiar mi puesto en los boxes de carreras por mi mesa de despacho en Untertürkheim. Durante el invierno que se avecina es preciso organizar sobre nuevas bases la sección de carreras. Hay que preparar a fondo la próxima temporada. Se renuevan los contratos con los conductores.
A propósito de contratos: llega hasta mis oídos, naturalmente, que la Auto-Union renuncia en el futuro a los servicios de Achille Varzi. Yo lo siento por el hombre que parece loco perdido por su rubia Lil y que no es capaz de abandonar la morfina, según saben todos los iniciados en el secreto.
Avanza el año 1937. Se celebran las primeras carreras. De Achille Varzi no se tiene la menor noticia. Pero un buen día volverá a aparecer, extrañamente cambiado...
Entre tanto han ocurrido muchas cosas. Cosas sobre las que prefiero callar, porque, lo repito una vez más, yo soy un director de carreras, no un espía de ojo en cerradura.
Pero hay doncellas y camareros, amigos buenos y no tan buenos, hay secretarios, mecánicos y merodeadores que oyen crecer un tallo de hierba. Y todos ellos hablan acerca de las cosas que ustedes acaban de leer y también sobre otras muchas que leerán a continuación.
Varzi vive sumido en una embriaguez de colores que sólo él ve, y de sonidos que sólo él escucha. Carece de preocupaciones. Las aparta a todas con un solo golpe de mano. El terrible veneno le hace creerse muy por encima de los demás hombres y de las miserias de la vida diaria. En la borrachera de la morfina cree él cernerse por encima de todos y de todo lo que antaño fue su mundo. Nada le interesa ya, ni sus amigos más íntimos, ni su familia, ni su buen nombre, ni su orgullo, aquella ambición que le empujó un día a ser uno de los grandes de las carreras automovilistas.
Pero a las horas de la embriaguez siguen horas del


agotamiento, del tormento, del desasosiego. Y cada día se torna mayor la necesidad de hacer uso de la morfina, y las inyecciones se suceden con frecuencia creciente. Y con creciente frecuencia, también, se suceden las disensiones entre Achille y Lil.
Varzi ha dejado su piso en Milán. Teme que le recuerde días pasados y más dichosos. Después alquila para Lil y para sí un apartemento en el Hotel Cavour.
Una mañana, Lil y Achille están tomando el desayuno. El está sin afeitar y el cabello le cuelga, enmarañado, sobre la frente. Los ojos están sumidos en las cuencas. Lil le tiende una carta. Las manos de Achille tiemblan cuando rasga el sobre.
-¿Algo importante?-pregunta Lil, cuando ve cómo los rasgos de él se contraen con súbita tensión.
-Es de Canestrini...;ya sabes quién es, el periodista deportivo-dice él.
Sigue leyendo. Pero de repente barbota una maldición,arruga la carta y le arroja a un rincón.
-¡Este idiota! ¡Ya podría meter las narices en su propia basura y dejarme en paz a mí!
-¡Pero si Canestrini ha sido siempre amigo tuyo, Achille! –dice ella con leve reproche en la voz. Y recogiendo la carta, la alisa con las manos y lee:



“Mi querido Achille...No se haga usted ilusiones. El camino que ha elegido usted no tiene final si no se da media vuelta inmediatamente.”
“¿Cree usted seriamente que una firma comercial o una escuadra de carreras podría firmar un contrato con usted, mientras sepan las circunstancias en que se encuentra actualmente?”
“Yo se lo suplico, como amigo suyo que soy: olvídese de todo. Quiero decir verdaderamente : de todo. Y procure usted volver a encontrar el antiguo autodominio y control de sí mismo que ha perdido ahora...”


Las letras danzan ante los ojos de ella. La carta ha herido su corazón. ¿Por qué acentúa Canestrini, tan significativamente, este “todo”?¿Acaso no se refiere solamente a la morfina, sino también ... a ella misma? Se acerca a Varzi por detrás y pone su mano sobre el hombro de él.
Cariño mío, Canestrini tiene razón. Te has acostumbrado demasiado al uso de la morfina. Tenemos que cortar esto como sea. Anda, vamos a ver a un médico...


