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Raquel
mensaje Aug 28 2008, 09:48 AM
Publicado: #141


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QUIQUE, pues sí, llevas razón. wink.gif Esa misma reflexión, aunque en términos más generales o sin poner nombres propios en concreto, me hacía yo cuando lo leía, o después al escribirlo ayer. El diálogo final que mantienen los dos (Caracciola y Rosemeyer), sacando conclusiones de un "automóvil perfecto" que aunara lo mejor de "los tres grandes" en competición, resulta además muy gracioso.
Pero vete a saber si no son comentarios por el estilo los que puedan hacerse en ocasiones, también, pilotos de hoy en día. No resulta difícil imaginar que a menudo jueguen mentalmente a componer un monoplaza que tuviera las mejores virtudes o prestaciones de los existentes en parrilla en ese momento. De hecho, el propio Pedro ha comentado más de una vez que para McLaren quisiera alguna de las virtudes conseguidas por Ferrari. wink.gif

También resulta un poco difícil percibir en nuestros días ese "espíritu de equipo" que deja traslucir Caracciola siempre que relata los hechos.

OZZMAN: pues no creas que tanta. laugh.gif A veces creo que la tengo saturada. Lo que ocurre es que la memoria (sobre todo la memoria a largo plazo) funciona fundamentalmente dependiendo de la atención y el interés. smile.gif
Y hay datos que a mí me cuestan, sin embargo, retener o mantener. Por ejemplo, si me preguntas ahora mismo cuántos puntos (la cifra exacta) llevan hasta el momento Hamilton, o Raikkonen, o Massa, o Kubica..., pues no sabría dártela. Sé que hay una pequeña diferencia de unos 6 puntos -creo-. Así que ya ves...
Eso sí, cuando me explican o "aprendo" algo con lo que he disfrutado y me ha gustado -como a todo el mundo, supongo-, entonces no debo hacer ni esfuerzos por retener.


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tenista
mensaje Aug 28 2008, 12:48 PM
Publicado: #142


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Muchas gracias Raquel, esta vez ha tocado un capitulo duro sad.gif , la vida depara estas sorpresas. Pero el ser humano se levanta y continua. Es lo que nos queda.


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Raquel
mensaje Aug 28 2008, 03:22 PM
Publicado: #143


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CITA(tenista @ Aug 28 2008, 11:48 AM) *
Muchas gracias Raquel, esta vez ha tocado un capitulo duro sad.gif , la vida depara estas sorpresas. Pero el ser humano se levanta y continua. Es lo que nos queda.


Pues sí, Tenista. smile.gif Por eso son "H?ROES".

Y sabiendo lo que te vas a encontrar en este caso, porque tienes hasta señalado ese capítulo en el libro de "Hombres, mujeres y motores", se hace doblemente duro a pesar de que pienses antes de adentrarte... "A ver cómo lo cuenta él... (Caracciola)".

Cuando mi hija Elisabeth tenía unos 11 años, se asombraba con ojos de pasmo y sonreía (¡y se burlaba! laugh.gif ) cuando me veía con ese libro ("Hombres, mujeres y motores") porque le extrañaba que con ningún otro manifestase las mismas reacciones: tanto reía escandalosamente, como lloraba; o me daba por vivir la carrera "por dentro", y ponerme exaltada a gritar un "¡venga, que tú puedes!!!!" que oía todo el mundo menos yo... huh.gif
Me pedía que le dejara el libro para poder leer ella también lo mismo. Pero yo le decía que no era un libro que aún le pudiera gustar... que se aburriría y no entendería muchas cosas... (más aún viendo cómo reaccionó cuando vimos juntas la película de Grand Prix). Así que yo le iba escogiendo párrafos, leyéndoselos parando en cada cosa que mereciera un comentario para que comprendiera, etc...
En el caso de Dick Seaman, cuando acabó el relato, me preguntó muy seria: "¿Cómo pueden, mamá...?" Sólo pude decirle: "No lo sé, Elisabeth. Quizás por eso les admiro tanto."




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Raquel
mensaje Sep 6 2008, 08:08 PM
Publicado: #144


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La mejor carrera del viejo maestro, decían los titulares de los periódicos.


CAPÍTULO XXIII



El gran Premio de Francia, celebrado en Reims, constituyó un éxito para Auto-Union. Los tres de nuestro equipo, Lang, Brauchitsch y yo, nos combatimos tanto y con tanta dureza que no pudimos terminar la carrera.

A mediados de julio debía celebrarse la gran carrera, el Gran Premio de Alemania. Una gran multitud se congregó en Nürburgring, de 250.000 a 300.000 espectadores como mínimo. El tiempo no era muy prometedor, y con amargo humor decíamos que estaba clareando para diluviar en el momento preciso.

En las montañas Eifel el tiempo cambia con mucha facilidad. Aún no llovía, pero se veían sobre los bosques amenazadoras nubes. La preparación de los automóviles se hacía difícil por la incertidumbre del tiempo. ¿Neumáticos para la lluvia? ¿Neumáticos ligeros? ¿Qué clase de bujías?

Se adivinaba que sería una prueba dura. La victoria de Reims había dado renovada confianza en sus fuerzas a los pilotos de Auto-Union. En los entrenamientos conseguimos tiempos parecidos a los suyos.

En la línea de salida las posiciones fueron las siguientes:



CARACCIOLA (Mercedes) BRAUCHITSCH (Mercedes) LANG (Mercedes)

BRENDEL (Mercedes) MUELLER (Auto-Union)

PIETSCHI (Maserati) STUCK (Auto-Union) NUVOLARI (Auto-Union)

HASSE ((Auto-Union) MEIER (Auto-Union)

SOMMER (Alfa Romeo) DREYFUS (Delahaye) VILLORESI (Maserati)

RAPH (Delahaye) JOA (Maserati)

MANDIROLA (Maserati) MAZAUD (Delahaye)



Desde los comienzos nos dimos cuenta de que nos habíamos equivocado al escoger las bujías. Lang tuvo que dirigirse al box al acabar la segunda vuelta; después Brauchitsch tuvo que parar también para cambiar las bujías.

Yo marchaba algo mejor. Durante la sexta vuelta alcancé a Nuvolari, que estaba luchando como un león. Pero cuando tuve que repostar en la novena vuelta, también tuve que cambiar también las bujías. Lang y Brauchitsch abandonaron y quedé como único representante de Mercedes, cuando aún faltaba tanto para acabar la carrera.

Llovía mucho. Durante la duodécima vuelta atrapé a Hasse y a Mueller e hice lo posible por distanciarme de ellos, porque sabía que tendría necesidad de parar en boxes para repostar. En la decimoquinta vuelta estaba separado de ellos treinta y nueve segundos; después pasé a estarlo cuarenta y cuatro. Vi la bandera de Neubauer: me ordenaba para en la siguiente vuelta. Me dirigí de manera bien directa al box y los mecánicos lograron cargar sesenta liros en diecisiete segundos. No cruzamos ni una sola palabra. En el box reinaba un silencio impresionante; todos estaban al máximo de tensión. Los espectadores estaban pendientes de Mueller. ¿Lograría salir antes de que él me pasara?

Listos, y ¡fuera! Mi corazón batía con fuerza. Oía el zumbido del motor de mi coche; en realidad iniciaba mi vuelta récord en mi entrañable circuito de Nürburgring y estaba a punto de alcanzar mi sexta victoria en el Gran Premio de Alemania.

La mejor carrera del viejo maestro, decían los titulares de los periódicos. Mi edad era de 38 años. ¡Y ya me llamaban viejo maestro!



En agosto volvimos a encontrarnos en Berna. Se oscurecían las nubes en el horizonte político. No queríamos creer en la inminencia de la guerra. Era imposible pensar que los que estábamos acostumbrados a luchar en limpias y deportivas batallas tendríamos que odiarnos mutuamente.

Era aquélla una prueba rápida, apasionante y en un circuito bellísimo. Venció Lang. Yo fui segundo, a cuatro segundos de mi compañero.

El 25 del mismo mes Louis Chiron cumplió 40 años. Estaba en Villa d´Este, en las cercanías de cómo, y llamó a mi esposa, a Brauchitsch y a mí para celebrar su aniversario. Estuvimos gozando de su compañía durante bastante tiempo. Parecía que la guerra podría separarnos muy pronto, ¡y teníamos tantas cosas que explicarnos! Le prometimos, antes de marcharnos, que si sabíamos antes que él algo de la catástrofe que se avecinaba le telefonearíamos, para que viniese a Lugano y evitase así que los italianos le internasen como súbdito monaguesco.

Brachitsch tenía orden de Neubauer de dirigirse a Belgrado para tomar parte en una prueba. Se despidió con tristeza de nosotros, y nos entregó sus equipajes para resguardarlos de lo que pudiera ocurrir.

- ¡Adiós, querido oso; adiós dulce Baby!

- ¡Adiós!, pero mejor ¡hasta pronto! repliqué yo.

El primero de septiembre fue el día fatal. Las tinieblas cayeron sobre Europa. Llamé a Chiron en Villa d´Este, y por la tarde se reunió con nosotros. En la mañana del 2 de septiembre llegó la fatídica palabra: ¡guerra!

- Adios, Louis, au revoir, petit Louis!

- Au revoir, grandfrère, et Baby chérie

Regresamos a nuestra vacía casa.

Alanochecer buscamos a Anatol. Durante todo el día se había burlado de nosotros desde la cima de los árboles más elevados. No podíamos verle entre la tupida hojarasca; pero sus vivos ojillos siempre nos divisaban desde muy lejos.

El saco de piel en que dormía colgaba del batiente de una ventana. Miré en su interior y me sorprendió ver que Anatol ya se había retirado a reposar. Metí la mano y el mono me mordió. Llamé a Baby:

- ¡Mira: Anatol me muerde!

Llegó mi esposa, le tomó en brazos, una de sus patitas estaba dañada. Estuvimos diez días prodigándole nuestros cuidados, sin tener la menor idea de lo que le había sucedido. Aquellos días adquirió la costumbre de descansar sobre mi cabeza: se agarraba a mis cabellos y dejaba colgar la pata dañada. Murió una noche en brazos de mi esposa, y entonces encontramos el orificio de la herida y una bala. ¡Pobre Anatol! Nos había hecho pasar horas muy alegres.

Recuerdo un incidente que sucedió en París durante un verano bastante caluroso. Para que Anatol no se escapara dejamos un pequeño resquicio en la ventana.

Hacia las nueve de la mañana nos despertó alguien que llamó excitado a la puerta de la habitación. El botones nos dijo:

- Monsieur, madame, su mono está en la habitación vecina, y la señora está asustada.