Varzi prorrumpe en una risa airada.
-¡Ahora me vienes con buenos consejos!¡Tú, que eres la culpable de todo!
Lil palidece. Su mano se aferra convulsa al respaldo de la silla.
-Pero, Achille..., Entonces aquel día, yo sólo quise ayudarte, y eso es lo que quiero ahora también. Yo te quiero...
-¡Tu amor puede irse al mismo diablo! ¡Tu maldito amor no me ha traído más que desgracias!-barbota él,mientras salta de la silla y alza la mano, como si se dispusiese a pegar a Lil. Después corre hacia la puerta y la cierra violentamente tras de sí.
Lil se queda inmóvil, como petrificada. Aprieta el pañuelo sobre sus labios, para no gritar. Sobre sus mejillas corren las lágrimas sin fin.







Muchas , muchas semanas después, sucede algo acerca de lo cual todos nosotros hablamos todavía hoy con asombro y estupefacción, pero también llenos de respeto hacia el hombre que fue capaz de erguirse contra un destino del cual él era sólo a medias culpable.
Estamos en septiembre de 1937. La escuadra de la Auto-Union ha plantado su cuartel general en Livorno. Dentro de breves días darán comienzo los entrenamientos para el Gran Premio de Italia.
El director técnico doctor Feuereissen está sentado con Bernd Rosemeyer , la joven y deslumbrante estrella del deporte automovilista, tomando un zumo de naranja en el bar del hotel, cuando un botones le entrega una tarjeta de visita. Feuereissen lee, se sorprende y la tiende luego a Rosemeyer.
-Achille Varzi murmura el rubio Bernd-. Los muertos resucitan...
Este Varzi que momentos después está ante ellos, es un hombre envejecido; sus cabellos se han tornado grises y su rostro aparece surcado por profundas arrugas, que dan testimonio de amargas experiencias. Pero sus movimientos son de nuevo comedidos y dueños de sí, como antaño.
Se habla de cien cosas diversas. Al cabo, dice Varzi de pronto, tranquilo y sosegado:
–Doctor Feuereissen , sé muy bien los disgustos que le he dado en otro tiempo, y quisiera ahora pedirle perdón por ello,


aunque sea un poco tarde. Pero hoy quisiera pedirle una cosa:
confíeme usted nuevamente un coche de carreras. Déjeme usted correr, doctor. ¡Se lo suplico de todo corazón!
Feuereissen bebe un sorbo de su zumo de naranja.
-Mi querido Varzi, no se enfade usted; pero, ¿ quién me I garantiza que no vamos a empezar otra vez con la mlsma hisaria?
-Entonces –dice Varzi-, yo estaba bajo el influjo de una droga. Esto ya lo sabe usted... Pero en el tiempo transcurrido me he sometido voluntariamente a una cura de deshabituaci6n. También me he separado de Lil. Ella está ahora en una clínica, en Suiza.
-¡Ah¡¿Sí? Vaya, créame que me alegro de oír esto. Pero... ha pasado mucho tiempo desde que usted participó por última vez en una carrera. Casi un año entero. ¿ Se le podrá confiar a usted sin más ni más un automóvil Grand-Prix?
-¡Oh, sí... , por supuesto! – Varzi alza ambas manos, con gesto casi suplicante-. Hace un par de semanas he tomado parte en una pequeña carrera, el Gran Premio de San Remo. Y he vencido. Sé que estoy de nuevo en forma. ¡Por favor, ayúdeme!
-Bernd Rosemeyer carraspea. Es un viejo rival del italiano, pero siente una extraña simpatía por este hombre cuyo estilo de conducir se asemeja tanto al suyo propio.
-Ande, doctor, déjele decidir a su corazón –dice Bernd-.
Varzi se merece más que otro cualquiera el que se le dé una oportunidad como Dios manda...
Feuereissen inclina la cabeza.
-Muy bien –dice-. Probaremos otra vez. Yo no soy un ser inhumano.
Aquel mismo día, Achille Varzi suscribe un contrato por el que se compromete a tomar parte en las tres últimas carreras de la temporada 1937, con la Auto-Union : en Livorno, para el Gran Premio de Italia; en Brünn, sobre el circuito Masaryk, y en Inglaterra, en la carrera de Donington-Park.
Los entrenamientos para el Gran Premio de Italia en Livorno traen consigo una noticia sensacional; ha resucitado un hombre a quien todos habían creído muerto desde tiempo atrás: Achille Varzi. Y este Varzi, a quien nadie quería confiar un coche de carreras, logra un record tras otro en las vueltas de entrenamiento. Es más rápido que Stuck, von Brauchitsch, Nuvolari y Seaman ; conduce incluso más velozmente que el



mismo Bernd Rosemeyer. Sólo hay un corredor a quien no logra superar Varzi : el viejo maestro y campeón Rudolf Caracciola.
Pero también éste tiene que esforzarse hasta el límite para superar los fantásticos tiempos de Varzi.
La gente de los talleres, los directores de carreras, los mecánicos, los conductores y los expertos de la prensa deportiva mundial están asombrados. ¿ Habrá , verdaderamente , un grandioso come-back del gran señor de Galliate? “
Pocas veces en mi vida recuerdo haber presenciado, un revuelo mayor que el que hubo entonces, el 12 de septiembre de 1937, en Livorno. Por tres veces consecutivas ha de demorarse la salida. Las dificultades se suceden.
Panne número uno: un aguacero convierte la pista en un lago. El servicio de bomberos tiene que limpiar los charcos. La salida se retrasa.
Panne n’umero dos: cuatro mil italianos fanáticos se lanzan a lo largo de la recta, para aclamar a Tazio Nuvolari, que, sin perspectivas de éxito, se obstina en competir con su viejo Alfa Romeo contra los coches alemanes claramente superiores, supliendo con pericia y arte sin igual lo que le falta en caballos de fuerza. Nadie aclama a su compatriota Varzi. Para ellos, sólo existirá de nuevo después de una victoria. Varzi ha defraudado demasiadas veces a sus partidarios...
Panne número tres: un espectador se precipita desde un árbol sobre la pista, y queda muerto, con el cráneo fracturado.
Finalmente puede comenzar la carrera. En primera fila están Rudolf Caracciola y Bernd Rosemeyer. Y entre ambos reluce, como años atrás, la camisa de seda azul de Achille Varzi.
¡Start! Los coches parten, atronadores. Nuestros ojos van pendientes de Varzi. No puede desperdiciar su buen puesto de salida. Como relámpagos le pasan Caracciola y Lang, y después Rosemeyer y Brauchitsch. Sólo en quinto lugar les sigue el italiano. Nosotros le seguimos con miradas preocupadas. ¿Podrá conseguirlo? ¿Logrará recuperar el primer puesto?
Cuarta vuelta: Nuvolari, el viejo rival de años atrás, se acerca peligrosamente a Varzi. La lucha entre ambos es breve y acerba. Yo veo el rostro contraído de Varzi. Al fin, Nuvolari adelanta en una curva , con su Alfa Romeo, al Auto-Union de Varzi.
Hay que correr por malas carreteras, a través de estrechas calles en las aldeas, salvar obstáculos y puntos difíciles. Brauchitsch se retira y pronto lo hace también Stuck. También






Farina se detiene. Varzi lucha con rabia. En primer puesto está Caracciola, delante de Lang. Rosemeyer tiene una inflamación en el cuello y apenas puede volver la cabeza, pero corre como un diablo. Tras de él vuelan Dick Seaman, de la Mercedes, y H.P. Müller, el corredor suplente de la Auto-Union.
Vuelta número diecisiete. Nuvolari alcanza y sobrepasa a Müller. Rueda tan cerca del muchacho de Bielefeld que los neumáticos de ambos coches llegan a rozarse. Müller, el inexperto, se lleva un tremendo susto. Cae en la trampa, y Nuvolari aprovecha la ocasión. Como un relámpago, adelanta al “Pez de plata”. El público delira de entusiasmo. Pero una hora más tarde, el motor de Tazio comienza a fallar. Se dirige al box y baja del coche. Fallo de las bujías. ¡Se acabó lo que daban! También él correrá su próxima carrera al volante de un coche alemán.
Vuelta número veinte: Seaman se detiene ante el depósito de recambios para cambiar sus neumáticos y repostar combuestible. Pierde diez segundos porque el arranque eléctrico no quiere funcionar. Varzi le rebasa. ¿Logrará conseguirlo, el hombre que parece haberse vuelto a encontrar a si mismo? Su camisa de seda está empapada de sudor. No es buena señal, eso lo sé yo por experiencia. El que suda, tiene miedo y el que tiene miedo, está perdido.
Vuelta número veintidós: Dick Seaman ha vuelto a alcanzar a Varzi y a adelantarle. También H.P. Müller rebasa al italiano. Veo como el doctor Feuereissen sacude la cabeza, resignadamente. “Pobre Achille, pienso yo. Tu oportunidad no ha cuajado...”
Caracciola vence, después de una cruenta lucha con Lang. Siguen después Rosemeyer, Seaman , Müller. Sólo en sexto lugar llega a la meta el coche de Varzi. El hombre de la camisa azul abate la cabeza, agotado. Los mecánicos tienen que sacarle del coche en brazos.
Con las rodillas trémulas, hundida la cabeza, Achille Varzi abandona la pista. Nadie grita su nombre, nadie le saluda. Está solo, muy solo...
Por la noche, el doctor Feuereissen se sienta en la habitación del hotel en Livorno ante Achille Varzi, para beber un vermut. Durante un buen rato, el director técnico rebusca las palabras adecuadas. No quiere herir sin necesidad, no quiere lastimar. Pero la amarga verdad debe ser dicha por encima de todo.
-Creo-dice al fin-que usted mismo ha podido convencerse hoy de que no está usted en óptimas condiciones, Achille.