Baby se echó encima una bata y fue corriendo a la habitación contigua. Anatol, muerto de miedo, se acurrucaba en lo alta de una cortina. Fue preciso usar una escalera para llegar hasta él. Más tarde, la vecina nos explicó lo que había pasado:

- Madame nos explicó-, me despertó algo que me revolvía el cabello y cuando me levanté vi que era un mono. Grité: ¡Ernesto, ven en seguida! ¡Un mono está hurgándome los cabellos! Mi marido estaba en el baño, y desde allí me gritó: Vuélvete a dormir; ¡aún te dura la borrachera de anoche!

¡Pobre Anatol! Le enterramos en el jardín.

Se cumplían las profecías que en el siglo XVI anunció María Laach, en los montes Eifel:

Habrá un siglo en que las guerras se sucederán con intervalos de décadas, y cada vez serán mayores, más sangrientas y más desastrosas. Después de una horrorosa guerra pronto vendrá otra que sobrepasará en horrores a la primera, y en la que Germania será casi totalmente destruida como aplastada por una avalancha de piedra. Todo será aplastado, allanado, y lo será desde el este y el oeste, desde el sur y desde el norte, y caerá cualquier muralla que se hubiera construido para contenerlo y el fuego descenderá del cielo, y nubes ponzoñosas descenderán y destruirán a las gentes. Dragones enormes con pesada coraza escupirán su aliento mefítico llevando a todas partes la muerte y la destrucción. Grandes langostas volarán por el aire y sus excrementos serán veneno y alimento para la Muerte, que recogerá una cosecha mayor que nunca antes

Una pesadilla horrorosa.




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tenista
mensaje Sep 7 2008, 09:15 AM
Publicado: #145


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Muchas gracias Raquel.

Si en el anterior capitulo era dura la vida del piloto, en este nos muestra lo dura que puede llegar a ser la vida misma. Amigos inseparables, convertidos en enemigos por la dichosa guerra.

Es la naturaleza del ser humano, darnos de tortas por cualquier estupidez.


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QUIQUE A.
mensaje Sep 9 2008, 05:27 PM
Publicado: #146


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CITA(Raquel @ Sep 6 2008, 09:08 PM) *
A mediados de julio debía celebrarse la gran carrera, el Gran Premio de Alemania. Una gran multitud se congregó en Nürburgring, de 250.000 a 300.000 espectadores como mínimo.

ohmy.gif
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Raquel
mensaje Sep 21 2008, 12:42 PM
Publicado: #147


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Entonces no podía suponer que aquel hombre recibiría un día todo el poder en sus manos.

CAPÍTULO XXIV



El hombre que conocí en 1931 se había convertido en el jefe de las fuerzas armadas alemanas. Gobernaba una Alemania que había extendido sus fronteras por la fuerza de las armas. Usaba el derecho de vida y muerte sobre una gran nación.

No creí que eso fuera imaginable, por lo que no consideré que mi encuentro con él fuera importante.

Poco después de mi victoria en las Mil Millas, en Italia, en 1931, el doctor Kissel me pidió que fuera a la fábrica. Me explicó que Hitler, el líder del partido Nacionalsocialista, había encargado un descapotable Mercedes 7 litros. Este automóvil tenía que reunir unos ciertos requisitos, como por ejemplo un departamento para guantes que pudiera contener un revólver. Por causa de tales requisitos el automóvil no pudo ser entregado en la fecha convenida y el importante cliente estaba enojado, por lo que el doctor Kissel temía que a última hora lo rechazara.

De modo que el doctor Kissel pensó hacer uso de mi recién alcanzada fama y mandarme a Munich para entregar el automóvil a Hitler y hacer las demostraciones oportunas. Werlin, el agente de ventas de Mercedes, en Munich, me acompañaría y me presentaría.

Fui a Munich y, mientras limpiaban el automóvil, Werlin me acompañó a la Casa Parda. Nos recibió en la entrada un joven alto y delgado, con el cabello ondulado. Era Rudolf Hess. Nos rogó que esperásemos, y al cabo de un rato nos llevó a un gran salón en un ángulo del cual, tras una mesa de despacho estaba Herr Hitler. Se levantó y vino hacia nosotros. Tenía tipo rechoncho, un bigotillo pequeño, recortado, y un mechón de cabellos le cubría la frente. Me felicitó por mi éxito en Italia. Por primera vez un alemán, con un automóvil Mercedes, había logrado vencer las difíciles Mil Millas, ¡en aquellos mil seiscientos kilómetros de recorrido a través de todo el país!

Sus palabras eran algo cortadas y con un acusado acento bávaro-austríaco. Agradecí su felicitación y busqué la manera de interrumpirle para darle a conocer el objeto de nuestra visita. Pero Hitler no me daba pie para ello: todo lo que se refería a Italia parecía interesarle enormemente. Deseaba conocer las condiciones de vida allí, si la gente se consideraba feliz y qué sentía respecto a Mussolini. Le respondí lo mejor que supe. A fin de cuentas, conocía Italia, pero ¡a cien kilómetros por hora! Varias veces quise decirle que el automóvil ya estaba dispuesto y que los detalles habían retrasado la fecha de entrega; pero no me dio la oportunidad para hacerlo.

Sin cesar de hablar, Hitler quiso enseñarnos toda la Casa Parda. Nos condujo a un enorme salón para conferencias de casi cien metros de largo, el llamado Salón de los Senadores. Las hileras de butacas estaban dispuestas como en un cine y tapizadas de costoso cuero rojo. No había ninguna tribuna; solamente una plataforma para el orador. Después nos mostró los sótanos, donde estaban empotradas enormes armas blindadas. Cuando entramos se levantó un caballero que lucía un mostacho como el de Hitler. Más tarde supe que se trataba del jefe de Hacienda del partido, Schwarz. Las cajas fuertes contenían fichas con los nombres y números de los miembros del partido, los datos particulares de cada uno, quiénes eran sus familiares, dónde habían luchado en la guerra, qué condiciones reunían, su capacidad y la fecha de inscripción en el nacional-socialismo.

- Muéstreme una ficha dijo Hitler -. Por ejemplo, el número 1866.

Schwarz sacó una ficha. En ella se leía el nombre del afiliado, la profesión, su estado, número de hijos, la fecha de inscripción, y así sucesivamente.

- Ahora continuó Hitler -, déme la ficha correspondiente a ésta, pero del fichero de los nombres.

Schwarz extrajo una ficha de otra caja fuerte; en ella figuraba el número de afiliado y la misma información que en la otra. En otras palabras, contabilidad por partida doble en que las cifras habían sido sustituidas por personas.

- Mi Führer dijo entonces Schwarz -, deseo haverle saber que hoy se ha inscrito el que hace el número quinientos mil.

Realmente pensé es una gran cantidad de afiliados para un partido político. Todo aquello era verdaderamente interesante; pero me pareció que era hora de que cumpliera con el encargo que se me había confiado.

- Herr Hitler le dije -: el Mercedes que usted encargó ya está a su disposición. He venido para entregarlo. Es un automóvil muy hermoso y creo que le gustará. ¿Puedo traerlo aquí?

- No. Prefiero verlo en el garaje de Mercedes. Espéreme allí dentro de media hora.

Fuimos al garaje. Hitler compareció, puntualmente, media hora más tarde. Le acompañaban tres hombres, uno de los cuales era su coger particular Schreck.

Mientras Werlin explicaba las características del automóvil, subrayando con cierto énfasis el cuidado que se había puesto en la realización de los detalles expresamente encargados, Schreck me dijo en un aparte:

- Señor Caracciola, no debe conducir, en ningún momento, a más de 30 km/h. El peligro de un accidente tiene que ser reducido a lo mínimo. Los enemigos del partido se valdrían de un accidente para su propaganda.

Subieron todos al automóvil, arranqué y conduje a una velocidad moderada. Llegué a pensar que podría ir caminando al lado del vehículo. Paseamos por la ciudad y sus alrededores, pero sin sobrepasar los treinta kilómetros señalados. La prueba satisfizo por entero al comprador. Al dirigirme otra vez al garaje, Hitler me dijo:

- Señor Caracciola, quiero pedir algo. Me gustaría que mi sobrina viera el automóvil. ¿Podría dar usted otra vuelta alrededor de esta manzana de casas?

Fuimos a las señas que me había dado. Hitler entró en la casa y volvió al cabo de unos momentos con una chiquilla de cabellos de oro. Era tan preciosa que perdí el aliento al verla. Era una lástima dar solamente una pequeña vuelta con ella.

Cuando paramos de nuevo ante la puerta de su casa, se echó en brazos de su tío y llena de entusiasmo exclamaba:

- Tío, tío, ¡qué coche tan maravilloso!

Su tío, en aquel momento, irradiaba de alegría. Cuando arrancamos, la niña se volvió y nos saludó con la mano hasta que nos perdimos de su vista.

En el garaje hice la entrega del automóvil y telefoneé al doctor Kissel para decirle que todo se había producido de un modo satisfactorio.

Durante mi viaje de vuelta a Stuttgart recordé las palabras del tesorero Schwarz que se referían a los quinientos mil afiliados del partido

Entonces no podía suponer que aquel hombre recibiría un día todo el poder en sus manos. No me había producido fuerte impresión en lo que se refiere a su personalidad. Si hubiese tenido la cabeza de un César, como Mussolini, posiblemente hubiese dicho sin pensarlo:

- Herr Hitler, permítame que sea el afiliado número quinientos mil uno.

No hice tal petición y me pareció que Hitler no lo tomó en cuenta. Durante los años que siguieron, cuando empuñaba las riendas del poder, le vi algunas veces cuando los pilotos nos dirigíamos a la Cancillería con motivo de las inauguraciones del Salón del Automóvil en Berlín. Nunca olvidó interesarse por el estado de mi pierna, y siempre me felicitó por las victorias conseguidas.



En 1937 gané el Gran Premio de Alemania, y con él el codiciado Premio Hitler. Era éste un gran trofeo de Bronce: una cabeza con los cabellos extendidos por el viento y unas saetas, como rayos, a cada lado. Después de la carrera, en Nürburgring, se efectuó la entrega del trofeo. A mi lado estaba Bernd Rosemeyer que no hizo nada más que morder su cigarrillo y escupir pedacitos de tabaco. Nunca le había visto tan triste y abatido como en aquella ocasión.

En la prueba, quedó segundo Brauchtitsch.

Se nos pidió a Brauchtisch y a mí que la siguiente mañana fuésemos a Bayreuth, donde Hitler nos recibiría. Su avión particular nos recogió. Asistimos a una recepción presidida por Goebbels, ministro de propaganda.