Yo se lo aconsejo como amigo: concédase usted una pausa. Aparte usted las manos, durante un año, de todo lo que huela a coches de carreras, y dedíquese a cuidarse y a reponer su salud.
Varzi intenta sonreír.
-Dora usted demasiado la píldora, doctor. ¿Por qué no dice usted abiertamente lo que cantan ya hasta los gorriones en los aleros: que Varzi es un hombre muerto...?
-¿Muerto?-pregunta Feuereissen-. No. Todavía no. Pero podría estarlo muy pronto si toma usted parte en carreras difíciles mientras se halle en este estado. Nuestro deporte no está hecho para convalecientes.
Achille rehúye la mirada de Feuereissen.
-Dicho con otras palabras, esto significa que el año próximo no suscribiré ningún contrato con la Auto-Union...
-No. Yo no respondería de ello. Ni ante mi empresa, cuyos intereses debo defender, ni tampoco ante usted mismo. Un profundo silencio reina durante unos instantes en la pequeña estancia.
-¡Pero yo soy todavía joven, doctor! –dice Varzi en voz queda-. No pertenezco aún a los viejos inútiles...
-La juventud no depende sólo de los años que se tengan, Achille –dice Feuereissen, y levanta la mano-. Dígame usted: ¿ es ése el aspecto de un hombre de treinta y tres años?
Los ojos de Varzi siguen la dirección que señala la mano del doctor y se fijan en el viejo espejo que hay encima de la cómoda. En él se refleja una cara arrugada, fofa, una piel amarillenta dos profundos pliegues que se extienden desde la nariz hasta las comisuras de la boca; y se reflejan también dos ojos apagados, sin brillo, casi perdidos en el fondo de las cuencas. Está contemplando el rostro de un anciano.
-Sí..., comprendo –dice, tras una larga pausa. Y su voz suena como un cristal que se quebrase.






Achille Varzi había terminado para la Auto-Union. La firma mantuvo el compromiso de su contrato, mientras éste estuvo en vigor, y anunció el nombre de Varzi entre los participantes en la carrera Masaryk de Brünn y en el premio de Donington-Park, en Inglaterra. Pero Varzi renunció al fin. Acudió, sí, a Brünn, pero no se presentó a la salida. Cuando fueron a buscarle djjeron en el hotel que había partido sin dejar dirección alguna...



El veneno rubio, Lil, está otra vez detrás de todo esto...,murmuraban las gentes entonces. Le ha llamado ella, desde Zurich, y ha habido todo género de súplicas y lloros. Fuera como fuese, el hecho era éste: Varzi se había marchado, probablemente para volver a Lil y a la morfina...
Todavía hoy, hay personas que sólo tienen para Lil desprecio y maldiciones. Yo comprendo muy bien a estas personas, pero también siento una gran compasión por ella-como persona que soy, entiéndase, no como director de carreras-. La belleza, el sex-appeal renombrado, fueron la ruina de esta muchacha. Y yo no soy de los que condenan moralmente a las personas que caen víctimas de sus flaquezas. Tal juicio no es cosa que nos corresponda a los hombres. El destino acogió a Lil, andando el tiempo, en su dura escuela...





Ante un hotel de Munich, se detiene en marzo de 1939, con brusco chirriar de frenos, un automóvil coupé blanco como la nieve. Dos chiquillos que , unos pasos más allá, hacen correr por la acera pequeños bólidos de juguete, siguiendo una pista que han pintado con tiza, interrumpen su juego.
-¡Mira tú!-dice el más pequeño de ambos-. Este coche sí que me gustaría tenerlo! ¡Sería bárbaro!
El otro no dice nada; con los ojos muy abiertos, contempla al conductor del automóvil. Luego susurra, lleno de devoción:
-¡Arrea, tú! ¡Si es Stuck!
El conductor del blanco coupé es , efectivamente, Hans Stuck. Sale del coche y se dispone a cerrar la portezuela cuando alguien grita su nombre:
-¡Eh...,Hans!
Stuck mira en torno. No ve a nadie. La calle está vacía, exceptuando los dos chiquillos que le miran boquiabiertos y embelesados desde la esquina.
-¡Hans!¡Levanta los ojos!¡Estoy aquí arriba!
Stuck mira hacia arriba.¡Exacto! Allí arriba, en el primer piso del hotel, hay una mujer en la ventana, y esta mujer le hace vivas señas.
¡Hans! ¡Espera un momento! ¡En seguida bajo! Tengo que hablar contigo.
-La rubia Lil...-murmura Stuck-. ¿Qué hará en Munich?





Dos minutos después están uno frente a otro. Hans Stuck ha de hacer un esfuerzo para ocultar su sorpresa y su espanto, porque la mujer que tiene ante sí, envuelta en un maltrecho abrigo de pelo de camello, no tiene nada en común con aquella Lil elegante y de fascinadora belleza que tanto admiró él años atrás. Contempla su rostro surcado de arrugas. Se ha empolvado en exceso y sin tino y la rubia cabellera está lacia y sin brillo.
-Tengo que hablar contigo urgentemente, Hans-barbota ella sin aliento-. ¡Dios mío, que alegría haberte encontrado...!
Hay algo en su voz que persuade a Stuck a hacerle caso.
Abre la portezuela.
-Ven –dice-. Siéntate aquí a mi lado. Nadie nos molestará.
Ella coge con ansia el cigarrillo que él le ofrece. Sus dedos están amarillentos de nicotina. La laca de las uñas está desprendida en parte. Cuando cruza las piernas, Stuck ve que debajo del abrigo no lleva más que un camisón de seda.
Lil se percata de su mirada y cierra los faldones del abrigo.
-Discúlpame-dice-. Es que iba a echarme un poco. Pero escuché tu auto, te vi...Todo ha sido tan rápido...
-No tiene importancia. Nunca he tenido nada en contra de una mujer bonita en camisón de seda. Bien lo sabes tú...-Pero no le sale en tono de broma, y al darse cuenta de ello, se enoja contra sí mismo. Bueno, cuéntame de una vez. ¿Cómo has venido precisamente a Munich? Según creo, vives otra vez con Achille, ¿no es así?
-No, Hans. Aquello pasó. Figurate...: le han retirado el pasaporte. Y a mí me tienen prohibido entrar en Italia.
Un sollozo sacude su esbelto cuerpo.
Stuck rodea los hombros de Lil con su brazo.
-Pero , niña, sé razonable. Una separación es quizás lo más conveniente para los dos.
-¡Jamás!-gime ella con violencia-.¡Ah, tú no sabes...!
-Su mano se aferra al brazo de Hans hasta hacerle daño-. Escúchame, Hans: tengo una posibilidad de procurarme una documentación con otro nombre para poder entrar en Italia. Pero... cuesta mucho dinero, y yo no tengo si un solo pfenning más. He vendido todas mis cosas, mis joyas, mis pieles. Apenas tengo para pagar la cuenta del hotel. ¡Oh, es tan espantoso estar sola!
-Vaya...¿De modo que necesitas dinero?¿Cuánto?