Pasamos el tiempo hablando de la carrera. Media hora después continuábamos igual. Desde el salón inmediato llegaba ruido de platos. De repente me sentí hambriento, pues habíamos desayunado muy pronto y de modo apresurado.

- Manfred dije -: ¿no será mejor que vayamos de una vez a ver al Führer? También él tiene que comer.

Y fuimos a ver al Führer.

Manfred contó por doquiera aquella anécdota, para diversión de los oyentes. Terminaba el relato diciendo que yo debiera ser diplomático.

Comimos en Bayreuth con Bauer, piloto de Hitler.

- Señor Caracciola me dijo -, tengo que hacerle una pregunta.

- Pues adelante le contesté.

- Muchos de los que rodean al Führer dicen que usted ha tomado la ciudadanía suiza. ¿Es cierto?

Saqué mi pasaporte del bolsillo.

- Muy bien, ¡está bien claro! Pondré eso en claro a la primera oportunidad. Diré a todos que usted continúa siendo alemán.

- Ahora, ¿puedo, a mi vez, preguntarle algo?

- Naturalmente.

- ¿Habría alguna forma de que pudiésemos volver a Sttutgart?

Bauer arregló lo del retorno en avión, y a media tarde estábamos de regreso en Stuttgart.

El siguiente día celebramos la victoria con una fiesta organizada por la empresa. El doctor Kissel me entregó un medallón de diamantes con la estrella de Mercedes formada por zafiros. Cada año la casa concedía al vencedor uno de aquellos preciosos medallones. Cada vez eran distintos: diamantes como rubíes, zafiros o esmeraldas.



Solamente habían pasado dos años desde la recepción en Bayreuth. La huerra había estallado de acuerdo con los fines de Hitler. Todos los planes para el futuro habían quedado reducidos a la nada. Yo tenía fieles amigos entre los contendientes de los dos bandos.

Manfred von Brauchitsch había recibido órdenes de tomar parte en la carrera de Belgrado; después, Neubauer y él regresaron a Alemania. Nosotros nos hicimos cargo de todo lo que le pertenecía. Baby enrolló las ropas de lana en papeles de periódico, puso bolas de naftalina, rellenó los zapatos de algodón, y después la ayudé a trasladarlo todo al ático.

envolvió las perfumadas cartas de amor, y después la ayudé a trasladarlo todo al ático.

A los pocos días de haber estallado la guerra, se empezó en Suiza a distribuir cupones para la gasolina, y muy pronto se racionó todo menos las legumbres, las frutas, la volatería y el pescado. Cada mes podíamos adquirir una barra de chocolate a trueque de cupones.

Poco a poco cesó el uso de los automóviles. Como apenas podía andar o mantenerme en pie, quedé en casa como encarcelado en una fortaleza. Cada vez me dolían más la cadera y la pierna. Quizás fuese que me sobraba tiempo para pensar en mis males. Quizás conviniera que me hicieran nuevas radiografías. Fuimos a Bolonia para que me reconociera el doctor Putti. Me hizo andar un poco mientras él me contemplaba.

- Lei un fenómeno exclamó -. Usted es un fenómeno. Continúa conduciendo ¿con esa pierna? ¡Fantástico!

- Será mejor que operemos dijo su primer ayudante, el doctor Scaglietti.

- Será mejor que operemos secundó el doctor Putti. Todavía estamos a tiempo. Esta pseudoartritis irá empeorando. Cada vez dolerá más, y cada vez será más difícil el éxito de la intervención. Ahora podemos extirpar ese trozo de hueso que molesta y volver a colocar la cabeza del fémur en el lugar del hueso extirpado. Perdería un poco de movilidad, pero podría permanecer en pie tanto como quisiera. Apenas notará una pierna más corta que la otra. En estas radiografías verá una serie de intervenciones realizadas con pleno éxito, casi todas en personas de edad madura. Desde luego, tendría que permanecer en la cínica tres o cuatro meses antes de volver a andar.

Tres o cuatro meses otra vez, en la cama de hierro de una de las habitaciones del convento; después, volver a aprender a andar, primero en la silla de ruedas, después con muletas; y si la operación no tuviera éxito

Me enfermaba pensar en aquello.

- Profesor le dije - , ésta es una cosa que no puedo decidir tan pronto. Es preciso que lo piense con mucha atención, antes de que deje que usted empiece a cortar.

El profesor Putti se rió mientras brillaban sus oscuros ojos.

- Lo comprendo, señor Caracciola, lo comprendo. Es una decisión muy seria. Deje que se le haga la intervención o no lo deje. Decida según su criterio. Pero piense que, de todos modos, usted será siempre mi carissimo fenómeno.

Con rápidos pasos se alejó por el inacabable pasillo; su blanca bata flotaba tras él y su crespo cabello resplandecía a la luz del crepúsculo. Le contemplé hasta que le perdí de vista. Aquélla fue la última vez que le vi. Ahora está en el Valhalla de los grandes cirujanos, los benefactores de la humanidad.

Cuando llegué a mi oscura habitación del hotel, de suelo pulido de piedra, me dejé caer en la cama. Estaba agotado tanto física como espiritualmente. Baby se sentó frente a mí. Durante mucho tiempo permanecimos en silencio, cada uno hundido en sus propios pensamientos, cada cual tratando de encontrar alguna solución.

- En fin, mi querido Rudi me dijo Baby -: no hay, desde luego, radiografías de las operaciones fracasadas. Durante mucho tiempo, no habrá carreras, y tal vez nunca vuelva a haber más. Ahora podrás descansar más, y para los días de diario te sirve bien ese hueso roto. Una operación constituye una incógnita. Ahora sabes lo que puedes hacer, pero no sabes cómo quedarás después.

Yo pensaba del mismo modo, pero me gustó oírla pronuncias aquellas decisivas y liberadoras palabras. De pronto se me despertó un hambre terrible.

- Vámonos, pequeñita le dije -. Vamos a Papagayos y nos comeremos unos Tagliatelle verde alla Bolognese. Y mañana, ¡otra vez en casa!



El gobierno suizo promulgó un decreto por el que se solicitaba de todos los ciudadanos que cultivasen hortalizas en todos los terrenos que pudieran aprovecharse. Aquel césped que con tanto cuidado atendía fue excavado para plantar patatas, y en el jardín sembramos maíz, tomates, judías, lechugas y puerros, Decidí que aquel terreno tenía que ser terraplenado como cosa de un metro para evitar encorvarme, porque así me dolería menos la espalda. Por lo tanto, le tocó a Baby agacharse para amontonas la tierra alrededor de los tallos del maíz y arrancar la cizaña. Aprendí todo lo imaginable sobre insectos nocivos y supe lo que podía significar el granizo para las cosechas.

Cada año el granizo destruía nuestra cosecha un par de veces. Del cielo caían piedras como huevos de palomas. La tempestad arrasaba todo, y nos prometíamos no plantar nunca nada más. Pero al día siguiente reanudábamos la tarea. Nunca había imaginado qué agradable es ver cómo crece lo que uno mismo ha plantado.

Cada día empleaba una hora en preparar la comida para las gallinas de Sussex. El maíz estaba racionado: un kilo cada tres meses para cada tres gallinas, y sólo estaba permitido tener una gallina y media por persona. Así pues, preparaba una bazofia de castañas, cortezas de pan, hojas de col y verduras con que alimentarlas. Aquellos cotidianos quehaceres consumían todo nuestro tiempo. Nos parecía estar encerrados entre altas murallas.

La mayor parte de mi dinero estaba en Alemania, debido a que desde 1933 no estaba permitido transferir moneda al extranjero sino con permiso especial, y estos permisos eran muy difíciles de obtener.

Me hubiese gustado regalarle a Baby un abrigo de piles el día de nuestra boda, en 1937, pero las autoridades no autorizaban la exportación de dinero preciso,.

Cuando estalló la guerra, el doctor Kissel, director general de Daimler-Benz, hizo lo necesario para que pudiera disfrutar de una pensión que me permitiera vivir en Suiza y continuar perteneciendo a Mercedes. Me informó de todo con las siguientes palabras:

- Vistos los enormes servicios que nos ha prestado con su habilidad y su valentía durante los años en que usted ha tomado parte en las pruebas de velocidad y en otras especialidades, hemos decidido asignarle el sueldo de director. Aprovechamos esta oportunidad para darle una vez más las gracias por las victorias que consiguió para nosotros. Al mismo tiempo, deseamos expresar nuestro agradecimiento hacia su esposa por lo abnegada cooperación que, sin regateo alguno, siempre nos concedió.



Pasaron dos años. La pierna, con tanto descanso, empezaba a comportarse mejor. Empecé a reflexionar sobre lo que me reservaba el futuro. Deseaba volver a tomar parte en las carreras tan pronto cesaran las hostilidades. La guerra fue mucho más horrorosa de lo que al empezar 1941 hubiera podido suponerse. No tenía automóvil. Y un automóvil de carreras representaba para mí más que cualquier otra cosa.

En 1941 fui a Sttutgart para discutir mis planes y esperanzas con el doctor Kissel. Barruntaba la idea de hacerme con uno de los pequeños automóviles de 1500 centímetros cúbicos que fueron construidos para la carrera de Trípoli, y que podría tener preparado en mi garaje en espera del día en que se reanudaran las carreras. El doctor Kissel me manifestó que estudiaría el asunto; al día siguiente me llamó para que volviera a su despacho.

- Querido Caracciola me dijo - , el automóvil no podrá estar en mejores manos que las suyas. Podría decir los automóviles en realidad, aunque sólo uno está en buenas condiciones. El otro podría en cierto modo servir como almacén de repuestos, pues, aparte de algunas pequeñas piezas, no tenemos en fábrica recambios para este modelo. Me gustaría cederle esos automóviles, pero no pueden salir de Alemania. Podría ser considerado como una exportación ilegal. Tan pronto como pueda realizarse la transferencia de una manera legal, se los remitiré sin pérdida de tiempo. Puede comprender que cualquier cosa que se escribiera referente a esto sería considerado en las actuales circunstancias como una violación de las leyes.

Dejé al doctor Kissel, mi querido y respetado amigo, que desde 1927 había sido rígido pero justo jefe, sin sospechar que el apretón de manos con que nos despedimos era para mí un último adiós.

Las dificultades empezaron en 1942. En abril mi pensión fue bloqueada por orden del NSKK (Corporación Nacional-Socialista del Automóvil, la causa era que había desobedecido la orden de reintegrarme a Alemania. Puesto que mis heridas me impedían prestar servicio activo, querían destinarme a una unidad de diversión para tropas. Yo no podía hacerlo. No podía alentar a los jóvenes para que lucharan por una victoria en que yo no creía.

El doctor Kissel murió inesperadamente en julio, de un ataque al corazón, cuando pasaba un fin de semana en Ueberlingen, en el lago Constanza. La noticia me conmovió profundamente e hice preparativos para asistir al funeral en Stuttgart. Una conferencia telefónica con aquella ciudad me hizo desistir de mis planes. Alguien me dijo que no sería saludable para mí el tiempo frío y que era preferible que me quedara en Suiza.

Colgué y estuve meditando acerca de lo que habían dicho ¡Solamente podía ser aquello! El dedo amenazador del NSKK apuntaba directamente contra mí.

Unas semanas después murió Huehnlein, el jefe del NSKK. Reconozco que hizo lo que pudo en beneficio mío. Era un hombre de buen carácter, trabajador y honrado que creía en las ideas del nacional-socialismo con absoluta buena fe y que nunca se aprovechó de las ventajas de su posición.


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Nivola
mensaje Sep 21 2008, 06:11 PM
Publicado: #148


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Uffff....menos mal...Raquel, MUCHÍSIMAS GRACIAS...
Y no lo digo como "coletilla"...doy gracias de verdad y de corazón porque necesitaba este hilo...
Y es que después de unos días desconectado del foro,me pongo a releer para ponerme al día...y tras tragarme 200 páginas del previo de Monza y del peleódromo...ya no puedo más...me niego a seguir leyendo ahí hasta que no se calmen las aguas,pues estaba ya notando una "agresividad" muy incómoda y una especie de "anormal rabia" explotando...o quizá soy yo y todo va de coña y no me entero de nada... laugh.gif

Pero basta, que no quiero intoxicar el mejor hilo activo, lo dicho, un placer como siempre leer y "respirar tus bocanadas de aire fresco", Raquel...

Eternamente en deuda... wub.gif
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tenista
mensaje Sep 22 2008, 01:37 PM
Publicado: #149


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Muchisimas gracias, Raquel. Como bien dice Nivola, el foro esta un poquito cargante. Nada mejor que tu relato para volver al buen camino, como me imagino que lo hara nuestro protagonista tras la maldita guerra. Esos si que se nos da bien a la humanidad. Que pena.


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Raquel
mensaje Sep 22 2008, 03:44 PM
Publicado: #150


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smile.gif ¡A vosotros gracias!

Aquí no hay deudas, wink.gif por supuesto que no, Nivola. Para mí es un placer y me llena de alegría que también lo podáis disfrutar.

Te voy a contar un pequeño secreto, Tenista. laugh.gif
Resulta que hasta este punto más o menos estamos más o menos igual. Es decir, que cuando ya me propuse que iba a ir transcribiendo este relato hasta el final - o que eso intentaría-, dejé la lectura para tener así otro aliciente más: "a ver qué pasa..."
Pues en ello está "mi querido Caracciola", haciendo las mil y una para conseguir que vuelva a sus manos "la pequeña flecha de plata", el coche que tantas alegrías le dio en Trípoli y poder correr en una carrera a la que le han invitado.
No te digo más.... laugh.gif

Gracias.


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mensaje Sep 23 2008, 08:37 AM
Publicado: #151


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CITA(Nivola @ Sep 21 2008, 07:11 PM) *
el mejor hilo activo



Eso sin duda. smile.gif
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Raquel
mensaje Sep 30 2008, 09:30 AM
Publicado: #152


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Rudi dijo -, ¡tus Mercedes están en Zurich!

CAPÍTULO XXV



Poco a poco se sucedieron la desesperanza y los años horrorosos, cargados de miseria y destrucción, y finalmente llegó una paz que realmente no era una paz. Las pocas cartas que nos llegaban estaban llenas de las azules tachaduras de la censura; la pluma del censo había hecho ininteligibles muchos párrafos.

Excepto en ocasión de la visita a algún amigo, pasábamos el tiempo completamente solos. Peter de Paolo, el excampeón de América, cuya mayor victoria fue la de las 500 millas de Indianápolis durante el año 1925, fue a visitarme. Era coronel de las Fuerzas Aéreas americanas y estaba destinado en Zurich, para hacerse cargo de las fortalezas volantes que habían aterrizado en Suiza. Iba a menudo a Lugano para pasar juntos el fin de semana, en que, naturalmente, se hablaba de carreras. Le expliqué que aún tenía esperanzas de que el pequeño Mercedes, aquella flecha de plata, estuviera pronto en mis manos.

El adjunto del doctor Kissel, el doctor Wilhem Haspel, había pasado a ocupar el cargo de director general. El doctor Haspel iba a menudo a Suiza para asuntos de negocios y en 1943 fui a Zurich para hablar con él. En los primeros momentos no supe cómo arreglármelas para preguntarle lo de mis automóviles. No podía hacerlo en un restaurante, y menos en la habitación de un hotel, pues era posible que alguien nos escuchase por medio de un micrófono oculto. El mismo Haspel sugirió, después de comer, que diésemos un paseo. Fuimos a la Bahnhofstrasse, y mientras contemplábamos los iluminados escaparates, hablamos.

- El doctor Kissel, de una manera estrictamente confidencial, me dijo que usted se haría cargo de los automóviles de Trípoli tan pronto como fuera posible realizar su traslado a Suiza. Pero por ahora no se puede ni pensar en poder realizarlo. Usar un camión para fines no militares es un delito que se paga con la muerte, Por consiguiente, ahora sólo puedo prometer que, cuando llegue el momento oportuno, haré lo que prometió mi predecesor. Los automóviles están a salvo en un refugio a prueba de bombas, cerca de Dresde. Solamente muy pocos empleados de la casa saben dónde se encuentran.

A principios de 1945, algunos meses antes del colapso final de Alemania, Meter de Paolo fue a mi casa:

- Rudi dijo -, ¡tus Mercedes están en Zurich!

- ¡Imposible! le contesté.

- Los he visto continuó lleno de júbilo -. Mañana, en Automobil Reveu, los verás en fotografía tomada mientras pasaban la frontera.

Estaba seguro de que Meter se equivocaba. No obstante, tomé el tren para Zurich y llegué al garaje de Mercedes Benz AG.

- ¿Dónde están los automóviles? pregunté a Muff, director de la sucursal.

Me miró con la boca abierta:

- ¿Cómo sabe usted que están aquí?

- Me lo dijeron los americanos, y mañana se publicará la noticia en Automóvil Reveu.

El director empezó a recobrarse de su asombro. Me acompañó a un gran taller de reparaciones de los sótanos. Efectivamente, los pequeños y gloriosos automóviles estaban allí. Se notaba a simple vista que habían sufrido un traslado un poco dificultoso. Durante los momentos de caótica desorganización en Alemania, algunos fieles de Mercedes se las arreglaron para encontrar un camión. Los coches fueron literalmente arrancados de su escondrijo de cemento, cargados en el camión y luego, evitando las autopistas, a través de ruinas y de pueblos que ardían, fueron conducidos hasta la frontera de Suiza. Allí los descargaron, los depositaron en la aduana y se marcharon.

Los aduaneros reconocieron los automóviles; y puesto que no les acompañaba ninguna documentación, avisaron a la casa Mercedes de Zurich, firma que antes de la guerra importaba los productos de aquella marca. Desde Zurich mandaron empleados de la casa a la frontera, y el director pagó los correspondientes derechos de aduana; después los coches fueron llevados a Zurich.

Pregunté varias veces si se tenía alguna noticia con respecto a los automóviles. Como las comunicaciones estaban cortadas y no había llegado ninguna instrucción, la casa de Zurich creía tener derecho a hacerse cargo de los vehículos.

Estuve dando vueltas y más vueltas a su alrededor. El doctor Kissel tenía toda la razón. Uno de los automóviles estaba incompleto, y durante el viaje aún se había estropeado más.

Así pues pensé-, estas flechas de plata pronto irán a casa conmigo. No había tenido en cuenta las leyes de importación suizas ni la existencia de la Comisión Aliada que controlaba las propiedades de súbditos alemanes. Tan pronto como los automóviles cruzaron el umbral del garaje de Mercedes, fueron confiscados por ser propiedad alemana.

Baby y yo regresamos pesarosos a Lugano. La vida volvía a parecernos vacía. Era como si hubiésemos extraído del fondo del mar un gran tesoro y lo viésemos caer de nuevo al fondo sin esperanzas de recuperarlo.

El 14 de marzo de 1946, un telegrama de Pop Meyers, el vicepresidente del autódromo de Indianápolis, nos invitaba a mí y a mi esposa para tomar parte en la carrera señalada para el 30 de mayo, la célebre carrera de las 500 millas.

- Es imposible dije a Baby.

- ¿Imposible? Bueno, ¡ya lo veremos! repuso.

A esto sucedió un período lleno de improbabilidades, milagros y enojosos detallitos. Por encima de aquello reinaba el hecho de que la gente amaba el deporte que unía a los pueblos, porque en el deporte sólo contaba alcanzar el objetivo: el récord. Era como si todos los que hubieran de concederme algún permiso hallasen una gran satisfacción en ayudarme. Las puertas cerradas se abrían, las manos ayudaban con buena voluntad, hasta que llegó el momento en que casi todo pareció solucionado. Dos terribles palabras destruyeron todas mis esperanzas e indirectamente fueron la causa de la peor calamidad de mi vida. Las palabras fueron: Decididamente, no

Lo principal era que se me procurara una tarjeta de identidad expedida por las autoridades de Berna, porque mi pasaporte ya no era válido y no existía ninguna autoridad que pudiese renovarlo. Elevé una solicitud al control suizo de la propiedad para que se anulase la confiscación de uno de los automóviles a fin de tomar parte en la carrera de Indianápolis.

Se hizo una excepción desacostumbrada:

Se autoriza que un automóvil sea reparado y que se utilice en la carrera de las 500 millas de Indianápolis. Se suspende la confiscación por un plazo de dos meses.

No obstante, aquel control no era la autoridad definitiva. Era necesario obtener la autorización del departamento político de Berna y de la Comisión Inter-Aliada. Tenía que obtener también un visado de norteamericano, lo que no era cosa fácil para un alemán.

Entre Berna y Washington se cruzaron infinidad de telegramas, alguno de los cuales contó 142 palabras. Tenía que conseguir que mi fiel mecánico Walz pudiera llegar a Zurich, obtener los planos de los motores y conseguir recambios en el caso de que aún existiesen.