-Bueno..., creo que con mil marcos habría bastante...
-Hum...-Stuck se frota la barbilla-. Suponiendo que yo te diese esos mil marcos, Lil, ¿quién me garantiza que con ellos no corres a la próxima esquina para procurarte morfina?
-¡Pero, Hans, por Dios!... Yo te juro, por lo más sagrado...
-¡Psst! Nunca te aceptaré ese juramento. No ,Lil, esto no puede continuar así. Precisamente porque soy amigo tuyo, no te daré dinero. En cuanto a la factura del hotel, no te preocupes. Yo me encargaré de liquidarla. Y por lo que a ti respecta, hablaré con mi mujer. Quizá Paula sepa darnos algún buen consejo. Mañana por la mañana vendré a verte al hotel-dice , inclinándose sobre la mano de ella-. Pero prometeme que desde ahora hasta entonces no vas a hacer ninguna tontería...
A la siguiente mañana, toman juntas el desayuno en un lujoso apartamiento del Hotel Continental tres personas que el azar ha reunido aquí: son Hans Stuck y su mujer Paula y un hombre con la cabeza alta, estrecha y distinguida y una afilada nariz. Sus sienes blanquean ya, pero los claros ojos brillan con luz juvenil. Este hombre es... el Príncipe heredero de Alemania.
Conoce a los Stuck desde hace más de diez años. Incluso ha colaborado no poco para hacer del propietario rural y aficionado a los coches Hans Stuck , de Baviera, un auténtico corredor automovilista, allá por los años veinte, cuando el larguirucho Hans se entregaba al ejercicio de atrevidas acrobacias aéreas en el campo de vuelo de Tempelhif, en Berlin, junto con el famoso piloto de la guerra mundial Ernst Udet.
En aquella mañana de marzo del año 1939, el príncipe y los Stuck hablan acerca de un problema que los conmueve a todos por igual: el fatal destino de la rubia y desgraciada Lil. El príncipe conoce su historia. El mismo es un entusiasta del deporte automovilista y conoce cuanto ocurre tras las bambaljnas de las autopistas. Conoce muchas tragedias humanas de las que ningún periodista informa jamás a los lectores. –Lil -dice- estaba ayer noche en el bar del hotel Regina, y hablé unos momentos con ella. Estaba sola, sentada ante una copa de champaña, esperando noticias de Milán, de su inolvidable Achille...
–Pues me temo que Lil deberá esperar mucho tiempo –dice Paula-. Por lo que sé, han recluido a Varzi en un sanatorio de readaptación. Su correo es vigilado estrechamente.








E! Príncipe suspira levemente. .
-Me da verdadera pena esta pobre Lil... Es una de esas muchas mujeres hermosas, que ciegan a los hombres, y que no saben hacer de su vida sino una continua tragedia.
En aquel mismo instante llaman a la puerta con unos discretos golpes. Heinrich, el factótum del hotel, entra trayendo la prensa matinal :
El príncipe lee por encima los titulares: “Discurso del Führer en la botadura del acorazado Bismark...” “El creador de la Gran Alemania honra al Canciller de Hierro...” “Mariscal Göring: la Luftwaffe es irresistible...”
No se mueve un solo músculo de su cara. Pero la manera de doblar cuidadosamente el periódico y dejarlo a un lado, expresa todo un mundo de desprecio. Entonces se da cuenta de que Heinrich sigue de pie junto a la puerta, esperando y descansando nerviosa y alternativamente sobre una y otra pierna.
-¿Qué, Heinrich?-pregunta el príncipe-.Parece usted un anuncio de carne y hueso.¿Tiene usted en el bolsillo alguna de sus famosas historias de crimen o escándalo?
Heinrich es famoso porque no hay suceso o acontecimiento en cuatro kilómetros a la redonda que se le escape, y porque sabe rendir minuciosa información de todos los chismorreos que se corren por los salones y boudoirs de la alta sociedad..., pero sabe también callar cuando así lo exige el tacto. Sin embargo, esta mañana Heinrich no parece inclinado al silencio, sino todo lo contrario.
-Esta madrugada, a las cuatro -suelta al fin la espita-, han encontrado en la calle, aquí cerca, a una mujer joven, tendida en el suelo sin conocimiento. Llevaba puesto solamente un camisón color rosa. Se había cortado las venas de las muñecas.
-Caso típico de amor desdichado –dice Paula con desenvoltura-. Todos los días ocurren casos así.
El príncipe le arroja una mirada de reproche.
-¿Se sabe el nombre de esa mujer?
-No, Alteza Imperial. La han lleyado inmediatamente a la clínica. Solamente ha murmurado varias veces un nombre griego la mar de raro...
Hans Stuck deja la taza en el plato, sin beber.
-¿ Griego, ha dicho usted?
-Sí... ; Aquiles, o algo por el estilo...
Quince minutos después, el coche de Hans Stuck se








detiene ante la clínica situada a la orilla derecha del Isar. El médico de servicio se disculpa:
-Lo siento, pero no puedo permitirles entrar a visitar a la paciente. La fuerte pérdida de sangre la ha debilitado muchísimo. Es preciso evitarle cualquier excitación.
Aquella tarde, Hans y Paula tienen que partir para Berlín. Nunca volverán a ver Lil...