Para todo ello tenía que trasladarme a Stuttgart. Pero no se concedían visados para Alemania. Por consiguiente, si no podía ir con los requisitos legales había de valerme de otros medios

Baby se acordó de un joven teniente de las fuerzas de ocupación francesas a quien habíamos conocido algunos meses antes. Me había invitado a visitarle cuando quisiera. No me haría falta pasaporte ni visado: él mismo me esperaría en la frontera, me había prometido.

- Vamos a visitarle dije a Baby-. Cuando hayamos cruzado la frontera ya daremos con algún modo de ir a Stuttgart.

Dicho y hecho. Hicimos un paquete con alimentos y cigarrillos, y llevamos dos grandes bidones de gasolina y varios relojes de pulsera.

Partimos el 24 de marzo. El teniente nos esperaba en la línea divisoria. Fuimos con él a la pequeña villa en que vivía: una casa pequeñita, hermosa y, por supuesto, requisada.

Se sirvió el almuerzo. Cuando la doncella llevó la sopa, estuvo a punto de volcar la sopera.

- ¡Jesús, es Caratchola! exclamó.

- ¿Cómo es que me conoce?

- Antes de la guerra había visto muchas veces su fotografía en los periódicos, y además le vi correr en la carrera de Schauinsland dijo -. En seguida le reconocí. Por favor, esperen; quiero avisar a mi marido. ¡Estará encantado de saber que le he visto a usted!

Nuestro amigo nos preguntó si queríamos pasar la noche con él, lo que le complacería mucho. Haría que preparasen la habitación de los huéspedes. Era el momento de hablarle con toda franqueza. Tenía que explicarle el verdadero motivo de nuestra visita; así que le expliqué que, sencillamente, tenía que llegar a Stuttgart y que presumía que él podría facilitarme un laissez passer para la zona francesa; luego me las compondría para llegar a Stuttgart vía Tuebingen.

El teniente se mostró entusiasmado cuando le expliqué mis planes, pero no tenía autoridad para facilitarme aquel documento.

- Espere, señor Caracciola. Voy a hablar de eso con mi comandante. Es una buena persona; puede que él lo arregle todo.

Se fue. Baby y yo quedamos a la espera del veredicto que podía decidir nuestro éxito o nuestro fracaso. El teniente regresó pronto.

- El comandante desea hablar con usted.

El comandante nos recibió y escuchó mis explicaciones acerca de la invitación para correr en América y las dificultades casi insuperables que se habían presentado. Escuchó en silencio. Comprendía mi francés y mi alemán.

- Señor Caracciola me dijo -, encontré su libro en la biblioteca de esta casa, y no hace mucho que lo leí. Antes que nada quisiera expresarle mi contento por conocerle. Me alegra poder ayudarle y hacer por usted todo lo que pueda. Puedo extender un laissez-passer por nuestra zona, pero este documento no es válido en la zona americana. Su mecánico no puede obtener permiso para salir de la zona americana; pero si usted logra que sea trasladado a la zona francesa, dígale que venga a verme cuanto antes. Le conduciré personalmente a Suiza. Lo único que será necesario para que pueda entrar en Suiza es que encuentre preparado en la frontera su permiso de entrada. Le deseo la mejor suerte posible, Monsieur. Si usted, alemán, puede participar en la carrera americana conduciendo un automóvil alemán, existirá un signo de amistad entre naciones; un signo matizado por nuestro común amor al deporte. Bonne chance.

Me conmoví profundamente. Era confortador oír aquello de labios de un oficial francés.

- Mon commandant pregunté - , ¿cómo es posible que se actitud sea tan generosa, si hace tan poco que ha terminado la guerra?

- Monsieur replicó el oficial -, la geografía exige que exista una frontera común para franceses y alemanes. Cuanto más pronto encontremos el camino de una paz verdadera, mejor será para los dos pueblos.



Obtuvimos un laissez-passer para la zona francesa. Una nota impresa rezaba: Con este permiso no se puede entrar en la zona americana.

- Si no nos dejan entrar con este permiso, ¡lo tiraremos por la ventanilla en cuanto lleguemos a la frontera! dijo Baby riendo.

Había entablado relación con un suizo residente en Sttugart, que me ofreció su casa para cuando pudiese llegar.

Nada indicaba dónde empezaba una zona americana, como no fuese la presencia de algunos soldados que rodeaban una hoguera al lado de la carretera. Uno tuvo la idea de pedirnos la documentación. Fueron unos momentos desagradables. Le mostré solamente aquel permiso lleno de estampillas y timbres. Le pareció suficiente y nos dejó seguir. Al cabo de cierto tiempo me enteré de que si hubiese examinado el coche hubiéramos ido a parar a la cárcel, pues llevar gasolina y cigarrillos americanos era delito de contrabando.

Empezaba a oscurecer. Conduje un poco más rápidamente. Un jeep hizo su aparición y nos siguió. ¿Cuánto podían correr aquellos vehículos? Baby miró atrás.

- Oye me dijo -: esos bichejos son rápidos de veras. ?se se ha pegado a nosotros. ¡Y cómo conduce ese tipo! Parece que está enfadado. ¿Por qué no acelerar, para que sepamos qué velocidad alcanza?

Mi automóvil llegó a los 120 km/h. Tuve que aflojar cuando me cerró el paso un camión; el jeep se puso a mi lado, me adelantó, se atravesó en el camino y me obligó a parar.

Bajó un soldado. En su casco se leían las iniciales MP, y su magnífico perro pastor también lucía las mismas letras en su gualdrapa azul. Muy pocas veces había visto a un hombre tan furioso.

- Oiga usted rugió -, ¿puede saberse qué es lo que quiere hacer? ¿No se ha enterado de que hay un límite de velocidad? A ver, ¡sus papeles!

- Pero señor dijo Baby -, ¿no ha visto cómo me volvía yo para mirarle? Nos asombró tanto el rendimiento de su automóvil, que quisimos saber cuánto puede correr un jeep de ésos.

- Lo de mi jeep no es asunto suyo gruñó mientras examinaba nuestros documentos, que también aquella vez sirvieron.

- ¿Adónde van ustedes?

- A Lugano, Suiza.

- Vayan a donde vayan, escojan otro sistema: si siguen así acabarán en el cementerio.

Hice un gesto de asentimiento y conduje muy despacio hasta el siguiente cruce. Siempre se aprenden cosas. Supe que muchos jeeps son de la policía militar, y que, además, corren muchísimo. Mi curiosidad estaba satisfecha.

Sttutgart ofrecía un aspecto desolador. Ningún reportaje periodístico puede dar idea de lo que aquello era. Me preguntaba dónde podía vivir la gente que veía por las calles, pues casi todas las casas estaban derruidas por los bombardeos o gravemente dañadas.

La mañana siguiente fui a la fábrica de Untertuerkheim. Encontré un terreno sembrado de escombros que mucha gente se ocupaba de despejar. Todos trabajaban con palas y carretillas. Los empleados de la casa, voluntariamente y sin retribución, ayudaban en aquella labor, sin tener en cuenta su rango o situación. Nuestra fábrica tiene que ser reconstruida; nuestra estrella tiene que volver a brillar, pensaban.

El doctor Wilhem Haspel ya no dirigía le empresa. Como había sido un gran industrial, aquellos tiempos eran para él muy felices. Se hallaba en el hospital, adonde le visité y le expliqué lo de la invitación de Pop para Indianápolis.

Me dijo que me entrevistase con los dos directores entonces en funciones, el doctor Otto Hoppe y el doctor Kaufmann. Así lo hice, y ambos me ayudaron.

Obtuve permiso para buscar, entre el material recuperado de los escombros, recambios, neumáticos, una tubería de alimentación y ruedas. Encontré bastantes elementos muy aprovechables.

También arreglaron lo de que Walz y otro especialista fueran trasladados a la zona francesa, ya que fracasaron todos los esfuerzos para poder obtener un permiso americano para su entrada en Suiza.

El 5 de abril, Walz llegó a Zurich. El comandante francés había hecho honor a la palabra dada y se había podido obtener los permisos para mi mecánico y para un segundo ayudante.

La puesta a punto del coche no fue cosa fácil, aunque disponíamos de los planos del motor. Entre otras cosas, nos encontramos con la imposibilidad de encontrar tubos duroflex. Un amigo de la Embajada norteamericana quitó de su avión algunos de aquellos tubos y me los cedió. Había también que preparar la gasolina especial que aquel motor requería y construir un depósito suplementario de aceite, pues en Indianápolis no está permitido repostar aceite durante la carrera.

Cuando el automóvil estuvo a punto deseé probarlo siquiera fuese durante un corto recorrido, para comprobar así cómo marchaba.. Fui a las oficinas de la policía con el objeto de solicitar permiso para conducir a toda velocidad por un trayecto determinado. La policía de Zurich, gente aficionada al deporte, me lo concedió, y una mañana, a las cinco, cerró al tráfico una recta lo suficientemente larga como para poder hacer mi prueba. El automóvil marchó como un reloj de precisión y alcanzó una elevada velocidad. Es imposible describir la felicidad que sentimos. El mecánico suizo Friedly, mi querido Walz y yo nos miramos, llenos de alegría. Fueron aquéllos unos momentos de la vida que no pueden olvidarse jamás.

Desgraciadamente, no podía llevarme a Walz a América. Como alemán residente en Alemania, no había posibilidad de obtener para él un visado de entrada en los Estados Unidos. Por consiguiente, era Friedly el que iría conmigo para cuidar de todo lo referente al automóvil. Mientras tanto, Baby se ocupaba de la obtención de los visados: uno de tránsito para Francia; uno inglés, también de tránsito, para Neuwfoundland los dos casi imposibles de obtener para un alemán con tarjeta de identidad expedida en Suiza -; otro permiso para volver a entrar en Suiza. En cuanto los tuviésemos, se nos autorizaría la entrada en los Estados Unidos.

Finalmente obtuvimos todo. El automóvil también estaba a punto y sólo faltaba proceder a embalarlo. Hice construir una gran caja de madera para contener el automóvil y todas las herramientas. Después era necesario encontrar un camión que pudiera cargar con aquella caja, y tener los documentos necesarios para transitar por Francia y embarcar el automóvil en un puerto francés.

Cuando todo estuvo a punto, se planteó en Francia una huelga portuaria y fue preciso obtener nuevos permisos para embarcar en algún puerto belga. El 17 de abril me enteré de que las autoridades inglesas aún no habían concedido permiso para que el automóvil pudiera, temporalmente, salir de Suiza. Recurrimos a quienes creíamos que podían ayudarnos, tanto en Berna como en Londres. El 18 de abril, el agregado comercial de Berna de la Embajada británica nos dijo que no era él la autoridad indicada y que sería conveniente dirigirse directamente al Foreign Office.

Me dirigí a un amigo de Londres para que expusiera mi caso al Foreign Office y viera de obtener el permiso de exportación temporal de vehículos a los Estados Unidos. Lo hizo, y estuvimos esperando el resultado, llenos de ilusión. El 24 de abril el automóvil ya estaba cargado en el camión. No podíamos esperar ni un minuto más, puesto que sólo podíamos contar con un buque antes del 30 de mayo, fecha de la carrera. Además, necesitaba entrenarme y tomar parte en las pruebas de clasificación, que en aquel lugar eran imprescindibles.

Meter de Paolo y los organizadores de la carrera de las 500 millas seguían el asunto con enorme interés. Se cruzaban largos telegramas. Finalmente, cuando perdimos las esperanzas de poder embarcar a tiempo, recibí un telegrama de De Paolo. El general Dolittle había concedido que el automóvil pudiese ser transportado en un avión de las Fuerzas Aéreas norteamericanas, una vez, naturalmente, hubiésemos obtenido el permiso británico para la salida de Suiza del vehículo.

Al anochecer de aquel mismo día llegaron las malas noticias. El Foreign Office denegaba la autorización.

Hasta el 30 de abril traté en vano que modificaran aquella decisión. Fracasé.

Volví a Lugano. Baby me recibió con semblante pálido y aspecto cansado. No lográbamos hacernos a la idea de que todos nuestros esfuerzos, sacrificios, molestias y gastos habían sido inútiles.

- Baby, escúchame le dije -. Tengo una idea. Iremos a Indianápolis como sea. Será mucho mejor para el año que viene que ahora conozca la pista y el modo de cómo hacen allí las cosas.

Esto es lo que hicimos. Fuimos en avión a Estados Unidos. Fue un agradable vuelo con la TWA. Fuimos desde Zurich a Perís, y desde allí, por Shannnon y Newfoundland, a Nueva York.

Nos esperaba en el aeropuerto René Dreyfus, el popular corredor francés. Nos acompañó al hotel y después nos llevó a su encantador y excelente restaurante Le Gourmet. Nos quedamos pocos días en Nueva York, porque me interesaba ver lo más posible de los entrenamientos de Indianápolis.

Salimos para Indianápolis en un atestado tren, en el que tomamos un departamento con camas. La mañana siguiente, cuando fuimos al coche restaurante para desayunar, vimos algo que nos pareció increíble. Allí estaban Achille Varzi, Gigi Villoresi, el gran escritor deportivo Filipini; Mazuchelli, el jefe de la Ferrari, en fin, todo el equipo italiano que se había inscrito en la carrera de las 500 millas. ¡Qué reunión tan feliz y ruidosa! Hablábamos italiano o alemán, nadie se preocupaba. A nadie le importaba qué idioma habláramos. No nos habíamos visto desde antes de la guerra.

Pop Meyers nos esperaba en Indianápolis. Le acompañaban Wilbur Shaw, tres veces vencedor de aquella carrera y presidente del autódromo; Dolly Dallenbach, la secretaria, corazón y alma de la administración de aquella institución, y Peter de Paolo. Sólo faltaban flores y los sones de la banda.

Me presentaron al nuevo propietario del autódromo. Mr. Antón Hulman Jr., un par de días después de mi llegada. Me dio un caluroso apretón de manos.

- Había esperado mucho tiempo este día, Rudi me dijo -. Había oído y leído tantas cosas de usted que anhelaba conocerle. Lamento mucho que no haya podido traer su Mercedes. No imaginaba nada más hermoso que verle correr en mi pista, en esa obra maestra de la industria alemana. Tengo también que decirle que mi abuelo, el que fundó la casa Hulman & Co., fue un emigrante alemán. Vino de allí a mediados del pasado siglo y había nacido en Lingen.

Me pareció como si hubiese conocido a Tomy toda la vida. Desde el momento en que nos presentamos fuimos verdaderos amigos.

Teníamos reservada una habitación en el hotel Marott. En cuanto llegué, el empleado de conserjería me entregó una carta. Contenía este mensaje, escrito en letras mayúsculas:



Rudolf Caracciola:

Desearía hablar con usted mañana por la mañana antes de que salga del hotel. Yo también me hospedo aquí. Tenemos que hablar acerca de un automóvil mío que usted podría conducir.

JOE THORME



Primero pensé no dar importancia a aquella carta, pero después me intrigó, pues pensé que sería mucho mejor recorrer la pista de Indianápolis en un automóvil americano de carreras que en el mío de turismo. Fui a ver a Joe Thorne la mañana siguiente. Era un hombre de aspecto agradable, acomodado, un poco excéntrico, joven y delgado, que había instalado un taller mecánico en el recinto del autódromo. Sus propios técnicos y mecánicos habían construido dos automóviles rapidísimos que llevaban la marca, el nombre de Thorne Enginnering Special. Uno de ellos no empleaba compresor, cubicaba 4 ½ litros, motor seis cilindros y un carburador para cada uno, y estaba destinado para mí. Joe Thorne había pensado tomar parte con él en la carrera; pero no podía porque se había fracturado una pierna en un accidente de motocicleta. A pesar de que tenía que ir de un sitio para otro en una silla de ruedas, insistió para que le dejaran tomar parte en la prueba: pero la dirección rehusó concederle el permiso por razones de seguridad.

- Señor Caracciola me dijo -, aparte de mí, nadie conducirá este coche sino usted. No lo confiaré a nadie más. Robson conduce el otro automóvil. También es muy bueno, pero éste es mucho más rápido.

Por la tarde fuimos a la pista para echarle una ojeada. Me pareció demasiado alto. El asiento estaba libremente suspendido en el chasis; unos pequeños amortiguadores limitaban sus movimientos. De esta forma, el piloto quedaba resguardado del traqueteo. Poseí frenos en las cuatro ruedas, que se operaban con una palanca situada en el exterior. Asombrado, me interesé por saber el motivo de aquella disposición. Thorne me explicó que el conductor del automóvil que le siguiese podría ver el momento en que iba a frenar. Aunque, realmente, casi nadie frena durante la carrera.

Un vago presentimiento me había llevado a llevar conmigo desde Zurich la maleta en que guardaba mi ropa de corredor, los zapatos y las gafas. Me cambié la ropa, subí al automóvil y me preparé para iniciar una vuelta. Inesperadamente, un control me hizo parar.

- No, Rudi, no puede usted hacer eso me dijo -. Es preciso que se ponga un casco protector; después tiene que reconocerle el médico. Cuando le haya aprobado se le concederá el permiso de piloto para esta carrera, y entonces podrá correr por la pista.

Salí del automóvil a regañadientes y me dirigí a boxes, donde estaba el despacho del médico. Me reconoció con sumo cuidado, y después me preguntó mi edad.

- Tengo 45 años le dije.

Me examinó los ojos. Tuve que deletrear letras de todos los tamaños, tanto desde cerca como desde lejos. Había una diminuta y; no recordaba cómo se llamaba en inglés.

- ¿Cómo le llaman ustedes a esa letrita de tres patas pregunté al doctor Smith.

- No se preocupe, no se preocupe me contestó riéndose -. ¡Tiene usted una vista de águila! Su presión está en 14´5; el corazón le late con la misma tranquilidad que el motor de un viejo camión. Espere que lo explique a mis ayudantes; ¡cuarenta y cinco años, y tan campante!

Bueno, ya tenía el okay del doctor; ¿pero dónde podría encontrar un casco reglamentario?

Al Herington, presidente del Automobile Club of America, me proporcionó un casco inglés de los que usan los tanguistas. Era ligero y sólido; tenía orificios para ventilación. Cuando me lo encasqueté me pareció que metía la cabeza en un cubo. ¡Por fin podía dirigirme a la pista!

La recorrí despacio, para estudiar cuidadosamente el circuito, los virajes y el automóvil. Aquel óvalo era sorprendente, pues cada viraje debía ser tomado de diferente modo. Los peraltes eran poco pronunciados y la recta secundaria era ancha y hermosa. Sin embargo, la que se extendía ante las tribunas estaba pavimentada con ladrillos, por lo que tenía una superficie desigual. Al principio toda la pista era así, pero al cabo de cierto tiempo se asfaltaron las curvas y la otra recta. Al cabo de unas cuantas vueltas, poseí entero dominio del automóvil. Su poder de aceleración era enorme y se agarraba perfectamente.

Encontré demasiado alto el parabrisas de mica, y en boxes, pedí a Thorne que lo recortasen un poco.

Fue lo único que encontré mal en aquel automóvil.


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tenista
mensaje Sep 30 2008, 12:14 PM
Publicado: #153


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Mil gracias Raquel, que alegria me has dado antes de irme a currar laugh.gif . Ya se me hacia raro, tanto tiempo.


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QUIQUE A.
mensaje Sep 30 2008, 05:47 PM
Publicado: #154


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Fascinante. Qué poco apreciamos la paz cuando la tenemos. huh.gif
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Raquel
mensaje Sep 30 2008, 05:59 PM
Publicado: #155


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CITA(QUIQUE A. @ Sep 30 2008, 05:47 PM) *
Fascinante. Qué poco apreciamos la paz cuando la tenemos. huh.gif


¡Qué verdad! smile.gif

Y a veces, cuando la tenemos y empezamos a saborearla, un "chas" podría quitárnoslo todo.

Este último capítulo que he posteado se entiende muy poco (quiero decir, el valor de lo que dice) sin el que viene a continuación.
Me hubiera gustado postearlos juntos para que vierais por qué. Pero creo que de haberlo hecho así, habría traicionado de algún modo la forma en que Caracciola pretendió que lo comprendiésemos.
Vamos, es tan sólo una suposición mía, por supuesto. Yo lo interpreto así -aunque me equivoque-, y en consecuencia actúo.

Gracias.


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Raquel
mensaje Oct 2 2008, 03:19 PM
Publicado: #156


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La Historia le ha hecho justicia, supongo.
Pero me gustaría dedicar este capítulo a Alicia Hoffmann-Trobeck, Baby Caracciola, para que en la memoria de todos quede siempre el coraje y valor que no halla límites, el espíritu de fortaleza, la capacidad de entrega y entereza, con los que se hacía grande "la pequeña Baby" - como la llamaba a menudo él.

Una se siente totalmente desarmada cuando lee todas estas palabras. Y no encuentra adjetivos, ni conceptos de ningún tipo, para poder expresar SU ADMIRACI?N. smile.gif

El automóvil voló, y esto es lo último que supe.



CAPÍTULO XXVI



El día siguiente decidí efectuar las vueltas de clasificación. Tenía que dar diez vueltas a la pista a un promedio de 140 a 160 Km/h, y después otras cinco más a más de 160 Km/h. Aquellos promedios habían de mantenerse rigurosamente.