Medio año después, las furias de la guerra se desatan sobre Europa y sobre medio mundo. Los compresores callan. Son los cañones los que tienen ahora la palabra. Se suspenden las carreras automovilistas. Los hombres se dispersan a los cuatro vientos. Se desgarran amistades y lazos. El odio, la hostilidad y la miseria se enseñorean de la situación.
Pasan los años... Años en los cuales se tienen preocupaciones más graves y urgentes que romperse la cabeza por el destino de un Achille Varzi y de su rubia Lil...
Pero al cabo, se retira la espantosa marea y el caos empieza a disiparse.
Y he aquí que surge el nuevo Achille Varzi, a quien muchos creían corroído por el veneno o sencillamente muerto. Pero no; su aspecto es muy bueno y sano, un poco más viejo, sin duda, mas con rasgos recios y varoniles, atezados por el sol del sur.
A su lado, espléndida y madura, protegiéndole con ternura, está siempre ... Sofía , su esposa. En 1941 se casó con ella, con la mujer que permaneció siempre a su lado cuando todos los demás le abandonaron. La guerra le separó definitivamente de Lil, y no ha vuelto a saber nada de ella. Debe de vivir en cualquier lugar ignorado de Alemania, casada quizá de nuevo...
Durante la guerra, Varzi ha dirigido en Galliate una empresa de transportes, organizando el suministro de víveres, ayudado al padre y a los hermanos en la dirección de la fábrica..., hasta que un buen día las armas callaron y sobre los circuitos de carreras volvieron a rugir los motores de los grandes bólidos. Y en Achille Varzi despertó de nuevo la vieja pasión por el deporte automovilista.
En el año 1947, Achille se sienta de nuevo al volante de un Alfa Romeo. ... Y la estrella del hombre a quien se creía muerto, brilla otra vez en todo su esplendor. Triunfa en los grandes


Premios de Interlagos, Rosario y Bari. Queda segundo en los de Suiza, Italia y Europa. Y también en 1948 continua la cadena ininterrumpida de sus éxitos...
Estamos en el 7 de Julio de 1948, la época en que el nuevo marco alemán comienza a cojear por la desgarrada y dividida Alemania, sobre sus piernas de papel; la época de los escombros, del hambre y del mercado negro. En esta época tenemos que hacer muchas cosas antes que pensar en carreras de coches. Eso sólo lo hacen un par de chalados, un puñado de posesos del deporte, como es, por ejemplo, cierto Alfred Neubauer..., A quien el sobrenombre de " El gordo " no le viene precisamente al pelo en estos años. En ellos, en los años famélicos de la posguerra, y yo estaba tan flaco como nunca lo estuve en mi vida. Entre cartillas de racionamiento, tejados de cartón piedra, malta y vigas de hierro, yo sueño con cosas tan absurdas como rugientes compresores, veloces cambios de neumáticos, copas y premios de victoria...
Como por aquel entonces estoy más delgado que un hueso, consigo incluso escabullirse entre los postes fronterizos, tan estrechamente vigilados y largar extranjero, a prescindiendo por completo de visados, sellos, cédulas especiales y demás zarandajas.
Cuando se celebra la Gran premio de Suiza, año 1948, me encuentro por vez primera después de nueve largos años en un box de carreras - aunque se trate de una casa constructora extranjera- y respiró con delicia el olor de la bencina, como si se tratase de un perfume delicado o de rosas tempranas. Y tengo suficiente trabajo con dar palmadas en los hombros y estrechar robustos puños. Porque allí están todo los viejos y queridos rostros de antaño. Y es un placer ver cómo han pasado la guerra sin dejar en nosotros, los deportistas, ni un solo adarme de odio.
Allí está el viejo Chiron, el monegasco, pero he de incontables batallas automovilísticas. Su cabello se ha tornado asaz escaso, pero los negros ojos chispean llenos de vida como antaño, en el mayo de la juventud. Allí está también el conde Trossi, que sobre su Maserati notablemente inferior a nuestros coches nos ofreció valientes batallas. Y está el atlético Fagioli, que me deparó antaño más de un disgusto, porque se empeñaba en no obedecer nunca mis señas. Y está también un caballero con un overall azul celeste, cuidadosamente rasurado y con un Alfa Romeo encarnado y reluciente. Es Achille Varzi.
Así, pues, es cierto lo que ya había oído yo allá en






Untertürkheim: que el gran señor de Galliate había resucitado de entre los muertos y que había vuelto rodar sus pulcras y matemáticas vueltas, que había sido capaz de hacer lo que nadie hizo antes de él: conseguir un come-back triunfal después de diez largos años de ausencia...