Todo se desarrolló muy bien. Me gustaba aquel automóvil. Solamente me faltaba correr las cuatro vueltas de calificación a un promedio superior a 190 Km/h.

Me dirigí a boxes y cambié las ruedas para correr con el máximo de seguridad. Mientras tanto llegó el resultado de las vueltas de calificación: había corrido con regularidad cronométrica. Fumé otro cigarrillo, me puse el casco y me dispuse a arrancar.

Seth Klein, encargado de dar las salidas y director del programa de carreras, vino hacia mí.

- Ahora, Rudi me dijo, dándome palmadas en el hombro -, le dejaremos solo en la pista para que dé las vueltas de clasificación. Dé unas cuantas vueltas primero y, cuando esté a punto, levante la mano al cruzar la salida y cronometraremos. Dé cuatro vueltas sin detenerse. Si no está contento de cómo ha marchado, puede volver a empezar. Se permiten tres tentativas..

Toqué mi casco con dos dedos a guisa de saludo.

- Okay, jefe. Veremos lo que puedo hacer

La pista estaba libre. Salí de boxes y di unas cuantas vueltas para calentar el motor y gastar un poco los neumáticos. Dos o tres vueltas más, y entonces levanté la mano. El automóvil voló, y esto es lo último que supe.

Estuve mucho tiempo sin saber nada acerca de lo ocurrido; en realidad no me enteré hasta varias semanas después, cuando Baby me lo contó.

Durante mis vueltas de precalentamiento mi esposa estaba de pie, junto a la valla de las tribunas, detrás de una gruesa y alta valla de tela metálica que separaba de la pista a los espectadores. De pronto vio cómo la gente corría hacia el viraje de la derecha y cómo los extintores de incendios y las ambulancias se dirigían hacia la escena del accidente. Estaba claro que se había producido un accidente y que yo era la víctima.

Baby cruzó la pista por el paso subterráneo, y al otro lado se encontró nuevamente sin poder pasar por otra valla de tela metálica que separaba de la pista los almacenes de repuestos y los talleres de reparaciones. Un hombre estaba sentado pocos metros más allá.

- Por favor, señor, - dijo -: soy Alicia Caracciola. Mi marido debe de haber sufrido un accidente. Debo ir hasta allí. Debo ir con él en la ambulancia.

El hombre se incorporó y fue hacia ella.

- La ambulancia ya ha partido, señora le dijo -. Pero voy a mandar traer un coche para que la conduzca hasta el hospital.

Lou Meyers y otro hombre la acompañaron hasta el hospital, abriéndose paso con las sirenas de los policías de la escolta. Cuando llegó al Hospital Metodista, yo ya estaba en el quirófano de la sala de urgencia, situado en la planta baja. Mi cara tenía un color cárdeno y estaba hinchada. Respiraba entrecortadamente. Mi mono de corredor colgaba en tiras de mis hombros y espalda. Me limpiaron y, después de una rápida observación, los médicos vieron que no me había roto ningún hueso. Me acostaron en una cama con barandillas para que no pudiera caerme.

Muchas personas se interesaron en seguida por mi estado. Hasta cerca de medianoche estuvo la antesala llena de visitantes. Joe Thorne, los mecánicos, Mary y Tony Hulman, Wilbur Shaw y muchos otros más. Todos anhelaban que recobrara el conocimiento y pudiera explicar lo que había acontecido.

Algo me había pegado en la sien. El vigilante de aquella parte de la pista decía que solté el volante y que me desplomé como si hubiese sufrido un colapso. El automóvil, sin control, chocó a toda velocidad con una valla de madera que limitaba la recta. Fui despedido del vehículo, describí una trayectoria en forma de arco y di con la nuca en el suelo. El coche dio varias vueltas de campana y se detuvo al lado de mi inanimado cuerpo.

Realmente este accidente, como tantos otros, nunca ha sido explicado de modo satisfactorio. Los muertos no hablan. Y a aquellos que han sufrido alguna gravísima herida, la naturaleza les hace merced de aquellos instantes terroríficos. No conozco a nadie que haya sido capaz de describir los instantes que preceden y siguen a un accidente casi mortal.

Dos días después de mi accidente tuvo lugar la carrera de las 500 millas. George Robson, el conductor del otro automóvil Thorne Enginnering Special, ganó la carrera, como si aquello fuera un acto de justicia que mitigara el perjuicio de la pérdida del automóvil conducido por mí. Pero Robson no pudo disfrutar durante mucho tiempo del premio de setenta mil dólares. Pocos meses después murió en un accidente.



Después de la carrera fue al hospital un hombre que solicitó hablar conmigo. Lo recibió Baby y dejó que me mirara desde el quicio de la puerta. Después le preguntó qué deseaba. Le enseñó la placa de la FBI.

- Señora le dijo -, ¿le molestaría que le pida me enseñe los pasaportes y otros documentos para el viaje?

Baby tenía los pasaportes y mis documentos, librados por los aliados, en el bolso. Se los enseñó, todos repletos de visados, estampillas y sellos. El agente del FBI los examinó cuidadosamente, principalmente la tarjeta de identidad librada por el Control aliado, y en la que estaba inscrito el permiso de estancia por dos meses en Estados Unidos.

- Bien, naturalmente dijo -. No podía ser de otra manera. Ya pensaba que sería así. Caracciola es demasiado conocido para no venir si no era con documentación correcta.

Baby quedó asombrada. ¿Qué quería significar?

- Señora continuó el agente -: se presentó una denuncia contra su esposo. Alguien dijo que había entrado en nuestro país con documentos falsos. Tenía orden de detenerle antes de la salida de la carrera. Le busqué. Después supe lo del accidente, y por lo tanto vine aquí. Déjeme que le diga algo. Es posible que en Europa haya muchos granujas, pero ¡también los tenemos aquí! Deseo, señora, que su esposo se restablezca muy pronto; pero deben quedarse aquí con toda tranquilidad hasta que se haya recuperado del todo. Sería conveniente pidiera en seguida una prolongación de tres meses del permiso de estancia. Le daré la dirección de la oficina a la que tienen que dirigirse, y me interesaré para que la solicitud sea aprobada.

Después se marchó con la cabeza gacha, como hundido en profundos pensamientos, y se alejó por el vestíbulo con lentos pasos.

Baby quedó perturbada. La denuncia anónima demostraba con cruel realidad que entre los pilotos había alguien que no toleraba intrusiones.

Dos semanas después del accidente, Wiburg Shaw llevó mis gafas. Creo que fueron examinadas cuidadosamente. Pero nunca me fue dada una explicación acerca de los profundos agujeros que aparecían, tanto en el cristal irrompible como en su montura de acero.

Desde 1946 se ordenó que hubiera vigilantes cada 50 yardas en toda la pista de Indianápolis, tanto durante la carrera como durante los entrenamientos.

Cuando Tony Hulman fue aquella tarde al hospital, Baby le relató la visita del FBI.

- Alicia me dijo-, si Rudi hubiese sido arrestado al iniciarse la carrera, no habría dado la señal de salida hasta que examinase su documentación, con lo que este asunto se habría arreglado en el acto.

Durante cinco días y cinco noches Baby no se apartó de mi cama, siempre pendiente de mí. Después de 48 horas mi respiración se hizo más normal, pero toda mi parte derecha continuaba paralizada y mi coma era tan agudo que los médicos no podían hacerme abrir la boca.

Una noche, hacia las dos de la madrugada, mientras la vital glucosa se introducía en mis venas, Baby decidió ir al hotel a fin de cambiarse la ropa. Llamó por teléfono a una empresa de taxímetros para que uno le esperase ante el hospital y dio su nombre y apellidos.

- ¿Es usted la esposa del corredor que se ha herido? preguntó quien atendió la llamada.

- Sí, soy la señora Carcciola.

- En seguida estaré ahí, señora.

Efectivamente, en seguida llegó el taxi. El taxista, un hombre fuerte, de rostro curtido por el sol y ojos azules, descendió del vehículo para abrir la puerta a Baby. Durante el camino hacia el hotel dijo:

- Tiene que ser terrible, señora, venir de tan lejos para estrellarse aquí. Deseo de todo corazón que su esposo se restablezca muy pronto. ¿Cómo se encuentra ahora?

- Aun no ha recobrado el conocimiento, y continúa paralizado del lado derecho. Es lo único que se puede decir hasta ahora.

- Permítame, señora, que quede a su disposición. Llámeme a cualquier hora, sea del día o de la noche. Recuerde mi nombre, Malean. Pertenezco a la Red Cab Company.

La sexta noche Baby quiso ir al hotel para reposar unas cuantas horas, y para hacerlo llamó a Malean.

?ste se presentó casi al instante.

- ¿Cómo anda el chico? preguntó inmediatamente.

- Está un poco mejor le explicó Baby -. Hoy, por primera vez, ha movido el brazo derecho, y los doctores han podido abrirle la boca por primera vez. Ahora esperamos que se recobre rápidamente.

- Ya sabía, señora, que hoy se encontraría mejor.

- ¿Lo sabía? ¿Y cómo podía saberlo?

- Señora explicó Malean -, cuando suceden cosas como éstas, tan sólo el Gran Jefe, desde el cielo, puede ayudarnos. Cuando la dejé la otra noche, me fui a casa, me arrodillé y rogué a Dios, con todo mi corazón, que ayudara a su esposo.

Hasta aquel momento Baby no había perdido el coraje; pero ante aquello se derrumbó y sus lágrimas por tantas desilusiones, por el accidente, estaban mezcladas con las de agradecimiento porque Rudi continuaba vivo y con las que, emocionada, sentía ante el hecho de que en aquella tierra extraña un hombre hubiese estado rezando por otro hombre desconocido para él.



A partir del sexto día empecé a recuperarme. El brazo en que se me introducía la glucosa tuvo que ser atado a una tablilla, y ésta sujeta a la cama. Los ojos dejaron de estar en blanco y volvieron finalmente a su posición normal, pero no soportaban la vista de lo que me rodeaba. El décimo día empecé a articular alguna palabra. Empecé preguntando por Tomy.

Después no paré de hablar de la mañana a la noche. Siempre hacía las mismas preguntas. Se turnaban tres enfermeras que terminaban agotadas sus ocho horas de trabajo. Solamente para Baby el día comprendía veinticuatro horas.

Poco a poco empecé a percatarme de los sollozos y de los gritos de dolor de los heridos alojados en aquella ala del hospital. ¿Por qué me encontraba en aquel lugar? Estaba lleno de salud. ¿Por qué me tenían allí mientras otros gritaban de dolor? Tenía que salir. ¡Tenía que irme!

Hotel Marott, Hotel Marott, habitación 115. Meridiano Norte. Doblé los barrotes de la cama como si fuesen de cera. A fuerza de patadas convertí la cama en una ruina. Había que procurar que Baby no se diese cuenta: no me dejaría levantarme

- ¿Qué haces, querido Rudi?

- No hago nada, no hago nada le respondí -.



Tengo que hablar en inglés, pues no tienen que saber que soy alemán. Estoy encarcelado. Han apaleado día y noche a esos que gritan. Pronto empezarán a pegarme. Tengo que huir.

- ¡Socorro, Tony! Baby, ¿dónde estás? Nunca estás a mi lado.

- ¿Pero si estoy a tu lado, mi pequeño Rudi! Estoy siempre a tu lado.

- No, siempre te vas.

Baby me llevó un helado de vainilla. Era delicioso. ¡Qué maravilloso era el sabor de aquel helado! Me reí de gozo. Pero, de todas formas, tenía que huir de allí.

Mi esposa fue a la cafetería a comer. Había llegado el momento. Primero pasé las piernas entre los barrotes del pie y la barandilla de la cama. Me costó, pero logré ponerme de pie.

Estaba tan mareado de debilidad que tenía que apoyarme en los muebles y en la pared. Por fin logré abrir la puerta. Miré a un lado y otro del vestíbulo. Ojalá que no llegase nadie. Una puerta entreabierta daba a la calle Podía escaparme conduciendo la ambulancia. El coger estaba de pie a un lado.

- Marott Hotel le dije -, habitación 115.

- Muy bien contestó -. En seguida.

Antes de que me diese cuenta de lo que sucedía, me acorralaron entre la enfermera de las gafas que parecía una lechuza, el idiota que se empeñaba en hablarme como si yo estuviera enfermo y un tipo disfrazado de guardia. Me defendí con toda mi fuerza a puñetazos y patadas. Di un puntapié en la espinilla a la bruja de las gafas. Pero ellos pudieron más. Me metieron otra vez en la cama y me ataron.

Baby terminó su desayuno y volvió a la habitación. El policía del hospital estaba sentado, en mangas de camisa, con la gorra echada hacia atrás. El calor era insoportable.

- ¡Oiga, señora! dijo -, a ver si cuida mejor de este fulano. No hay quien le aguante. Ha armado un jaleo de todos los diablos.

Baby entró sin aliento en la habitación. Yo me comporté como un niño para que ella no se diese cuenta de lo ocurrido.

- Rudi, ¿qué has hecho?

- Nada contesté de la manera más inocente.

- Si no te portas bien, no me dejarán estar contigo. Te dejarán solo en un cuarto pequeño, a oscuras.



El doctor Hahn, y el doctor Merrell, especialistas en neurología, lo mismo que el doctor titular del hospital, ordenaron que guardara reposo absoluto. No habían hecho radiografías de mi cerebro porque no querían que dejara de permanecer extendido. Después de mi intento de fuga, Baby habló con los doctores. Pidió que me hicieran aquel examen con los rayos X. También solicitó que dejaran trasladarlo al hotel.

- Desea ir al hotel Marott dijo mi mujer -. Piensa que está prisionero. Cree que han pegado a los que oye cómo se lamentan. Oye las quejas y lamentaciones de las otras habitaciones y no puede comprender a qué se deben. No puede comprender que aquí mueren a diario personas víctimas de accidentes. No sabe que a veces hay manchas de sangre en el vestíbulo.

Me hicieron las radiografías, que mostraron claramente que no se había producido rotura ni fisura en mi cabeza. Después de una larga consulta entre los doctores, me dieron la autorización para poder abandonar el hospital.

Dijeron, además, a mi mujer:

- Si usted se hace responsable, puede llevarse a su marido al hotel.

La noche anterior a mi traslado, Baby estuvo hablando conmigo durante mucho rato. Trató de hacerme comprender que había sufrido un grave accidente durante los entrenamientos para la carrera de Indianápolis. Me moría de risa. ¡Pero si nunca había estado en Indianápolis! Me trajo periódicos y fotografías en que se veía a un hombre en un automóvil de carreras. Aquel hombre lucía un casco como el mío; en general, se parecía mucho a mí.

- Escucha dije -, generalmente eres una muchacha muy lista. ¿No ves que todo esto es una falsedad? Desde luego, muy bien apañada. Estos americanos son muy ingeniosos. Pero tú tienes que saber muy bien que yo nunca en mi vida he corrido con un casco parecido.

La mañana siguiente me vistieron y nos dirigimos al hotel. Las guapas enfermeras y la bruja de las gafas me despidieron.

- ¡Adiós, Rudi, adiós!

Me volví para mirar. ¡Ah!, había sido una persona realmente inteligente. ¡Ya estaba fuera de allí!

Baby me había hecho prometer que haría todo lo que ella me dijera. Me dijo que me echara y me quitó los zapatos.

- Me gustaría bajar a sentarme en el salón, y hoy, quiero cenar en el comedor le dije, observando su reacción ante mis palabras. Quería comprobar que me encontraba ya libre.

- Desde luego, cenaremos abajo, si es que lo prefieres me contestó -. Pero si te encuentras mareado, tendrás que apoyarte en mí, ¿me entiendes?

Para Baby, aquélla era una decisión muy difícil de tomar. Temía que aun me encontrara demasiado débil para permanecer en el salón comedor. Por otra parte, era muy importante lograr que yo borrara de mi mente la serie de fantasías en las que estaba sumido; probarme que éramos libres y podíamos actuar como tales. Realmente me encontraba muy débil. Todo me daba vueltas al hacer un pequeño esfuerzo, como levantar la cabeza un poco. Pero, no obstante, estaba decidido a bajar. Quise ponerme yo solo los zapatos. Lo probé, pero no entraban.

- El izquierdo tienes que ponértelo en el pie izquierdo; el derecho, en el derecho me explicó mi mujer. ¿Cómo podía saberlo?

Me era muy difícil andar derecho. Baby estaba a mi derecha y mi apoyé en su hombro. ¿Por qué teníamos que comer? ¡Qué utensilios para comer más feos, más bastos!

- Mira cómo los uso yo decía Baby. Contemplé con mucha atención cómo usaba el cuchillo y el tenedor.

Me dolían las encías.

Se veía mucho movimiento en la calle. Gente, coches, más gente, ruido, siempre ruido

Tenía ganas de estar de nuevo en la cama.

- Me duelen mucho las encías, Baby.

Me había quemado la boca con la sopa. ¿Qué quiere decir caliente? ¿Qué quiere decir frío? ¿Y dulce? ¿Y amargo? ¿Y aquel vapor que salía de la sopa?

Todo era muy difícil de comprender. Mis pies no tocaban el suelo. Estaba suspendido en el aire y me encontraba muy mareado. Estaría mucho tiempo, sí, mucho tiempo con aquel mareo.

Al cabo de un rato vino Tony. Llegó con un automóvil muy grande y muy cómodo.

- Hola, Rudi. Ahora nos iremos a Terre Haute. Me refiero a mi pequeña casa de descanso, Lingen Lodge. Podrás estar allí, cuanto más tiempo mejor; podrás sentarte a la orilla del lago y pescar.

En aquel lugar había un gran parque, casi un verdadero bosque, un lago artificial y, a su orilla, una deliciosa casita con todos los refinamientos posibles. Una piscina de color turquesa y una formidable terraza. Allí todo era silencio. Tan sólo, durante la noche, se oían extraños animales. Daba miedo. Una luna grandísima y rojiza, la luna más grande que jamás hubiera visto, flotaba baja en el firmamento. Su luz dorada acariciaba los amarillos y fragrantes nenúfares cuyas enormes hojas medio cubrían el lago.

La temperatura permanecía igual; durante el día lo mismo que durante la noche, siempre calurosa. En la cama, el entorno de mi cuerpo me señalaba por el sudor. Era el calor húmedo de Indiana, un calor que hace milagros en las plantaciones de maíz.

Durante las tardes, Mary y Tony Hulman venían a vernos. Venían casi diariamente, aunque sólo fuera por un momento de visita. Nos llevaban café recién tostado y merendaban con pasteles al estilo de Suecia que Baby preparaba. También nos llenaban la nevera con toda serie de alimentos y cosas agradables. Nos cuidaban como nadie en el mundo, hasta entonces, lo había hecho.

En 1946 aún subsistía el hecho de que la mayor parte de la producción industrial estaba reservada para las necesidades del Ejército. Era muy difícil poder comprar lo que a uno le gustaba. Por ejemplo, sólo se podían comprar dos pares de medias de nylon, y aun en el almacén en que uno estaba inscrito. La carne escaseaba, el tocino era casi imposible de encontrar. Pero Tony tenía de todo. Siempre nos llevaba solomillos, tocino y café. También llevaba nuestro correo y cuidaba de las cartas que Baby escribía, cosa que mi mujer hacía con profusión. Durante dos meses solamente durmió cuando las circunstancias se lo permitían.

Después me enteré de que yo andaba mucho, principalmente durante la noche. Iba por aquí y por allá, tanto que siempre sentía el temor de que me cayera en la piscina. Hacia las 4 de la madrugada nos bebíamos una botella de cerveza inglesa, y después dormíamos unas cuantas horas.



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QUIQUE A.
mensaje Oct 2 2008, 05:03 PM
Publicado: #157


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Este tipo tuvo una vida realmente azarosa ... ¡Le pasó de todo! ohmy.gif

Cuanto más leo más gracia me hace la ridiculez de escribir unas memorias con veintipocos años. blink.gif

CITA(Raquel @ Sep 30 2008, 06:59 PM) *
Me hubiera gustado postearlos juntos para que vierais por qué. Pero creo que de haberlo hecho así, habría traicionado de algún modo la forma en que Caracciola pretendió que lo comprendiésemos.


A mí me gusta más así. Le da más suspense ... cool.gif
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tenista
mensaje Oct 2 2008, 05:56 PM
Publicado: #158


TENISTA
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Ahora entiendo porque este capitulo es tan Especial. A mi, tambien me ha encantado Raquel wink.gif


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QUIQUE A.
mensaje Oct 3 2008, 03:39 PM
Publicado: #159


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Con tu permiso, Raquel, pego algunas fotos:


1946 Thorne Engineering Spl. (Indy 500 Winner) - Driver: George Robson, Chassis: Adams, Engine: 183.0 cu.in. 6 Cyl. Sparks (supercharged):







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Verb
mensaje Oct 3 2008, 03:48 PM
Publicado: #160


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juer quique, eres un crack de "rebuscar" en el "internete"
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