"...CUANDO TODO PASE, SERÁS OTRO, PERTENECERÁS A UNA CLASE DIFERENTE E INCOMPRENSIBLE DE HOMBRES, LA DE LOS QUE HAN CONDUCIDO UN FORMULA UNO..."

GRACIAS A TODOS LOS FORISTAS POR HACER DE ESTO ALGO TAN GRANDE.
GRACIAS A PEDRO POR EL PASADO Y EL FUTURO.


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"...CUANDO TODO PASE, SERÁS OTRO, PERTENECERÁS A UNA CLASE DIFERENTE E INCOMPRENSIBLE DE HOMBRES, LA DE LOS QUE HAN CONDUCIDO UN FORMULA UNO..."
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XPG
mensaje Mar 20 2001, 09:18 PM
Publicado: #29


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Pero serás animal, ¿y yo cuando duermo?

No lo habrás escrito a mano, ¿no?
Sino habrá que condecorarte, y otra cuando acabes Montjuic para GPL...
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Ayrton
mensaje Mar 20 2001, 09:42 PM
Publicado: #30


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Perdón, no me he acordado de las quote.
Un copiar y pegar a word y le cambiais la letra


"...CUANDO TODO PASE, SERÁS OTRO, PERTENECERÁS A UNA CLASE DIFERENTE E INCOMPRENSIBLE DE HOMBRES, LA DE LOS QUE HAN CONDUCIDO UN FORMULA UNO..."

GRACIAS A TODOS LOS FORISTAS POR HACER DE ESTO ALGO TAN GRANDE.
GRACIAS A PEDRO POR EL PASADO Y EL FUTURO.


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"...CUANDO TODO PASE, SERÁS OTRO, PERTENECERÁS A UNA CLASE DIFERENTE E INCOMPRENSIBLE DE HOMBRES, LA DE LOS QUE HAN CONDUCIDO UN FORMULA UNO..."
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XVR
mensaje Mar 21 2001, 04:21 AM
Publicado: #31


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Genial, Ayrton, como todos los extractos de ese libro.

Cuando esté acabado, tu archivo de Word va a valer su peso en oro!!

Affermiamo che la magnificenza del mondo è estata arricchita da una nuova bellezza: la bellezza della velocitá


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??Affermiamo che la magnificenza del mondo è estata arricchita da una nuova bellezza: la bellezza della velocitá?
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Barlow
mensaje Mar 22 2001, 12:06 AM
Publicado: #32


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Que pasada de relato, muy bueno Ayrton.

una pregunta, donde encontraria el libro??
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Aren
mensaje Mar 22 2001, 02:23 PM
Publicado: #33


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Esta joya tiene q estar bien arriba.

Gracias Ayrton.


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Yo, de mayor, quiero un R9 GTL biggrin.gif
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Jordan Nº1
mensaje Mar 22 2001, 04:49 PM
Publicado: #34


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Ayrton, mecagüen la leche. Serás bruto! He empezado a leer y no he podido parar. No sé ni cuanto he estado. Una hora quizás? Ahora tengo 5 notas de llamadas que no he querido atender, y todo el trabajo urgente que tenia previsto atender para poder marchar pronto hacia el circuit. Y ahora que??? Te voy a matar... pero como creo que ha valido la pena: gracias!

Cap i collons!


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Cap i collons!
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Bot
mensaje Mar 24 2001, 05:18 AM
Publicado: #35


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Genial! Merece estar mucho mas arriba! Queremos más como este Ayrton
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KARNAPLOSKY
mensaje Apr 10 2001, 10:21 PM
Publicado: #36


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se me nos ha olvidao david


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UNOAOCHO
mensaje Apr 11 2001, 12:29 PM
Publicado: #37


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Está claro que no solo eres el mejor en la pista.

Te manejas bién con las manos (en un Kart) y mejor con los dedos (con el ordenador).

lmario, si lees esto comprenderás que tienes que volver, necesitamos topics interesantes.
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parmalat
mensaje Mar 25 2002, 06:43 PM
Publicado: #38


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Muy bueno Ayrton
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kairkarslan
mensaje Mar 29 2002, 04:17 PM
Publicado: #39


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Se me puso la "gallina de piel".

Gracias por rescatar esta joya perdida.
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Sempre Gilles
mensaje Mar 29 2002, 09:07 PM
Publicado: #40


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Estas son las cosas por las que hace que nosotros, los seguidores de este deporte seamos difererentes.
Todo un honor leerlo Ayrton


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Gilles Back!!
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